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De lobos y toros

El pasado fin de semana se han celebrado dos grandes manifestaciones en España. Una en defensa de los lobos, otra en favor de las corridas de toros. Esta ultima ha ocupado la portada de los grandes periódicos, si se puede utilizar este adjetivo al referirnos a ABC, El País o El Mundo: “Clamor en defensa de la fiesta” (ABC); “El grito del toreo” (El Mundo); “El mundo del toro sale a la calle para pedir respeto por la fiesta” (El País). Para encontrar la manifestación del lobo en esos mismos medios es necesario utilizar una lupa. En El País no encontrará ni una línea.

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La portada de ABC resume el espíritu de los tres medios de comunicación que han llevado la defensa de “la fiesta” a sus portadas. Tiene mérito: no es fácil conseguir que un periódico huela a colilla de Farias, a sol y sombra, a testículos sudados. Resulta entrañable que medios supuestamente progresistas, como El País, lleven a portada la defensa de las corridas de toros y escondan en el interior de su sección de Madrid la verdadera noticia del día sobre la tauromaquia: “La Comunidad lleva cuatro años sin fiscalizar La Ventas”. Como lo acaba de leer. La empresa que gestiona la plaza de toros de Madrid, Taurodelta, no presenta cuentas ante el Registro Mercantil desde 2012. Lo que no ha sido obstáculo para que la Comunidad prorrogue en 2015 el contrato un año más.

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¿El lobo? Un tema complicado: estuve en Madrid el domingo, pero no quise ir a la manifestación. No me gusta la actitud de determinadas asociaciones ecologistas, que no acaban de entender el sufrimiento de los ganaderos que conviven con estos carnívoros. Es muy fácil acusar a los pastores, a los ganaderos, a la gente del campo, desde un piso o un despacho en el centro de una ciudad, de no proteger bien a sus vacas y ovejas. Es de ignorantes o, peor, de malintencionados. La organización Lobo Marley, sin ir más lejos, ha publicado la fotografía de una vaca que ha muerto “intentando parir, sin ayuda, sola y abandonada” con textos como éste: “…la negligencia es del ganadero… la realidad no es que la muerte de la vaca importe al ganadero, nada de eso. La realidad es que lo que importa es ser un alborotador, sobre todo si eres sindicato u organización y vives de ese cuento de “QUE VIENE EL LOBO”. Con esto, queremos desarmar todas esas voces que gritan, que tras la muerte de su ganado a los dientes del lobo, además de una pérdida económica, también la existe emocional. Ni la una, ni la otra. Lo que existe es un juego orquestado por los sindicatos y organizaciones agrarias para tratar de sacar más dinero a las administraciones, al estado o a la Comunidad Europea. Estas dos fotos, son la punta del iceberg de una gran cantidad de ganado abandonado a su suerte en la montaña durante días, semanas y a veces, meses. No ser ganadero a titulo principal y llevar varios negocios conlleva un factor negativo hacia el ganado; no se puede estar en misa y repicando”.

Conozco muy de cerca una ganadería en Ávila que está sufriendo ataques de lobo desde hace algunos años. Más de 1.000 hectáreas de sierra, con 500 cabezas de ganado avileño. Tres familias y siete mastines cuidan de la explotación día y noche. Y les he visto la cara la mañana en que descubren que los dos chotos gemelos que nacieron un par de días antes habían sido muertos y devorados por los lobos. Por eso digo que hay que ser muy ignorante, o muy malintencionado, o seguramente ambas cosas, para escribir unas líneas como éstas: “La realidad no es que la muerte de la vaca importe al ganadero, nada de eso. La realidad es que lo que importa es ser un alborotador”. “Con esto, queremos desarmar todas esas voces que gritan, que tras la muerte de su ganado a los dientes del lobo, además de una pérdida económica, también existe la emocional”.

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Esto es lo que encuentran los ganaderos que sufren ataques de lobos. ¿Imagina usted que en su trabajo le sucediese algo similar? ¿Qué se despertase cada mañana pensando en el drama que se iba a encontrar en la oficina? Decir que la muerte de este choto no importó al ganadero es de miserables. Decir que no existe pérdida emocional es de canallas. De ecologistas de salón. O peor, de ecologistas profesionales que, como esos políticos que se aferran a sus escaños, viven al calor de una ONG, manipulan tópicos conservacionistas, utilizan la sagrada memoria de Rodríguez de la Fuente y abusan de la confianza de ciudadanos bienintencionados.

Quiero el lobo vivo, por supuesto. Pero no soy tan estúpido como para no comprender que su supervivencia depende de quienes comparten el campo con él, los ganaderos, y de la agilidad y la buena intención de la administración. De una administración que en demasiadas ocasiones tiene intereses cinegéticos, y puede llegar incluso a sugerir a los ganaderos que busquen soluciones y tomen medidas por su cuenta. Quiero el lobo vivo, y por eso quiero que ganaderos, administración y conservacionistas trabajen juntos.

El sonido del dolor

Un técnico de sonido de televisión escribe su visión de las corridas de toros: “Si en lugar de la mezcla de sonido de la banda de música, aplausos, bravos, olessss y demás… el sonido fuera el que capta el Sennheiser 816 (micrófono que capta a gran distancia y buena calidad) a pie de ruedo, donde se escucha perfectamente el sonido de las banderillas al entrar en la piel, los mugidos de dolor que da el animal a cada tortura a la que se somete… y además lo acompañáramos de primeros planos de las heridas que lleva, de los coágulos como la palma de una mano, de la sangre que le brota acompasada al latir del corazón o la mirada que pone el animal antes de que le den la estocada final, creo que el 90% apagaría el televisor al presenciar semejante carnicería a ritmo de pasodoble”.

Las palabras de José Sepúlveda suenan estremecedoras. Pero lo cierto es que no deberían sorprendernos tanto. ¿Realmente creemos a esos taurinos que afirman que el toro no sufre durante la lidia, que ha nacido para crecerse en la pelea, que no puede tener mejor final un animal de su nobleza?

El sonido del dolor, de la tortura, es una parte terrible de las corridas de toros que la televisión escamotea. Como muy bien dice el técnico de televisión, y como saben todos los que pisan las plazas, es necesario tapar las resonancias, murmullos y alborotos de la agonía con un pasodoble. Si no, resultaría insoportable. Aún más insoportable.

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Días de sangre y furia

La 1 de TVE retransmitió ayer por la tarde, en horario infantil, la tortura de seis herbívoros que tuvo lugar en la plaza de toros de San Sebastián. Me parece muy bien. Estocadas, banderillas y puyazos. Sangre a borbotones, a chorros, que se coaguló en la arena, entre aplausos y moscas. Muerte a cascoporro para unos chavales que tienen que comprender que la vida no es un video-juego. Es lucha despiadada, es dolor y llanto. La televisión pública española hace lo que tiene que hacer, servicio público, y muestra a los pequeños que disfrutan de las vacaciones cómo es realmente el mundo que les ha tocado vivir. Un mundo violento y cruel teñido de rojo. Que olviden los cuentos de hadas, las aventuras de Pixar y demás mariconadas. Solo si los chavales se acostumbran desde muy pequeños a la cruel realidad, muerte sobre muerte, sobrevivirán en este valle de lágrimas.

Normal que en estas circunstancias Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, diese la pasada semana un empujón a la tauromaquia de la región. Cifuentes ha nombrado a Manuel Ángel Fernández Mateo director gerente del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid. ¿De qué estamos hablando? Concretamente de 65.993 euros al año.

El dinero mejor gastado por los madrileños, sin duda. En un primer momento puede parecernos excesivo, si tenemos en cuenta que en la misma comunidad un maestro gana 1.990 euros al mes. Pero si nos paramos a pensar nos daremos cuenta de que es un chollo: el maestro enseña al niño ciencias, matemáticas y ortografía, tontadas, nada realmente útil para el día a día callejero de nuestro pequeño sinvergüenza. El experto en asuntos taurinos trabaja, sin embargo, para que el chaval sea consciente del mundo real, ese que rezuma crueldad, suplicio y aflicción. Ese mundo que nos encontramos cada día en los periódicos y en los informativos de TVE: dos mujeres asesinadas y enterradas en cal viva, una mujer “con el demonio dentro” (El País) degüella a su bebé en un cementerio de Toledo, una chica de 17 años se mata haciendo puenting, un hombre se ahorca en prisión tras matar a su mujer…

Gracias TVE, por no enfocar los asientos vacíos de la plaza de Donostia. Gracias a su majestad Juan Carlos y a la infanta Elena, por llevar a sus nietos-hijos a la corrida como gesto de apoyo a la “fiesta nacional”. Gracias Cristina Cifuentes, por invertir 65.993 euros de los madrileños en un director gerente del Centro de Asuntos Taurinos. Gracias, periódicos y televisiones enganchados al periodismo veraniego de sucesos. Gracias por enseñar a nuestros hijos que el mundo puede ser una puta mierda.

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P.D.

Marca España…

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Hermanos de sangre

El mundo entero se ha horrorizado ante la muerte agónica de Cecil, el hermoso león abatido por un cazador desaprensivo en Zimbabue. El grito ha sido unánime en todo el planeta: ¡Basta de maltrato a los animales! ¡No a los desaprensivos que disfrutan torturando seres vivos! El cazador norteamericano se ha convertido en un proscrito, la caza está en entredicho, las compañías aéreas se niegan a transportar trofeos, los ciudadanos exigen respeto por los animales.

El mundo entero, ese que se ha estremecido con la desaparición de Cecil, debería conocer la muerte dramática de Guapetón, el toro derribado el pasado miércoles por el disparo efectuado por un ¿cazador? en plena calle de San Juan de Coria (Cáceres). Guapetón era un toro bravo que fue tiroteado tras hora y media de encierro, “en estado de agonía y agotamiento”. Las imágenes del fusilamiento callejero deberían, lógicamente, espantar a todos aquellos que se horrorizaron con la muerte de Cecil.

Guapetón y Cecil son hermanos de sangre. Y de sicario: el hombre. El resto son detalles: la caza, las fiestas patronales, las tradiciones… ¿Veremos la fotografía de Guapetón, como la de Cecil, en el Empire State? Me temo que no.

Si usted se fija en la primera imagen del vídeo puede que llegue a ver en el escopetero que apunta a Guapetón la figura de un torero entrando a matar. Ese porte aguerrido que te confiere la superioridad intelectual, esa determinación, ese público expectante. No hay tanta diferencia entre una corrida de toros en Las Ventas y una sangría de novillos en la carrera de un encierro en Coria. ¿El orden de la lídia? ¿El respeto al astado? ¿El arte supremo? No se yo qué pensará el animal. Quizá la corrida sea simplemente una forma de organizar la tortura, de llamar fiesta al martirio, de dar apariencia civilizada a un hecho abominable. De legalizar un suplicio. De justificar una carnicería. Un intento por convertir en hermoso, valeroso y hasta heroico el tormento de un animal inocente.

La caza mayor, como los espectáculos taurinos, son ejemplos perfectos de maltrato animal. Llevarse las manos a la cabeza con la muerte de Cecil y justificar las de cientos de Guapetones a lo largo del verano ibérico, en nombre de las tradiciones y la diversión, sólo demuestra cuán grande puede llegar a ser nuestro nivel de hipocresía.

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