Cada mañana me siento a desayunar con un café, un trozo de pan tostado y el diario El País. Pongo un poco de azúcar en el café, aceite de oliva y tomate en el pan, y abro el periódico por las páginas finales, las de televisión. Una rutina que tiene que ver con este blog, que escribo desde hace siete años y está dedicado a la pequeña pantalla y sus vericuetos. Me interesa especialmente la información sobre televisión. Compro El País, entre otras cosas, por la información sobre televisión. Pago buena parte de ese euro con treinta céntimos que me cobra el quiosquero por su información sobre televisión. ¿Y qué me encuentro un día tras otro? Publicidad. Ayer concretamente la sección incluía dos piezas: la primera, sobre una película de animación que estrena hoy Canal +, la plataforma de pago de PRISA, propietaria del diario El País. La segunda, sobre un documental que estrenó esa misma noche una cadena de pago, en el dial 21 de Canal +, la plataforma de pago de PRISA, propietaria del diario El País.
A los periodistas de raza estos detalles les parecen insignificantes. A mí, como lector mestizo, pero de pago, me indignan. Mordisqueo el pan, me limpio unas gotas de grasa de la barbilla, apuro el café y me pregunto: ¿para qué coño sigo comprando el periódico? “Por la sección de internacional y los chistes de El Roto y Forges”, me susurra la voz de mi nostálgica conciencia periodística. “En la red lo tienes todo, no seas tan gilipollas como para pagar la publicidad a precio de información”, grita mi raquítica cartera desde el fondo del bolsillo del pantalón. Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA, me ayuda a tomar una decisión: “los periódicos han desaparecido y no lo sabemos. Somos como muertos vivientes”.
No seré yo quien lleve la contraria a Cebrián, el ejecutivo de los 8,2 millones de euros. La crisis de la prensa no está causada por un solo motivo, es evidente, pero la baja calidad de los periódicos podría ser uno de los importantes. El País, el mejor de todos, se desangra en el pago de hipotecas: la ludopatía y el onanismo son dos vicios que licuan la tinta y dejan manchas en cada página. “A mí lo que me preocupa, en El País y en la prensa en general, es el proceso de autocensura en las redacciones, que es muy fuerte”, asegura un Cebrián con un descomunal sentido de la autocrítica. “Es decir, redactores que se abstienen de publicar, de decir cosas, de llevar a cabo investigaciones, lo que sea. Y no porque nadie les presione, ni la empresa ni fuerzas exteriores a la empresa, ni los gobiernos… sino porque el redactor cree que no le conviene”.
Acabáramos. La culpa es de los periodistas. Esos caguetas que piensan que tienen que escribir bien de Canal +, del grupo Santillana, de la Cadena Ser, de Mediaset (Telecinco, Cuatro), de la monarquía, de los políticos que les concedieron las televisiones, del empresario mexicano Carlos Slim, de los bancos acreedores con los que han pactado la refinanciación de una deuda financiera de PRISA que ascendía en 2011 hasta los 3.537 millones de euros…
Muertos vivientes, insiste un Cebrián que, quizá en un gesto que forma parte de su campaña en defensa de la monarquía, y para quitarle plomo al incidente de Froilán, se ha disparado con un Magnum 44 en el pie. ¡Pum!