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Sausalito

Dicen en La Sexta que Pedro Sánchez, ex secretario general del PSOE, “ha puesto tierra de por medio” y ha pasado los últimos días “lejos de la encrucijada que vive su partido”. Según la televisión que dice tener el periodismo por religión, Sánchez ha estado nada más y nada menos que en Sausalito, “uno de los destinos más lujosos de California, no apto para todos los bolsillos, de alto standing”. Y cuidado, porque Sánchez “ha llegado allí tras pasar por Los Ángeles y también por las playas de Malibú”.

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¡Será sinvergüenza este Sánchez! Él en Sausalito y sus camaradas en Ferraz, facilitando la investidura del presidente del partido más corrupto de nuestra historia reciente. Menos mal que está La Sexta, esa cadena que piensa que “la sangre del periodismo no puede tener un color cobarde”, para desenmascarar a Sánchez.

Lástima que, sin embargo, no desvelen los destinos vacacionales de lujo de otros protagonistas de la actualidad. A mí, por poner un ejemplo, me gustaría saber dónde veranea… no sé, a ver, uno cualquier… por ejemplo Florentino Pérez, el presidente de ACS, ahora que es actualidad gracias al juicio de la Gürtel: “Correa facturó 78.000 euros de la cabalgata de Arganda a Florentino Pérez”. Pero Ferreras y su equipo de tertulianos, esos que “incomodan al poder” y no se levantan cada día “para hacer amigos”, no dicen nada del empresario, ni de dónde pasa sus días libres, ni de si se gasta su dinero como le sale de los huevos. De Sanchez sí, en Sausalito a todo trapo, pero de Florentino ni pío. ¿Por qué será?

Por cierto, yo he estado en Sausalito. Recuerdo que dormí en un modesto bed & breakfast junto al mar, monté en bicicleta camino de San Francisco, y comí sushi y hamburguesas. Ahora, gracias a La Sexta, acabo de enterarme de que es “un destino de alto standing no apto para todos los bolsillos”. ¿Qué sería de nosotros sin esa religión llamada periodismo?

Un motivo para NO ver la televisión

Comer con cabeza

Autor: Élise Desaulniers.

Editorial: Errata Naturae.

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El quinto título de Libros Salvajes, la imprescindible colección de obras de carácter campero (nature writing) creada por Errata Naturae, supone una notable sorpresa. Acostumbrados como estábamos a historias que transcurren en la naturaleza más agreste (peripecias con osos grizzly, la leyenda de Buffalo Bill, el retorno a la vida noble en las Grandes Llanuras), nuestras lecturas favoritas dan un interesante giro. Y se centran, tal y como indica el subtítulo de la obra que hoy nos ocupa, en un tema de absoluta actualidad: “cómo alimentarse de manera sana, sostenible y respetando el bienestar animal”.

No estamos ante un libro de recetas. Ni ante una Chicote de los productos, en lucha contra el fraude alimenticio. Estamos ante una investigación seria y concienzuda basada en el compromiso y la generosidad. Comer tiene sus consecuencias con animales y plantas, con la naturaleza, con la salud del planeta. No cerremos los ojos ante estas circunstancias. “Los problemas relacionados con la alimentación no se reducen a cuestiones de ética animal”, asegura Élise Desaulnier, periodista inquieta que un buen día se preguntó qué es lo que había en el plato que tenía delante de sus narices. “Temas como el calentamiento global, la malnutrición, la explotación laboral o la degradación del medioambiente tenían un denominador común: podíamos considerarlos consecuencias de nuestras decisiones alimentarias”.

Desaulnier no habla solo de cómo la comida afecta a nuestra salud (“Eso del medioambiente y la compasión está muy bien, pero para la mayoría de nosotros la salud, nuestra salud, va por delante”), sino de cómo influye en el mundo que nos rodea (“Si las paredes de los mataderos fueran de cristal, todo el mundo sería vegetariano”).

Este libro es ante todo útil. Está repleto de consejos que podemos aplicar a la vida diaria, a la cesta de la compra, a la mesa de cada día. ¿Qué hacemos? Se pregunta la autora a modo de resumen. Y se contesta de manera sencilla, aplicando el sentido común: Planifiquemos, mantengamos la nevera en orden, compremos con frecuencia y directamente al productor, elijamos lo que necesitamos realmente, conservemos, congelemos, sirvamos raciones más pequeñas, leamos las etiquetas, utilicemos los restos y comportémonos.

“Comer con cabeza” es un libro inteligente para gente comprometida. Y con sentido del humor, que no todo es doctrina verde. Ahí tiene el capítulo cinco, “Una cena en casa de Sarah Palin”, donde la anfitriona nos ofrece diez buenas razones para comer carne. Le desvelaré la primera: “Es la voluntad de Dios”. La ex gobernadora de Alaska se explica: “Si Dios no quisiera que comiéramos animales, ¿por qué los ha hecho de carne?”.

El mundo al revés

Vergüenza. Eso es lo que debieron sentir el pasado domingo los directivos de la actual TVE viendo cómo, mientras su televisión pública emitía esa basura sonora que fue el reencuentro de “OT”, una cadena privada apostaba por “Astral”, una comprometida pieza de carácter social.

Era el mundo al revés. La cadena pública recuperando los gorgoritos de Bisbal, Bustamante y demás cantantes de verbena. La cadena privada desnudando las vergüenzas de Europa, las miserias de la emigración. TVE lideró, como no podía ser de otra manera, con su banda de triunfitos resucitados: 4.702.000 telespectadores y un 24% de cuota de pantalla. Pero lo cierto es que ganó La Sexta, cadena pequeña de Atresmedia, con su emocionante documental: 2.784.000 espectadores y un 14% de cuota de pantalla.

A una televisión pública hay que exigirle servicio público. Y entretenimiento de calidad. “Astral” era las dos cosas. “OT: el reencuentro”, ninguna.

Un motivo para NO ver la televisión

Años salvajes.

Autor: William Finnegan.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Si usted se ha subido en alguna ocasión a una tabla, cree haber disfrutado de la ola perfecta o, simplemente, se ha quedado con la boca abierta viendo cómo alguien surfeaba en Tarifa o en Zurriola, deje de leer este post y salga corriendo a comprar “Años salvajes”. Seguramente es el libro de su vida.

Si es usted lector de secano tiene tiempo para ambientarse: ponga a enfriar unas cervezas, busque alguno de los mejores discos playeros de los Beach Boys (“Today!” o “All sumer long” servirán), suba el volumen y disfrute con las aventuras de un viajero despreocupado, positivo y feliz… obsesionado con el surf. “Un día de verano, cuando tenía diez años, cogí allí mis primeras olas de pie sobre una tabla verde prestada. No recuerdo que nadie me diera nunca instrucciones”, escribe un Finnegan que comienza su relación con el surf en las playas de San Onofre, California, a comienzo de los años sesenta.

Si William Finnegan no escribiera de maravilla, seguramente estos “Años salvajes” serían insoportables. Durante 593 páginas el escritor y periodista neoyorquino viaja persiguiendo olas. Es un trotamundos, un canto rodado, que recorre el planeta surfeando: California, Hawai, Samoa, Tonga, Fiyi, Australia, Bali, Sudáfrica, Java, Sumatra… Si hay olas, ahí está Finnegan. Todo el libro, una autobiografía desenfadada y sencilla, es un canto al surf, a las tablas, a los acantilados y las corrientes, a las playas y los camaradas surferos, a esos mares que le ofrecían “un gigantesco regalo inmerecido”: las olas.

“Los surfistas persiguen el fetiche de la perfección. La ola perfecta, etc, etc. Pero esa ola no existe. Las olas no son objetos estáticos fijos en la naturaleza, como los diamantes. Son hechos fugaces y violentos que se producen al final de una larga cadena de acciones provocadas por tormentas y reacciones marinas”.

Sorprendentemente, incluso el lector que no se haya sumergido en la playa más allá de la cintura disfrutará con cada anécdota, se sorprenderá con cada nuevo destino, se preocupará por la elección de la tabla (¿Demasiado grande para una ola del tipo “corre y dispara”?), se divertirá con los amigos colgados y se alegrará cuando el escritor alcance la cima. De la ola, por supuesto: “Como surfista, llegué a la cima en Nias, aunque eso no lo supiera en su momento. Tenía veintiséis años y era más fuerte y más rápido de lo que nunca volvería a ser durante el resto de mi vida. Tenía una tabla adecuada para la ola adecuada. Y llevaba haciendo surf sin parar durante un año o más. Me sentía casi como si pudiera hacer lo que me diera la gana con una ola”.

Fan “incondicional” de Joyce, “me había tirado un año entero estudiando el Finnegans Wake con Norman O. Brown, un ejercicio de hermetismo masturbatorio al que Bryan no hubiera dedicado ni un minuto de su vida”, el autor de este libro termina lleno de cicatrices. El surf es una actividad de riesgo, pero también una explosión de vida. Bailar sobre las olas, con “sus rutilantes labios y sus lomos afilados”, es bailar sobre el mundo entero. Una biografía salvaje, literaria, apasionada y absolutamente refrescante.

 

Caso perdido

Son las 18:20 del pasado lunes. El presentador de La Sexta se pone serio y, sin inmutarse, dice: “Ya se lo advierto, algunas cosas serán duras. Y estamos en horario de especial protección a la infancia…”. Inmediatamente después pasa a hablar del asesino de Valdepeñas. Un tipo condenado a 103 años por tres crímenes cometidos entre 1993 y 1998. Lo normal en horario de especial protección infantil: puñaladas, sangre, maltrato y despecho, tipos excitados y una pareja de novios asesinados, navajas mariposa, psicópatas “de tomo y lomo”, sociópatas que merodean, “ventean como depredadores y se sienten poderosos”, cuerpos que no aparecen… Lo normal a las seis y media de la tarde.

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Se trata de “Caso cerrado”, una sección muy interesante para criminólogos, necrófagos y simples aficionados a la muerte violenta de seres humanos, que está incluida en el programa “Más vale tarde” (La Sexta). ¿Recochineo? Pues todo hace pensar que sé, que evidentemente, que no puede ser de otra manera. Un espacio de crímenes, a media tarde, en el que presentador se toma la molestia de recordar las macabras circunstancias, “algunas cosas serán duras y en horario de especial protección a la infancia”, solo puede ser recochineo.

O que estamos ante un caso no ya cerrado, sino simplemente perdido: a las televisiones privadas que forman parte del duopolio (Atresmedia / Mediaset) se las refanfinfla absolutamente todo. Especialmente las posibles sanciones económicas. Tienen la sartén por el mango. El negocio de la televisión, y de la manipulación, está en sus manos. La falta de respeto por el telespectador es total. Y los niños solo son telespectadores de reducido tamaño y escaso poder adquisitivo. Hoy vais a ver algunas cosas que serán duras, pequeños bastardos…

Un motivo para NO ver la televisión

De noche, bajo el puente de piedra.

Autor: Leo Perutz.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Leo Perutz es un clásico de la literatura centroeuropea de la primera mitad del siglo XX. Nacido en Praga en una familia sefardita, Perutz era un matemático profesional que comenzó a escribir mientras se restablecía de una herida de guerra. Había leído alguno de sus libro, como “El maestro del juicio final”, pero no recuerdo haber disfrutado de ninguno tanto como de éste. Buena culpa es de la excelente traducción, firmada por Cristina García Ohlrich. Y por supuesto de un Perutz especialmente inspirado: “De noche, bajo el puente de piedra” tiene, como buena parte de la obra de este escritor, una mezcla perfecta de fantasía y talento, de intriga y de poesía.

“Un día de invierno del año 1609, un sábado, sacaron al judío Berl Landfahrer de la habitación que ocupaba en una casa de la callejuela que hay junto al río, en el barrio judío de Praga, y lo condujeron a la prisión del barrio viejo, a la que los judíos de Praga llamaban, en recuerdo de las fortalezas de Egipto, Pitón y Ramsés. Se había previsto que se le ahorcarían a la mañana siguiente en el desolladero, entre dos perros vagabundos.

La desgracia había perseguido a Berl Landfahrer durante toda su vida. Desde su juventud había fracasado en todo. Había ejercido todos los oficios y, a pesar de ello y de trabajar duramente, siguió siendo tan pobre que usaba el mismo vestido el sábado que entre semana, mientras otros cambiaban de ropa cada día de fiesta”.

“De noche, bajo el puente de piedra” es la obra maestra de Perutz. Un libro amplio y libre con infinidad de recovecos, de rincones oscuros y callejones luminosos, en el que los relatos y los personajes se cruzan y brillan como las luces de un caleidoscopio. Estamos ante una guía mágica por la vieja Praga judía, una ciudad de misterios, de supervivientes y reencarnados, de amores y miedos, de tradiciones y temores, poblada por viejos rabinos y comerciantes avaros, por reyes y emperadores, por niñas fantasmagóricas y nobles de bohemia. La ciudad que se consumía cada día como una vela para renacer a la mañana siguiente.

“Le indicó dos estrellas que se movían sin cesar hacia Oriente persiguiendo alguna meta desconocida: una de ellas parecía huir a toda prisa, y la otra en pos de ella. Aquella señal, dijo, predecía la muerte de altos príncipes, traición de sus súbditos, cambios en la religión y en el gobierno de muchos países: en una palabra, infinidad de desgracias”.

Hay que disfrutar a Perutz como se hace con los grandes genios de la literatura del viejo continente. Desde la primera página hasta la última, puesto que las quince breves piezas que forman “De noche, bajo el puente de piedra” no tienen desperdicio. Son una suerte de Mil y una noches europeas, suma de grandes historias, producto de una imaginación desbordante y de un talento apoteósico. Una obra maestra atemporal.

El espectáculo de la política

Llegará un día, si alguien no lo impide, en que La Sexta no tendrá programación. Solo emitirán un interminable programa político que, por supuesto presentado por un inagotable y cada vez más histriónico García Ferreras, convertirá en noticia la nimiedad más apabullante. ¿Que se alivia Felipe González? Atención señores, atención, terremoto en las entrañas socialistas. ¿Que Rajoy tiene la agenda vacía? Queridos telespectadores, el grandioso Real Madrid del todopoderoso Florentino es capaz de colmar las exigencias laborales de todo un presidente del Gobierno. ¿Que Revilla regala anchoas a Rita Barberá? Cuidado, aún no conocemos los límites del bipartidismo.

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El espectáculo de la política.

Ya se que no es nada nuevo: es un modelo de televisión, muy barata y por tanto tremendamente rentable, con que Telecinco lleva años forrándose. En La Sexta han cambiado el corazón por la política, pero respetando rigurosamente el formato: mucho tertuliano radical, mucha opinión, mucho espectáculo, mucha manipulación… y no demasiado periodismo.

El especial “Al Rojo Vivo” sobre el comité federal del PSOE comenzó a las ocho y media de la mañana del sábado. Una mesa, un presentador con ganas de show, un periodista de verdad (Jesús Maraña) y unos tertulianos más o menos interesantes. Cinco (5) horas después apenas habían ofrecido algunas imágenes del interior de Ferraz, que se podían ver en otros medios, y un puñado de rumores. ¿Novedades? Un telefonito móvil “de última generación” que aparecía en la parte superior derecha de la pantalla cuando llegaba a plató alguna noticia-rumor-tuit.

No había chicha para tantas horas de televisión. Lo que supuso un drama televisivo, porque los comentarios se repitieron, las imágenes entraron en bucle, y el telespectador se aburrió. Televisión de saldo, pero rentable: el gasto es mínimo, y la audiencia siempre será mejor que la conseguida por la programación prevista (enésima repetición de “Hoteles con encanto”). Y de paso se habló bien de Eduardo Madina. Por algo será…

En televisión, la política puede ser un espectáculo. Y un gran negocio. Y todo sin necesidad de hacer periodismo, de informar. En La Sexta lo saben.