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Televisión en lugar de periodismo

Olvide términos tan pasados de moda como credibilidad, periodismo o innovación. Hablamos de televisión. Y el último programa de Jordi Évole, una engañifa sobre el golpe de Estado del 23-F, ha sido un éxito de audiencia: 24% de cuota, con más de cinco millones de espectadores. Esto es lo que importa. Éxito en términos televisivos, por supuesto. El periodismo o la credibilidad son, insisto, algo muy distinto. La falsa realidad del programa “Operación Palace” ha sido un bombazo, ha dado el golpe, y ha conseguido desactivar el estreno de la competencia: Risto Mejide y su “Viajando con Chester” apenas consiguieron un 9,5% de audiencia. Objetivo conseguido, por tanto.

¿El periodismo? ¿La credibilidad? Qué pesado es usted, madre mía. El periodismo y la credibilidad son importantes, pero ni mucho menos fundamentales. En televisión lo fundamental es la audiencia, y ahí queda ese 24% y esos cinco millones de telespectadores. Récord histórico de la cadena. La prensa especializada en la pequeña pantalla lo tiene claro a la hora de titular: “Évole rompe audímetros con su falsa Operación Palace”. La Sexta, filial de Antena 3, se impone una vez más a Cuatro, filial de Telecinco. “Operación Palace” (La Sexta) blinda “Salvados” de cara al futuro, y consigue neutralizar el estreno de “Viajando con Chester” (Cuatro). Punto.

“Operación Palace” no es periodismo, evidentemente. Pero tampoco un prodigio de imaginación, como se apresuran a aventurar en otros espacios de la cadena. Seguro que usted ha oído hablar de Orson Wells, e incluso de “Operación Luna”, un documental que sugería que el famoso viaje espacial norteamericano fue un montaje. Aquí tiene una lista de falsedades similares. Nada nuevo, por tanto, en esta trola sobre Tejero y sus secuaces. Una simple broma. Lo interesante es que el autor de semejante esperpento sea no un imaginativo cineasta, sino el gurú del nuevo periodismo audiovisual, la reserva espiritual informativa de la televisión, el gran Jordi Évole. “Si ya no puedes confiar ni en Évole, ¿hacia dónde va el periodismo?”, se preguntaba la gente en Twitter.

“Por lo menos nosotros hemos reconocido que es mentira”, ha sentenciado Évole en una frase que de alguna manera recuerda el “y tú más” tan habitual en política. Balones fuera, cortinas de humo. El supuesto informador Évole se quita la máscara y descubre su vertiente como manipulador. Y dice que en televisión hay que correr riesgos, y que el programa es “un experimento”, y que no ofende a los que “sufrieron” ese día. 

Pero lo peor de todo es la justificación de Évole ante la división de opiniones que ha provocado el programa: “Nos hubiese gustado contar la verdadera historia del 23-F. Pero no ha sido posible”. Es decir, que como no han podido hacer un trabajo periodístico sobre el golpe de Estado, han montado un espectáculo circense en la línea de “La guerra de los mundos”. No sé si este salto del periodismo imposible a la ficción periodística dice mucho del equipo de “Salvados”.

Personalmente hubiese preferido esperar un año, o lo que fuese necesario, y que Évole y su equipo me hubieran ofrecido esa “verdadera historia del 23-F” que al parecer les “hubiese gustado contar”. El programa que a mí me hubiese gustado ver. Pero han apostado por la audiencia, han elegido desactivar el nuevo espacio de Mejide en Cuatro para la noche de los domingos con una bomba. Falsa, pero bomba. Cuestión de gustos. Y de intereses. Televisión antes que periodismo.

¿Podremos volver a creer en Évole? Como informador, digo.

Las apariencias

Acabo de leer “Yo fui Johnny Thunders”, una novela protagonizada por un yonqui. La policía ha encontrado muerto en su casa, con una jeringuilla clavada en el brazo, al actor Philip Seymour Hoffman. Leo en El Mundo, día 1 después de Pedro J, el siguiente subtítulo: “La policía detiene a un atracador que se cree que es toxicómano por asesinar de…”. La noticia, titulada como en los buenos tiempos de El Caso, “La mató delante de su hijo”, incluye otras perlas: “Del tipo, ayer por la tarde solo trascendió que es español y aparenta ser toxicómano, le pillaron la caja registradora y el arma” (sic).

¿Aparenta ser toxicómano? ¿Se cree que es toxicómano? ¿Toxicómano como Johnny Thunders, como Philip Seymour Hoffman o como el gorrilla que duerme en la parada de autobús de La Rosilla?

Parece mentira que a estas alturas aún confiemos en las apariencias. Bárcenas aparentaba ser uno de los hombres clave de un partido político honrado, y resulta que tenía 50 millones de euros escondidos en Suiza. Urdangarín aparentaba ser un joven y ambicioso empresario, y resulta que era un duque empalmado. Blesa aparentaba gestionar sabiamente Caja Madrid, y resulta que durante los últimos ocho años que presidió el banco dejó un enorme agujero en la caja y ganó 20 millones de euros.

Aparentaba ser… Y luego resultó que… Una entrevista con el presidente del Gobierno parecía ser lo más de lo más que podía ofrecer la política televisada. Y resulta que una charla entre Mas y González organizada por Jordi Évole (“Salvados”) reunió a casi el doble de audiencia: 4.095.000 millones de espectadores (La Sexta) frente a 2.800.000 millones (Antena 3).

Se puede. Hablar de política, discutir de política, y hacerlo de manera serena y educada. Y entretenida. Y hasta novedosa. Es más, este tipo de debates interesa sobremanera a los ciudadanos, a los telespectadores. Porque lo que cansa no es la política, sino estos políticos.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Yo fui Johnny Thunders.

Autor: Carlos Zanón.

Editorial: RBA.

Yo fui...

Olvide cuantas novelas negras ha leído hasta la fecha. “Yo fui Johnny Thunders” es otra cosa, se encuentra en otra dimensión, ha sido escrita desde una nueva perspectiva. Olvídese del clásico detective, del crimen inicial, de la trama compleja con decenas de personajes que entran y salen. Olvide todo y busque en su discoteca, o en spotify, el “Born to Lose” de Thunders, o la versión que el cantante y guitarrista de Queens hace del “Eve of Destruction” de P.F. Sloan

Carlos Zanón cuenta la historia de un guitarrista yonqui, Francis, Mr. Frankie, nacido para perder. En la música y en el resto de aspectos de la vida. En las horas bajas, con todo en contra, decide regresar a sus raíces, a su barrio, y enfrentarse a lo que le queda de familia, a los fantasmas de sus amigos. Es una Barcelona que reconoce en sus calles, en sus novias, en su dealer Mutante… Todo ello le pasa por delante como en una vieja cinta en blanco y negro: “Que las películas son todo mentiras que se cuentan los perdedores en compensación por la vida que les lleva abajo y más abajo, empujándoles hacía la tumba, hasta que no pueden moverse ni respirar”.

Pasan las páginas y Francis y Mr. Frankie se miran a la cara, se reprochan cosas, echan un pulso y parecen aguantar el tirón. Francis incluso encuentra un trabajo. Pero está rodeado de problemas con apariencia humana. La sombra de Mr. Francis, tal vez. En ocasiones solo le queda la música: “La gente nunca fue muy real para mí. Las canciones sí que lo eran, atraían el resto de las cosas hacia mí. No sé, algo así”.

El protagonista sobrevive al borde de la debacle en todas y cada una de las páginas de “Yo fui Johnny Thunders”. Se enfrenta a sus demonios, a esos sesos “fritos a base de drogas y de medicaciones para dejar de drogarse”, y no encuentra una salida digna a su vida. ¿Es esto una novela negra o una traducción de una biografía de Jim Carroll? En la recta final todo se acelera, caen las máscaras y brota la sangre. Un libro sorprendente, vibrante, tan imprescindible como el mejor Thunders.

 

El Follofacha

Culo veo, culo quiero. En Intereconomía, la cadena ultra de Julio Ariza, no tendrán ni para pagar alquileres ni nóminas, pero sí se rascan los bolsillos para darse algunos caprichitos. Como por ejemplo crear un clónico, bien es cierto que de saldo, de aquel Follonero que hizo grande Jordi Évole en los programas de Buenafuente. Le dicen el “Follonero de la derecha” y es un tal Cake Minuesa que, de momento, tiene un currículo tan breve como triste: interrumpir la rueda de prensa (sin preguntas, modelo Rajoy) celebrada en Durango por ex presos de ETA. “No tenéis la hombría, la dignidad y la vergüenza de pedir perdón”, gritaba el tal Minuesa ante las miradas sorprendidas de los asistentes. Estaba buscando su minuto de gloria…

El Follofacha, también conocido como Fachanero, ha conseguido su propósito: ese minutillo de gloria que hacen que estemos hablando en estos momentos de él y de su cadena de televisión. Poco más. Bueno, también debemos reconocer el valor de meterse en ese avispero etarra y ponerse a dar voces. Algo así como entrar en un bar de moteros Harley con una camiseta de Honda y acercarse a la barra y pedir un Cola Cao. Con dos cojones.

El Follofacha es una imitación, y ese tipo de deformidades no suele funcionar. Recuerdo que una vez Tom Waits me dijo, durante una entrevista en París, que los imitadores nunca son interesantes porque no tienen tiempo para hacer bien las cosas. Siempre a rebufo, siempre con prisas, siempre excesivos e histriónicos. Es el caso del Follofacha, un esperpento que no todos los días se encontrará con ruedas de prensa de ex etarras.

El gran error sería confundir provocación con información. Se supone que el Follonero auténtico pretende informar, poniendo el dedo en la llaga, sobre determinados temas y personajes de actualidad. ¿Usted es un corrupto que lleva meses evitando a la prensa? Pues tendrá que sentir el aliento de el Follonero en la oreja. Otra cosa es la provocación. ¿Ustedes son unos etarras que han organizado una rueda de prensa? Pues yo se la voy a reventar convirtiéndome en protagonista, recordándoles a voces los muertos y dándoles doctrina sobre el perdón. Poco periodismo, mucho escándalo.

P.D.

Y hablando de alternativas, me da la sensación de que el individuo de las imágenes siguientes está pidiendo a gritos un relevo. Sería un momento estupendo para replantearse ir más allá de una alternativa continuista…

Salvados a medias

Vivimos en un país periodísticamente hundido. No lo digo yo, lo dice Manuel Campo Vidal, el hombre que pasará a la historia de la profesión por moderar con callosa mano de mamporrero los debates entre aspirantes a la presidencia del Gobierno: “el periodismo español está atrincherado y ha perdido demasiada credibilidad”. Tiene razón. Pero imagínese usted cómo estará el periodismo español de atrincherado, y cuánta credibilidad habrá perdido, para que sea Campo Vidal, presidente de la Academia de la Televisión, quien lo denuncie. En La Razón.

Estaba pensando yo en todo esto mientras disfrutaba del retorno de “Salvados” (La Sexta). Jordi Évole me produce sensaciones diferentes. Por un lado me gusta su frescura como presentador: me siento cómplice de su discurso descarado, comprometido, en defensa de lo público y de los más humildes. Y de su denuncia constante de la mediocridad de los medios informativos: “A mí lo que me gustaría es que no hicieseis portadas que fuesen fábricas de independentistas”, les dijo el sábado al director de La Razón y al subdirector de El Mundo durante una etapa de su gira de promoción por La Sexta. Y como Campo Vidal con el atrincheramiento y la credibilidad perdida, Évole tenía razón.

Pero por otro lado, algo no acaba de convencerme. Quizá la utilización excesiva y total del término “periodismo” para un tipo de programas que deberían ser considerados como de denuncia, de combate o quizá como simple entretenimiento de calidad. Cosas todas ellas muy dignas y necesarias. El domingo Évole arrancó la nueva  temporada entrevistando al escritor Pérez Reverte en Ciudad Meridiana, un barrio barcelonés hundido por la crisis. ¿Por qué no peta todo? Preguntaba el presentador. Pérez Reverte respondía como cabría esperar de un tipo con tan buen concepto de sí mismo: “de los seis millones de parados hay cinco y medio de cobardes. ¿Quién tiene miedo a un rebaño de ovejas?”.

¿Periodismo? “La coyuntura nos ha ayudado”, dice Évole en prensa y televisión como explicación del éxito de su programa. Tiene razón. Cuando dice coyuntura quiere decir, además de las lamentables circunstancias sociales y políticas, la falta de un periodismo televisivo crítico e independiente. En cualquier caso, “Salvados” no necesita justificaciones de ningún tipo. Es uno de esos programas imprescindibles, como sucede con “El Intermedio”. Imprescindibles no solo por méritos propios, sino como conscuencia de la brutal mediocridad del prácticamente inexistente periodismo televisivo: ¡tengo amigos que presumen de ver solo estos dos programas informativos!

Ahí tenemos a Wyoming y al Follonero, dos tipos inteligentes, grandes humoristas, ejerciendo de periodistas en una cadena de Lara. ¿Este es el futuro del periodismo televisivo?

 

Un motivo para NO ver la televisión

Butcher´s Crossing.

Autor: John Williams.

Editorial: Lumen.

Primero situemos al autor, después hablemos de su obra. Porque John Williams es el responsable de una maravilla llamada “Stoner”, seguramente el libro que más veces he regalado, una historia sobre la dignidad de los humildes, y la importancia de la educación, ya reseñada en este blog. Williams murió en 1994, después de publicar apenas tres novelas y un par de poemarios. Por eso la edición de este “Butcher´s Crossing” por parte de Lumen supone una magnífica noticia. Añádale una portada espléndida y tendrá uno de los títulos más esperados del año.

“Butcher´s Crossing” no tiene nada que ver con “Stoner”, pero en absoluto decepciona. Cuanta una gran aventura, la de cuatro hombres aislados por el invierno durante una partida de caza en el salvaje Oeste. Will Andrews es un joven que, recién graduado en Harvard, llega a un pueblucho de Kansas llamado Butcher´s Crossing con ánimo de conocer la región. En el bar se encuentra con Miller, el cazador de bisontes que asegura conocer un valle tras las montañas donde podrán conseguir cientos de pieles de primera calidad.

En el oeste norteamericano pacían millones de bisontes. Se les cazó de manera incontrolada, en algunos casos solo para arrancarles la lengua, considerada un bocado exquisito. El resto del animal se pudría en la pradera. Hablamos de sesenta millones de bisontes abatidos en Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XIX, cifra que puso al herbívoro al borde de la extinción.

“Butcher´s Crossing” habla de una gran cacería de bisontes, pero sobre todo de hombres que se enfrentan a la violencia de la naturaleza y a sus propios miedos. Es un canto a las praderas interminables, a la fauna salvaje y una forma de vida que consiste en matar para vivir y escapar de quien quiere matarte. “Las montañas tiraban de ellos y el tirón era más fuerte cuanto más cerca estaban, como si fuesen un gigantesco imán cuyo magnetismo aumentara conforme uno se acercaba a él”.

En “Butcher´s Crossing” están las montañas despiadadas que describe Vardis Fisher en “El trampero”, la supervivencia de los hombres rudos de la Trilogía de la Frontera de Cormac Mccarthy, el realismo costumbrista de los cuentos californianos de Bret Harte, y la sensibilidad demoledora del John Williams de “Stoner”. Una delicia.

Cráneos de bisontes, en 1870, utilizadas como fertilizante tras ser trituradas.

 

Otro motivo para NO ver la televisión

Una noche con Lou Reed