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Las apariencias

Acabo de leer “Yo fui Johnny Thunders”, una novela protagonizada por un yonqui. La policía ha encontrado muerto en su casa, con una jeringuilla clavada en el brazo, al actor Philip Seymour Hoffman. Leo en El Mundo, día 1 después de Pedro J, el siguiente subtítulo: “La policía detiene a un atracador que se cree que es toxicómano por asesinar de…”. La noticia, titulada como en los buenos tiempos de El Caso, “La mató delante de su hijo”, incluye otras perlas: “Del tipo, ayer por la tarde solo trascendió que es español y aparenta ser toxicómano, le pillaron la caja registradora y el arma” (sic).

¿Aparenta ser toxicómano? ¿Se cree que es toxicómano? ¿Toxicómano como Johnny Thunders, como Philip Seymour Hoffman o como el gorrilla que duerme en la parada de autobús de La Rosilla?

Parece mentira que a estas alturas aún confiemos en las apariencias. Bárcenas aparentaba ser uno de los hombres clave de un partido político honrado, y resulta que tenía 50 millones de euros escondidos en Suiza. Urdangarín aparentaba ser un joven y ambicioso empresario, y resulta que era un duque empalmado. Blesa aparentaba gestionar sabiamente Caja Madrid, y resulta que durante los últimos ocho años que presidió el banco dejó un enorme agujero en la caja y ganó 20 millones de euros.

Aparentaba ser… Y luego resultó que… Una entrevista con el presidente del Gobierno parecía ser lo más de lo más que podía ofrecer la política televisada. Y resulta que una charla entre Mas y González organizada por Jordi Évole (“Salvados”) reunió a casi el doble de audiencia: 4.095.000 millones de espectadores (La Sexta) frente a 2.800.000 millones (Antena 3).

Se puede. Hablar de política, discutir de política, y hacerlo de manera serena y educada. Y entretenida. Y hasta novedosa. Es más, este tipo de debates interesa sobremanera a los ciudadanos, a los telespectadores. Porque lo que cansa no es la política, sino estos políticos.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Yo fui Johnny Thunders.

Autor: Carlos Zanón.

Editorial: RBA.

Yo fui...

Olvide cuantas novelas negras ha leído hasta la fecha. “Yo fui Johnny Thunders” es otra cosa, se encuentra en otra dimensión, ha sido escrita desde una nueva perspectiva. Olvídese del clásico detective, del crimen inicial, de la trama compleja con decenas de personajes que entran y salen. Olvide todo y busque en su discoteca, o en spotify, el “Born to Lose” de Thunders, o la versión que el cantante y guitarrista de Queens hace del “Eve of Destruction” de P.F. Sloan

Carlos Zanón cuenta la historia de un guitarrista yonqui, Francis, Mr. Frankie, nacido para perder. En la música y en el resto de aspectos de la vida. En las horas bajas, con todo en contra, decide regresar a sus raíces, a su barrio, y enfrentarse a lo que le queda de familia, a los fantasmas de sus amigos. Es una Barcelona que reconoce en sus calles, en sus novias, en su dealer Mutante… Todo ello le pasa por delante como en una vieja cinta en blanco y negro: “Que las películas son todo mentiras que se cuentan los perdedores en compensación por la vida que les lleva abajo y más abajo, empujándoles hacía la tumba, hasta que no pueden moverse ni respirar”.

Pasan las páginas y Francis y Mr. Frankie se miran a la cara, se reprochan cosas, echan un pulso y parecen aguantar el tirón. Francis incluso encuentra un trabajo. Pero está rodeado de problemas con apariencia humana. La sombra de Mr. Francis, tal vez. En ocasiones solo le queda la música: “La gente nunca fue muy real para mí. Las canciones sí que lo eran, atraían el resto de las cosas hacia mí. No sé, algo así”.

El protagonista sobrevive al borde de la debacle en todas y cada una de las páginas de “Yo fui Johnny Thunders”. Se enfrenta a sus demonios, a esos sesos “fritos a base de drogas y de medicaciones para dejar de drogarse”, y no encuentra una salida digna a su vida. ¿Es esto una novela negra o una traducción de una biografía de Jim Carroll? En la recta final todo se acelera, caen las máscaras y brota la sangre. Un libro sorprendente, vibrante, tan imprescindible como el mejor Thunders.

 

Solidaridad española

Una de las grandezas de España es la solidaridad. El español puede ser corrupto, ladrón,  infiel, asesino o incluso ejercer de notario, minucias que no impiden que, en el recodo más profundo de su alma, atesore la cantidad de buenos sentimientos necesarios para considerarse profundamente solidario. Es decir, que los españoles en el fondo somos buena gente, que tenemos un corazón que no nos cabe en el pecho, que en nuestra casa donde comen dos comen diez, que esta ronda la pago yo, que aquí me tiene usted para lo que quiera. En España tenemos el Festival Solidario de Cine de Cáceres, el mercadillo solidario de Carmen Lomana para las Hijas de la Caridad y las Hermanitas de los Pobres, el maratón  solidario de la Nuevas Generaciones de Benidorm, las galas solidarias de las cadenas privadas de televisión (hasta arriba de publicidad), el disco solidario de Alejandro Sanz… Y así hasta el infinito.

En España somos solidarios hasta decir basta. ¡Basta pues! El límite de la solidaridad mal entendida seguramente está en la adhesión de la gran mayoría de presidentes de equipos del fútbol español con José María del Nido, ex presidente del Sevilla condenado a siete años de prisión por meter mano en la caja del ayuntamiento de Marbella. Tipos tan conocidos como Florentino Pérez, Sandro Rosell, Enrique Cerezo, José María Villar, presidente de la Federación Española de Fútbol, o Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, han iniciado una campaña para evitar el ingreso de Del Nido en prisión. 29 de los 40 presidentes de Primera y Segunda división han firmado pidiendo su indulto.

Nido

El fútbol español es una organización mafiosa. Por si alguien lo dudaba, ahí tiene esa reunión de capos, que recuerda a aquella celebrada en 1946 en la Habana con Vito Genovese, Giuseppe Magliocco, Lucky Luciano y compañía. La nueva Camorra del balón haciendo piña con Del Nido, uno de los nuestros, defendiendo con uñas y dientes no ya sus miserables gestiones futboleras, sino su capacidad para delinquir en la sociedad civil: los jueces consideran probado que Del Nido facturó millones de euros al consistorio marbellí entre 1999 y 2003 por servicios jurídicos que nunca llegó a prestar. Malversación y prevaricación. Siete años en chirona. Del Nido, a la jaula.

Cuando Florentino Pérez, Rosell, Cerezo y compañía piden el indulto para un individuo que ha robado millones de euros a los ciudadanos de Marbella demuestran una solidaridad descomunal, desproporcionada, española. Piden para ellos mismos, una raza exquisita y privilegiada, la élite. Piden para un ganador en apuros. Benditos sean estos grandes hombres, y bendita sea su forma de gestionar el fútbol, de entender el deporte, de hacer negocios.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Un hombre sin aliento.

Autor: Philip Kerr.

Editorial: RBA.

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No había leído nada de Philip Kerr, un escritor escocés al que consideraba autor de best sellers policiaco-históricos. No me gusta demasiado ese subgénero negro. Error. Kerr ha situado las aventuras de su personaje estrella, el detective Bernie Gunther, en una época fascinante: la Alemania nazi. “Un hombre sin aliento”, su última novela con este peculiar sabueso como protagonista, ha ganado el III Premio internacional de novela negra RBA. Y creo que de manera muy merecida: te mantiene enganchado desde la primera a la última página, condición indispensable de todo premio policíaco que se precie.

“Un hombre sin aliento” arrastra al lector a uno de los momentos más tristes, violentos y sórdidos de la historia: el campo de batalla entre alemanes y rusos en el invierno de 1943. Un lugar deprimente, Smolensk, cubierto de nieve y sangre. El detective Gunther odia a los nazis, pero trabaja junto a ellos en la Oficina de Crímenes de Guerra del Alto Mando Militar. Y recibe la orden de investigar los restos humanos desenterrados por un lobo hambriento en el bosque de Katyn, en las afueras de Smolensk. Podría tratarse de una fosa común con 4.000 soldados polacos asesinados por el ejército ruso, una perfecta herramienta de propaganda en manos de un Josep Goebbels que encarga personalmente la misión a nuestro hombre.

Todo se complica cuando a los cuerpos en descomposición se añade la aparición de un asesino de soldados alemanes. Gunther investiga los dos frentes abiertos, y combate sus demonios: odia a los nazis, “es difícil estar orgulloso de la patria cuando tantos compatriotas se comportan con una brutalidad tan despiadada”, pero es capaz de matar a sangre fría como hacen ellos.

Bien construida, con un increíble ritmo, toneladas de humor negro y decenas de personajes inolvidables, entre los que hay espacio para un fascista español, “Un hombre sin aliento” es una novela bien escrita, excelentemente documentada y enormemente adictiva. Francamente brillante.

La picadora de Cospedal

Ignacio Villa, tertuliano ultra reconvertido por María Dolores de Cospedal en su mamporrero de cabecera (director de la televisión autonómica de Castilla La Mancha), está cabreado como una mona. Y con razón: se le acusa de macabro, sádico y amarillista por, en el informativo de la noche (20:00), ilustrar con imágenes de una picadora de carne en plena faena una noticia sobre el asesinato de una mujer a manos de su pareja en Cifuentes (Guadalajara). “Mándenme si quieren un sicario a mi casa esta noche a que me de una paliza, pero no me acusen de lo que no he hecho: la información sobre el crimen machista de Cifuentes fue impecable”, dijo Villa, me temo que un tanto obsesionado con la carne triturada, cuando el PSOE castellano manchego pidió su dimisión.

La picadora es el electrodoméstico favorito del poder, muy por delante de la postmoderna Thermomix e incluso de la tradicional embuchadora. De chorizos. En el despacho de todo político depredador tiene que haber una picadora, y el de Cospedal, una de esas mujeres que procura no dejar rastros, no iba a ser una excepción. Picadoras de recibís comprometedores, de dobles contabilidades, de sobres, de facturas falsas, de indemnizaciones en diferido, de concesiones irregulares, de donaciones chungas, de apropiaciones indebidas y falsedades documentales, de asesorías inexistentes, de documentaciones comprometedoras, de finiquitos fraccionados… La nueva versión charcutera de la vieja trituradora de papel supone, tengo que reconocerlo, toda una sorpresa.

Violencia de genero y casquería. Más allá del periodismo sucio, el periodismo artístico. Ilustrar con imágenes de una picadora de carne, de cuchillos y de otros instrumentos usados en carnicería, una información sobre una caso de violencia doméstica solo se puede entender como la última boutade de una provocadora estrella de Arco. Una performance de mal gusto repleta de metáforas gorrinas, en la que el morcillo picado quizá represente un intento por acceder a un nivel primordial de conciencia, la búsqueda del ser. ¿Por qué hay ser y no más bien nada, cuando lo cierto es que el planeta tiene forma de albondiguilla? Se pregunta el artista revisitando a Heidegger.

La bella y la bestia. Cospedal y Villa han formado uno de esos matrimonios de conveniencia que marcan una época en la historia de los medios de comunicación. La política sin escrúpulos que paga con un hueso revenido los servicios prestados. Y el periodista sumiso que, tras años defendiendo de manera vehemente a su ama, recibe el premio de consolación, la caricia en el lomo. Así funciona la política, así funciona el periodismo.

 P.D.

No se pierda usted al palmero…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Pasaje de las sombras.

Autor: Arnaldur Indridason.

Editorial: RBA.

El pasado y el presente se cruzan, de manera ordenada y cabal, en la última novela del escritor islandés Arnaldur Indridason, ganadora del VII Premio RBA de Novela Negra. El pasado y el presente con sus respectivos crímenes, íntimamente relacionados entre sí en una trama perfecta, que encandilará incluso al lector no demasiado aficionado a los saltos en el tiempo, a los policías pusilánimes o al misterio que llega del frío.

“Pasaje de las sombras” es el último ejemplo de novela negra nórdica, trabajo impecable de un Indridason meticuloso capaz de enredar al lector sin proponerle grandes emociones. En estas páginas no encontrará usted pistolas humeantes, matones violentos, detectives fascinantes o hermosas mujeres de dos caras. Ni siquiera los cadáveres presentan marcas sospechosas. La normalidad sería la seña de identidad de este libro si no fuera por algunos  pequeños detalles… Una pareja de policías encuentra el cuerpo sin vida de un anciano sobre su cama. La autopsia confirma que fue asfixiado. Durante el registro de la vivienda encuentran recortes de prensa sobre otro crimen, cometido en 1944, en el que el cuerpo de una joven estrangulada apareció en la parte trasera del teatro Nacional de Reikiavik. Dos parejas de detectives se ponen en marcha, unos ahora y otros entonces.

Con estos mimbres, y con esos endiablados nombres islandeses, se podía construir una trama realmente compleja. Nada más lejos de la realidad. Indridason apuesta por la sencillez, por una buena historia bien contada, y consigue que leer “Pasaje de sombras” sea todo un placer.

El final del camino

Me repugna el 90% de la televisión actual, tengo que reconocerlo. Pero admito que me causa una profunda admiración la capacidad de este electrodoméstico para sorprenderme: como le sucedía al bueno de Forrest Gump al abrir la caja de bombones, cuando toco el mando a distancia nunca se lo que me puede tocar…De hecho, escribo este post en shock, aturdido, anonadado y un tanto horrorizado tras ver y escuchar a Ramoncín en Intereconomía. ¿Presentando un nuevo disco en un espacio musical? ¿Anunciando las fechas de su nueva gira en un programa cultural? No, hablando sobre financiación autonómica en “El gato al agua”, programa estrella de la decadente cadena conservadora.

El legendario rey del pollo frito, con permiso del coronel Sanders (creador de Kentucky Friend Chicken), vestía chupa de cuero azul clarito, con coderas, y lucía cuatro pendientes. Epidérmicamente más cercano a Camilo Sesto que a Bruce Springsteen, el de Vallecas ha caído en el más profundo, oscuro y pestilente de los pozos: Intereconomía es el agujero negro, el viaje sin retorno, la tumba del tertuliano. Donde menos pagan, donde menos te ven, donde pierdes esos posos de credibilidad que aún te quedaban. Intereconomía es el final del camino.

Edurne Uriarte es otra de las estrellas de la tabernaria mesa de Intereconomía, y seguramente por eso ha terminado como ha terminado: increpando a la Guardia Civil en un incidente de tráfico. El clásico “usted no sabe con quien está hablando…”.

“Con una tertuliana de Intereconomía”, pudo muy bien responderle el miembro de la Benemérita mientras se calzaba los guantes de látex y se ponía una mascarilla de protección respiratoria: pocas cosas resultan tan apestosas y sucias como la soberbia. El Diario informa de que la ex compañera del ministro de Educación José Ignacio Wert “advirtió a dos agentes de la Guardia Civil de Tráfico de su condición de tertuliana y de la capacidad que tenía de telefonear a sus superiores, incluidos los del Ministerio del Interior”.

Para el periodista, para el político, para el músico, para el abogado y hasta para una Barbi Complementos. Salvo contadas excepciones, en la actual televisión no hay nada más aburrido, más cutre, más tendencioso y menos necesario que un tertuliano. Son el final del camino.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Cuesta abajo.

Autor: Michael Connelly.

Editorial: RBA.

¿Un nuevo caso del inspector Harry Bosch? No. ¡Dos nuevos casos del inspector Harry Bosch! Y por el precio de uno… Cuando apenas le quedan tres años para jubilarse, al policía de Los Angeles se le acumula la faena. Por un lado recibe el encargo de la Unidad de Casos no Resueltos de resucitar una vieja investigación, la de una violación con asesinato cometida en 1989. Nada más arrancar este caso se produce la muerte, aparentemente por suicidio, del hijo de un concejal con el que ha tenido numerosos enfrentamientos. El concejal pide que sea Bosch quien dirija la investigación.

Los casos no se tocan, pero se cruzan. Bosch se sumerge en ambos al mismo tiempo, con la misma intensidad emocional, y con el consiguiente barullo tanto profesional como personal: “La carga de la verdad resulta pesada”. Así las cosas, la jubilación se aleja. El inspector siente que tiene una misión, limpiar las calles de asesinos. Pero no solo se trata de un interés profesional: parece adicto a esa  adrenalina que le produce retirar de la circulación a quienes son capaces de hacer del mundo un lugar doloroso. Íntegro, leal, concienzudo… Su filosofía está bien definida: o bien todas las personas cuentan, o bien ninguna persona cuenta.

Los dos casos se complican. El suicidio esconde una trama corrupta que afecta a políticos y policías. El violador y asesino del 89 es un depredador sexual con un historial tan amplio como espeluznante. Añádale problemas con su compañero en el cuerpo, sus difíciles relaciones con los jefes de la policía, un incipiente romance y una hija adolescente, y tendrá una historia policiaca absolutamente redonda.

La novela número 17 de Connelly con el inspector Bosch como protagonista es, sin duda, una de las mejores que haya escrito jamás.