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El embrujo del tigre

Un motivo para NO ver la televisión

El embrujo del tigre.

Autora: Sy Montgomery.

Editorial: Errata Naturae.

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Los seguidores de las andanzas de devoradores de hombres, esos tigres, leones y leopardos acostumbrados a la carne humana, estamos de enhorabuena. Podemos dejar de releer a Jim Corbett, Kenneth Anderson y compañía para disfrutar de una novedad, firmada no por un cazador sino por una naturalista. Sy Montgomery no quiere acabar con los exclusivos tigres de los Sundarbarns, en la bahía de Bengala. Quiere saber por qué esos grandes gatos son depredadores despiadados (incluyen cada año a cientos de personas en su dieta), mientras que la castigada población local los adora hasta el punto de considerarlos sagrados. El subtítulo de esta obra fascinante aclara de alguna manera su contenido: “Un viaje al lugar donde los tigres se comen a los hombres y los hombres adoran a los tigres”.

“Los Sundarbarns se resisten al escrutinio de los científicos. Como guardianes de un mundo subterráneo, los cocodrilos pueden salir dando tumbos del agua y atraparte; los tigres se abalanzan sobre ti desde tierra o agua; y, mientras vadeas hacia la orilla desde una barca, quizá te veas sorprendido por el ataque de unos tiburones, incluyendo unos muy agresivos que miden cinco metros y medio… Hace un siglo, los datos mostraban que los tigres se habían comido a cuatro mil doscientas dieciocho personas en los Sundarbans durante un periodo de seis años. Un estudio estimaba que un tercio de los tigres de la zona intentará matar y comerse a cualquier persona que vea”.

Sy Montgomery escribe de maravilla, mezclando con habilidad información sobre la biología y costumbres de tan agresivos felinos, detalles geográficos de un lugar perdido entre India y Bangladesh, curiosidades antropológicos sobre los humanos que sobreviven en un hábitat complicado y, por supuesto, anécdotas viajeras. El resultado es un libro que se devora, no puedo evitar el chascarrillo, y que puede ocupar diferentes lugares en nuestra biblioteca: junto a “Los fantasmas de Tsavo” de Caputto (National Geographic), al lado de “El tigre” de Vaillant (Debate) o incluso acompañando a “The deer and the tiger” de Schaller (Midway). ¿Un clásico sobre comedores de hombres? Sin duda.

“Al desgarrar nuestros cuerpos con los dientes, el tigre expone la verdad que los occidentales intentamos olvidar a toda costa: que todos, chital y jabalí, rana y pez, astronauta y mendigo, estamos hechos de carne. La dente de los Sundarbarns, en cambio, lo entiende a la perfección”.

Pero “El embrujo del tigre” es mucho más que una referencia fundamental sobre los devoradores más desconocidos del mundo felino. Es un libro de viajes redondo que cuenta cómo sobrevive la gente en un lugar olvidado del planeta, donde la naturaleza es diferente a cuanto conocemos, se mezclan las religiones (“El hinduismo y el Islam son básicamente antitéticos: el concepto fundamental del Islam, contrario al panteón abarrotado y colorido del hinduismo, es la existencia de un único dios omnipotente… El Islam llegó a Bengala con una forma completamente distinta al Islam de Arabia. Lo introdujeron los místicos sufíes”) y se disparan las leyendas. Espiritualidad, ecología, conservación y aventura en uno de los mejores libros de viajes/naturaleza editados este año.

El arte de ver las cosas

Un motivo para NO ver la televisión

El arte de ver las cosas.

Autor: John Burroughs.

Editorial: Errata Naturae.

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No había leído nada de John Burroughs, pero conocía su importancia entre los escritores de la llamada nature writing gracias a un libro imprescindible: “Emerson entre los excéntricos”, de Carlos Baker, editado por Ariel hace ya una década. Esta obra habla de los filósofos e intelectuales que se reunieron alrededor de Ralph Waldo Emerson en el Concord (Boston, Estados Unidos) del siglo XIX. Allí estaban Thoreau, Whitman, Hawthorne, Alcott, Margaret Fuller… y John Burroughs.

“Sin lugar a dudas, el hombre más salvaje que ha producido Nueva Inglaterra desde que los indígenas rojos evacuaran su territorio ha sido Henry Thoreau, un hombre en el que los indios reaparecieron en el plano del gusto y la ética… Su vida entera fue una búsqueda de lo salvaje, no sólo en la naturaleza, sino también en la literatura, en la vida, en la ética”.

En un primer contacto, Emerson consideró a Burroughs “un granjero alerta e inquisitivo… todo curiosidad y atención”. Una descripción que encaja a la perfección con el libro que hoy nos ocupa: “El arte de ver las cosas”. Y es que en el primer capítulo, que da titulo a la recopilación de luminosos ensayos que forman esta obra, el autor reconoce que “si ver las cosas es un arte, se trata del arte de mantener los ojos y los oídos abiertos”. Estar alerta, ser todo curiosidad y atención. La base del observador de la naturaleza, del científico, del viajero. La esencia de un Burroughs capaz de pasarse horas tratando de descifrar la razón por la que unas abejas construyen nidos en el suelo. Las pequeñas cunas de la tierra.

“He descubierto que veo, casi sin esfuerzo, a la gran mayoría de aves a mi alcance en el campo o el bosque por el que paso (un aleteo, un coleteo son suficientes, aunque el revuelo de las hojas conspire para esconderlos)… No obstante, la costumbre de la observación es la costumbre de la mirada clara e incisiva; no es un primer vistazo casual, sino el propósito constante y deliberado del ojo el que descubre lo excepcional y lo característico. Has de mirar con atención y mantener la vista fija en un punto para ver más de lo que ve la tropa humana”.

Miembro de honor de la que denominaba Orden de los Caminantes, Burroughs disfrutaba andando, observando, aprendiendo. De eso tratan estos dieciséis deliciosos textos. De los campesinos y las aves, de las cabañas y los cazadores, de Thoreau y la vida sencilla. De disfrutar del mundo que nos rodea tratando de entenderlo mejor, de vivirlo de manera razonable, de renovar el pensamiento desde la humildad, de no dejar de luchar jamás por la libertad, la justicia, los derechos civiles. La mejor tradición filosófica norteamericana de la naturaleza, esa que gracias a editoriales como Errata Naturae estamos recuperando, tiene en John Burroughs un pensador imprescindible. Disfrutemos de su panorámica visión, de sus penetrantes análisis, de su sensibilidad ornitológica y, por supuesto, de la excelente traducción de Ana González Hortelano.

“Si tuviera que señalar los tres recursos más preciados de la vida, diría que son los libros, los amigos y la naturaleza; y el más magnífico de todos ellos, al menos el más constante y el que siempre está a mano, es la naturaleza… una mina inagotable de aquello que conmueve el corazón, atrae a la mente y dispara la imaginación. Salud para el cuerpo, estímulo para el intelecto y alegría para el alma”.

Desde esta colina

Un motivo para NO ver la televisión

Desde esta colina

Autora: Sue Hubbell.

Editorial: Errata Naturae.

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Una dehesa en flor, la temperatura tibia de una tarde de junio, el vuelo de unos abejarucos que acaban de llegar desde África… y el nuevo libro de Sue Hubbell en las manos. No se le puede pedir más a la primavera. Porque leer a la escritora de KalamazooMichigan, es una fiesta campestre, un homenaje a la vida al aire libre, una invitación a abandonar la ciudad y lanzarse a la actividad rural. Las dehesas de las que hablo no son las montañas Ozarks, más encinas y menos osos, pero las sensaciones son las mismas, los olores parecidos, los sonidos igual de fascinantes.

“Desde esta colina” es la continuación perfecta de “Un año en los bosques”, un primer libro de Hubbell en castellano del que hablamos en este blog hace un par de años. El título que nos ocupa sorprende, como aquel, por su luminosidad, por su frescura, por una forma de narrar tan sencilla como eficaz, capaz de situar en un mismo plano a montañas y humanos. Capaz de describir a la perfección a unos vecinos nunca aburridos…

“Vivían en perfecta armonía con la mula y un par de cerdos que se llamaban Jack y Jackie. Plantaron narcisos por todo el bosque. Intentaron criar vacas, pero la cosa no funcionó, así que pusieron un abrevadero para los ciervos para compensar. Sembraron el valle de trampas y lavaban la ropa en el río. Hacían mermelada de arándanos silvestres y enlataban verduras del campo. Nunca tuvieron suerte con las gallinas, pero le daban de comer maíz molido a una bandada de patos salvajes. Domesticaron a una tortuga de caja común para que se acercara a la puerta y mendigase unas migajas de pan. Louise nos contó que un chotacabras esperaba a Earl todas las noches en la puerta de la cocina y lo acompañaba a la letrina”.

“Desde esta colina” habla de cómo intentar escapar del sistema, salir del laberinto, y no perecer en el intento. Es decir, habla de bichos y de granjeros, de comercio justo, de las estrellas y los republicanos, de miel y de tractores, de grandes nevadas y tremendas soledades. De las veintitrés maneras de cerrar una valla. Y lo hace de manera brillante, con las palabras justas y la mirada del que explora un mundo desconocido, enrevesado y fascinante.

“Una de las primeras cosas que me compré cuando nos mudamos fue una hamaca para tumbarme y leer novelas ligeras. Por desgracia la realidad es bien distinta. Comemos comida precocinada porque estamos demasiado ocupados cultivando nuestra propia comida como para poder cocinarla. Pasamos largas tardes de invierno reconstruyendo el motor del tractor y reparando material apícola. La hamaca se mece bajo los dos pinos, vacía, criando moho, aunque es cierto que la probé el verano pasado durante media hora: el tiempo suficiente para que me hiciera efecto la aspirina que me había tomado para el dolor de cabeza tras una tarde especialmente ajetreada con las abejas. ¿De verdad son estos nuestros años dorados?”.

Hubbell ha encontrado en las Ozarks y sus habitantes, tanto animales y vegetales como humanos, motivo de inspiración para libros que, como éste, incitan a levantarse del sofá, calzarse una botas y salir al campo. Pero sin mover el culo también se puede disfrutar de su literatura, repleta de momentos simplemente geniales. La autora describe magistralmente la naturaleza que le rodea, pero brilla especialmente cuando analiza las vidas de las personas que sobreviven en territorio agreste. O cuando describe sus propias miserias. Siempre respetuosa, en ocasiones divertida hasta la carcajada, despiadadamente irónica y profundamente crítica, Hubbell traza unos perfiles impecables de los habitantes del mundo rural. De SU mundo rural. Solo por conocer algo más a fondo las vidas de esos supervivientes, que generalmente buscan refugio en la naturaleza para lamer sus heridas y dejar curar cicatrices, merece la pena leer este libro sereno, divertido, radiante.

“- Sandor y yo queremos plantar un huerto este año – dijo -. Los dos abogamos por lo orgánico, por supuesto, pero yo quiero ser biodinámica y Sandor aún no está preparado para dar el paso.

- ¿Qué quieres decir?

- Venero la milenrama y quiero exponer la semilla de zanahoria a la luz de la luna nueva y pura. Y eso está causando estragos en nuestra relación.

¡Qué dura es a veces la vida hippie!”.

Dalva

Un motivo para NO ver la televisión

Dalva

Autor: Jim Harrison.

Editorial: Errata Naturae.

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Ningún título mejor que “Dalva” para inaugurar la rama de narrativa de la colección “Libros salvajes”. Se trata de la obra maestra del gran Jim Harrison, uno de esos escritores nunca suficientemente valorados en nuestro país. Harrison en toda su inmensidad, construye una obra compleja y arrolladora, llena de matices y personajes inolvidables, sobre la vida de una mujer de armas tomar que parece saber lo que quiere: “Pensé: antes muerta que dejar que esto me detenga. No voy a consentir que esto me pare, porque este tío me gusta. Me merezco a este hombre durante el tiempo que sea. No me importa una mierda si se parece a Duane, si vive en una puñetera caravana y huele a caballo”. Y es que a Dalva le gustan los hombres, los caballos, las noches amables, los grandes ranchos, los indios, los perros (“Hacerle un favor a un perro da lugar a una suerte de serenidad”) y los caminos de regreso a casa.

“Dalva” cuenta las peripecias de una mujer de 45 años que vuelve al hogar. Es decir, al campo. A esa vida rural en que se crió, se enamoró de un sioux y tuvo un hijo mestizo que perdió para siempre. Dalva regresa a la familia, al recuerdo de un bisabuelo que dejó un diario mágico con la historia del exterminio del pueblo indio en las Grandes Llanuras, y a los espacios abiertos y los cielos estrellados: “Teddy Roosevelt decía que no conoces a un hombre hasta que no has acampado con él, y que eso incluye a uno mismo”. Vuelve al amor entendido como acto de libertad absoluta, de redención. Necesita sanar viejas heridas, cerrar cicatrices, y el aire libre parece el mejor remedio.

“La noche no fue amable conmigo. La brisa había vuelto y soplaba hacia el sur, y la oscuridad era más cálida de lo que lo había sido el día. Los caballos estaban inquietos y salí dos veces en la noche a comprobar si se encontraban bien. Los gansos se mostraban molestos y supuse que el coyote se había dejado ver por el redil. Fue una de esas noches en las que tus percepciones son mucho mayores de lo que quieres consentir; en vez de tener una sucesión de pensamientos ociosos que terminan en el sueño te ves desequilibrada, casi castigada, por imágenes con toda la lógica de una nevisca en la mente”.

Harrison alcanza con “Dalva” su mejor momento. Por lo potente de la historia, la sorprendente estructura, y la red de hombres y mujeres que tratan de recomponer sus maltratadas existencias. El escritor de Michigan sabe de qué habla, y de qué escribe, cuando abre en canal a sus personajes. Imprescindible.

“Me quedé allí plantada como una estatua, con la mano apoyada en el cuello del bayo, palpándole el pulso. Notaba una claridad onírica y quizá una fuerza inmerecida cuando recordé algo que el abuelo me había dicho al encontrarme después de mi paseo por los montes en el ramal más alejado del Niobrara: que todos debemos vivir con una medida completa de soledad ineludible, y no hemos de hacernos daño con la pasión por escapar de ese aislamiento”.