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Black power

En plena crisis del gobierno corrupto del Partido Popular, cuando Mariano Rajoy y sus secuaces más necesitan un medio de comunicación a su servicio, resulta emocionante sentarse los viernes a ver un Telediario. ¡Quién lo hubiese imaginado! Suena la sintonía y ahí está la presentadora, vestida de negro. Con dos ovarios. Como muchos de sus compañeros. ¿El contenido del informativo? Eso es lo de menos, ya nos lo podemos imaginar. A mí de momento me basta con ver ese derroche de valor, ese compromiso con la televisión pública, esa denuncia de la manipulación, esa apuesta por el periodismo. Es solo cuestión de tiempo que acabe esta pesadilla…

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Tienen valor las mujeres y hombres de negro. Se juegan el puesto trabajo, están en manos no solo de corruptos, sino de fanáticos. Tipos como José Antonio Sánchez, un presidente de TVE capaz no solo de manipular la información de manera burda sino de decir cosas como ésta: “En cuanto a los papeles de Bárcenas… Yo no estoy ni en los papeles de Irán, ahí donde se cuelga en grúas a los homosexuales o se mata a pedradas a las niñas por darse un revolcón con el novio, ni donde se asesina a 150 personas por manifestarse en una calle como en Caracas… Yo estoy en los papeles de Bárcenas, en los papeles manchados de sangre nunca estaré”.

¿Un miserable? Sin duda. Desde primera hora de la mañana. Pero ahí están los periodistas de verdad, vestidos cada viernes de negro para recordarle que sus días están contados y que pasará a la historia de los medios de comunicación españoles como el sicario audiovisual de Rajoy. Tienen las manos tan sucias que la vergüenza y el poder se les escapan entre los dedos.

Un motivo para NO ver la televisión

¡Maldito Allende!

Autores: Jorge González y Olivier Bras.

Editorial: ecc.

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Ésta es la historia de una traición. De una de las traiciones más repugnantes que ha conocido la humanidad. La traición de un militar a su presidente legítimo, a su pueblo soberano. Una traición que costó miles de muertos y desaparecidos, que duró décadas y que negó el futuro a todo un país. La traición de Augusto Pinochet a Salvador Allende un 12 de septiembre de 1973.

“En sus memorias Augusto Pinochet asegura que había planeado minuciosamente el golpe de estado y que no se quitó la máscara hasta el último momento para no poner en peligro el proyecto. Pero tenía claro que debía pasar a la acción para liberar al país del lastre comunista. Supo engañar al enemigo mostrándose leal al presidente Allende. Por fin había llegado el momento de la traición. Algunos miembros de la junta militar no dudarían más tarde en poner en entredicho esta versión, asegurando que hubo que convencerle de que se uniera al complot contra Allende”.

El presidente socialista enseñó el camino a otros pueblos de América. “El pueblo de Chile entrará conmigo en la Moneda”, dijo. Mucho más de lo que Richard Nixon y el Gobierno de Estados Unidos, indignados por el gobierno comunista de Cuba, podían soportar.

Con unos dibujos desoladores y un guión muy didáctico, Jorge González y Olivier Bras nos cuentan de manera amena y emotiva uno de los momentos más dramáticos de la historia sudamericana. Mezcla de bocetos, fotografías retocadas, sombras siniestras y hermosos retratos, “¡Maldito Allende!” ofrece el tono visualmente dramático que exige la historia. Y los textos, rigurosos en cuanto a datos, fechas y personajes, invitan al lector a recordar y añorar a todos aquellos mártires de la democracia. Una historia gráfica necesaria que todos deberíamos leer, para no olvidar.

“Chile está viviendo un acontecimiento que no es extraño a los países que buscan su vía de emancipación”, dijo Allende en noviembre de 1971. “Los grandes propietarios utilizan a los pequeños y medianos agricultores y les hacen creer que la revolución les será perjudicial… No daré un paso atrás. Dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera. No tengo otra elección. Solo acribillado a balazos podrán impedir que cumpla mi voluntad de llevar a cabo el programa del pueblo”.

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Patrimonio robado

El informativo de televisión advierte de un desastre acontecido en TVE. Desapariciones en los almacenes de la televisión pública, concretamente en los Estudios de Color de Prado del Rey, que afectan al patrimonio de todos los españoles. ¿Pérdidas, desapariciones? Inmediatamente pienso en la independencia de los informativos, en la falta de dignidad y de libertad, en la ausencia de periodismo y credibilidad.

No. Se trata del disfraz de Espinete y de las chaquetas con que Letizia Ortiz, no se si usted recuerda a esta última, presentaba los telediarios. Han desaparecido. El patrimonio de todos los españoles, dicen.

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El problema se puede enfocar de dos maneras, ambas muy tristes. La primera, que nos han robado tanto, tanto, tanto que ya solo les queda por llevarse unos trapos. La segunda, que nuestro patrimonio, el de todos los españoles, ha quedado reducido a un par de disfraces. Material para la pantomima, para el camuflaje. Porque ya nada es lo que parece.

Un motivo para NO ver la televisión

Pirenaica

Autor: Ander Izaguirre.

Editorial: GeoPlaneta.

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Termino de leer la última de estas catorce crónicas del Pirineo sentado en mi butaca favorita, madera y cuero, con la lluvia inundando la calle y un tronco de encina ardiendo en la chimenea. Apenas 26 kilómetros por el Cabo de Creus con final en Sant Pere del Rodes. No es mucho, pero a estas alturas del libro llevo mucha tralla en las bielas. “El cuerpo me pide que esta travesía termine en alto. Venga, va, solo una subida más… Tendré paisaje (el mar, la costa abrupta, el pueblo blanco, los viñedos, el matorral), tendré arquitectura (iglesia románica, claustro, torres defensivas), tendré historia (el monasterio fue sede de un gran poder feudal con territorios por toda Cataluña, fue centro de peregrinación): el tipo de excusas que me han servido para ir montando este viaje. Pero no me engaño. El verdadero motivo de un viaje a través de los Pirineos es el extraño placer de subir montañas en bici”.

Termino la frase y siento cómo se me acartonan los gemelos y me falta el aire. ¿Una pájara? Me levanto del sillón, paso junto a la bici estática y me pongo un Jack Daniels con dos hielos. Mucho mejor así, dopado hasta las trancas. El placer de subir montañas en bici sabiendo que no sudarás una gota, que no pincharás, que no pasarás control anti doping, que quedan hielos en el congelador. Que pedaleará Ander.

“No encontraré otro tramo de semejante dureza en todo este viaje pirenaico: la subida al collado de Erroimendi son 8,5 kilómetros al 10% de media. Con el peso de las alforjas, mi pedaleo se reduce a una sola posibilidad: ponerme de pie, dejar caer el peso del cuerpo sobre el pedal derecho, alzarme de nuevo, dejarme caer, y así. Llevo un plato de 34 dientes y una corona de 27: avanzo 2,64 metros en cada pedalada. Así que tengo la sensación de estar siempre en el mismo árbol”.

Leer a Ander Izaguirre es lo más parecido a montar en bicicleta. Luchar contra esa sensación es inútil: mucho mejor dejarse llevar por la suave cadencia de su rodar, frases redondas, descripciones magistrales, buenas historias. En “Pirenaica” el Izaguirre reportero deja paso al Izaguirre viajero, y sin sacrificar una pizca de talento cuenta una historia repleta de historias: una ruta en la que se cruzan peregrinos, esclavos, bosques maravillosos, osos forasteros, montañas sagradas, monasterios en las nubes… Todos los ingredientes de un gran libro de viajes.

Vasco de Donosti, Izaguirre cree a ese García Márquez que solo concebía la crónica como la novela de la realidad. Por eso no ha escrito un libro malo. Por eso este “Pirenaica” es la visión personal de un gran reportero, la novela de la realidad pirenaica de un escritor, la crónica de un ciclista que pedalea con los ojos bien abiertos y el bolígrafo entre los dientes. Un placer.

TVE salve a la reina

Comienza el informativo estrella de la televisión española, domingo a las tres de la tarde, televisión pública, y lo hace con imágenes en las que todos los ciudadanos podemos ver la felicidad que vive la familia real, unida como una piña en el hospital para visitar al abuelo operado de rodilla. El día anterior, sábado, ese mismo informativo había arrancado con el niño Gabriel, asesinado hace semanas. Un tema macabro el día 7 para camuflar la noticia del día: la presencia de Cifuentes en un congreso del PP que cada día parece más una reunión de la Camorra. Un tema absurdo el día 8 para maquillar a una familia en descomposición, la real, que se consume en su propia hipocresía, entre Corinas, elefantes, Urdangarines y malos modos.

TVE, la televisión de todos los españoles, al servicio del PP… y de la familia real. Lo primero no es ninguna novedad. Lo segundo es un asco. Para el telespectador y para los profesionales de la información que tienen que soportar imágenes como las que se vieron ayer: la niña que hace unas horas arrancaba de su hombro la mano de su abuela ahora la acaricia con cariño. La madre que le limpiaba a la niña el beso de la abuela en la frente ahora sonríe feliz con la presencia de su suegra. Ya no impiden que se hagan fotografías, ya no se lanzan miradas asesinas, ya no se desprecian. TVE ha conseguido que posen juntos con alegría, que parezcan una familia no ya normal, sino hasta feliz. Y lo ha conseguido con el dinero de todos los españoles.

Nos toman por idiotas, y eso sí que no. Si mantenemos a la familia real, al menos que de espectáculo. Más Corinas, más Urdangarines y Marichalares, más froilanes en el bingo, más cacerías vergonzosas y más negocios con dictaduras, más mierda de la que poder burlarnos los plebeyos. Y menos maquillaje a costa de nuestros bolsillos, que esa partida no está incluida en los presupuestos de la Casa Real.

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Un motivo para NO ver la televisión

Nos vemos en el baño.

Autor: Lizzy Goodman.

Editorial: Neo-Sounds.

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¿Recuerda los tiempos del CBGB, el templo del rock undergroung durante 30 años en la Gran Manzana? Coincidían en su escenario en la misma noche Patti Smith, los Ramones, Blondie, Richard Hell, Warhol, David Byrne… Eran buenos tiempos, los setenta y parte de los ochenta, vividos en esa ciudad sin remilgos que derrochaba talento, que se movía a ritmo de punk y de new wave. Mucho se ha escrito de aquellos días, de aquellas bandas, de aquellos conciertos, de aquella mítica movida neoyorkina. “Por entonces Nueva York daba miedo. Era como en Taxi Driver, esas escenas, esas luces, y las putas; las putas tenían aspecto de estrellas de rock” (Jesse Malin). Era, es, nuestra cultura. Pues bien, hoy hablaremos de otro movimiento musical, más reciente pero no menos brillante, que sucedió en el mismo lugar a comienzos del siglo XXI.

Esta es la historia del último tsunami sonoro que ha sufrido la ciudad de Nueva York, la penúltima oleada de bandas de rock and roll unidas por unas calles, por unos garitos, por las mismas ganas de divertirse, de hacer buena música, de tocar en directo y, en ocasiones, de derribar lo viejo y aburrido para dar paso a los sonidos del futuro. “Nos vemos en el baño” es la crónica de un instante, entre 2001 y 2011, y de las bandas de rock and roll que nacieron entonces para devolver a Nueva York su viejo esplendor musical. Con el final del siglo XX la ciudad de las ciudades había perdido buena parte de su lustre cultural: ya no era el Nueva York de los setenta. Era la meca de lo moderno, de lo punto com. Era el culo del rock and roll.

Pero entonces, como surgidos de las cenizas de las Torres Gemelas, comienzan a aparecer grupos que se habían formado en las catacumbas, en la clandestinidad. The Strokes, The Killers, Kings of Leons, The White Stripes… Y por supuesto tipos que rezuman creatividad y clase, que saben cuáles son sus raíces pero miran al futuro: Jack White, Jesse Malin, Ryan Adams, Conor Oberst“¿Quieres venir? Por supuesto… Y de repente habíamos formado un grupo. La idea de la sincronización, de ser libres por las calles, de disponer de tiempo y espacio para aburrirte, eso existía en Brooklyn en aquella época” (Ryan Adams). La última gran hornada de genios del rock and roll que nos regala Nueva York, digna heredera del punk y el Nuevo Rock Americano. “Todos –público y artistas- perseguíamos lo mismo: una sensación de rebelión, de posibilidad, de promesa, de caos. Teníamos que encontrarla para descubrir quiénes éramos en realidad y no podíamos hacerlo sin los demás”, sentencia la autora de un libro repleto de anécdotas musicales.

De eso habla “Nos vemos en el baño”, la crónica apasionada y apasionante de una ciudad y una música escrita por Lizzy Goodman, periodista musical que para trazar el perfil sonoro de la primera década del siglo XXI ha realizado más de 200 entrevistas, ha escuchado miles de canciones y de discos, ha recorrido cientos de tugurios y ha descubierto a decenas de buenas bandas. Su trabajo ocupa casi 700 páginas, pero se lee en un suspiro: es historia viva a ritmo de rock, contada en persona por los protagonistas de la misma. Una gozada.

Lo veo muy negro

TVE ha cancelado “¿Cómo lo ves?”, el programa que presentaba Carlos Herrera. Solo se han emitido seis entregas por razones absolutamente obvias: no alcanzaba la audiencia esperada y recibía unas críticas demoledoras. ¿Quién pudiera imaginar este fracaso? Nadie, después del éxito obtenido por Bertín Osborne.

Osborne y Herrera representan y defienden los principios fundamentales de la España de bien. Esa España con una honradez y una formalidad, amiga de las tradiciones y la religión, de la buena mesa y los buenos vinos, de las mujeres hermosas y los caballos andaluces, de los trajes elegantes y las monterías, de la feria de Abril y los buenos puyazos (usted ya me entiende). Esa España que tiene clase y orden, que huele a machote y chulito, que sabe a jamoncito bien cortado y puro de cien pavos. Esa España nuestra donde se vive como en ningún sitio.

¿Alguien dijo caspa? Envidioso…

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Un motivo para NO ver la televisión

Los gansos de las nieves

Autor: William Fiennes.

Editorial: Errata Naturae.

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Subtitulado “Mi viaje migratorio al gran norte”, este maravilloso libro de viajes y pájaros narra la aventura del británico William Fiennes siguiendo por Estados Unidos la migración de los gansos de las nieves. Fiennes abandona la comodidad de su castillo en Broughton para superar definitivamente una larga enfermedad y encontrar respuesta a una existencia sin sentido. Todo comienza con la lectura de un libro infantil: “La gansa blanca”, de Paul Gallico. Un libro que le acompaña desde Texas, donde los gansos pasan el invierno, hasta el Círculo Polar Ártico, donde se reproducen.

“Tendemos a volver a casa. Las aves migratorias no viajan por placer. Se desplazan entre las zonas de invernada y las de cría porque el eje de la Tierra no es perpendicular al plano de su órbita alrededor del sol. Migran en respuesta a la inclinación y a las estaciones y a los suministros variables de comida que existen a causa de ellas. En cualquier especie, un individuo que permanece dentro de un entorno familiar tiene más posibilidades de encontrar agua y alimento, de eludir a los depredadores y la congelación, que otro que se aventure en territorio desconocido. Puede que la añoranza haya evolucionado como una manera de decirle al simio que vuelva a casa”.

“Los gansos de las nieves” es un libro de viajes escrito por un hombre que sabe mirar, que consigue ver, que se relaciona con gente interesante, y que presta atención a los detalles. Y también un ameno manual de ornitología, sobre todo en lo referido a los grandes viajes migratorios. Pero es mucho más que todo esto, puesto que cuando has terminado su lectura, con una sonrisa de satisfacción en los labios, te das cuanta de que sabes cosas que jamás imaginaste sobre trenes, auroras boreales, leyendas vikingas y hasta de deportes como el Curling o profesiones como los bañadores de chocolate. Fiennes escribe de maravilla, con esa sencillez abrumadora del que se recrea en lo que ve y no en contarlo de manera deslumbrante. Es un narrador hábil, eficaz y brillante. No sobra un solo adjetivo, una sola descripción. Cada párrafo es necesario, y se convierte en un placer. Un título que no debería faltar en ninguna buena biblioteca pajarera y/o viajera.

“Me dijo que la radio de la camioneta se había quedado atascada en la cadena de country y western y que más me valía apagarla y escuchar a los pájaros. Las temperaturas habían superado ya los cero grados y las tormentas de nieve eran historia. Había barnaclas canadienses en las charcas derretidas de la tundra cercanas al aeropuerto y las primeras gaviotas argénteas habían llegado del sur. Deje a Ruth en la terminal y conduje solo por la carretera que llevaba a Goose Creek”.