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Bienvenido a casa

A muchos kilómetros de casa, en un lugar perdido y aislado, solo era posible saber del mundo algunas tardes, en algunos hoteles, mediante algunas conexiones nefastas. Entrar en Internet suponía meter la boca en el respiradero de una fosa séptica: ayer Ignacio González, hoy el Compi Yogui, mañana Marhuenda, pasado…

Vista desde lejos, España es un asco. Aterrizas en Madrid esperando ver edificios en llamas, hordas de ciudadanos sedientos de justicia, piquetes de guardias civiles arrastrando a delincuentes encadenados hasta el paredón. Y te encuentras con una ciudad abarrotada de turistas que comen paellas de saldo en terrazas que huelen a cagada de paloma.

He leído estos días “Los hermanos Karamazof”, “La vida sin armadura” (Alan Sillitoe), “Eramos unos niños” (Patti Smith) y la mitad de “Grandes esperanzas”. Un Dickens brillante que habla, como siempre, de la gente. De la afortunada, pero sobre todo de la desdichada. De hombres y mujeres que sufren su mala suerte, que quieren superar sus orígenes mediocres, que intentan escapar de la miseria. Hay ironía y humor en este Dickens. Y a eso debemos agarrarnos, a la ironía y al humor, para soportar este país insoportable en el que todo parece hundirse pero todo flota. Como esos zurullos anónimos que vemos habitualmente en las aguas de nuestras playas.

“El deterioro de las instituciones, cuyo último episodio atañe a la Fiscalía Anticorrupción y a la Fiscalía General del Estado, no es un problema de izquierda ni de derecha, sino de políticos responsables, capaces de asumir su principal obligación en momentos de emergencia”, escribe en El País la siempre lúcida Sol Gallego.

Quizá sea cuestión de credibilidad. De lo difícil que resulta confiar en estos políticos, en este Gobierno, en unas instituciones que se tambalean. En un país que soporta impasible semejante cúmulo de miserias.

Bienvenido a casa.

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P.D.

¿Quién desprecia la memoria histórica, la memoria de quienes fueron asesinados y se pudren en las cunetas, de aquellos que dieron la vida por la democracia? ¿Quienes defienden el callejero fascista, el Valle de los Caídos? ¿Quienes proponen “no mirar al pasado” y “no reabrir viejas heridas? En este vídeo, grabado el pasado sábado, están las respuestas. El ex ministro de justicia Alberto Ruiz-Gallardón carga con el ataúd de su suegro, José Utrera Molina, el falangista y franquista que como vicepresidente del Gobierno firmó en 1974 la sentencia de muerte de Salvador Puig Antich (garrote vil), en un funeral que acaba con el Cara al Sol y vivas a Franco.

Profanación

La Audiencia Provincial de Madrid ha absuelto a Rita Maestre, portavoz del Ayuntamiento de la capital, del delito de ofensa a los sentimientos religiosos por el asalto a la capilla del campus de la Universidad Complutense. No busque la noticia en las portadas de los grandes diarios. En esa posición privilegiada solo la encontrará si husmea en la hemeroteca y busca los días en que se habló de “profanación”  y se intentó linchar a Maestre. Ahora ya tendrá que buscar de la mitad del diario para adelante, página par, seguramente columna diminuta.

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Portadas de La Razón. Antes de la sentencia, y el día después de la sentencia.

“¿Lo habría hecho en una mezquita?”, se pregunta Esperanza Aguirre en un prodigio de imaginación y análisis. Pero me quedo con las palabras de los jueces: “En una sociedad democrática avanzada como la nuestra que dos jóvenes se desnuden y se besen no debe escandalizar ya a nadie”.

Algunas personas, algunos medios, profanan nuestra inteligencia con sus comentarios mezquinos, con sus intentos por manipular la realidad de una sociedad, de una época, de una cultura. “Una sociedad democrática avanzada como la nuestra”, asegura la sentencia. Y ahí acaba cualquier polémica. Porque hay cosas, y personas, y religiones, que pertenecen a otro tiempo. A la prehistoria.

Un motivo para NO ver la televisión

Fat City.

Autor: Leonard Gardner.

Editorial: Underwood.

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Alguien podría pensar que “Fat City” es un libro sobre el boxeo. Se confundiría. “Fat City” es un muestrario perfecto de la condición humana. Hombres hechos picadillo y perros de la lluvia. Callejones, charcos y penumbras. Ganchos de derecha como doloridos sinónimos del dolor y el sufrimiento, de la injusticia y la miseria, de una sociedad cruel y un camino de espinas. El boxeo, sí, pero también la explotación laboral, la soledad, la desesperanza, la mezquindad, besar la lona como único futuro.

“A su alrededor todo eran blasfemias, quejas vociferadas, el sucinto cuadro de hombres íntegros torcidos por el dolor, las azadas oscilantes, las manos en los riñones, padeciendo el mismo tormento: borrachos algunos de ellos, hombres de café y donut, fumadores compulsivos, comedores de pan blanco, personas que quizá nunca fueron atletas y sin embargo avanzaban obcecadas mientras él se quedaba más y más atrás, golpeando con su azada horrorizado ante la posibilidad de que su determinación le abandonase”.

“Fat City” habla de desesperación y de últimas oportunidades, de cejas rotas y futuros ausentes, de generaciones perdidas y territorios urbanos fronterizos, de intuiciones imperfectas, gimnasios decadentes y dignidades despojadas. De todo aquello que da forma al complejo territorio de la supervivencia. Memoria del subsuelo de norteamerica, meditación dolorosa de vidas perdidas, este libro es una obra maestra a la que no le sobra ni le falta una sola palabra. Son 219 páginas de asombrosa perfección.

“Condenado al silencio a causa de una mandíbula rota y cosida con alambres, estuvo tragando comida líquida a través de un tubo, preguntándose si conservaba la cordura siquiera. Después de que le moliesen a palos y de la consiguiente orina sanguinolenta en el vestuario se habían preguntado si los grandes combates y las enormes sumas que había creído que llegarían pero nunca acababan de llegar compensarían lo que hasta el momento había soportado. Pero ahora su voluntad era como una luz pura e inquebrantable que que ardía incluso cuando descansaba. Más que una determinación era un optimismo fatalista y, aunque no era inmune a la inquietud que le provocaban sus boxeadores, sentía que si lo era a la desesperación”.

Cucarachas

Dice Antonio García Ferreras, director de La Sexta al tiempo que reportero especializado en cubrir atentados terroristas, que “cuando no te levantas para hacer amigos, sino para sacar a las cucarachas de su escondite, hay presiones”. En un arrebato de humildad solo comparable a los de Pedro Sánchez, ese hombre que es humilde, muy humilde, Ferreras se sitúa en la cumbre de la profesión y reivindica el periodismo “irreverente, crítico y apasionado que abomina de la indiferencia”. Justo el que hace él. No aclara Ferreras si cuando habla de cucarachas se refiere a políticos corruptos o a los políticos de su cuerda, o si habla de algún presidente de un equipo de fútbol, o si se refiere a periodistas de medios que pertenecen a su propia empresa. Sí sabemos que cuando Ferreras habla de cucarachas, y de periodismo irreverente, crítico y apasionado, está a punto de dar paso a Francisco Marhuenda, Eduardo Inda, Pérez Henares

Es posible que usted en ocasiones se pregunte por qué Francisco Marhuenda pierde los papeles cuando se habla de la corrupción en el Partido Popular, cuando se acusa a Mariano Rajoy de esconderse o cuando se defiende el trabajo de Manuela Carmena al frente del Ayuntamiento de Madrid. La respuesta tiene que ver con el periodismo honrado y heroico del que habla Ferreras: el Ayuntamiento de la capital pagó entre 2013 y 2015 a medios de comunicación 20,3 millones de euros. Por si no lo ha adivinado aún, el medio más beneficiado fue La Razón. Sí, el diario que dirige Marhuenda, el mismo que ejerce de tertuliano estrella en esos programas de La Sexta que sacan a las cucarachas de sus escondites y reivindican el periodismo crítico, irreverente y apasionado.

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Periodismo de amiguetes para consolidar el capitalismo de amiguetes. Desconfíe de los periodistas en general, pero sobre todo de aquellos que se presentan como salvadores de la profesión. Esos periodistas heroicos que tienen dos caras, que se enfrentan al poder mientras le asesoran, que abanderan una independencia y una libertad basadas en los beneficios de sus empresas.

Un motivo para NO ver la televisión

El viaje a Echo Spring.

Autor: Olivia Laing.

Editorial: Ático de los libros.

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Estamos ante un libro de viajes que intenta responder a una pregunta: ¿Por qué beben los escritores? La escritora y crítica literaria de Cambridge Olivia Laing se lanza a la carretera en busca de respuestas, con seis leyendas aficionadas a empinar el codo como referencia: Raymond Carver, John Cheever, Ernest Hemingway, Tennesse Williams, F. Scott Fitzgerald y John Berryman. Auténticas leyendas, verdaderos perdedores y bebedores: “Los escritores, incluso los más hábiles y establecidos socialmente, son siempre outsiders, aunque solo sea porque su trabajo es escudriñar y presenciar”.

Laing ha elegido a estos genios bebedores por su talento para escribir, evidentemente, pero también por cómo sufrieron para crear, para digerir el éxito, para estar a altura, para relacionarse socialmente… Tipos atormentados que reventaban los códigos sociales, perseguían sueños y se infligían heridas: “¿Quién no bebería en una situación así, para aliviar la presión de mantener una doble vida tan exigente?”, escribe de Cheever. “Había estado bebiendo mucho desde finales de su adolescencia: Inicialmente, igual que Tennesse Williams, para controlar su ansiedad social. En el bohemio Village de los años treinta y cuarenta, el alcohol seguía siendo el lubricante omnipresente de los intercambios sociales e, incluso en los momentos en que más hondo había llegado en el abismo de la pobreza, se las había arreglado para encontrar los fondos para pasar noches en las que podía beber, increíblemente, una docena de Manhattans o un litro de whisky”.

La escritora emprende el camino y visita los lugares donde los escritores vivieron y bebieron. La América de los bares, pero también de los éxitos y los fracasos, de la adicción etílica y del talento desenfrenado, de un puñado de alcohólicos ilustres que se movieron como fantasmas en el mundo de la literatura. Laing se marca unas metas, diseña un mapa, y recorre el sendero de cientos de copas, de miles de resacas, desde Nueva York a Iowa pasando por París, Cayo Hueso o Nueva Orleans. “Hombre, licor, necesidad, pedazos, escribir. Empezaba a sospechar que había una relación escondida entre las dos estrategias, escritura y alcoholismo, y que ambas tenían que ver con un sentimiento de que algo tan valioso se había hecho pedazos”.

Escrito de maravilla, con introducciones que sitúan al lector en el lugar y el ambiente que vivieron los escritores analizados (“Era la hora del cóctel, ese bonito momento que en el cine se llama la hora mágica, la hora del lobo”), “El viaje a Echo Spring” se lee con una mezcla de envidia por el viaje y deleite por la información que proporciona. “Consideremos lo que dijo Cheever, que se jactaba de que podía tumbar incluso a los escritores rusos más bebedores, cuyos nombres nunca logró deletrear correctamente”. “La tolerancia de Hemingway al licor era legendaria. En una carta escrita unas semanas después del viaje a Lyon se jactaba de ser capaz de ´beber cualquier maldita cantidad de whisky sin emborracharme`”. “Al cabo de poco, Scott Fitzgerald degeneró y volvió a los licores de alta graduación… En algún momento de ese verano le dijo a Laura: La bebida eleva las sensaciones. Cuando bebo, mis emociones se intensifican y las vuelco en el relato. Pero después se hace difícil mantener la razón y el equilibrio. Los relatos que escribo cuando estoy sobrio son estúpidos”. “Berryman fue un profesor apasionado y un buen investigador, un marido, un padre, un mujeriego y un alcohólico”.

Estimulante como un buen pelotazo, este libro tiene la pasión de los viajes al corazón de las tinieblas. Se lee a sorbos cortos o a grandes tragos, se disfruta desde la primera hasta la última gota, y deja la dulce resaca de las noches de gloria. Un placer absoluto. Brindemos por él.

La máquina del fango

“Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia”. Umberto Eco.

Umberto Eco regaló al programa “Salvados” el título perfecto para el programa que Jordi Évole dedicó el pasado domingo a la intencionalidad política de determinados medios de comunicación: “La máquina del fango”. El filósofo y escritor italiano aseguró que “para deslegitimar a alguien es suficiente con decir que ha hecho algo, con crear una sombra de sospecha”. Y no se refería precisamente a las declaraciones de su compatriota Rossi, un mal perdedor que acusó a Márquez de haberse convertido en escudero de Lorenzo para que éste consiguiera el título de Moto GP. Hablaba de periodismo…

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“Salvados” se propuso analizar el estado de los medios de comunicación. Dejaban caer una pregunta: ¿Para desprestigiar al adversario político se utilizan diarios, televisiones y radios? La respuesta debían ofrecerla, no se lo pierdan, el exdirector de El Mundo, Casimiro García-Abadillo, la periodista de Onda Cero, Julia Otero y la subdirectora de La Razón, Pilar Gómez. No está mal el lote, pero yo sin duda hubiese recurrido a las estrellas de la cadena, a esos periodistas que día tras día refuerzan la imagen de periodismo creíble y serio de que presume La Sexta: Francisco Marhuenda y Eduardo Inda. Sin estas dos leyendas de la información veraz y el periodismo crítico no hay análisis posible sobre el desprestigio de los medios. La ausencia de Marhuenda resulta especialmente dolorosa, puesto que lidera La Razón, empresa hermana de La Sexta.

Évole tenía a la estrella de la noche, al hombre con todas las respuestas, en su propia casa, Planeta. Un tipo que dirige La Razón, diario famoso en el mundo entero por sobrevivir durante 15 años sin obtener beneficio económico alguno, tiene que tener todos los secretos sobre “la máquina del fango”. Si le queda a usted alguna duda, sobre el espesor del cieno o la pestilencia del mismo, puede recordar alguna de sus legendarias portadas: “Rajoy vence a Rubalbárcenas”, “Los malos estudiantes agitan la educación” o “Monedero se esconde en el metro”.

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Quizá Marhuenda no sea el inventor del ingenio mecánico, pero desde luego es un diligente encargado del mantenimiento y uno de los máximos beneficiarios del funcionamiento del mismo. Por eso un programa de televisión sobre la máquina del fango sin uno de sus maquinistas más dotados, queridos amigos de La Sexta, es un programa incompleto. Combustible para la caldera de una locomotora que, vaya por dios, parece que arranca: La Razón ha cerrado el ejercicio 2.014 con, ¡milagro! unos beneficios de 5.000 euros antes de impuestos. Una gran noticia para el periodismo en general y para la libertad de expresión en particular.

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Un motivo para No ver la televisión

Sherwood Fleming

Cd: blues Blues Blues.

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Nació hace casi 80 años en Lula, Misisipi, y creció recogiendo algodón y escuchando canciones tristes. Poco después se trasladó a California, donde grabó algunos temas para pequeñas discográficas que pasaron sin pena ni gloria. Sherwood tiró la toalla y abandonó el mundo de la música. Han tenido que pasar décadas, y el sello Dynaflow ha tenido que utilizar todo su poder de convicción, para que nuestro hombre regrese a los estudios de grabación. Menos mal: ha registrado un disco memorable, blues de enorme calidad, en el que destacan cuatro composiciones propias y dos versiones de clásicos de Ike Turner y Buddy Guy. Nunca un título describió mejor un disco: Blues, blues, blues… La mejor sorpresa posible para los amantes del género de los doce compases.