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Rata come rata

Se veía venir. Cuando el barco se hunde, las ratas abandonan el navío. Las que saben nadar. Las que no saben se van a la bodega a pegarse el último banquete, o a montar una gran orgía final… o le sueltan un bocado a esas otras ratas a las que tienen ganas.

El Partido Popular es, desde hace tiempo, un barco a la deriva con el casco agujereado. A partir de esta peliaguda situación le dejo a usted que imagine quiénes son los roedores, en qué consiste el banquete y qué orificios resultarán sellados con carne en la última bacanal. ¿Las ratas que comen rata? Muy sencillo. “No está diciendo toda la verdad”, dicen unos vicesecretarios del PP que se niegan a seguir defendiendo a José Manuel Soria, el último ministro enjardinado en su propio laberinto de mentiras.

Ratas de élite mordisqueando los testículos de una rata líder. El acabose. Barra libre en las alcantarillas de la derecha española. Y si no me cree, un segundo detalle de esta explosión de canibalismo roedor: el ministro de Hacienda Cristobal Montoro ha multado con 70.403 euros a José María Aznar por irregularidades fiscales, y le obliga a pagar otros 199.052 en una liquidación complementaria. ¿Complementaria? ¡Coño, como el sinvergüenza de Monedero!

“Si todos los españoles hiciéramos eso, a ver cómo pagábamos los servicios públicos educación y sanidad”, dijo la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría. Y tenía toda la razón del mundo, ¿verdad? Tanta que el mismo José María Aznar estaba de acuerdo, allá por 1997, con la sinvergonzonería de los defraudadores: “El fraude fiscal es incompatible con una sociedad moderna y solidaria. Lo que uno deja de pagar, lo acaban pagando otros”.

Ratas comiendo ratas. Un banquete antropófago que no ha hecho más que empezar.

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“Nunca pactaremos con populistas”, dijo en una ocasión la socialista Susana Díaz. ¿Se refería a un acto de onanismo político sin precedentes? Seguro…

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¡Qué pedazo de país tenemos!

Noche del sábado 25 de octubre de 2014. Telecinco estrena programa de actualidad política en prime time. Contraprograman “La Sexta noche”, el exitoso espacio de la competencia. Se llama “Un tiempo nuevo”, y arranca a lo grande: entrevista en directo con el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro. Tienen que pasar 40 minutos para que el periodista Fernando Garea le formule la pregunta del millón, esa con la que sin duda alguna debería haber comenzado la entrevista: “¿Le parece a usted bien, como encargado de cobrar los impuestos a los ciudadanos, que su partido tenga una caja B con dinero negro?”. Montoro responde en círculos abstractos, sin decir nada, insultando al telespectador: “Yo he estado ahí, y yo le digo que eso no lo he conocido”.

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Era la pregunta, y había que haberla formulado una y mil veces. Solo un día antes el juez Pablo Ruz había emitido un auto, resolución judicial razonada, en el que se ponía de manifiesto que el Partido Popular había pagado en dinero negro 750.095 euros por unas reformas en su sede de la calle Génova. Una investigación de Hacienda que se añadía a otra anterior, más reformas en otras plantas del mismo local, con otras cifras de gasto, siempre en negro. En total, el dinero pagado en fondos opacos por el PP para las reformas de su sede nacional se eleva a 1,71 millones de euros. Dinero negro, como se lo cuento. Y manejado por el partido que gobierna este país.

“En su partido hay un problema estructural”, dijo Pepa Bueno después de desglosar la larga lista de corruptos del PP. Montoro se atasca, se trastabilla, vacila: “Es que somos muchos… si quiere dedicamos esto a mis sentimientos, pero yo he venido a contar a los españoles en qué gastamos el dinero, yo llego a donde llego. ¿A ustedes ese les parece el primer tema de España? A mi me parece que el primer tema es crear empleo”. Para salir del entuerto, Montoro se enfada. Hace como que se enfada, me temo, todo digno, todo espeso, todo sinvergonzonería. “Me siento mal con muchas cosa, pero muy bien con España. ¡Qué pedazo de país tenemos! Este país se lo merece todo… Y el que lo haga ilícito, que lo pague”.

“La gestión de Bankia forma parte de la bancarrota de España, ¿sí o no?”, preguntó Bueno en repetidas ocasiones al ministro de Hacienda. Y Montoro respondió como si los telespectadores fuésemos idiotas. “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Todos somos mayores para ser responsables de nuestros destinos… No vamos a hacernos responsables unos de otros”, dijo el ministro, faltando al respeto a quienes estábamos viendo el nuevo programa político de Telecinco para la noche de los sábados. Una presentadora mostrando cacha, Sandra Barneda, y cuatro periodistas de diferentes pelajes, dos de ellos excelentes (Pepa Bueno y Fernando Garea), entrevistaron a un político patético en su manera de comunicar, increíble en sus justificaciones, lamentable en su análisis. “Los políticos estamos en esto porque da un sentido a la vida”, dijo en medio  de una verborrea surrealista, de un discurso cebolleta.

Viendo expresarse a Montoro se entiende que el Gobierno evite a la prensa, se niegue a dar explicaciones, se oculte tras la montaña de corrupción interna que les consume. Vivimos en un tiempo podrido, y Montoro, por una vez, por una noche, se convirtió en portavoz de la banda que controla el vertedero. “Ha sido un honor estar con todos ustedes. Aquí dejo mi rúbrica…”.

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Justo mientras Montoro teatralizaba un arrebato de dignidad en Telecinco, en La Sexta entrevistaban al Gran Wyoming. En un alarde de inteligencia, La Sexta contraprogramó, un cómico brillante contra un ministro patético, a quienes le contraprogramaban. No hubo color.

¿El resto de la noche? Una batalla por la audiencia no ya entre dos cadenas, sino entre dos grupos, Mediaset y Atresmedia, que se disputan el control político de la noche de los sábados. Griterío. Mediocridad. Inda y Marhuenda. Show. Partidismo. Nada de periodismo. Ketty Garat, de Libertad Digital. Líderes de PP y Podemos acusándose de hacer circo. El socialista Antonio Carmona. Televisión comercial repetitiva, de dudosa calidad, de nulo interés político.

Así las cosas, “Un tiempo nuevo”, el programa que se estrenaba, terminó como empezó, con una entrevista de altura. Bertín Osborne opinando sobre política. Bertín Osborne diciendo sandeces sobre economía, sobre trabajo, sobre Podemos, llamando bolivarianos a los de Pablo Iglesias. Este es el nivel. ¿Un tiempo nuevo? No, el mismo tiempo mediocre de siempre. ¡Qué pedazo de país tenemos!

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LA GUARDIA CIVIL DETIENE A FRANCISCO GRANADOS, EX NÚMERO DOS DE ESPERANZA AGUIRRE EN MADRID, EN UNA REDADA CONTRA LA CORRUPCIÓN

Tiene razón Montoro… ¡Qué pedazo de país tenemos!

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Un motivo para NO ver la televisión

Canciones de amor a quemarropa

Autor: Nickolas Butler.

Editorial: Libros del Asteroide.

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La amistad es para siempre. O debería serlo. Sobre algo tan aparentemente sencillo habla este libro, una apología de la vida simple, de los ambientes rurales, de los círculos cerrados y los amigos de la infancia. Lee, Henry, Kip y Ronny son colegas de toda la vida. Han crecido, jugado, peleado, bebido y vivido, con diferentes suertes, en un pequeño pueblo llamado Little Wing, en la Norteamérica profunda: “Mudaos a Wisconsin. Compraos una estufa de leña y pasad una semana entera partiendo troncos. A mí me funcionó”. Uno podría considerarse un ambicioso hombre de negocios. Otro monta toros en rodeos y calza botas vaqueras. Lee es una estrella del rock, su primer disco da título a la novela, que viaja por todo el mundo con los bolsillos repletos de pasta. El cuarto tiene una granja de vacas lecheras y una familia maravillosa, todo lo que necesita para ser feliz. Cuatro hombres diferentes unidos por los lazos que atan: la tierra, la memoria, la música, ver crecer a los hijos, ver morir a los padres, sentir que estás envejeciendo acompañado de la gente adecuada.

Nickolas Butler, el autor, nació en Pensilvania, pero se crió en Wisconsin, lugar donde sitúa esta novela coral, emocionante, quizá generacional, sin duda inolvidable. Como un Richard Ford más joven, fresco y liviano, que no intrascendente, Butler escribe una pequeña gran novela americana. Una historia que surge de la tierra, echa raíces en el trabajo y crece en las entrañas de unos personajes increíblemente frágiles y tiernos. “América, diría yo, consiste en gente pobre tocando música y en gente pobre compartiendo comida y en gente pobre bailando aun cuando llevan una vida tan desesperante y tan deprimente que ya ni debería haber sitio para la música o para algo de comida extra, cuando no deberían quedarles energías ni para bailar”.

Una canción de amor a la vida, a los espacios abiertos y los pueblos pequeños, a la cerveza compartida y los camaradas inseparables, a las hogueras campestres y los largos y fríos inviernos. Uno de los libros del año, sin ninguna duda.

El kilo de tertuliano

Cuando el telespectador con un mínimo de criterio ve a Francisco Marhuenda, director de La Razón, ejercer de jefe de prensa de Mariano Rajoy en tertulias de diferentes cadenas, lo lógico es que se haga una pregunta: ¿Cuánto pagará este hombre para que le dejen decir semejante sarta de gilipolleces? Ayer sin ir más lejos soltó ésta: “Los periodistas lo que tienen que hacer es opinar”.

Querido lector, se va a quedar usted de piedra: Marhuenda no solo no paga, sino que cobra. Imagínese el momento que vive la televisión en España. Y el periodismo. Y la política. Y la moral.

Marhuenda cobra. Y también Pérez Henares, María Antonia Iglesias, Alfonso Rojo, Pilar García de la Granja, Isabel Durán, Miguel Ángel Rodríguez, Carlos Cuesta, Eduardo Inda… Incluso los tertulianos de Intereconomía y 13Tv cobran. Sé que cuesta trabajo creerlo, que es duro admitirlo, pero es así. ¡Los tertulianos cobran!

Cristobal Montoro, nuestro flamante ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, nos lo recordó de manera sutil hace unos días: “No se puede estar todo el día sentando cátedra y luego no pagar a Hacienda”, dijo siguiendo el estilo sutil del genial Gila. Ya sabe, “aquí alguien ha matado a alguien…”.

Los medios de comunicación han reaccionado de manera inmediata a la acusación del ministro y han recopilado información sobre el tema. Han puesto precio a la carne de tertuliano. Y yo hago lo propio y se lo pongo en bandeja: en los matinales de máxima audiencia, Ana Rosa en Telecinco y “Espejo Público” en Antena 3, estamos hablando de 500 euros por cabeza. En “Las mañanas de Cuatro” (Cuatro) la propina sería inferior a los 400 eurillos. En un clásico del talk show como “El gran debate” estaríamos hablando de tarifas personalizas, según la capacidad de crispación del invitado, pero siempre a partir del billete de 500. Pero cuidado, porque Miguel Ángel Rodríguez y María Antonia Iglesias no crispan por menos de 1.000 eurazos por barba.

Quien peor paga a sus tertulianos es, vaya por dios, TVE: 150 euros a los madrugadores de “Los desayunos” y 250 a los trasnochadores de “59 Segundos”. Y en la base de la pirámide, humildes entre los humildes, unos canales de TDT que sueltan  calderilla a sus invitados: entre 75 y 100 euros por cabeza. Ni para el taxi.

Pero no me gustaría terminar el post de hoy con el regusto amargo que supone pensar que alguien cobre por defender en una televisión que el 11-M fue obra de ETA. Hay esperanza: en los últimos tiempos el precio del opinador profesional ha caído entre un 50 y un 70%.

Si le parece bien, otro día hablamos de los 200.000 euros que cobra Jesulín por tirarse a la piscina en el programa “Splash!” (Antena 3)

 

Un motivo para NO ver la televisión

Cartas a un buscador de sí mismo

Autor: Henry David Thoreau.

Editorial: Errata Naturae.

La noticia es magnífica: ¡un texto inédito de Henry David Thoreau, el poeta trascendentalista, el agrimensor, el naturalista, el impulsor de la desobediencia civil, el fabricante de lapiceros! Y no unas insignificantes sobras, restos insípidos o vulgar relleno, sino la vibrante correspondencia mantenida con su amigo Harrison G.O. Blake, licenciado en Teología y compañero de Thoreau en Harvard.

Thoreau es el filósofo de la sencillez y el campo, un  hombre asilvestrado que creía no ser nada, un ser más insignificante que una semilla, un insecto o un chaparrón. El hombre que en la primera carta a Harrison G.O. Blake desvela las claves de su pensamiento: “Creo firmemente en la simplicidad. Es asombroso y triste ver cómo incluso los hombres más sabios pasan sus días ocupados en asuntos triviales que creen han de atender, en detrimento de otros asuntos más importantes que creen en su deber omitir”.

El libro incluye solo una primera misiva de Blake a Thoreau. El resto son las cartas del autor de Walden, repletas de emoción, equilibrio e inteligencia. Una auténtica delicia para los seguidores del pensador de Concord, qué duda cabe, pero también para todos aquellos que buscan fórmulas para hacer su vida más sencilla. Porque “no se trata tanto de conocer esto o aquello como de cambiarse a uno mismo, ser mejor, ser más feliz”.

Resulta especialmente conmovedor comprobar que el Thoreau de 1848-1861, fecha en que fueron escritas estas cartas, es un escritor de absoluta actualidad. El pensador que vivió durante dos años en una cabaña en el bosque fue un visionario, no cabe ninguna duda. Y en las páginas de este libro fundamental insiste en destacar la figura del hombre no como ser individual, sino como parte de un mundo en equilibrio: “No deje espacio para las dudas que no le sean satisfactorias. Recuerde que no tiene por qué comer si no está hambriento. No lea los periódicos. No deje pasar ninguna oportunidad de sentirse melancólico. Y en cuanto a la salud, considérese sano. No se empeñe en encontrar las cosas tal y como usted cree que son. Haga lo que nadie más puede hacer por usted. No haga otra cosa”.

Añada a la belleza sublime del texto una cuidada traducción, la ilustración de David Sánchez y la impecable edición de Errata Naturae. Tendrá un clásico.

 

Los actores y la crisis

Los actores son unos mierdas. Todos. Bueno, todos menos Arturo Fernández, que es un cachondo. Arturo Fernández el chatín, cuidado, no el vicepresidente de la CEOE. Y si no ya me dirá usted… Maribel Verdú, la que dedicó su Goya a los desahuciados, asistió a la ceremonia vestida de Dior. Como se lo cuento… Dior es una marca de ropa de lujo, por si usted es más de Zara. Y qué me dice de Candela Peña, que dijo que había visto morir a su padre en un hospital donde no había ni mantas ni agua. Pues resulta que los sindicatos del hospital de Viladecans aseguran que no faltan ni agua ni mantas… “salvo algunos días puntuales de colapso”. ¡Qué mala leche la del padre de la Candela, ir a palmar un día de colapso! ¿Y qué me dice usted de Javier Bardem? El muy puñetero defiende al pueblo saharaui de manera beligerante, con uñas, dientes y documentales, pero sin embargo luego va y se lía con una madrileña. ¿Se le puede llamar a eso coherencia?

Por eso me sentí en buenas manos cuando Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, señaló: “algunos de nuestros famosos actores no pagan impuestos en España”. ¿Cómo? ¿Que algunos de nuestros famosos actores no cumplen con Hacienda? ¿Y los menos famosos, esos de reparto? ¿Y los nada famosos, esos actores fracasados? Madre mía, ¡qué notición, qué escándalo y qué alboroto! Resulta que la culpa de la crisis que estamos viviendo la tienen los jodíos peliculeros: “El día que (los actores) paguen, las bases imponibles serán más amplias y la recaudación corrigiendo el déficit público podrá bajar en nuestro país”, aseguró Montoro sin despeinarse.

Montoro es un pedazo de ministro. Ya nos lo advertía su aspecto de roedor: qué mejor que una ardilla para almacenar recursos, para cuidar la despensa. Y lo ha confirmado su manera de acabar con la crisis a golpe de insinuación. ¿Tirando la piedra y escondiendo la mano? No, recaudando impuestos a los actores famosos. Esos que aprovechan las fiestas del cine español subvencionado para quejarse del Gobierno que les da de comer. Esos que, recuerde, tienen en sus manos la salida de la crisis: “el día que paguen, las bases imponibles serán más amplias y la recaudación corrigiendo el déficit público podrá bajar en nuestro país”.

El responsable de la Agencia Tributaria Española lleva tiempo demostrando que es un político de altura: su amnistía fiscal y su gestión del caso Bárcenas así lo demuestran. Es normal que los ciudadanos le adoren. Fíjese hasta que punto que Armando del Río, actor y ciudadano, le ha escrito una carta. Una de esas misivas que hacen que se te ponga un nudo en la garganta y broten las lágrimas: “Montoro, pequeño Gollum, si quieres crear cizaña lo has conseguido, si quieres criminalizar a todo un sector profesional, lo estás consiguiendo, pero si lo que dices es que por lo que defraudan algunos actores la situación del déficit español mejoraría, teniendo a un ex-tesorero de tu partido con 22 millones de euros que no se saben de donde han salido, en Suiza, es que eres más tonto de lo que, lamentablemente, pareces”.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Emmylou Harris & Rodney Crowell.

Cd: Old Yellow Moon.

Dos grandes estrellas de la música norteamericana unidas en un proyecto común, interpretando doce canciones de corte clásico escritas a su medida. Emmylou, musa de Gram Parsons, quizá sea la cantante country más grande de todos los tiempos. Rodney Crowell, toda una garantía como compositor y guitarrista, se mantiene desde finales de los setenta en primera línea de fuego.

Cuentan que en 1975 la de Alabama pidió al tejano que formara parte de su banda: “Lo primero que oí de Rodney fue una maqueta en 1974 y supe inmediatamente por su voz y letras que tenía buen material. Nos conocimos poco después, llegando a ser compañeros de grupo en la Hot Band e iniciamos una amistad que continuó y creció a lo largo de los años. Siempre esperé que algún día pudiésemos hacer este disco, y ahora, finalmente, puedo tacharlo de mi lista de deseos”. Cuatro décadas después han grabado un álbum que arranca con guitarras de pedal en la más pura tradición vaquera. Mucha balada, algún medio tiempo, y la sensación de que Crowell podía haber metido algo más de caña.

Un disco que, pese a su melancolía, encantará a todos los seguidores de los sonidos campestres. Incluye grandes canciones de Crowell, y versiones de, entre otros Kris Kristofferson, Hank DeVito, Roger Miller y Patti Scialfa.