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Animal show

Es bien conocida la insensibilidad que muestra la televisión con los animales. Y no lo digo solo por la retransmisión de corridas de toros, los docu-shows con bichos presentados por aventureros de pacotilla o la indiferencia y el desorden con que programan los documentales en La 2. Ni siquiera por esperpentos como “León como gamba”, un insulto tanto a las poblaciones de grandes felinos como a las de sabrosos crustáceos. La televisión desprecia a los animales sobre todo por cómo los utiliza en sus programas estelares, desde talk-shows a talent-shows, en un intento por buscar exotismo y audiencia, olvidando que se trata de seres vivos. Último ejemplo: La protectora de animales Infozoos se ha puesto en contacto con el Área de Protección Animal de la Comunidad de Madrid, para alertarle del alquiler de animales de Faunia para rodaje de anuncios publicitarios, películas y programas de televisión. La grabación de la primera prueba clasificatoria para la final del programa Master Chef Junior (TVE) se realizó en Faunia.

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La función de los zoológicos no es suministrar animales a las televisiones. Según la Ley 31/2003 sobre parques zoológicos, estos “deben garantizar el ejercicio de su importante papel en la educación pública, la investigación científica y la conservación de las especies…. tener como función el fomento de la educación y de la toma de conciencia por el público en cuanto a la conservación de la biodiversidad”. La guía para la aplicación de la ley de zoos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente insiste en la misma línea: “Los parques zoológicos no deberían consentir la utilización de sus animales en espectáculos ni otras actividades que se encuentren claramente alejadas de las tareas educativas especificadas en la Ley 31/2003”.

En televisión, los animales únicamente deberían aparecer en los documentales. Los protagonistas de programas como “Gran Hermano”, “Hombres, mujeres y viceversa” o “Supervivientes” pueden seguir participando, puesto que solo se trata de humanos poco evolucionados. Humanos en muchos casos más cerca de las bestias de lo que podríamos imaginar…

En el último “Pesadilla en la cocina” el dueño y los camareros del ruinoso restaurante La Corte, en Fuenlabrada, confiesan que se beben durante la jornada de trabajo una media de tres cañas, cuatro chupitos y cinco copas (por barba). Más de 6.000 euros al año, a cuenta del local. Chicote no habla en ningún momento de alcoholismo, solo de mala gestión, de cachondeo e irresponsabilidad. La noticia coincide con la publicación, en la revista británica “Royal Society”, de un estudio que revela que los chimpancés que viven en libertad en África occidental consumen alcohol de forma voluntaria.

Hombres y monos, tanto monta, comparten una mutación genética que les permite metabolizar el alcohol de forma efectiva. Cuando soplan, ambas especies muestran signos claros de ebriedad, como la alegría inicial, la posterior torpeza en los movimientos o la somnolencia final. “Es normal que se duerman un rato tras beber”, afirma Kimberly Hockings, especialista de la Universidad Brookes de Oxford y coautora del estudio. La típica siestecilla del bolinga. Y es que según una teoría los primates bajaron de los árboles al suelo, un territorio mucho más peligroso, debido al alcoholismo. Es la fascinante historia evolutiva del mono borracho.

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No hay porqué preocuparse. Somos parecidos, pero no iguales. Intelectualmente estamos a años luz de unos simios que, cuando están pedo, son incapaces de disfrutar del mejor momento: la exaltación de la amistad. En cualquier caso, vea a los camareros de “Pesadilla en la cocina”, a los sementales de “Mujeres, hombres y viceversa” o a los concursantes de “Gran Hermano” y comprobará que no es necesario utilizar a los zoológicos para que nuestra televisión disfrute de auténticos animal-show.

Un motivo para NO ver la televisión

Los Tiki Phantoms.

Cd: Los Tiki Phantoms y el misterio del talisman.

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Los Tiki Phantoms han cumplido diez años. Se encuentran en la flor de la vida, a juzgar por este nuevo disco, creo recordar que su cuarto álbum, en el que ofrecen un nuevo ejemplo de clase y categoría: su rock and roll instrumental es una irrechazable invitación al baile. ¿Recuerda usted a Dick Dale, los Shadows o los Ventures? Pues añádale unas gotas de Cramps, de surf, de espagueti western… Y tendrá la música de este cuarteto, tan esquelético en su imagen como recio en sonido. Las quince canciones de este “Los Tiki Phantoms y el misterio del talismán” son una fiesta. Simplemente fantásticos.

 

Humillación en las cocinas

No sé qué me da más asco, si los cocineros guarros con los que alterna Chicote en La Sexta, o los chefs altivos y soberbios que dan lecciones de Haute Cuisine en La 1. Es decir, si me repugnan más los mugrientos ensucia fogones de “Pesadilla en la cocina” o los restauradores arrogantes y maltratadores de “Masterchef”. Impresentables los dos. Los primeros por dejados, por guarros y por dejarse manipular por un programa de televisión que desnuda sus miserias en público para regodeo de la audiencia. Los segundos, por cómo humillaron a un pobre chaval, Alberto, que tuvo la insensatez de preparar delante de las cámaras un plato, “León come gamba”, considerado por los maestros hosteleros como “una guarrada” y “un insulto a la inteligencia, un insulto al jurado y un insulto a las 15.000 personas que se han quedado fuera del programa”.

Pepe Rodríguez, uno de los tres miembros del exquisito jurado de Masterchef, aseguró en la Cadena SER que volvería a expulsar a Alberto, el responsable de “León come gamba”, de la misma manera cruel y exagerada en que lo hizo: “Le tuve que echar, y no podía ser de otra manera”, asegura ignorando la violencia, tanto verbal como psicológica, del momento.

El problema no es echar al concursante, el problema es cómo le echan. Cómo le humillan ante sus compañeros, su familia y amigos, y ante millones de telespectadores. “Hay más verdad en la televisión que en el mundo de la cocina”, sentenció un Rodríguez que olvida que en estos concursos todo, desde el casting hasta la final, está dirigido a conseguir audiencia. Y que el hombre que cocinó el famoso león que come gamba fue elegido para dar espectáculo. Para dar este triste espectáculo.

Un espectáculo tan lamentable como el repetitivo y exitoso “Pesadilla en la cocina” (La Sexta). En su nueva edición, que comenzó el miércoles con una excelente audiencia (11,6% y 2.043.000 espectadores), insiste en la misma fórmula de siempre: restaurante hundido, dueño impresentable, personal desanimado, doctrina de Chicote, nueva carta, reforma del local… La salsa de tan redundante esquema son los empresarios, cocineros y camareros, tipos con problemas que se supone desnudan todas sus miserias ante las cámaras: inútiles, guarros, violentos, malhablados…

Televisión de éxito basada en mortificar y avergonzar a los más débiles. Un asco.

Un motivo para NO ver la televisión

Mediterráneo descapotable.

Autor: Iñigo Domínguez.

Editorial: Libros del K.O.

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El segundo título del periodista Íñigo Domínguez editado por Libros del K.O., tras el imprescindible “Crónicas de la mafia”, sigue apostando por el periodismo de recorrido extenso y amplio campo visual. Subtitulado muy acertadamente “Viaje ridículo por aquel país tan feliz”, este “Mediterráneo descapotable” se convierte en una lectura imprescindible para entender la España actual. Porque estamos ante un reportaje largo y jugoso que describe el país de la corrupción y el ladrillo, de los perros atados con chorizos y las ristras de rotondas, del sol y los chiringuitos, de Port Aventura y Marina D’or. El legado ideológico, económico y cultural de Jesús Gil, Manolo Escobar y Rita Barberá. Y Rato, claro.

En 2008 el periodista recorre la costa, desde Colliure hasta Tarifa, al volante de un Peugeot 207 azul descapotable. Las crónicas que forman este volumen, brillante radiografía de una España dorada por fuera y repugnante por dentro, fueron publicadas en su momento en el diario El Correo. Dos semanas después de que el último capítulo viese la luz quebró Lehman Brothers, y ya nada volvió a ser igual.

Dicen los editores que estamos ante una road movie, y tienen mucha razón. Una road movie costumbrista, con tintes de novela negra, protagonizada por muertos vivientes, un ejército de ciudadanos que han vivido tiempos mejores, han perdido el lustre y el moreno, y sobreviven como zombis paseando entre urbanizaciones de cartón y aeropuertos fantasma, comiendo paellas de chirlas y tomates de invernadero, mientras son estafados por un ejército de políticos sin escrúpulos.

“Mediterráneo descapotable” es un libro divertido, muy divertido. Y también pedagógico, puesto que nos ayuda a saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Imprescindible el apéndice: “Cómo acabó todo: un pequeño informe”, es un dossier no tan pequeño, cien páginas con nombres, fechas y datos, resumen de fuentes oficiales e informaciones publicadas en prensa, que se lee con la boca abierta y deja la bilis en ebullición. Una lectura intensa, soleada y amarga a un tiempo, que provoca en el lector sonrisas, muchas, y no pocas lágrimas.

MasterChof

La primera cadena de la televisión pública estrenó anoche “MasterChef”, un programa concurso en el que 15 aspirantes a cocinero de postín se enfrentarán en dura competición durante 13 semanas. Los creativos de TVE se ganan su sueldo, no cabe duda: “MasterChef” es una franquicia, como el Mac Donalds (mal comparado). Creado por la BBC, este show televisivo se ha producido en 40 países y se ha emitido en 200. En España será Shine Iberia, la productora británica independiente más importante (grupo Murdoch), quien coproducirá “MasterChef” junto a TVE. Un trabajo mixto que se termina de enredar con dos patrocinios “culturales” (¿culturales?), El Corte Inglés y Bosch, capaces de poner en entredicho la famosa ley de financiación de la televisión pública. Televisión sin publicidad, recuerde…

Pero vivimos en la España de Bárcenas, los Pujol, Juan Carlos y Urdangarín, la familia de Jesús Posada y compañía. No nos despistemos con tonterías de financiaciones y centrémonos en los fogones. En esos fogones pijos y exquisitos que quieren vendernos. Nada de lentejas con chorizo y otras vulgaridades. Si hay huevos fritos, que lo sean a baja temperatura y cubiertos con láminas de trufa blanca. Lo contrario, para que usted me entienda, de “Pesadilla en la cocina”, el programa de sartenes guarras y cocineros pringosos que emite La Sexta.

Es bien sabido que España es un país de contrastes, y que en la misma pantalla donde hace días triunfó Chicote, con sus tupper mugrientos y sus chefs repugnantes, hoy triunfarán los hijos putativos de Ferrán Adriá y sus exquisitas deconstrucciones. De la dirty pocilga al talent show. Del garito grasiento, con ratas como leopardos, hemos pasado a un gran plató de 2.000 metros cuadrados con última tecnología dividido en cuatro áreas: cocina, supermercado, restaurante y zona de relax.

En TVE presumen de escenario, y de las 9.000 inscripciones iniciales de ciudadanos-cocinillas que pretendían concursar. De todos ellos, solo 1.000 pasaron las pruebas presenciales. La siguiente criba dejó en 500 el número de participantes. Finalmente, los elegidos para la fase final, ya en plató, serán quince. El ganador, además de recibir un premio en metálico de 100.000 euros y poder publicar su propio libro de recetas, será nombrado primer MasterChef de España, lo cual no es moco de pavo.

La primera hora del programa está dedicada a los castings. Un proceso largo y tedioso que resulta calcado al resto de programas del mismo pelaje. Lo que son los talent show. Donde usted vió un aspirante a cantante, a bailarín, a acróbata o a saltador de trampolín, ponga ahora un aspirante a cocinero. La misma parafernalia, los mismos jueces bordes, la misma tensión impostada. El mismo coñazo.

Los elegidos para la gloria son convocados en un supermercado de ensueño. “Nunca había visto tanto de todo”, lloriquea un chef novato. “Habeis pisado territorio sagrado”, dice uno de los coach. “Aqui expresareis la pasion que sentís por la cocina”, asegura el segundo. “Al final, solo sobrevivirá uno de vosotros”, sentencia de manera un tanto dramática el tercero. Y se enfrentan al primer reto: “¡Aspirantes, preparaos para la guerra!”. Dar de comer a 150 soldados.

Los tanques destrozan con sus orugas el pasto de una dehesa. Soldados, jurados y presentadora (Eva González), disfrazados de camuflaje, hacen el canelo entre las encinas de la Base General Menacho de Badajoz. “Son nuestros soldados, arriesgan sus vidas, y debéis hacerles la comida que merecen”, ladra un coach. Se crean equipos, surgen los primeros conflictos, brotan las primera lágrimas, la primera concursante eliminada… No importa, porque sobre todas las cosas estos tipos de la tele son solidarios: “En Masterchef no se tira nada. Todo lo que no utiliceis será destinado a Cáritas”.

Una versión cocinillas de los puñeteros talent show que llevamos años soportando. Y poco más.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Limónov

Autor: Emmanuel Carrère.

Editorial: Anagrama.

Cuando terminé “El adversario”, anterior título de Carrère publicado por Anagrama, supe que a partir de entonces no me perdería ninguno de sus nuevos libros. Y es que “El adversario” es acojonante, en muchos sentidos. No hubiese hecho falta, por tanto, que este “Limónov” viniese avalado por prestigiosos premios franceses. Todos merecidos.

Carrère cuenta la vida de Eduard Limónov, un revolucionario aventurero ruso, escritor maldito y político extravagante, que vivió varias vidas. Poeta, vagabundo, antisocial, anarquista, fascista, ególatra… Con la excusa de seguir los pasos a Limónov, el novelista francés repasa el último medio siglo de la historia de Rusia, una de sus pasiones. Un curso de historia reciente, mucho más interesante que la propia vida del personaje que da título al libro.

Las peripecias de Limónov comienzan el 2 de febrero de 1943, “veinte días antes de que capitule el sexto ejército del Reich”. Nace el protagonista, un hijo de la victoria, en un mundo de esclavos. Ucrania. “A falta de cuna, una caja de obuses”, y en lugar de chupete un arenque seco. Nuestro hombre se somete a un proceso de formación austero, el que puede proporcionarle la época y el lugar que le ha tocado vivir. Quiere ser “el rey del crimen, no un segundo espada”, y para conseguirlo sale con dirección a Moscú en 1967.

Con un abrigo ligero, “de piel de pescado”, y su cuaderno de poemas en el bolsillo, Limónov se fabrica su propio personaje. Fiestas underground, litros de alcohol, novias tan hermosas como conflictivas… Limónov y Alexander Solzhenitsyn abandonan su país en la primavera del 74, el primero con destino a Nueva York. El segundo anunció que cuando se empezase a decir la verdad, todo se derrumbaría. Un visionario.

El sueño americano le estalla a Limónov en la cara. La miseria, la soledad, el abandono… Curtido en los callejones de Nueva York, entre fiestas con la crème y resacas  brutales, dispuesto a dinamitar el mundo, escribiendo a trompicones y viviendo a golpes, viaja a Paris, regresa a Moscú, prueba suerte en Sarajevo, en la República Serbia de Krajina, en las estepas de Altaí

“Limónov “ es la descripción de una vida intensísima, de un viaje a través de la historia, de la formación de un revolucionario que pensaba, con su peculiar filosofía vital, que “matar a un hombre cuerpo a cuerpo es como que te den por el culo: algo que se debe probar como mínimo una vez”.