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Sobrevalorado Cervantes

Los ejecutivos de las grandes televisiones comerciales no entienden el poco interés que despierta en los telespectadores el valioso tiempo de antena que dedican a Miguel de Cervantes. Ya sabe, en el 400 aniversario de la muerte del autor del Quijote las cadenas han ofrecido no solo abundantes noticias, sino hasta programas especiales. Ahí tienen a La Sexta, que incluso puso en marcha la campaña “¡Cervantes vive!”

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No tienen programas de libros, eso de ninguna manera. Desprecian la música y la cultura. Han convertido la televisión en una fábrica de analfabetos. Pero quieren, tócate los cojones, que Cervantes viva. Y que el especial “Buscando a Cervantes”, una rosa en medio del estercolero, tenga una audiencia digna. Imposible: apenas un 3,6% de los telespectadores prestó atención al excelente documental protagonizado por Alberto San Juan.

La televisiones quieren lo imposible. Que de pronto, de manera milagrosa, sus telespectadores sientan una pasión irrefrenable por la literatura. Todo el año alimentándoles con basura, ahí tienen a Pedrerol chillando y a Inda berreando, y luego esperan un milagro cuando llega San Jordi. Más programas de libros y menos tertulias políticas y esperpentos futbolísticos, diría cualquiera con sentido común. Paolo Vasile es este caso el mejor de todos ellos, el más sincero, puesto que no trata de disimular sus intenciones: “Telecinco trabaja para el éxito, no para la gloria”.

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En la televisión pública sí hay programas de libros, faltaría más. Uno bueno y el de Sánchez Dragó. El bueno se llama “Página Dos” (TVE), y siempre tiene algo interesante que ofrecer. El de Sánchez Dragó es… el otro, el que tenía que tener Sánchez Dragó, el que le deben, que para eso dice lo que dice y escribe lo que escribe.

Ante el fracaso televisivo de Cervantes, que vive, pero menos, solo podemos llegar a una conclusión: el escritor de Alcalá de Henares está sobrevalorado. Es evidente. Y puedo demostrarlo con cifras: mientras cuatro gatos veían el especial cervantino en La Sexta, más de tres millones y medio de espectadores (30% de cuota de pantalla) admiraban el reality de Telecinco “Supervivientes”. La audiencia no puede estar equivocada: donde estén los pechos de Yola Berrocal, querido lector, que se quiten don Quijote y Sancho Panza.

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Un motivo para NO ver la televisión

Enterrad a los muertos.

Autora: Louise Penny.

Editorial: Salamandra.

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La novela negra que viene del frío no solo llega de los países nórdicos, cuidado. Crímenes y nieve tienen en este caso origen canadiense: Louise Penny, escritora de Toronto a la que en su país consideran reina del género policíaco, es la responsable de una exitosa serie protagonizada por el inspector Armand Gamache. Salamandra editó hace poco “Una revelación brutal”, ya con Gamache sumergido en un crimen cometido en una población rural. Y La Factoría de Ideas puso a la venta en 2009 la primera aventura del excéntrico inspector, titulada “Naturaleza muerta”. Quedan ocho títulos de la serie por traducir…

Inspector jefe de homicidios de la Sûreté de Quebec, Gamache es de esos policías tranquilos, observadores, que escuchan y pueden parecer grises. Trabaja en equipo, es amable y educado, y no deja de sorprenderse por la tendencia humana a matar. A matar a otros humanos.

“Eran personas astutas, engañosas, arrogantes y muy difíciles de comprender. Sobre todo los anglos. Eran peligrosos, porque no mostraban su criterio abiertamente y ocultaban sus sentimientos tras una sonrisa. ¿Cómo saber qué les pasaba por la cabeza en realidad? Decían una cosa y pensaban otra. Era difícil imaginar qué ser putrefacto se agazapaba en el espacio que quedaba entre las palabras y las opiniones”.

En “Enterrad a los muertos” se cruzan dos crímenes, uno actual y otro que en su día quedó mal resuelto. O eso parece. El primero sorprende a un Gamache que se encuentra de baja tras una operación policial que acabó en tragedia. El inspector, que se ha convertido en asiduo de la biblioteca de la Sociedad Literaria e Histórica de Quebec, tropieza con un asesinato en los sótanos de tan noble lugar. El muerto es nada más y nada menos que Agustin Renaud, el tipo que busca de manera obsesiva la tumba de Samuel de Champlain, el fundador de la ciudad.

“Gamache sabía que esa estrategia era muy arriesgada. Los bancos estaban atestados de francófonos con curiosidad por saber más sobre aquella subcultura que había aparecido en el centro de la ciudad: los ingleses. La mayoría de los quebequeses ni siquiera sabían que estaban allí, y mucho menos tan firmemente asentados”.

Con esa excusa Penny no solo escribe una novela negra, sino que esboza el guión de una guía histórica de Quebec y de su comunidad inglesa. Una novela imprescindible, por tanto, para quienes viajen a esta ciudad y quieran profundizar en su historia de manera amena. Porque historia y misterio se mezclan hábilmente en un libro de estructura a veces enrevesada, por los saltos en la geografía y el tiempo y los numerosos personajes, que atrapa al lector como los mejores best sellers del género. Novela criminal norteamericana, pero de carácter europeo.

Otegi

“El día del asesinato de Miguel Ángel Blanco estaba en la playa, como un día normal”, dijo Arnaldo Otegi en “Salvados”. No tiene que ser fácil ser Otegi. Como no debe ser fácil entrevistar a Otegi. Como sin duda no es fácil escuchar a Otegi. Pero la democracia tiene estas cosas. Jordi Évole entrevista a Otegi en La Sexta, y es periodismo. Información, nada que ver con esa “apología del terrorismo” que advierte la caverna. Un trabajo bien hecho, puesto que muestra al actual Otegi: un hombre consumido por las contradicciones, que se resiste a abandonar el pasado, que quiere dibujar un futuro optimista, que no acierta a arrepentirse, a pedir perdón, a reconocer el daño causado.

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El terrorismo para Otegi es “algo que ha ocurrido”. Una frase de una necedad insoportable que me recuerda, salvando las distancias, al “esa persona que usted dice” de Rajoy. Tipos que se dedican a la política, pero que no son capaces de coger al toro por los cuernos, y exigen a los demás lo que no son capaces de ofrecer. Tipos que intentan justificar lo injustificable.

Arnaldo Otegi ha contribuido al final de ETA, y seguramente ha cumplido una condena injusta de más de seis años de cárcel. Pero Otegi colaboró con ETA, y aún hoy justifica a la banda terrorista. Un callejón sin salida.

Da la sensación de que Otegi ha perdido una gran ocasión para reconocer el dolor causado. Una excelente ocasión para, sin necesidad de humillarse, humanizarse y pedir perdón. Debió hacerlo con contundencia, con autoridad, sin dejar una sola duda de su arrepentimiento. Sin humillarse, insisto, pero sin dejar margen para la duda. Y después pedir el acercamiento de presos, y la independencia de Euskadi, y todo lo demás.

¿Una oportunidad perdida? Seguramente. Pero todos sabemos que esto no iba a ser fácil. Entrevistar a Otegi, digo. Y todo lo demás.

 

Un tuit

Pocas cosas tan tristes como enterarte por un tuit de la muerte de un músico de tu generación que, con sus canciones, marcó de alguna manera tu vida. Es difícil mirar hacia atrás, los buenos años pasados, sin escuchar de fondo dos de mis temas favoritos de Manolo Tena: la estremecedora “Frío”, de Alarma, y la genial y naif “Qué te pasa”.

Pocas cosas tan tristes como escuchar al presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. “Tengo tuit”, anunció en “Salvados” (La Sexta). Y de todo lo que dijo en ese programa será la frase, dos palabras, que pasará a la historia. Porque Mariano Rajoy no solo es un político corrupto, por acción o por omisión, sino que es un político tremendamente gris, increíblemente mediocre, absolutamente incompetente.

Jordi Évole le entrevistó en Moncloa. Y lo hizo con un tono sereno y una colección de preguntas duras pero obvias. Nadie debería esperar otra cosa: se trata del líder de un partido al que la Guardia Civil calificó de “organización criminal”. Rajoy contestó a las cuestión de siempre, desde los SMS a Bárcenas a los apoyos a Rita Barberá, con las habituales evasivas: “Nadie es perfecto… No siempre se acierta en la vida… Sí, me equivoqué, es evidente. Desconocía lo que luego supe”. Y pasó a comentar con una sonrisa “el lío que se traen Iglesias y Errejón”.

Rajoy parecía incómodo y por momentos desconcertado, titubeante, sonado. Tenía la lección, una lección, bien aprendida, y repetía a modo de mantra una idea, unas frases: “España es un gran país, con muchas cosas buenas, pero parece que la noticia son las malas. No es noticia que una persona no sea corrupta, y la inmensa mayoría no lo son”. Poca cosa para un político acosado por la corrupción, rodeado de corrupción, manchado por la corrupción.

Poca cosa para un político francamente miserable. Cuando Évole le pregunta si considera de sentido común que en el año 2016 miles de españoles no sepan dónde están enterrados sus abuelos, el presidente de todos los españoles responde con esta frase para la historia de la infamia: “A mí me gustaría que todo el mundo supiera dónde están enterrados sus abuelos, pero no tengo claro que sea cierto eso que usted me dice ni que pueda hacer nada el Gobierno por arreglarlo”. Tremendo. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) considera que con estas declaraciones Rajoy pone en duda tanto “la existencia de familias que buscan a sus desaparecidos por la represión de la dictadura franquista”, como “la existencia de desaparecidos de la dictadura, insultando y humillando desde su posición de poder, a las miles de familias que desconocen el paradero de un ser querido y que llevan años esperando a que se acabe la transición y empiece una democracia que respete los derechos humanos y termine con la discriminación entre víctimas de delitos violentos”.

Mariano Rajoy, ese presidente de un Gobierno que no tiene dinero para las fosas de los republicanos asesinados por Franco, pero sé para repatriar los restos de los españoles que durante la Segunda Guerra Mundial lucharon en la División Azul del lado de la Alemania de Hitler.

Mariano Rajoy tiene un tuit. Y nada más.

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Un motivo para NO ver la televisión

Una entre muchas

Autora: Una.

Editorial: Astiberri.

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Este no es un cómic agradable y colorido ideal para disfrutar una soleada mañana de primavera. Esta es una novela gráfica áspera y difícil, tejida en negros y grises, que habla de los traumas, del dolor, de la culpa y de la vergüenza. Una novela gráfica de una dureza dolorosa que agarra al lector por las tripas desde las primeras páginas, y se las retuerce sin piedad para recordarle que la violencia sexual es uno de los grandes males de la sociedad actual.

“¿Por qué la idea de que las mujeres y las niñas se merecen lo que les pasa es mucho más fácil de aceptar por las soledades de todo el mundo que el hecho de que los varones violentos causan sufrimiento a millones de todo el mundo, en épocas de paz y en épocas de guerra?”.

Una, la autora, sufrió abusos entre los 10 y los 16 años por parte de tres adultos. Los hechos, que tienen lugar en la segunda mitad de los años setenta, coinciden con las andanzas del llamado Destripador de Yorkshire. Un asesino en serie que mataba prostitutas. “Sólo” prostitutas.

Una es víctima de abusos, y del desprecio de su familia y amigos. Piensan que ella es la culpable, que es una provocadora, que es una “guarra”. La violencia sexual y sus terribles daños paralelos, consentidos por una sociedad capaz de confundir a los que sufren.

“La regla era que las chicas tenían que mantener a los chicos bajo control. Yo no parecía capaz de hacerlo. Nadie esperaba que los chicos se controlasen solos. Las chicas tenían que ser sexys, pero no demasiado, y, aunque el ritmo al que las chicas crecían estaba completamente fuera de su control, tenían que tener cuidado de no dejar que sus pechos y sus muslos alarmasen a la gente. Se exigía que las chicas hicieran cosas sexuales que se consideraba deseables, pero tenían que hacerlo sin revelar sus propias necesidades”.

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Tiempos hipócritas en una sociedad marcada por la miseria, el alcohol, el paro, la violencia, el terrorismo… Tiempos duros para una narración desgarradora, la de una víctima de la violencia sexual que sufre una condena paralela.

“Los niños traumatizados pueden desarrollar un comportamiento que los adultos que los rodean perciben como inapropiado, de modo que llegan los castigos y una mayor marginalización. Así que se disculpa a los adultos mientras se culpa a los niños, pero una cosa es ser explotado porque eres vulnerable y otra dar consentimiento”.

Una novela gráfica desgarradora y desasosegante que nos obliga a pensar, a replantearnos conceptos sobre los abusos y la violencia que hemos visto, y que hemos vivido. Un libro triste y despiadado que nos exige prudencia a la hora de juzgar, y que nos advierte de que el machismo y sus fantasmas campean libremente en una sociedad aún por construir. Demoledor.

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Cucarachas

Dice Antonio García Ferreras, director de La Sexta al tiempo que reportero especializado en cubrir atentados terroristas, que “cuando no te levantas para hacer amigos, sino para sacar a las cucarachas de su escondite, hay presiones”. En un arrebato de humildad solo comparable a los de Pedro Sánchez, ese hombre que es humilde, muy humilde, Ferreras se sitúa en la cumbre de la profesión y reivindica el periodismo “irreverente, crítico y apasionado que abomina de la indiferencia”. Justo el que hace él. No aclara Ferreras si cuando habla de cucarachas se refiere a políticos corruptos o a los políticos de su cuerda, o si habla de algún presidente de un equipo de fútbol, o si se refiere a periodistas de medios que pertenecen a su propia empresa. Sí sabemos que cuando Ferreras habla de cucarachas, y de periodismo irreverente, crítico y apasionado, está a punto de dar paso a Francisco Marhuenda, Eduardo Inda, Pérez Henares

Es posible que usted en ocasiones se pregunte por qué Francisco Marhuenda pierde los papeles cuando se habla de la corrupción en el Partido Popular, cuando se acusa a Mariano Rajoy de esconderse o cuando se defiende el trabajo de Manuela Carmena al frente del Ayuntamiento de Madrid. La respuesta tiene que ver con el periodismo honrado y heroico del que habla Ferreras: el Ayuntamiento de la capital pagó entre 2013 y 2015 a medios de comunicación 20,3 millones de euros. Por si no lo ha adivinado aún, el medio más beneficiado fue La Razón. Sí, el diario que dirige Marhuenda, el mismo que ejerce de tertuliano estrella en esos programas de La Sexta que sacan a las cucarachas de sus escondites y reivindican el periodismo crítico, irreverente y apasionado.

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Periodismo de amiguetes para consolidar el capitalismo de amiguetes. Desconfíe de los periodistas en general, pero sobre todo de aquellos que se presentan como salvadores de la profesión. Esos periodistas heroicos que tienen dos caras, que se enfrentan al poder mientras le asesoran, que abanderan una independencia y una libertad basadas en los beneficios de sus empresas.

Un motivo para NO ver la televisión

El viaje a Echo Spring.

Autor: Olivia Laing.

Editorial: Ático de los libros.

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Estamos ante un libro de viajes que intenta responder a una pregunta: ¿Por qué beben los escritores? La escritora y crítica literaria de Cambridge Olivia Laing se lanza a la carretera en busca de respuestas, con seis leyendas aficionadas a empinar el codo como referencia: Raymond Carver, John Cheever, Ernest Hemingway, Tennesse Williams, F. Scott Fitzgerald y John Berryman. Auténticas leyendas, verdaderos perdedores y bebedores: “Los escritores, incluso los más hábiles y establecidos socialmente, son siempre outsiders, aunque solo sea porque su trabajo es escudriñar y presenciar”.

Laing ha elegido a estos genios bebedores por su talento para escribir, evidentemente, pero también por cómo sufrieron para crear, para digerir el éxito, para estar a altura, para relacionarse socialmente… Tipos atormentados que reventaban los códigos sociales, perseguían sueños y se infligían heridas: “¿Quién no bebería en una situación así, para aliviar la presión de mantener una doble vida tan exigente?”, escribe de Cheever. “Había estado bebiendo mucho desde finales de su adolescencia: Inicialmente, igual que Tennesse Williams, para controlar su ansiedad social. En el bohemio Village de los años treinta y cuarenta, el alcohol seguía siendo el lubricante omnipresente de los intercambios sociales e, incluso en los momentos en que más hondo había llegado en el abismo de la pobreza, se las había arreglado para encontrar los fondos para pasar noches en las que podía beber, increíblemente, una docena de Manhattans o un litro de whisky”.

La escritora emprende el camino y visita los lugares donde los escritores vivieron y bebieron. La América de los bares, pero también de los éxitos y los fracasos, de la adicción etílica y del talento desenfrenado, de un puñado de alcohólicos ilustres que se movieron como fantasmas en el mundo de la literatura. Laing se marca unas metas, diseña un mapa, y recorre el sendero de cientos de copas, de miles de resacas, desde Nueva York a Iowa pasando por París, Cayo Hueso o Nueva Orleans. “Hombre, licor, necesidad, pedazos, escribir. Empezaba a sospechar que había una relación escondida entre las dos estrategias, escritura y alcoholismo, y que ambas tenían que ver con un sentimiento de que algo tan valioso se había hecho pedazos”.

Escrito de maravilla, con introducciones que sitúan al lector en el lugar y el ambiente que vivieron los escritores analizados (“Era la hora del cóctel, ese bonito momento que en el cine se llama la hora mágica, la hora del lobo”), “El viaje a Echo Spring” se lee con una mezcla de envidia por el viaje y deleite por la información que proporciona. “Consideremos lo que dijo Cheever, que se jactaba de que podía tumbar incluso a los escritores rusos más bebedores, cuyos nombres nunca logró deletrear correctamente”. “La tolerancia de Hemingway al licor era legendaria. En una carta escrita unas semanas después del viaje a Lyon se jactaba de ser capaz de ´beber cualquier maldita cantidad de whisky sin emborracharme`”. “Al cabo de poco, Scott Fitzgerald degeneró y volvió a los licores de alta graduación… En algún momento de ese verano le dijo a Laura: La bebida eleva las sensaciones. Cuando bebo, mis emociones se intensifican y las vuelco en el relato. Pero después se hace difícil mantener la razón y el equilibrio. Los relatos que escribo cuando estoy sobrio son estúpidos”. “Berryman fue un profesor apasionado y un buen investigador, un marido, un padre, un mujeriego y un alcohólico”.

Estimulante como un buen pelotazo, este libro tiene la pasión de los viajes al corazón de las tinieblas. Se lee a sorbos cortos o a grandes tragos, se disfruta desde la primera hasta la última gota, y deja la dulce resaca de las noches de gloria. Un placer absoluto. Brindemos por él.