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El sagrado tiempo de lectura

“Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros”. Cicerón, (106 AC – 43 AC).

¿Necesita el mercado editorial español una biografía del presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, escrita por su hijo de 22 años? Por si le queda alguna duda sobre la respuesta correcta le diré que el libro se llama “Guillermo Fernández Vara, el desafío del cambio”, y que el prólogo es obra de Alfredo Pérez Rubalcaba.

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Luego dicen que en España se lee poco. Escucho en el prime time matinal de Antena 3 cómo presentan este libro, con el dicharachero hijo del líder socialista charlando muy suelto con Susanna Griso, como si él fuera Gay Talese y su padre Winston Churchill. Encontraríamos mayor parecido, qué duda cabe, entre Griso y Oprah Winfrey.

El hijo del barón socialista cree que su libro es único porque es la primera biografía realizada a un político desde dentro. Desde su propia casa, contando su vida privada, para que usted me entienda. Yo creo que una biografía profesional de Fernández Vara no puede tener, de ninguna manera, bajo ningún punto de vista, el menor interés: se trata de una de las momias socialistas que destacan por su soberbia y su mediocridad, que piensan que el partido es suyo, que se creen dioses de la izquierda. Imagine una biografía íntima, privada y detallada. Puag!

Nos falta tiempo para leer. Las librerías están llenas de títulos sugerentes, de biografías excitantes, de historias alucinantes protagonizadas por seres ingeniosos, brillantes, hilarantes… Pero algunos se empeñan en robarnos la ilusión, el futuro, en ocasiones incluso la pasta… no consintamos que también nos sisen el sagrado tiempo de lectura.

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Un motivo para NO ver la televisión

El eterno intermedio de Billy Lynn.

Autor: Ben Fountain.

Editorial: Contra.

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Son ocho tipos más o menos tarados que han sobrevivido a una guerra, Irak, y regresan a casa. Héroes de cartón en los que se reflejan las miserias de su país. Un recorrido espeluznante por el país de Trump con los miembros del Escuadrón Bravo como perfectos anfitriones. Uno de ellos es Billy Lynn, soldado raso que, tras vivir el dolor, la pérdida, el miedo y la nostalgia, regresa al hogar convertido en un héroe. No está seguro de serlo, pero su país es una máquina perfecta de triturar ciudadanos: “América, con sus millones de hectáreas de maíz y trigo, sus lagos de leche, su manar inacabable de frutas y verduras, y la carne, esa extraordinaria parada de terneras, aves de corral, mariscos y cerdos cebados, vitaminados e hipodérmicamente inmunizados en ruidosas factorías de rauda producción proteínica que, tras varias generaciones de nutrición épica, halla su culminación en esta raza de humanos de tamaño industrial”.

Ben Fountain utiliza a estos desubicados militares para ironizar sobre Estados Unidos, para burlarse del sistema, criticar el puritanismo y la impostura, reírse de la ignorancia y, sobre todo, denunciar el ombliguismo de una sociedad profundamente hipócrita. Abogado de Carolina del Norte, Fountain conoce bien los resortes de un país que se divide en ganadores y perdedores.

“Lo que quiero decir, chicos, es que todo el mundo os ama, negros, blancos, ricos, pobres, gays, heteros, todo el mundo. Sois los paladines de la igualdad de oportunidades del siglo veintiuno. Yo soy tan cínico como el que más, pero vuestra historia le ha tocado el corazón al país. Lo que hicisteis en Irak: os las visteis cara a cara con unos malos muy malos y les pateasteis el culo. Hasta un papanatas pacifista como yo se siente agradecido”.

Ang Lee ha rodado la versión cinematográfica de esta novela. Y no puedo imaginar si el resultado será una película bélica, una comedia tronchante o un drama demoledor. O quizá las tres cosas. De todo hay en “El eterno intermedio de Billy Lynn”, uno de esos libros que describen un país con precisión de cirujano. Y con enorme solvencia literaria, navegando entre obuses y culos de cheerleader, en el lejano desierto o en un estadio de fútbol, acompañado de héroes o de villanos. Sorprendente.

“Billy siente frío allí donde debiera sentir más calor, como si de buenas a primeras el significado de lo que lo rodea se alojase de forma natural en el más delicado de los instrumentos a su disposición: sus pelotas. Tiene miedo. Sabe que está en mal sitio. Ellos disfrutan hablando de Dios y de la patria, pero lo que proponen es el demonio, todos esos atareados demonios bioquímicos del sexo, la muerte y la guerra que fermentan en la base del cráneo y hacen aumentar la temperatura unos grados hasta que hierven y se derraman por los bordes”.

 

Mi rincón favorito de Madrid

Cuando cierra Tipos Infames, como sucede estos días, mi rincón favorito de Madrid se encuentra en la segunda planta de la librería La Central, junto a la plaza de Callao. Se encontraba. Esta mañana, cargado de libros para ojear, encaminé como de costumbre mi trasero hacia la esquina oeste de la sala dedicada a filosofía, historia y ciencias sociales en la casa palacio situada en la madrileña calle Postigo de San Martín 8. Mi rincón, una madriguera luminosa en la que descubrí por mí mismo, rastreando, husmeando y leyendo solapas, contraportadas y párrafos sueltos, maravillas del calibre de “Historia de un estado clandestino” (Acantilado) de Jan Karski, “Memorias de un anarquista” (Melusina) de Alexander Berkman, “El gran depredador” (Ariel) de Lucy Hughes-Hallett, “El diablo manda” (Almed), la biografía de Sir Richard Burton escrita por Fawn M. Brodie o las monumentales memorias de Iliá Ehrengurg publicadas por Acantilado. 

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El chasco fue monumental… El mullido sillón de cuero donde me recosté tantas mañanas, de espaldas a la luz de un amplio ventanal, para ver pasar la vida y las páginas de los libros, había sido sustituído por una poco acogedora silla vintage de madera barnizada. La suave piel de vaca dejaba paso al recio nogal. La butaca de biblioteca cedía su lugar a la poltrona de bar. La invitación al sosiego, el reposo y la lectura quedaba suspendida. El sillón seguía allí, a pocos metros, en otro rincón más recogido, una umbría alejada de las estanterías. No es lo mismo…

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Los libros tienen su textura, su olor, su primera impresión, su diseño y su formato, su presencia y su peso, su aspecto físico y su contenido emocional. También tienen su tiempo. Es decir, su espacio, su momento. Comprar libros no es como comprar tornillos. Comprar libros es un placer que comienza cuando sales de casa pensando en autores, editoriales y portadas, y que se dispara cuando te paras frente a la mesa de novedades. Fuegos artificiales. Ahí están lo último de Richard Ford, el nuevo western recuperado por Valdemar y un cómic en francés sobre una historia real de segregación racial en Misisippi. Miras y admiras, acaricias y ojeas, lees la biografía del autor, el resumen de la contra, las alabanzas del The New Yorker y los innumerables premios Booker en la faja de portada… Y lo dejas en su sitio, cambiándolo por un ejemplar plastificado que desvirgarás cuando llegues a casa.

Comprar libros en Amazon, en grandes superficies, es como el sexo on line: un sucedáneo sin alma. Por eso ese sillón de cuero, el observatorio desde el que descubrir en directo nuevas galaxias literarias, era mi rincón favorito de Madrid.

Libros y televisión

El próximo jueves se celebra el Día del Libro. El programa literario de TVE “Página 2” dedicó el espacio del domingo a ese acontecimiento anual, una fiesta de la lectura, el conocimiento, la diversión y el entretenimiento. En el suplemento cultural Babelia que publicó El País el pasado sábado, Ricard Ruiz Garzón escribe un texto, titulado de manera no demasiado imaginativa “La caja tonta”, en el que se hace una serie de preguntas sobre “el binomio maldito televisión-cultura”: ¿Por qué no emiten espacios literarios las cadenas privadas? ¿Por qué las públicas apuestan cada vez menos por ellos? ¿Ha de tener audiencia un programa de libros o es un servicio? ¿Por qué ni siquiera quienes hicieron fortuna en el mundo editorial apuestan por él en sus grupos mediáticos? ¿Hay que seguir haciendo programas para los convencidos o abrirlos para hacer difusión entre el público menos lector? ¿Tienen futuro los programas con libros con mando a distancia o acabarán siendo todos online?

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No es fácil responder a Ruiz Garzón, pero se puede intentar. ¿Por qué no emiten espacios literarios las cadenas privadas? Esta es la más sencilla de todas sus preguntas: Porque con ellos no obtienen audiencia, es decir, dinero. Y porque el Estado no les obliga a cumplir con ciertas condiciones de servicio público para con los ciudadanos. Ganar dinero no debería ser el único fin de las televisiones privadas. ¿Por qué las públicas apuestan cada vez menos por ellos? Porque aunque lo nieguen, compiten con las privadas (hablo de España), y como acabamos de ver, los espacios literarios no generan audiencia. ¿Ha de tener audiencia un programa de libros o es un servicio? Es un servicio público, y cuanta más audiencia tenga mucho mejor. Pero ésta no debería ser ni un fin, ni una obsesión. Un programa de libros en una cadena pública debe tener, sobre todas las cosas, calidad. ¿Por qué ni siquiera quienes hicieron fortuna en el mundo editorial apuestan por él en sus grupos mediáticos? Quienes hicieron fortuna en el mundo editorial tienen como principal obsesión hacer que esa fortuna se multiplique, y para ello son capaces de cosas increíbles, como vender su alma al poder político o manipular premios literarios. No olvidemos que se han forrado vendiendo libros como podrían haberlo hecho vendiendo embutidos, zapatos o neumáticos usados.

¿Hay que seguir haciendo programas para los convencidos o abrirlos para hacer difusión entre el público menos lector? Todos los telespectadores tienen derecho, puesto que todos pagan impuestos, a ver programas a su medida, tanto los lectores habituales como los menos convencidos. Se supone que los Telediarios se hacen tanto para los consumidores habituales de información, lectores de diarios u oyentes de radio, como para los más despistados. Se puede hacer un gran programa de libros para todos los públicos, siempre que exista voluntad. ¿Tienen futuro los programas de libros con mando a distancia o acabarán siendo todos online? Los programas con libros no tienen futuro porque ni a los gobiernos ni a los empresarios de televisión les interesan unos ciudadanos preparados, cultos, críticos, con criterio. Los gobiernos quieren ciudadanos incultos, ignorantes, dóciles y fácilmente manipulables. Para que vuelvan a votarles. Los empresarios de televisión quieren telespectadores lerdos, adormilados y poco exigentes, para que sigan enganchados al electrodoméstico y no se les ocurra salir a la calle, viajar, visitar exposiciones, asistir a conciertos o, el colmo, leer un libro.

Para terminar el post de hoy me gustaría recordar un pequeño detalle: no es fácil hacer un buen programa de libros. Es más, es muy difícil. Es muchísimo más sencillo, e infinitamente más rentable, pastorear una docena de freaks y poner en marcha una nueva edición de Gran Hermano.

Un motivo para NO ver la televisión 

El paseo de los sueños.

Autores: Zidrou y Mai Egurza.

Editorial: Norma.

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Napoleón Cavallo es un tipo bonachón, nadie diría que es policía, que está en problemas. No solo en su profesión, sino porque ha cogido una mala costumbre: aparece cada noche por sorpresa en la cama de Linh Yu, una pequeña muchacha de la que no sabe absolutamente nada. Ni los cerrojos más férreos ni las ventanas mejor cerradas impiden que Napoleón repita cada noche esta aventura, que incomoda sobremanera a una Linh Yu que ignora encontrarse ante el primer brote de una epidemia: la de los sonámbulos de tejado, un ejército de somnolientos paseantes que recorren la ciudad a la luz de la luna.

Napoleón y Linh Yu viven en realidad una historia de amor, que se convierte en un ejemplo de tolerancia, de buen humor y de noctambulismo. Todos los personajes son entrañables, todas las páginas luminosas y radiantes. Una historia que levanta el ánimo magistralmente dibujada por Mai Eguruza con un emotivo guión de Zidrou.

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Lee o revienta

En España, la edición se desploma. El 2013 ha sido un año nefasto para los lectores: se han publicado un 16,3% menos de títulos que el año anterior, y han desaparecido decenas de editoriales. “Nunca hasta el momento se había vivido un desplome de títulos tan grave”, asegura un reportaje publicado por El Confidencial.

Quema de libros por nazis

Me acerque a la Feria del Libro de Talavera de la Reina, ciudad con más de 90.000 habitantes, y quedé muy sorprendido. Tristemente sorprendido. Apenas una docena de casetas, todas muy comerciales, ninguna especialmente atractiva: la de los libros más pequeños del mundo, la de El Corte Inglés, la de enciclopedias en oferta, la de saldos editoriales, la de títulos provinciales… Y la de la librería local, con best sellers y novedades. Pese a estar emplazada frente a las puertas de la estación de autobuses y los grandes almacenes, en el centro neurálgico de la ciudad, la feria es un fracaso: la gente pasa por delante de las casetas sin tan siquiera mirarlas, nadie se detiene a husmear, podría parecer que los libros apestan, que producen rechazo, que son objetos de otro tiempo.

Leer no es cool. En un eBook, con libros descargados de páginas piratas, todavía. Pero en papel, pagando, ni de coña. Ni siquiera con ejemplares de la biblioteca pública. Los libros son cosas de viejos, de maniáticos, antiguallas polvorientas condenadas a la extinción. ¿Qué necesidad tenemos de leer cuando podemos ver la televisión?, me pregunto.

Es mucho más fácil ver la televisión que leer. Por eso cada vez se editan menos libros, y cierran más editoriales y librerías. Por eso aumenta el consumo de televisión: el año pasado los españoles vieron una media de 246 minutos al día (19 minutos más que en 2008). Es decir: 4,1 horas al día, casi 1.500 horas al año o el equivalente a 62,35 días. Si dedicas dos meses al año a ver la televisión, es imposible que tengas tiempo para leer. O para ir al cine o al teatro. O incluso para pensar. Te queda el tiempo justo para comer, dormir, defecar y cuatro cosillas más. Que no se te vaya la hoya

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Cada vez me cuesta más trabajo pensar sin la tele puesta. Puede que esté aturdido por las confesiones de César Antonio Molina, el que fuera ministro de Cultura hace cinco años, recordando las razones por las que Zapatero le sustituyó por Ángeles González Sinde: “El Presidente reprochó mi austeridad, y me dijo que quería una chica joven y más glamour”.

¿Soy un alarmista? Puede. Quizá no sea para tanto. Dos novedades editoriales ponen en duda este preocupante post, y ofrecen un rayo de esperanza de cara al futuro del lector en particular y de la cultura en general. Por un lado, María Teresa Campos sigue los pasos de Ana Rosa Quintana y pone en los quioscos su nueva revista, titulada “Qué tiempo tan feliz”. Por otro, y esto ya son palabras mayores, se edita el libro “La leyenda del Mississipsi”. ¿De Mark Twain? No, de Pepe Navarro.

No todo está perdido…

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Un motivo para NO ver la televisión

Ryley Walker

Cd: All Kinds of You.

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Hoy un disco para iniciados, para gourmets, para aficionados al fingerstyle,  esa forma mágica de tocar la guitarra. Un disco para amantes del folk británico. Para seguidores de Tim Buckley y de Davy Graham, de Ben Jansch, de John Martyn y de Tim Hardin. Para quienes disfrutan con el jazz suave, el blues melancólico, la psicodélia tranquila y las guitarras acústicas.

Ryley Walker nació en Chicago hace 24 años, y antes de este álbum sólo había editado dos casetes y el EP “West Wind”. El recién publicado “All Kinds of You” es un disco de largo recorrido, difícil de definir y de disfrutar, que requiere tiempo, atención y paciencia. Es un disco folk con violas y reminiscencias celtas, con alma de cantautor y delirios de grandeza. Un trabajo denso e intenso. La obra de un virtuoso en estado de gracia. Todo un descubrimiento.