El otro día pasó lo que suele pasar cuando juegas con fuego. Un torero resultó corneado de mala manera y murió. Lo normal si te pones a hacer putadas a un toro de 600 kilos. Y es que aunque el espectáculo esté organizado para que el animal no tenga una sola oportunidad (es el único que siempre muere, incluso aunque antes haya acabado con el torero), el humano puede cometer errores, y por ellos paga un alto precio. Hablamos todo el tiempo de muertes innecesarias, de hombres y animales, puesto que se trata de un espectáculo absolutamente innecesario: si no hubiese corridas, el mundo seguiría girando con el mismo salero.
Hoy no quiero hablar de la tortura de animales. Ni de lo innecesario de este último ¿accidente? Ni de los que escriben en las redes insultando al torero muerto. Ni de los toreros que se consideran héroes tocados por los dioses. Ni de los periodistas que escriben bajo el efecto de los estupefacientes. Sobre la muerte del torero, en El País se han podido leer cosas como ésta: “Y se demostraban inútiles las cadenas de oro y las vírgenes, las plegarias de capilla. Dios no podía apiadarse del sacrificado. Es la regla de la eucaristía. Ya le llegará la resurrección a Fandiño. No para que la disfrute su familia, sino para convertirse en estatua de bronce”.
¿El sacrificado? ¿La eucaristía? ¿La resurrección? Hoy me gustaría recordar que en la Fiesta encontramos circunstancias más terrenales, menos lisérgicas. Es la Fiesta de la caspa, del morbo y del machismo: “En el toreo no hay machismo. Una plaza sin la mujer en los tendidos no sería lo mismo”, respondió el torero Enrique Ponce. La fiesta macabra de la vieja España, esa que se aferra al pasado más rancio.
“Me cago en los muertos de toda la gente mala que se alegra de la muerte de un hombre bueno”, escribió un pacificador y reflexivo Paquirri en Twitter. Muchos antitaurinos, la gran mayoría, no nos alegramos de la muerte de un torero, no importa lo bueno o mal hombre que haya sido. Es más, nos entristecemos profundamente. Por su familia, por sus amigos, por haber desperdiciado el resto de sus días, ese ratito que pasamos en el mundo y que debemos aprovechar… como si nos fuera la vida en ello.
Tristeza sobre todo por cómo algunos medios de comunicación utilizan la tragedia para vender ejemplares, para rendir homenaje a la muerte, para oscurecer el futuro, para hacernos retroceder un siglo… Periodismo medieval.
Un motivo para NO ver la televisión
Persiguiendo a Cacciato
Autor: Tim O´Brien.
Editorial: Contra.
¿La gran novela sobre Vietnam? Mucho más que eso, puesto que también es una gran novela sobre la supervivencia, sobre el poder de los sueños, sobre la contagiosa magia de los viajes, sobre la imaginación como motor vital, sobre la amistad y la solidaridad… en definitiva, sobre la vida y la muerte. Una novela total, que habla del hombre en todas sus dimensiones y reivindica la capacidad del individuo para luchar por seguir con vida, por tener un futuro mejor. Tim O´Brien, soldado primero y escritor después, firma una obra inmensa, que va mucho más alla de unos personajes inolvidables y algunas situaciones dantescas. “Persiguiendo a Cacciato” es una suma de detalles minuciosos, de frases acertadas, de paisajes luminosos y cuevas oscuras, de todas esas pequeñas cosas que, juntas, conforman una vida.
Cacciato es un soldado que en plena guerra de Vietnam, 1968, decide que ya está bien de humedad, de jungla, de muerte y de penurias. Se pone en marcha camino de París, el lugar ideal para comenzar una nueva vida. Es un desertor que huye de la guerra camino de una nueva oportunidad. Tras él parte un pelotón de soldados con diferentes personalidades e ideas. Arranca el viaje, un recorrido de trece mil kilómetros que ofrece un sinfín de sorpresas, de grandezas y de miserias. Y por supuesto de esperanzas. De todo ello habla este libro deslumbrante, obra de un escritor en estado de gracia: cada página esconde una sorpresa, un párrafo perfecto, un giro irónico del destino, un golpe de humor sutil.
“Persiguiendo a Cacciato” es una obra profundamente antibelicista porque es un canto a la vida. El soldado Cacciato, “de aspecto bonachón, ingenuo y regordete”, carecía “de detalle y refinamiento, como si le faltara ese toque final que por lo común la madurez imprime en los muchachos de diecisiete años”. No era un tipo especialmente brillante, pero sabía perfectamente lo que quería: dejar atrás la guerra, vivir. Le acompañaban unos cuantos mapas, chocolatinas, una bolsa y un sueño: ver París. El Pont Neuf, el Sena, los museos, las tiendas llenas de cosas bonitas… Sus compañeros le persiguen. ¿O le acompañan?
O´Brien toma Vietnam como excusa para hablarnos del hombre y sus refugios interiores. Esos sueños, esas esperanzas, que nos ayudan a soportar el dolor, la soledad y la pérdida. Una gran novela bélica, una inmensa novela sobre la vida en movimiento.