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Más cámaras que migrantes

Con esta frase, “más cámaras que migrantes”, resumió el reportero de la cadena de radio la llegada al puerto de Valencia de la flotilla del Aquarius. La noticia sobre los refugiados abría la web del diario El País. Inmediatamente después, una segunda noticia del día que tenía por titulo “El Gobierno prepara el traslado de los restos de Franco”. La tercera podría parecer un advertencia sobre las anteriores: “los populistas están en el lado oscuro de la historia (Pinker)”.

¿Estamos viviendo la declaración de intenciones, de buenas intenciones, de un Gobierno progresista? ¿O solo se trata de un nuevo capítulo de populismo de centro izquierda, digno heredero del Zapatero más superficial?

Cualquier duda se disipa con portadas tan miserables como las de ABC del pasado fin de semana: “Pedro Sánchez impone por decreto la España bonita”, “España afronta una avalancha de inmigrantes por el efecto llamada”. Solo por esto merecen una oportunidad.

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Un motivo para NO ver la televisión

La joven Frances.

Autor: Hartley Lin.

Editorial: Astiberri.

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Hartley Lin, ilustrador nacido en 1981 en Toronto, es el responsable de una primera novela gráfica sorprendente. Y es que desde la más contundente originalidad, por guiones y enfoques, analiza problemas eternos, como la evolución de la amistad, la dependencia del trabajo o los cambios que sufrimos con el paso del tiempo. Con un blanco y negro sencillo y eficaz, en modo alguno frío o aséptico, el autor canadiense firma una historia moderna que desmenuza las miserias de la vida de Frances Scarland, una joven con problemas para dormir que trabaja como asistente jurídica, comparte piso con una actriz bebedora y trata de encontrar su lugar en el mundo.

“- Todo me parece irreal, me siento como una impostora.

- ¿Qué es lo que quieres?

- No sé. Que todo esto se frene. Todos estos cambios son como una montaña que me arrolla. Solo quiero esa cosa que todo el mundo parece tener. Esa cosa concreta que saben de sí mismos… que les permite zambullirse en el mundo con gracia. ¿Tengo que seguir hablando?

- ¿Te gustaría?

- No”.

Frances es ingeniosa, irónica, atractiva a su manera, muy trabajadora y aún más insegura. Duda de sus amistades, de sus compañeros de trabajo, de su jefe, incluso de sí misma. Quizá tenga que ver en todo esto que está rodeada de depredadores, de ganadores y perdedores, de insatisfechos y ambiciosos, de tipos fríos como la piel del tiburón.

Frances a su jefe:

“- ¿Tiene algún plan especial para las fiestas?

- Cuando se llega a cierta edad, todo el mundo cercano empieza a tener cáncer y desaparece de la faz de la tierra. Siguen caminando solo en los pasillos de la memoria. Eso hace que los días nuevos resulten peculiares. No, me quedaré aquí. Siempre hay nuevas batallas revelándose. Me voy a dar una cabezada a casa, volveré a las 4:00”.

“La joven Frances” habla de la delgada línea que separa el éxito del fracaso, de lo miserable que puede ser la vida de un triunfador, de la incapacidad para encontrar amigos o pareja, de la amistad como refugio y salvavidas, del trabajo como sustituto de todo lo demás. Y lo hace de forma magistral, tanto por su originalidad como por su precisión. La historieta gráfica del siglo XXI.

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Hedionda versus Bella

Un motivo para NO ver la televisión

Belleza.

Autores: Kerascoët & Hubert.

Editorial: Astiberri.

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Este cómic extenso y jugoso habla de la hermosura y la fealdad, de cómo la apariencia física condiciona nuestras vidas, de por qué miramos el exterior antes que el interior, de la importancia de la carcasa. Y lo hace en un tono de fábula medieval, incluidas unas hadas que recuerdan algún trazo de Max, que curiosamente no restan una pizca de actualidad a la obra: nuestra sociedad es igual de mediocre y zafia que la que describen Kerascoët & Hubert. Un mundo de envidias y ambiciones, de violencia y rencor, de luchas por el poder y deseos irrefrenables. Un mundo complicado para personas tan humildes y sencillas, en un principio, como Hedionda, la protagonista de este relato.

“Buscando contentar a Belleza, Odón se había marchado en pos de la riqueza. Aunque la fortuna sonríe a los valientes, no cae así como así en las alforjas de los impacientes. Y Odón era de lo más impaciente. Ardía constantemente en deseos de regresar a los brazos de Belleza”.

Hedionda es fea como un demonio. Y además, huele a pescado. Un golpe de suerte, en forma de hada de los deseos, cambia su vida. Cambia incluso de nombre. La joven antes conocida como Hedionda, ahora Bella, se ve sumergida en un torbellino de pasiones y miserias: vuelve locos a los hombres, lo cual desencadena un tsunami de desgracias personales, inestabilidades políticas y violencia desenfrenada. Cada paso que la pobre Hedionda da es un nuevo error, un motivo para causar dolor y derramar sangre. Ha puesto el mundo patas arriba. ¿Añora la fealdad? ¿Está sobrevalorada la belleza? ¿La superficialidad es la causa de todas las desgracias?

“El rey jabalí se sentía sobrehumano. Había aplastado al reino del sur. Tenía en su poder a la más bella de las mujeres y su Reina lo esperaba fielmente en el Norte. Era la encarnación misma del poder que con su desbordante fuerza extingue el más mínimo atisbo de resistencia”.

Kerascoët & Hubert cuentan esta apasionante historia de manera minimalista a nivel gráfico, blanco y negro y un color, pero apoyándose en un guión denso y jugoso. El resultado es brillante. Bonitos dibujos de aire japonés, personajes entrañables y pasiones desenfrenadas. Poco más se le puede pedir a un cómic de gran formato, y cuidada edición integral de 156 páginas, que se devora. Inquietante y hermoso.

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Los puentes de Moscú

Un motivo para NO ver la televisión

Los puentes de Moscú.

Autor: Alfonso Zapico.

Editorial: Astiberri.

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Envidio con todas mis fuerzas a Alfonso Zapico. Y creo que con motivo, puesto que hace de maravilla dos de las cosas que más me gustan en este mundo: dibujar y contar historias. Si además tuviera una banda de rock and roll, me llevarían definitivamente los demonios. ¡Sería perfecto!

De momento, y mientras se piensa lo de la música, tenemos la obligación de disfrutar de su obra, un prodigio de coherencia, sencillez y buen gusto. “Los puentes de Moscú” es su última demostración de talento. Es decir, de su inagotable capacidad para diseñar tramas, para localizar personajes interesantes, para revisar la historia de manera cabal. Para, en resumen, construir puentes entre los lectores y su obra.

Construir puentes. Reconozco que cuando vi que los protagonistas de este libro eran Eduardo Madina y Fermín Muguruza sentí un poco de pereza. El trabajo de Muguruza me interesa tanto como me aburre el discurso político de Madina. Pero comienzas a leer y comprendes la importancia del narrador, de su original planteamiento, de sus ganas de iluminar “los años negros” y pacificar un conflicto que llegó a parecer eterno. Zapico se hace amigo de ambos, y comparte con ellos pochas, caminatas y entrevistas. El resto es arte.

“Esto no es una cosa menor. Esta es una entrevista que es posible ahora, en una Euskadi en paz. Pero hace algunos años, quizá no hubiera sido tan fácil venir aquí, a la cocina de Fermín Muguruza, sentarse y tomar un café mientras charlamos de Enrique Morente (porque charlamos de Enrique Morente y de muchas cosas más). Hace algunos años, Euskadi era diferente. No se si Edu Madina y Fermín Muguruza eran diferentes, pero Euskadi ya no es la misma. ¿Qué nos sugiere esto en cuanto a la convivencia, al futuro, a los espacios que es posible compatir?”.

Zapico los tiene bien puestos: no todo el mundo puede ponerse en medio del problema vasco y salir no ya indemne, sino victorioso. Dibujos en blanco y negro, cuaderno de viaje, de bellos rincones de Euskadi. Y de dos hombres que piensan diferente pero igual, que han sobrevivido a un enfrentamiento armado, que ahora solo piensan en vivir en paz. Un manual de historia reciente que se lee de una sentada, se disfruta desde la primera a la última página, y deja el regusto dulce de las aventuras con final feliz. Delicioso.

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¡Salud!

Un motivo para NO ver la televisión

¡Salud!

Autores: Nadar & Philippe Thirault.

Editorial: Astiberri.

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Un francés sin escrúpulos, con el alcohol y la ambición como únicos amigos, aterriza en una España que vive los últimos estertores del franquismo. Corre 1975 cuando Antoine, aficionado a los placeres de la buena vida, se casa con una gallega y se traslada a A Coruña, donde ayudado en todo por su familia política monta un restaurante de éxito. Es un vividor, pero tiene cierta conciencia social que, entre otras cosas, le hace ver a España como “un país de capullos y de imbéciles”.

“Nuevo atentado de coche bomba perpetrado por ETA.

- En Francia también hay independentistas que ponen bombas.

- Lo dice como si no le importara. ¿Y los muertos qué?- Mientras sean policías o militares, no me importa.

Toda España se pregunta qué métodos nuevos utilizarán los terroristas la próxima vez contra el pueblo.

- Hoy se cual es la bomba más devastadora: el cóctel de alcohol y dinero”.

Como un Gatsby de medio pelo, un seductor borrachín y decadente, Antoine lo tiene todo y lo pierde todo. En el camino nos cuenta su visión de esa España miserable, en blanco y gris, que sobrevivía entre chivatos, torturas y mediocridades. Una España magníficamente descrita en este cómic triste y melancólico, basado en una historia real y con dibujo vintage, que habla de oprimidos, de derrotados y de la bebida como arma de destrucción masiva. Brindo por tan etílica sorpresa.

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