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Cooperadores imprescindibles.

“Periodismo es nuestra religión”. García Ferreras.

Alfonso Rojo, periodista de enorme prestigio invitado habitual de las tertulias más serias y rigurosas de la televisión española, desde TVE a La Sexta pasando por Telecinco o 13TV, ha sido condenado por la Audiencia Provincial de Madrid a pagar 20.000 euros a Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, por vulnerar su honor. En el programa “La Sexta Noche” (La Sexta) Rojo llamó a Iglesias “chorizo”, “mangante”, sinvergüenza” y “gilipollas”, entre otras cosas.

¿Y? Se preguntará el consumidor habitual de debates televisivos. Si un periodista de larga y contrastada carrera profesional, recuerde que Rojo fue uno de los hombres de confianza de Pedro J Ramírez en El Mundo, no puede decirle cuatro verdades a un antisistema populista perroflauta bolivariano con coleta… ¿Qué queda de nuestro amado sistema de información, de la sagrada libertad de expresión?

En cualquier caso, Rojo no trabaja solo. Ni gratis. Como a los sicarios que disparan en nombre de otro, alguien paga a Rojo para que sea agresivo y lenguaraz, elementos televisivos que generan audiencia fácil. Es decir, pasta gansa. O sea, que Rojo llamó a Iglesias “chorizo”, “mangante”, sinvergüenza” y “gilipollas” porque una cadena de televisión que ahora sin duda renegará de aquel momento, financió sus exabruptos. Cuando una tertulia ficha a Rojo, o a Inda, Marhuenda, Pérez Henares, Graciano Palomo o incluso a ese tipo con gafitas tan triste de ABC, sabe perfectamente a quien está dando un micrófono. Y un dinero. Cooperadores necesarios. Imprescindibles.

Duele escuchar a toda esta gente en televisión. Pero la libertad es así de maravillosa. Rojo puede insultar todo lo que quiera, hasta que un juez diga basta (y paga), en las cadenas privadas, televisiones creadas para ganar dinero, embrutecer y desinformar a la población. Otra cosa es que Rojo suelte sus vomitonas en la televisión pública. Afortunadamente el presidente en funciones quiere una TVE como la BBC…

El hipertenso Rivera

El bar del tío Cuco, un local humilde del Nou Barris, se convirtió hace unos meses en el centro del universo hostelero ibérico: fue el local elegido por la televisión, ahí es nada, para celebrar un simpático y modesto encuentro entre Pablo Iglesias y Albert Rivera. Codos en la barra, cafés en vaso, mesa de mus, diálogo fluido, buen rollito. En un momento dado Iglesias dijo que, como parecía que estaban de acuerdo en todo, quizá deberían presentarse juntos a las elecciones. Risas. Los telespectadores disfrutamos de un programa original, relajado e interesante. “El espíritu del tío Cuco”, invocaba Jordi Évole. Y como las elecciones se van a repetir pensó, con mucha razón, que era el momento ideal para revivir aquel humilde y exitoso debate a dos.

Anoche cambió el escenario, el espíritu del tío Cuco está muerto y enterrado, y algo más. Ni bar de obreros, ni codos en la barra, ni cafelitos, ni buen rollo, ni hostias. Salón en el cielo de Madrid, cristaleras enormes, parqué brillante y mesa de madera noble. Un escenario ostentoso para un debate a cara de perro entre dos políticos que llevan demasiado tiempo enseñando colmillo, diciéndose de todo. Desconfíados, a veces agresivos, quizá impacientes. Su posición en el tablero ha cambiado desde entonces: ya no son dos iguales, partiendo desde la misma casilla de salida. Según las encuestas, Iglesias ha superado al PSOE y Rivera está atascado en la cuarta posición. Cola de ratón. No hay tiempo ni espacio para contemplaciones: que le den por el culo al espíritu del tío Cuco. A la yugular.

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Albert Rivera está tocado. Será porque Ciudadanos no crece como esperaban, o porque Podemos crece más de lo esperado, pero lo cierto es que Rivera pareció un tanto desquiciado. Muy agresivo, nerviosísimo y sudoroso, basó todo su discurso en atacar a Podemos. Iglesias sin embargo tiene aprendida la lección: la tranquilidad transmite moderación y equilibrio. Apenas levantó la voz, no gesticuló en exceso y no faltó al respeto a su excitado rival.

Évole insistía en que el espíritu del tío Cuco quedaba muy lejos. Bueno, no pasa nada. Se había perdido el efecto sorpresa, el diálogo no resultaba tan fresco y cordial como entonces, y las ideas no sorprendían a los telespectadores. Normal. A estas alturas hemos escuchado más a Iglesias y Rivera que a nuestras parientas/parientes. Conocemos sus tics, y sus programas, y sus modales. Ver a Rivera sudando, con la boca seca, hablar de como ha tenido en sus brazos a niños refugiados en Grecia, o de que acaba de visitar Venezuela como prueba de su enorme interés por la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos, fue un regalo para Podemos. Es un político contra las cuerdas, un gato panza arriba dando zarpazos histéricos, un tipo hipertenso que pacta con los socialistas, sueña con el PP y tiene pesadillas con Podemos. Pablo Iglesias se limitó a no dejarse contagiar por esa histeria, a ofrecer cuatro datos demoledores y a beberse medio vaso de agua.

P.D.

La Mongozuela de junio, ya en los mejores kioscos.

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Un motivo para NO ver la televisión

I.D.

Autora: Emma Ríos.

Editorial: Astiberri.

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La enigmática portada, el denso ramaje de la copa de un árbol, laberinto de líneas naranjas sobre fondo blanco, hace imposible adivinar la originalidad de la historia interior. “I.D.” habla de un cambio de caparazón. Se mantiene el alma, o el cerebro, como usted quiera llamar a aquello que nos hace humanos. Se cambia la carne.

“¿Quiénes somos en realidad? ¿Cómo afectan los cambios físcos? ¿Hasta qué punto nos transformaría un cambio de cuerpo? Solo hay una respuesta, y es vivirlo en primera persona”.

Responde un psiquiatra gonzo que quiere cambiar de identidad, de cuerpo, de forma de investigar. Es uno de los tres implicados en el proyecto. Los otros dos son una mujer misteriosa y una chica que se siente hombre. Son muy diferentes, pero acaban unidos por la esperanza. Y es que Emma Rios, arquitecta que dibuja historietas, ha creado un original grupo de personajes insatisfechos que resultan no ser lo que parecen.

- “No estar contentos con lo que somos o con lo que tenemos puede parecer frívolo, pero es inherente al ser humano.

- No hay que avergonzarse. Sólo somos criaturas inquietas”.

Criaturas inquietas… y desubicadas. Un principio filosófico básico advierte de que la felicidad consiste en querer ser lo que uno ya es. Este cómic inquietante y turbador, a veces violento y hasta escalofriante, habla precisamente de eso, de las identidades equivocadas, de los lugares incorrrectos, de las incomodidades con nosotros mismos. Del espejo siniestro que nos impide alcanzar no ya la felicidad, sino la simple normalidad. El futuro ya está aquí.

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Periodismo de detectives

Dicen en el informativo de La Sexta que desde que han hecho públicos los 11 millones de documentos de los papeles de Panamá se cuentan por miles “las personas que están jugando a detectives”. Curioso.

Y digo curioso porque hasta ayer mismo los medios de comunicación que disponían de los archivos filtrados del ICIJ (Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación) aseguraban hacer “periodismo de investigación”. Es decir, que cuando un periodista pone en la ventana “buscar” de un documento tocho los nombres de “Emilio Botín”, o “Imanol Arias”, o incluso “Juan Luis Cebrián”, eso es periodismo de investigación. Pero cuando es un ciudadano fontanero, notario, esteticista o banderillero quien lo hace, entonces se convierte en un “juego de detectives”.

Vaya con el periodismo moderno. ¿Periodismo de detectives? No sé, no sé. De lo único que estoy seguro es de que el periodismo está cambiando, entre otras cosas porque la filtración mató a la estrella de la exclusiva, del verdadero periodismo. Con las redacciones cada vez más vacías, ocupadas por becarios con sueldos miserables en lugar de por profesionales con salarios dignos, no se puede hacer gran periodismo, no se le puede dedicar ni tiempo ni presupuesto. Otra cosa son las filtraciones, tipo Panamá o Wikileaks, o las exclusivas de pega, tipo Inda: excelente relación calidad-precio, prueba evidente del mal momento que vive la profesión.

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El buen periodismo es caro. Requiere tiempo, esfuerzo, conocimientos y una organización profesional. Lo contrario de lo que exigen estos tiempos apresurados y digitales de vídeos “más vistos” y noticias “más leídas”. Ahí tienen los ejemplos de grandes medios venidos a menos. El País, que no levanta cabeza tras el despido de 129 profesionales hace tres años. Y El Mundo, enfrascado en un cuarto ERE que pretende poner a 198 profesionales en la calle.

Dos diarios que han sufrido de lleno la crisis de la prensa. Una crisis que es culpa de todos. Por un lado, de la lenta y tardía respuesta de los grandes medios a la revolución digital, de su búsqueda desesperada del éxito a golpe de clic, del abandono de la calidad, el riesgo y la independencia. Por otro, de unos jefes de mentalidad neoliberal que, lejos de vigilar al poder, verdadera razón de ser del periodismo, se pusieron de su lado y se cobijaron a su sombra. Y finalmente por el aburguesamiento de unas plantillas bien alimentadas y sumisas atemorizadas por el fantasma del paro.

Ya es tarde. Vivimos tiempos donde el periodismo consiste en jugar a detectives.

Un motivo para NO ver la televisión

El olor de los muchachos voraces.

Autores: Frederik Peeters y Loo Hui Phang.

Editorial: Astiberri.

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En este western postmoderno hay algo de Jean Giraud, esos paisajes rocosos y esas praderas crepusculares absolutamente impecables. Y también algo de Jodorowsky, esos espasmos místicos, esa relación sonora con los caballos, esas fotos fantasmagóricas, esas visiones dignas del mejor peyote. Y por supuesto algo de “Brokeback Mountain”, el comienzo de una relación digamos que… indeterminada entre el fotógrafo Oscar Forrest y el imberbe Milton.

“Me gustan las llanuras. Los pueblos paganos dan mucha importancia a los sueños. Dicen que, a lo mejor, el mundo en que vivimos es un gran sueño que tiene lugar en la mente de alguien… Es la embriaguez del vacío. Las grandes llanuras provocan una especie de vértigo a lo horizontal. Tanta apertura marea. Como si al borrarse los contornos se provocara un caos incontrolable. Todo se mezcla, todo se invierte”.

La historia se desarrolla en 1872 en Texas. Un geólogo llamado Stingley dirige una expedición por territorio comanche. Como Lewis y Clark pero por el sur, de manera más informal, y con dos compañeros, un fotografo fugitivo y un… niño. Nada es lo que parece, ni el niño, ni el geólogo, ni el fotógrafo, ni siquiera la expedición. Los indios observan desde las rocas, y los cazarecompensas tiene rostro de calavera. Mientras, la despiadada naturaleza sigue su curso.

“Aquella mañana mis hermanos querían enseñarme a ubicar el galope de un caballo, a calcular su velocidad solo con el oído. Me vendaron los ojos, me ataron los brazos a la espalda y me dejaron en medio del campo. Soltaron caballos furiosos en mi dirección y yo tenía que esquivarlos antes de que me arrollaran. Me decían que con miedo se aprende más rápido”.

“El olor de los muchachos voraces” es un cómic del Oeste con matices filosóficos que habla de la amistad y del odio, de los espacios abiertos y las viejas costumbres, del deseo y la insatisfacción y, sobre todo, de la maldición de las apariencias. Nada es lo que parece. Una bonita historia de amor a contrapelo, tan hermosa e insólita como los ritos transculturales del chamanismo, los primitivos recursos ceremoniales y todos aquellos viajes por sendas espirituales.

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La Sexta, el dinero es su religión

La Sexta quiere convertirse en la cadena que apuesta por la información progresista de calidad, por el periodismo de denuncia serio y comprometido. Y lo quiere conseguir con Eduardo Inda como periodista estrella. Normal, ¿verdad? Cuando el director de La Sexta no está a pie de atentado, gorrito de lana y teatral gesto circunspecto, y habla desde un plató, es para decir que el periodismo es su “religión”. La de La Sexta, que es quien rellena horas y horas de programación con las exclusivas de Eduardo Inda, quien cree que la responsablidad informativa finaliza cuando suben las audiencias, quien deja que sea otro el que ponga en marcha su propio ventilador de la mierda.

Lo que está haciendo La Sexta con la información no tiene nombre. Bueno, quizá “sinvergonzonería” esté muy cerca. “Indecencia” no desentonaría demasiado. Y por supuesto “inmoralidad” también se ajusta a la realidad. Y no me refiero solo a la exclusiva sobre el dinero que Venezuela ha pagado a Pablo Iglesias en un paraíso fiscal…

Escuchar a Inda hablar del “casoplón” que tiene en Galicia la familia de Carolina Bescansa en “La Sexta Noche” (video, minuto 6:07), una y otra vez, con una sonrisa cínica nauseabunda, “¿De quién es, de Amancio Ortega?”, ante la pasividad del presentador de la cadena, fue simplemente repugnante. Sencillamente vergonzoso. Impropio de un periodista con un mínimo de decencia, evidentemente, pero también de una cadena de televisión que presume de tener “el periodismo por religión”.

Eduardo Inda se ha convertido en el juguete de García Ferreras. ¿He dicho juguete? Mamporrero quizá se ajuste más al trabajo que el primero desempeña para el segundo. Contratado para manchar el nombre de un político, de todo un partido, desde una cadena de televisión que en un alarde de hipocresía pretende permanecer al margen de esa miserable actitud. Ya sabe, tirar la piedra y esconder la mano. No, no, nosotros no somos, lo dice ese de ahí, el de la risa de loco. Nosotros solo ponemos el altavoz. Y enfocamos el documento público falsificado. Y le pagamos, eso sí, por los servicios prestados.

Que La Sexta de voz a la infamia es evidentemente cuestión de audiencia; es decir, de dinero. Pero también de política: en La Sexta ya han jugado bastante con Podemos. ¿Imaginan que fuese verdad lo del “sorpasso” y con la ayuda de IU se zampasen al PSOE, a su PSOE? Hasta ahí podíamos llegar. En La Sexta no están por el periodismo verdadero, están por el periodismo rentable, por el periodismo de amiguetes, por el poder y la gloria. Por eso arrancaron con una estrategia que consistía en ocupar un hueco libre en la parrilla televisiva. ¿La cadena progresista? Perfecto. Partían de cero, y les dio buenos resultados a la hora de posicionarse, de crecer, de apoyar a la parte del duopolio televisivo que le corresponde (Atresmedia, Planeta, etc). Pero una vez ocupado el espacio, lo importante es conservarlo. Y eso no se consigue con Podemos, sino con el Ibex y el bipartidismo.

En La Sexta quieren mantener los privilegios televisivos, políticos y económicos conseguidos gracias al socialismo, a los socialistas. Y tras utilizar a Podemos para ubicarse, dan paso a Inda para forrarse. Para que nada cambie. Porque el dinero es su religión.

P.D.

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Un motivo para NO ver la televisión

Como viaja el agua

Autor: Juan Díaz Canales.

Editorial: Astiberri.

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Esta reseña tiene que arrancar diciendo que Juan Díaz Canales es uno de los mejores guionistas de este país, responsable de maravillas como “Blacksad” o “Bajo el sol de medianoche”, las nuevas aventuras de Corto Maltés. Canales se tira al barro y dibuja su primer cómic, un thiller social con fondo filosófico: tras leer “Como viaja el agua” es imposible no pararse a pensar en la crueldad del tiempo, en la fugacidad de la vida, en la miserable existencia de los viejos, de los olvidados.

El guión es impecable, no podía ser de otra manera. Una mezcla inteligente de humor irónico y reflexión vital, que presta especial atención al mundo de los ancianos, con un Niceto de 83 años como protagonista…

“Lo peor es la indiferencia. Un buen día te das cuenta de que la realidad te ha ganado la partida. Una partida que ni siquiera sabías que estabas jugando. Y tú, impasible, como un árbol al que el otoño deja con los pantalones bajados en mitad del bosque. Pero como buenos árboles vivimos ajenos a esta ironía. Un árbol sin ojos ni oídos ni dientes…”.

“Como viaja el agua” cuenta una historia triste de viejos que disparan su última bala, que fuman Ducados y beben sol y sombra en tabernas castizas, y que trapichean con objetos robados como signo de rebeldía, de insumisión.

El dibujo seguramente sorprenderá a los seguidores de Canales. Aquí no encontrarán los héroes gatunos y los colores deslumbrantes de “Blacksad”, ni la épica marinera en tonos crema del retorno del legendario Corto. Aquí el blanco y negro es austero, y se mueve entre el compromiso social de Carlos Giménez, la angustia desmitificadora del uruguayo Alberto Breccia y el lumpen barriobajero de Jordi Bernet y su “Torpedo”.

El resultado es una obra más densa de lo que pueda parecer, de textura gris y profunda melancolía, que invita a reflexionar: “Porque queremos pensar que nuestra vida es un viaje como el del agua. Que nunca desaparece del todo. Que siempre encuentra el camino de vuelta. Pero un buen día, cuando ya eres tan viejo que todo te da igual, llega la revelación. Sabes que ese camino no existe. Que la lluvia que te cae encima nunca es la misma”.

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