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Futbolistos

Mucha gente piensa que los futbolistas no son demasiado listos. La culpa de este prejuicio, ni mucho menos cierto, la tiene, más que la ausencia de estudios, los peinados horteras, los tatuajes macarras y los desproporcionados cochazos, las declaraciones que habitualmente realizan a los medios de comunicación: “la verdad es que…”, “el fútbol es así”, “lo hemos dado todo”, “yo sobre eso prefiero no opinar”… Los futbolistas no tienen nada que decir. O no quieren decir nada: leyendo el Marca o el As, o viendo la sección de deportes de los informativos de televisión, podría parecer que carecen de ideología, de opinión política, incluso de intención de voto. Y que su compromiso social se limita a visitar en Navidad un hospital con niños enfermos. Los futbolistas están huecos. O eso parece.

Pese a no tener nada que decir, los futbolistas se ponen la mano en la boca cuando hablan. Es la última moda. No quieren que la gente, el aficionado, pueda leer en sus labios lo que están diciendo durante los partidos. Yo pensaba que serían cosas como “deja, que tiro yo la falta” o “corre por la banda que te la paso”. Lances del juego, detalles técnicos, chuminadas. Pero igual no hablaban de eso…

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Es posible que se pongan la mano en la boca para hablar de la huelga: “o pillamos más cacho de los derechos del fútbol o que les entretenga su puta madre”, vendrían a decir. La Federación Española de Fútbol y la Asociación de Futbolistas han anunciado un paro indefinido en todas las categorías a partir del próximo 16 de mayo, fecha que coincide con la penúltima jornada de Liga de Primera División. Quieren que el Gobierno modifique el real decreto que acaba de aprobar para la venta centralizada de los derechos del fútbol. Se sienten maltratados. Supone mayor presión fiscal para los jugadores. Sí, para esos deportistas que tienen tan poco que decir, que se tapan la boca con la mano cuando hablan.

Resulta cuando menos curioso que en este país corrupto y arruinado, con millones de parados y sin un futuro cierto, con los sindicatos desaparecidos, la única huelga prevista sea la del fútbol.

No parecen muy listos. Los futbolistas y los que manejan su negocio. Los clubes de Primera y Segunda acumulan una deuda pública de 738,5 millones de euros, unas obligaciones 2,6 veces más elevadas que hace una década. Hacienda siempre les ha tratado con flexibilidad, como auténticos privilegiados. Los futbolistas no son los clubes, pero callan y aceptan el funcionamiento mafioso de su deporte. Parece que no les va mal con la burbuja del fútbol. Deberían no ya taparse la boca con la manita, sino permanecer callados: antes de exigir un solo euro el mundo del balón debería saldar sus deudas con el Estado, ser consciente de la crisis que atraviesa la sociedad española y mostrarse discreto en sus costumbres, ademanes y exigencias. Y elegir mejor a sus abogados defensores: Pipi Estrada habla en Antena 3 del fútbol base, de que no todos los futbolistas son Ronaldo, de que muchos clubes deben dinero a los jugadores… Un discurso espeso que termina de enredar el conflicto y confundir al telespectador: “con lo que ganan, yo les pondría a picar piedra”, dice un ciudadano entrevistado en la calle.

Nos entretienen con su carreras y pelotazos, de acuerdo, pero todo tiene un límite. Menos manos en la boca, menos huelgas a falta de dos jornadas de liga, menos chantajes, exigencias y privilegios. Menos burbuja del fútbol. Y más futbolistos.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Reportero

Autor: David Remnick.

Editorial: Debate.

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“No seamos románticos: en el periodismo anterior a internet también había basura”, dijo David Remnick en una entrevista concedida a la revista Jot Down. “Reportero” recoge una serie de artículos de Remnick, leyenda del periodismo norteamericano, en los que es imposible encontrar un solo párrafo que pueda clasificarse no ya de basura, sino simplemente de mediocre, aburrido, o superfluo. Director del New Yorker desde 1998, Remnick ha reunido en este libro once textos que son otras tantas obras maestras, auténticas lecciones de periodismo narrativo y denso, ese periodismo de largo recorrido que se da la mano con la literatura.

Campañas políticas de Al Gore y Tony Blair. Perfiles de escritores y músicos como Don DeLillo, Philip Roth o Springsteen. Visiones del otro lado del mundo, siguiendo el rastro post comunista de Putin y Solzhenitsin. Y descripciones de los conflictos en oriente a través de las ideas de Arafat, Amos Oz y Netanyahu. Retratos de líderes de opinión, análisis de actualidad y reportajes atemporales, piezas redondas en las que este periodista de New Jersey, obsesionado por la “ficción real”, cuenta historias de manera brillante. Historias fruto de horas de trabajo, de documentación, de entrevistas, de viajes… Remnick es uno de esos periodistas que piensa que la suya es una profesión que requiere tiempo. Para pensar, para leer, para analizar, para entender, para escribir… Un tiempo del que el periodismo actual parece no disponer.  “Este tipo de periodismo es muy caro”, suele decir Remnick cuando le entrevistan, “pero hay algo más caro para la sociedad: no tenerlo”.

“Reportero” es un master en periodismo atemporal y eterno. Uno de esos libros que se pueden leer una y otra vez, puesto que cada artículo es un ejemplo de trabajo bien hecho, minucioso, elegante, preciso. Textos realizados sin límites de tiempo, sin límites de espacio, por un periodista de descomunal talento que escribe con absoluta libertad. Justo el camino contrario de buena parte del periodismo actual, rápido y superficial, información de titular y primer párrafo. Premio Pulitzer por “La tumba de Lenin. Los últimos días del imperio soviético” (Debate), Remnick está sin ninguna duda a la altura de Mailer o Talesse. Imprescindible, no solo para periodistas.

Pinchar para leer “Fuera de peligro: Philip Roth”.

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Puto fútbol

Estoy en shock. Estamos en shock. Salimos mi hija y yo del Calderón, donde hemos visto el partido entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña, y nos encontramos con la noticia de la muerte de un seguidor de los gallegos tras una brutal agresión. O una brutal pelea. Poco importan las circunstancias, los detalles, cuando la violencia convierte una fiesta en una tragedia.

Puto fútbol, titulaba hace solos unos post, recogiendo los comentarios de un sabio llamado Paco Ibáñez. Puto fútbol, titulo de nuevo ahora, desde la absoluta desolación que provoca la violencia más estúpida, irracional e innecesaria. La violencia anunciada y habitual, la violencia ultra, la violencia radical, la violencia alimentada por los clubes, por los futbolistas y por los seguidores, que cantamos y bailamos al ritmo de unos descerebrados capaces de hacer del más grande de los deportes un nido de odio, agresividad y excesos.

“Esto es un problema social, no del fútbol”, ha dicho el Cholo Simeone, entrenador rojiblanco, tras conocer la triste noticia. “Condeno los hechos que se han producido hace unas horas a unos 500 metros”, insiste el argentino. “Esto no tiene nada que ver con el fútbol. Son grupos radicales que producen las consecuencias que han sucedido. No tenemos nada que ver con los hechos. La paz y la concordia debe estar entre todos los equipos”. No me parece suficiente. Clubes, entrenadores, jugadores y seguidores ven, vemos, a los ultras como la sal y la pimienta del fútbol. El color de la grada, la alegría de los partidos, el jugador número doce, con sus cánticos machistas, sus pancartas macarras e incluso sus actitudes irracionales. Esas canciones racistas, esos símbolos nazis, son intolerables. Son las raíces de la ferocidad que ha matado a Francisco José Romero Taboada.

España no puede consentir que el fútbol se embronque y acabe como en Argentina, siendo un deporte de alto riesgo no recomendado para familias. Por eso creo que el partido debió suspenderse. Por eso pienso que con los ultras, el nivel de tolerancia debe ser cero. No quiero un campo con 50.000 valdanos, modales impecables y ademanes irreprochables. Pero tampoco un campo con 5.000 energúmenos, una fábrica de vándalos incapaces de distinguir más allá de los colores de su equipo.

Por eso me gustaría quedarme con el reciente ejemplo del Rayo Vallecano, club convertido en la conciencia de millones de ciudadanos con un detalle inolvidable: la plantilla del equipo madrileño pagará el alquiler a una mujer de 85 años que ha sido desahuciada durante el resto de su vida. ¿Puto fútbol? No, fútbol solidario. Gran fútbol.

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El fútbol es bueno

Es decir, que el fútbol no tiene la culpa. Jesús Gil y Joseph Blatter, Lopera y Del Nido, Ángel María Villar y Florentino Pérez… todos ellos hubieran existido sin fútbol, y hubiesen orientado su talento depredador en otra dirección. El comercio de armas, la trata de blancas, la construcción… Vaya usted a saber. El fútbol es bueno: entretiene, es una actividad colectiva, une a la gente y crea lazos eternos, obliga a hacer ejercicio, a estar al aire libre, a mojarse, a pensar en equipo. El fútbol no tiene la culpa de que existan ultras, fanáticos alimentados por las estructuras de los clubes. Ni de que algunos jugadores, los menos, cobren cifras obscenas. Ni de que los mafiosos más repugnantes del mundo quieran añadir un club a su catálogo de posesiones. Ni de consientan que los grandes equipos mantengan deudas estratosféricas con la Seguridad Social. Ni de que los palcos de los estadios se llenen de delincuentes. Ni de que los jugadores de la selección española puedan llegar a ingresar hasta 720.000 euros en primas en este campeonato. Ni de que un Campeonato del Mundo pueda, en determinados momentos, avergonzarnos.

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El fútbol es bueno incluso cuando un país como Brasil, donde crece el número de ricos… y de pobres, decide organizar un espectáculo por encima de sus posibilidades. La progresión de Brasil es espectacular: ha conseguido reducir los índices de desempleo a sus mínimos históricos, pese a la crisis internacional y al bajo crecimiento de la economía nacional en los últimos años. Lo que no ha impedido que el 18,6% de la población, alrededor de 37 millones de personas, viva en la pobreza. Según el instituto de encuestas más importante de Brasil, Datafolha, para el 55% de los brasileños el Mundial “traerá más perjuicios que beneficios” para el país.

“Un Mundial en un país de miseria financiado con dinero público es un problema moral”, rezaba un cartel colgado hace dos días frente al Copacabana Palace, uno de los hoteles más exclusivos de Río de Janeiro. Y es que Brasil 2014 es el mundial más caro de la historia: supera los 11.300 millones de euros en gastos, cuando estaba prevista apenas una tercera parte de esa cifra. Se han construido estadios, se han remodelado otros, y se han retocado infraestructuras, como carreteras, aeropuertos, hoteles… El costo se ha disparado al ser doce las sedes, en lugar de las ocho habituales. El coste de las obras de construcción estimado en 800 millones de euros se ha disparado hasta los 2.700 millones. Las ciudades que hospedan el Mundial han aumentado su endeudamiento en un 30% de media. El Mundial de Sudáfrica 2010 costó menos de la mitad que el que acaba de comenzar, alrededor de 5.000 millones de euros. Seis de cada siete euros los ha aportado el Gobierno de Brasil, y no fondos de inversión privados, como se prometió en un principio. La FIFA y las empresas del Mundial dejarán de pagar 200 millones de euros en impuestos en Brasil.

Todo lo que se podía robar ya se robó”, dijo hace unos días Joana Havelange, directora del campeonato, en la portada de As.

El problema no es el fútbol, insisto. Un deporte inocente, hermoso, divertido, global. El problema es que los más necesitados siempre pierden, y los corruptos y la FIFA siempre ganan.

P.D.

Maravillosa portada del último número de la revista Líbero, ya a la venta.

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Un motivo para NO ver la televisión

La vida que pensamos.

Autor: Eduardo Sacheri.

Editorial: Alfaguara.

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Argentino de Castelar, oeste de Buenos Aires, profesor y licenciado en historia, Sacheri ha reunido en este volumen 24 cuentos con “una puerta de entrada común”, el fútbol, que invita a navegar en temas tan habituales y universales como el éxito y el fracaso, la amistad y la soledad, o la violencia y la decrepitud. Estas historias que comenzó a escribir en 1996 no hablan sólo del balón y aledaños. El fútbol es una excusa para hurgar en la condición humana, en sus grandezas y miserias. “En esas vidas habita con frecuencia el fútbol”, asegura el autor, “Porque lo jugamos desde chicos. Porque amamos a un club y a su camiseta. Porque es una de esas experiencias básicas en las que se funda nuestra niñez y, por tanto, lo que somos y seremos”.

Sacheri escribió la novela en que se basa “El secreto de tus ojos”, la película dirigida por Campanella que ganó un Oscar. Y ha firmado cinco libros de cuentos, algunos de los cuales han sido seleccionados para este “La vida que pensamos”. Narrador directo y preciso, el argentino sabe transmitir en cada página su pasión por las grandes historias: desde la despedida a una estrella recién fallecida hasta la histórica victoria de Uruguay en Maracaná en 1950, pasando por la inmunidad de que goza Maradona, un romance con Mundial de fondo o la venganza de un grupo de hinchas desahuciados. “Quiero dedicar este libro al Club Atlético Independiente. Por el amor que siento por su camiseta. Y porque ese amor me lo regaló mi papá”, dice Sacheri en la dedicatoria.

 

Solidaridad española

Una de las grandezas de España es la solidaridad. El español puede ser corrupto, ladrón,  infiel, asesino o incluso ejercer de notario, minucias que no impiden que, en el recodo más profundo de su alma, atesore la cantidad de buenos sentimientos necesarios para considerarse profundamente solidario. Es decir, que los españoles en el fondo somos buena gente, que tenemos un corazón que no nos cabe en el pecho, que en nuestra casa donde comen dos comen diez, que esta ronda la pago yo, que aquí me tiene usted para lo que quiera. En España tenemos el Festival Solidario de Cine de Cáceres, el mercadillo solidario de Carmen Lomana para las Hijas de la Caridad y las Hermanitas de los Pobres, el maratón  solidario de la Nuevas Generaciones de Benidorm, las galas solidarias de las cadenas privadas de televisión (hasta arriba de publicidad), el disco solidario de Alejandro Sanz… Y así hasta el infinito.

En España somos solidarios hasta decir basta. ¡Basta pues! El límite de la solidaridad mal entendida seguramente está en la adhesión de la gran mayoría de presidentes de equipos del fútbol español con José María del Nido, ex presidente del Sevilla condenado a siete años de prisión por meter mano en la caja del ayuntamiento de Marbella. Tipos tan conocidos como Florentino Pérez, Sandro Rosell, Enrique Cerezo, José María Villar, presidente de la Federación Española de Fútbol, o Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, han iniciado una campaña para evitar el ingreso de Del Nido en prisión. 29 de los 40 presidentes de Primera y Segunda división han firmado pidiendo su indulto.

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El fútbol español es una organización mafiosa. Por si alguien lo dudaba, ahí tiene esa reunión de capos, que recuerda a aquella celebrada en 1946 en la Habana con Vito Genovese, Giuseppe Magliocco, Lucky Luciano y compañía. La nueva Camorra del balón haciendo piña con Del Nido, uno de los nuestros, defendiendo con uñas y dientes no ya sus miserables gestiones futboleras, sino su capacidad para delinquir en la sociedad civil: los jueces consideran probado que Del Nido facturó millones de euros al consistorio marbellí entre 1999 y 2003 por servicios jurídicos que nunca llegó a prestar. Malversación y prevaricación. Siete años en chirona. Del Nido, a la jaula.

Cuando Florentino Pérez, Rosell, Cerezo y compañía piden el indulto para un individuo que ha robado millones de euros a los ciudadanos de Marbella demuestran una solidaridad descomunal, desproporcionada, española. Piden para ellos mismos, una raza exquisita y privilegiada, la élite. Piden para un ganador en apuros. Benditos sean estos grandes hombres, y bendita sea su forma de gestionar el fútbol, de entender el deporte, de hacer negocios.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Un hombre sin aliento.

Autor: Philip Kerr.

Editorial: RBA.

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No había leído nada de Philip Kerr, un escritor escocés al que consideraba autor de best sellers policiaco-históricos. No me gusta demasiado ese subgénero negro. Error. Kerr ha situado las aventuras de su personaje estrella, el detective Bernie Gunther, en una época fascinante: la Alemania nazi. “Un hombre sin aliento”, su última novela con este peculiar sabueso como protagonista, ha ganado el III Premio internacional de novela negra RBA. Y creo que de manera muy merecida: te mantiene enganchado desde la primera a la última página, condición indispensable de todo premio policíaco que se precie.

“Un hombre sin aliento” arrastra al lector a uno de los momentos más tristes, violentos y sórdidos de la historia: el campo de batalla entre alemanes y rusos en el invierno de 1943. Un lugar deprimente, Smolensk, cubierto de nieve y sangre. El detective Gunther odia a los nazis, pero trabaja junto a ellos en la Oficina de Crímenes de Guerra del Alto Mando Militar. Y recibe la orden de investigar los restos humanos desenterrados por un lobo hambriento en el bosque de Katyn, en las afueras de Smolensk. Podría tratarse de una fosa común con 4.000 soldados polacos asesinados por el ejército ruso, una perfecta herramienta de propaganda en manos de un Josep Goebbels que encarga personalmente la misión a nuestro hombre.

Todo se complica cuando a los cuerpos en descomposición se añade la aparición de un asesino de soldados alemanes. Gunther investiga los dos frentes abiertos, y combate sus demonios: odia a los nazis, “es difícil estar orgulloso de la patria cuando tantos compatriotas se comportan con una brutalidad tan despiadada”, pero es capaz de matar a sangre fría como hacen ellos.

Bien construida, con un increíble ritmo, toneladas de humor negro y decenas de personajes inolvidables, entre los que hay espacio para un fascista español, “Un hombre sin aliento” es una novela bien escrita, excelentemente documentada y enormemente adictiva. Francamente brillante.