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Me quedo con Torrente

Tras una semana con el comisario Villarejo dando por culo en todos los programas de La Sexta, no había forma de evitar ver la entrevista de Jordi Évole en “Salvados” al despreciable madero. ¿De qué otra forma se puede calificar a un tipo acusado de apuñalar a una mujer que, como coartada, asegura que en ese momento estaba con Eduardo Inda? Pues ahí le tienen, en el prime time de una televisión progresista (con permiso de sus superiores). Dando doctrina, hablando de Pujol, de Corinna o de Garzón, insultando la inteligencia del telespectador con un tono chulesco y un discurso simplemente vomitivo.

¿Por qué entrevistan a Villarejo y no a Torrente? Los dos son la caspa. La gran diferencia es que el segundo es un personaje de ficción. Repugnante, pero, insisto, de ficción. El otro formó parte del lado oscuro del Estado. Es Marca España. Y fue a la televisión no para contar nada interesante, sino para soltar quién sabe qué amenazas, para enviar algún mensaje mafioso, para lo que solo puede ser algún miserable trafullo. La tele estaba ahí para hacer el juego a un personaje infecto. Me quedo con Torrente.

Ofrecer un micrófono, una cámara, a un individuo de semejante calaña es lamentable. Y peor aún es hacerlo en nombre del periodismo, cuando el único ejercicio periodístico reseñable era preguntarle de cuando en cuando “¿Pero usted tiene pruebas de lo que está diciendo?”. Ni una jodida prueba.

Apagué la televisión, entre nauseas, cuando el policía jubilado decía algo de Garzón participando “en orgías con moritas que eran narcotraficantes”. Un puto asco de televisión.

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Un motivo para NO ver la televisión

Manifiesto Redneck.

Autor: Jim Goad.

Editorial: Dirty Works.

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¿No sabe usted qué es un redneck? ¿En serio? Pues está de suerte: el libro que hoy nos ocupa se lo explica con pelos y señales. Lea esta aproximación al personaje y rece por no verse reflejado: “Nuestra figurita recortable de redneck estereotípica, desplegable, de cartón piedra y de recortable de caja de cereales, es un Marciano Social desde todos los frentes de estereoripación racista: biológicamente (alimañas y escoria endogámica, degenerada y preña-madres); geográficamente (paletos xenófobos, subdesarrollados y rústicos que habitan entre los matorrales embutidos en tráilers); económicamente (basura pobre, descalza, desdentada e inútil que se dedica a rascar la tierra); culturalmente (trogloditas y patanes simplones, supersticiosos y palurdos) y moralmente (criaturas de pantano muy aficionadas a quemar cruces y abusar de los bebés junto a sus puercas esposas)”.

Ahora que ya sabe lo que es un redneck, corra a la librería, compre este Manifiesto, y léalo con música de Hank Willians III o de Steve’N´ Seagulls a todo volumen. Si quiere bordarlo, prepárese un aperitivo: salchichas para perro tibias y el bourbon más barato que encuentre en el Mercadona con unas gotitas de lejía. Cuando termine el libro, las salchichas y el licor podrá presumir de saber lo que se siente, y cómo se vive, en la América profunda.

Que el entrecomillado anterior no le engañe: lejos de ser un clasista cruel y resentido, Jim Goad ama profundamente a los más marginados de entre los marginados norteamericanos. Es uno de ellos. Y con este libro despiadado, realista e irónico lo que hace es mostrar el desprecio del país más poderoso del mundo por sus ciudadanos más desafortunados.

En India les considerarían “Intocables”. En en interior de Estados Unidos son rednecks, y si antes no tenían una sola oportunidad, con el nuevo gobierno ya están muertos. Goad se niega a normalizar esa marginación social, a asumir ese desprecio clasista, y lucha con su mejor arma: la literatura. Se considera “un arqueólogo cultural, un excavador de basura”, y tiene clara la meta: “follaros con el puño de los hechos”. Prueba conseguida. “Manifiesto Redneck” es un trabajo serio y documentado, siempre ameno y en ocasiones hasta divertido, que analiza mazo en mano y con precisión antropológica. a los grandes perdedores del país de Donald Trump. Demoledor.

 

En mi opinión

Hoy me gustaría analizar para usted la situación de Francia tras unas elecciones inquitantes, en las que había que votar a la derecha para evitar que ganase la derecha. Pero no tengo nivel, lo reconozco. En los grandes medios encontrará especialistas que me dan mil vueltas. “¡En lo de Francia y en todo lo demás!”, gruñirá alguno de esos lectores que piensan que soy un tendencioso radical bolivariano.

Tienen razón. Teniendo en cuenta mis limitados conocimientos de política internacional, no debo hablar de la situación en Francia. Y de la de España, tampoco, puesto que se me ve el plumero podemita. Y el fútbol, ni tocarlo, debido a que soy colchonero/cholista hasta la muerte. Y de otras religiones, como la católica, menos: soy ateo, y como ya imaginará no tengo huevos para reirme de Mahoma. ¿Gastronomía? Imposible: me repugnan los nuevos ricos y sus paladares forjados a base de euros. ¿Arte? Ni hablar, Arco me parece una tomadura de pelo y solo me gusta dibujar animales. ¿Moda, estilo, tendencias? Iría todo el año en camiseta y pantalón corto. ¿Música? Solo escucho blues del Delta, los viejos discos de Hank Williams y los nuevos de Quique González (y Siniestro Total).

Mi opinión vale una mierda. Ya lo sospechaba, pero ha sido Ramoncín, el legendario rey del pollo frito, quien me ha mostrado la luz. Ha sido en una entrevista en La Vanguardia: “Las televisiones no quieren ahora a librepensadores que molestamos”, asegura el bueno de Ramón. Y yo me voy a aferrar a esa reflexión: no soy un zoquete bolchevique escasamente ilustrado que trata de ganarse la vida con sus pareceres y chascarrillos. No. Soy un librepensador, y estoy comiéndome los mocos en este blog porque resulto molesto a periódicos, radios y televisiones. Que lo sepa usted.

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Un motivo para NO ver la televisión

La maldición gitana

Autor: Harry Crews.

Editorial: Dirty Works.

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Cuando crees haberlo leido todo sobre perdedores, cuando piensas que no puede haber despojo humano que te sorprenda, cuando jurarías sobre un poema de Bukowski que lo sabes todo sobre marginalidad y fracaso… llegan los de la editorial Dirty Works y publican “La maldición gitana”. Una historia sobre hombres y mujeres que luchan por salir adelante en Estados Unidos. Pero olvide a Ford, Roth, DeLillo, Franzen y compañía. Una pandilla de pusilánimes. El escritor que firma el libro que hoy nos ocupa es Harry Crews, un tipo duro que nació en Georgia, luchó en Corea, impartió clases de escritura creativa en la Universidad de Florida y entre unas y otras cosas, bebió como un camello. También escribió algunos libros broncos que rezuman violencia, derrota y cierta compasión.

“La maldición gitana” es una losa sobre el lomo de Marvin Molar, el protagonista de nuestra historia. “¡Que encuentres un coño a tu medida!”, le dijo una vez “un puto hispano”. Y desde entonces, “vaya si lo encontré”, la vida de Marvin depende de Hester, o si lo prefiere de su coño: “Encuentra un coño a tu medida y ya jamás volverás a ser el mismo –decía-. Jamás hallarás la paz. Ya verás, lo mismo dará que te humille. Lo mismo dará que te mienta, te hiera, te escupa en la cara o se folle a otros hombres. Lo único que querrás saber es: ¿Volverás conmigo? ¿Me dejarás probar otra vez ese fantástico coño? Probar de nuevo ese coño hecho a tu medida será lo único que te quitará el sueño. Arruinarás a tu familia, te arruinarás a ti mismo, nada te importará”.

Por si aún no tiene los ojos como platos, le diré que Marvin Molar vive desde niño en Fireman´s Gym, el gimnasio de Al Molarsky frecuentado por boxeadores sonados y adictos a la pesa, la vitamina y el músculo. Ahí es donde quiere llevar Marvin a su chica, un nidito de amor que en realidad es un reino de tarados que apesta a linimento y sudor rancio. No se si le he dicho que Marvin no es un tipo del todo normal: nació con dos piernas enanas, posteriormente perdió el habla (“tengo un agujero en el paladar”) y se quedó sordo a los diez años. Y un par de cosillas más: “Mi cabeza es excesivamente grande y tirando a cuadrada… por arriba es como una caja. Por el pelo no se nota pero si la tocas con la mano veras que es plana”, “Mis brazos, en caliente, pueden llegar a alcanzar los cincuenta centímetros de circunferencia, y no sé lo que sabreis vosotros de brazos, pero un par de brazos de esas dimensiones hacen que la gente se detenga a mirar por la calle”.

Así las cosas, sin piernas y con brazos de gorila de montaña, Marvin encontró una salida laboral en la gimnasia: “Soy uno de los mejores equilibristas sobre manos del mundo”, asegura, mientras que en programas como el de Ed Sullivan le consideran “demasiado grotesco”. ¿Freaks? Para nada: Harry Crews está en su hábitat, el otro lado del sueño americano, y se maneja con habilidad y soltura entre personajes absolutamente perfectos a la hora de acumular cicatrices. Quizá estemos ante su mejor libro, por encima incluso de “Cuerpo” o “El cantante gospel”, con algunos párrafos francamente insuperables: “Una vez me fui a la cama con una señora sordomuda y cuando le bajé las bragas resultó que era hemafrodita, con su diminuta polla encogida y sus huevos colgando junto a su glorioso agujero. Claro que no me achanté. Es muy jodido echar un polvo cuando tienes mis deficiencias, no es como para ir por ahí rechazando ofertas. Así que le aparté las pelotas y me puse a ello”.

Lo intentó

Lo intentó. Después se convirtió en un dictador. Respeto al primero de los dos personajes históricos, a la leyenda, al hombre que intentó una revolución por los humildes, con los humildes y para los humildes. Al idealista que soñó un mundo mejor, e intentó una revolución social. Al guerrillero que luchó por una utopía, por acabar con las desigualdades, por crear una sociedad más justa: “Revolución es igualdad y libertad plenas, es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos, es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”. Le respeto como le han respetado Mandela, el papa Francisco, Manuel Fraga, Felipe González o Maradona.

Le respeto porque lo intentó. Después se convirtió en un dictador. No sé si la historia le condenará o le absolverá. Yo me quedo con las viejas fotografías de Enrique Meneses en Sierra Maestra, cuando Fidel aún no era un dictador. Era un joven revolucionario dispuesto a intentarlo.

Fidel Castro, en Sierra Maestra- Enrique Meneses

Primer capítulo del libro que Enrique Meneses ordenó publicar cuando muriera Fidel Castro.

P.D.

Me alegra saber que usted no piensa como yo. Por eso me atrevo a pedirle un mínimo de tranquilidad, de respeto y de educación. Quizá sea yo el que esté equivocado… Si es posible no utilice insultos. Respeto su opinión. Y le aseguro que la tendré en cuenta.

Un motivo para NO ver la televisión

Padre & Hijo

Autor: Larry Brown.

Editorial: Dirty Works.

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Durante los últimos días analistas políticos de todos los pelajes se preguntan los motivos de la victoria de Donald Trump, un tipo racista, gañán y pendenciero que dentro de poco se convertirá en el nuevo presidente de los Estados Unidos. No hay una sola respuesta, pero algunas de ellas podemos encontrarlas en libros como éste, retrato perfecto de una Norteamerica rural, profunda y sombría, humilde y desesperanzada, que permanece oculta al resto del planeta. Millones de norteamericanos no viven en ninguna de las dos costas, desconocen las grandes ciudades, no visitan museos ni hacen surf, no han viajado a otros estados (no digamos a otros países), no tienen cobertura sanitaria ni educación garantizadas… Millones de norteamericanos nunca han oído hablar del sueño americano: su vida ha sido siempre una pesadilla.

“Amartilló el percutor, dirigió el cañón hacia la cabeza de su padre y mantuvo la negra y ancha boca del mismo a dos centímetros de su cráneo. Apretó los dedos en torno a la empuñadura accidentada del arma. El viejo siguió durmiendo. Padre e hijo. Una suerte de presentimiento le hizo retroceder y desistir. No obstante, puso el dedo en el gatillo, le bastó con tocarlo. Supo cómo sería”.

Con este “Padre & Hijo” la editorial Dirty Works añade otra muesca dorada a su catalogo de exquisitices literarias norteamericanas. Sabores sustanciosos para paladares recios. Nada de blandenguerías. Estamos en un terreno que jamás pisaría Fitzgerald, que Hemingway recorrería con escoltas y que Faulkner mostraba con su ilustrada maestría, capaz de hacer parecer luminoso el interior de un ataúd. “Padre & Hijo” habla de las tinieblas del corazón: el odio, la insatisfacción, la venganza, el rencor, la incomunicación, la violencia… Los motores de la vida.

“No entendía cómo un solo hombre podía albergar tanto odio en su interior. Sobre todo un hijo y sobre todo hacia su padre”.

Glen Davis acaba de salir de la muy poco recomendable prisión de Parchman. Regresa a su casa, en un pueblo olvidado del Mississippi de 1968. Allí le espera su padre, carcomido por la miseria y el remordimiento. Y su novia, con un hijo al que se niega a aceptar. Y un hermano, y un amigo de su novia, y… un sinfín de problemas, que afronta de manera más o menos agresiva.

“Aquel día golpeo a su padre hasta lanzarlo al porche a través de la puerta mosquitera, pero no llegaron a resolver nada porque lo que había entre ellos no podía resolverse entonces, en aquel lugar. Y era muy probable que tampoco ahora. Fumó, siguió conduciendo y pensó en su padre, que había sobrevivido a la larga marcha de Bataán, pero había salido mutilado, cosido a bayonetazos en las manos, la espalda y el muslo derecho. Glen se había pasado toda la infancia oyéndole gemir, sacudirse e implorar en sueños, y le había visto sumirse en largos periodos de silencio en los que se quedaba mirando al cielo, probablemente reviviendo viejos recuerdos de los que solo hablaba cuando le daba a la botella”.

Los que ya conocíamos a Larry Brown gracias a “Trabajo sucio”, el libro que dio título e inauguró la editorial que hoy nos ocupa, no estamos sorprendidos. Solo estamos agradecidos. Brown se ha convertido en una leyenda para todos los seguidores de la literatura oculta de la América profunda. Este segundo título confirma lo musculado de su escritura, la fuerza de sus desgarrados personajes, la hipnótica originalidad de sus dramas cotidianos. Es uno de los grandes. Y este “Padre & Hijo”, una estremecedora avalancha de emociones, arrebatos y latas de cerveza.

El búfalo pardo

Un motivo para NO ver la televisión

Autobiografía de un búfalo pardo

Autor: Óscar Zeta Acosta.

Editorial: Dirty Works.

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El búfalo pardo es una bestia parda. Ni más ni menos que el Dr. Gonzo del “Miedo y asco en Las Vegas” de Hunter S Thompson. 114 kilos de realismo guarro, gordo y sangrante aferrados al esqueleto de un abogado chicano aficionado a las birras, los ácidos y las autoestopistas galácticas en mini shorts. Un ejemplar de cuidado que escupe sangre, disfruta de úlcera estomacal y nunca sabe dónde le llevan sus bonitos coches de los 60: “Edificios altos y bloques rectangulares de asfalto van quedando atrás mientras hundo la pezuña en el acelerador de mi Plymouth verde del 65. Con la cabeza llena de Speedy, un pene marchito y una lata en la mano, mis nudillos enrojecidos al agarrar con fuerza el volante y sumergirme de cabeza en las montañas y el desierto en busca de mi pasado…”.

Óscar nació en El Paso, Texas, y fue un niño obeso, pobre, borrachuzo y pajillero que se crió entre desengaños amoroso y okies cazadores de ardillas. “Un paleto nacido del quinto infierno, un chaval mexicano de barrio bajo”. ¿Quiénes son los colegas de este salvaje fronterizo? El Buho, Marijane la gitana, Bertha la traviesa, José el mexicano místico… Y por supuesto Tim Watkins, a quienes todos llaman “el ancla” por razones obvias: “tenía un pollón de 25 centímetros en estado de flacidez”. ¿Su primer gran amor verdadero? Quizá Ruby

“Ruby era la madam del Rancho Banana. Era un bombón. Ninguno de nosotros la había visto jamás entrar en uno de los cuartos. Ella te recibía, te conducía al salón de terciopelo rojo y te servía lo que desearas. La edad no desempeñaba un papel importante en aquel burdel liberal. ´Si pueden pagar, pueden disfrutar`, les encantaba decir a todos los chicos del instituto con quienes llegábamos”.

La biografía del búfalo pardo está desordenada, escrita a golpes de memoria y de anfeta, de pelea y desengaño, de sinrazón y pasión, y seguramente por eso resulta fascinante, adictiva y hasta tierna. Óscar es un niño gigante contando sus aventuras: “Hablo como historiador, como cronista aquejado de ardor de estómago. No siento el menor aprecio por el pasado. Ginsberg y aquellas cafeterías rebosantes de guitarristas muertos de hambre siempre me la sudaron bastante. Nunca se tomaron en serio lo de beber. Y lo cierto es que se agarraron a lo que les cayó encima. Era su mala suerte lo que les llevaba a salir corriendo para toparse en la carretera con zánganos del calibre de Kerouak, para regresar años después con el pelo más largo y puestos de puta marihuana hasta el culo al grito de Paz, Amor y Mota. Igual de arruinados que siempre”.

El gran Óscar ha escrito una autobiografía magistral. Desde el punto de vista de un kamikaze. No espere encontrar la capacidad de análisis, la sensibilidad literaria o el derroche cultural de otras grandes autobiografías, como pudieran ser las de Chateaubriand, Rezzori, Zweig o Marai. Óscar fue un troglodita del Sur profundo, y su vida un huracán que se lleva por delante todo lo que se pone en su camino. También fue un excelente abogado, un orador apasionado y un activista del movimiento chicano en lucha contra la injusticia racial. Ideal para leer en la piscina, con un Speedo sujetando el paquete y una Dos Equis bien fría en la mano.

“La bese en la boca y recorrí sus brackets con mi lengua. Hasta el día de hoy nada hay que me la ponga más dura que una lisiada. Cualquiera con unos brackets, una escayola o un vendaje me tendrá bajo su hechizo. Cada vez que veo una chica con brackets, no importa lo gorda o fea que sea, se me derriten las entrañas”.