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Responsabilidad personal

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha dicho que no asistirá a la recepción oficial de Felipe VI por el Mobile World Congress (MWC). Y me parece fatal. Pero no por el hecho de que se niegue a compartir espacio vital con el hijo de Juan Carlos I, sino por la razón que esgrime: “la responsabilidad institucional (del rey) ante las miles de personas que sufrieron cargas policiales durante el referéndum del 1 de octubre”.

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Debió de anunciar que no asistirá a los actos a los que vaya Felipe VI porque es republicana, en caso de que lo sea. O porque no cree en un sistema hereditario tan prehistórico y rancio, o porque le repugna lo de la sangre azul, o porque es ver a Felipe y acordarse de Urdangarín, o por cualquiera de los cientos de razones que puede argumentar un demócrata para no tener nada que ver con una monarquía. ¿La “responsabilidad institucional” de Felipe ante las personas que fueron apaleadas el 1 de octubre? Me temo que es mínima. En este caso tendría que dejar de reunirse con el ministro de Interior y la cúpula del Gobierno presidido por Mariano punto Rajoy. Lo que tampoco sería descabellado…

Decíamos que la “responsabilidad institucional” de Felipe ante las personas que fueron apaleadas el 1 de octubre es mínima. Es sin embargo máxima la necesidad de llamar a las cosas por su nombre. Cuestión de responsabilidad personal. “La corrección política es enemiga de la libertad”, asegura en El País Mario Vargas Llosa. Y no seré yo quien lleve la contraria a tan ilustre liberal. Por tanto le digo que no asistiría a ninguna recepción oficial de Felipe VI porque soy republicano, porque al padre de este señor le escogió un dictador, porque la monarquía me parece un atraso en pleno siglo XXI, porque soy profundamente demócrata, etc.

Un motivo para NO ver la televisión

Joan Baez

Cd: Whistle Down The Wind.

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Había perdido la pista a Joan Baez cuando, hace solo unos días, escuché una maravillosa versión suya de “The night they drove old Dixie down” en la banda sonora de la película “Tres anuncios en las afueras”. ¿Qué será de la cantautora neoyorkina? Me pregunté. ¿Cuántos años tendrá? ¿Se habrá retirado discretamente? Pocas horas después estaba escuchando Whistle Down The Wind, el que es su nuevo disco.

Joan Baez tiene 77 años, y se encuentra en plena forma. Así lo parece tras escuchar este nuevo trabajo, un disco de una madurez impresionante y una enorme solidez musical. La Baez de 2017 no es la Baez de 1975, una hippy de guitarra acústica y micrófono a la sombra de Dylan. Whistle Down The Wind reune diez canciones cuidadosamente elegidas, firmadas por gente como Tom Waits, Josh Ritter, Mary Chapin Carpenter, Eliza Gilkyson o Joe Henry. Composiciones serias, en ocasiones complejas, que han sido grabadas y producidas por este último. Joe Henry consigue una vez más un equilibrio mágico, hacer que lo difícil parezca sencillo, con un sonido elaborado pero directo, suave y contundente, humilde y elegante.

“Whistle Down The Wind” pide ser escuchado una y otra vez. Con cada nuevo pase se descubren matices instrumentales, tonos insospechados en la voz de Baez, genialidades ocultas en unas canciones redondas. Bienvenida sea la eterna Joan Baez con discos tan comprometidos y modernos como éste.

 

De pescaderas y académicos

“Y pedantones al paño / que miran, callan y piensan / que saben, porque no beben / el vino de las tabernas”. He andado muchos caminos. Antonio Machado.

Un hombre ha dicho que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, “no tiene ni idea de cómo se lleva una ciudad ni le importa”, y que por tanto “debería estar sirviendo en un puesto de pescado”. El individuo en cuestión no es el proxeneta de un local de mala muerte, ni un sicario con dolor de muelas, ni un ex presidiario sifilítico, ni siquiera un tertuliano de 13TV. Es un todo señor escritor, filósofo, traductor y académico de la Lengua española que, además, fundó Ciudadanos. Se llama Félix de Azúa, y no ha hecho esas declaraciones ni en la barra de un burdel, ni en un local de copas con piano y taburetes, ni siquiera en el plató de Telemadrid, sino en una prestigiosa revista llamada Tiempo.

Poco se puede decir de semejante comentario, y del escritor, filósofo, traductor y académico de la Lengua española tan torpe como para decir en público lo que piensa. Porque lo que piensa es de un machismo y un clasismo repugnantes. Lo diga el más humilde pastor o el intelectual más prestigioso. Nada de extrañar, entonces, sentándose Azúa donde se sienta: La Academia tardó 266 años en admitir a una mujer. Y actualmente, de sus 46 sillones solo hay siete ocupados por mujeres. Se lo diré de otra manera a ver si lo entiende: son académicos Juan Luis Cebrián, Luis María Ansón o Arturo Pérez-Reverte, pero no lo fueron María Moliner, Rosa Chacel, María Zambrano, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite.

¿La sinceridad del genio irreverente frente a la superioridad moral de la izquierda? No le quepa duda. Por eso a rebufo del agudo y socarrón Azúa, que al desprecio por Colau añadió comentarios sobre Podemos tan originales como que están financiados por Venezuela o que quienes les votan “tienen que estar borrachos”, ya circula la flor y nata de la intelectualidad conservadora española. Aquí tienen a uno de los más brillantes colegas de Azúa apoyándole a muerte…

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Colau ha sido elegante. Como buena pescadera. Y les ha respondido con una sencilla fotografía…

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Un motivo para NO ver la televisión

La chica de California.

Autor: John O´Hara.

Editorial: Contra.

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John O´Hara publicó a lo largo de su vida 274 relatos en el New Yorker. Y no fue por casualidad: el escritor de Pensilvania es un narrador increíble, capaz de arrastrar al lector hasta universos de lujo y vulgaridad, de alcohol y elegancia, para finalmente dejarle caer al barro con una frase desconcertante, un giro inesperado o un final áspero y deslumbrante.

“Toda esa gente, tanto la gente bien como la chusma que le hace corro las noches de estreno, cuando nos vea juntos pensará: ´Madre mía, vaya par de viciosos. La ricachona y ese gordo seboso y medicre`. Ahora no lo dicen porque siempre va con maricas. Pero yo tengo una de las peores reputaciones de este negocio. Ninguna mujer decente, si es queda alguna, saldría conmigo. Tengo esa reputación desde los dieciséis años, y no me sorprendería si la tuviera para el resto de mi vida”.

Es inconcebible que no se hubieran traducido antes al castellano estos relatos geniales, y que O´Hara solo estuviera presente en nuestras librerías con su clásico “Cita en Samarra”, una novela que cuenta la decadencia de una pareja modélica en la Norteamérica a punto de sumergirse en la Gran Depresión. Los 25 relatos que forman la imprescindible antología que hoy nos ocupa, traducidos con precisión y editados con mimo por editorial Contra, forman un ejemplo perfecto del trabajo de O´Hara. En ellos está toda la impertinencia, la ironía y el desparpajo de este narrador urbano, siempre ácido y corrosivo, capaz de reflejar como pocos el escenario social de las clases altas estadounidenses. Y de describir con precisión quirúrgica a los protagonistas de sus fiestas y desparrames.

“Era una mujer menuda, agradable y amistosa, de menos de treinta años. Sus ojos eran demasiado hermosos comparados con el resto de la cara; cuando dormía no debía ser gran cosa, y tenía la piel sensible al sol. Era de buena constitución -manos y pies maravillosos-, y cuando se ponía suéter y falda su figura siempre hacía que los golfistas y jinetes se volvieran a mirarla”.

O´Hara puede ser tan deslumbrantemente cotidiano como Carver, tan insidioso y contradictorio como Cheever, tan directo y seguro de si mismo como Hemingway, y por supuesto tan decadente como Fitzgerald. Genial como todos ellos, parece escribir lo que ve con ojos precisos y lúcidos, haciendo gala de un descaro luminoso que solo rompe en la recta final, cuando cierra sus relatos con detalles de una personalidad literaria inconfundible. Uno de los grandes, por fin entre nosotros.

“Desde que había conseguido que le dieran un camerino privado -y de eso hacía un buen puñado de años-, Theresa siempre había insistido en quedarse sola los últimos cinco minutos antes de salir a actuar. Eso le daba tiempo para serenarse, reunir fuerzas, vomitar si era necesario, enjuagarse la boca con un sorbo de champán que no se tragaba, prepararse para el aviso del director de escena, salir y matar a todos esos hijos de puta a base de encanto, belleza y talento”.

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La razón se impuso a la fe

“El Espíritu Santo que Cristo ha mandado junto al Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo. Por eso, el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe”, dijo el Papa Francisco el domingo en la Basílica de San Pedro, durante su homilía de la festividad de Pentecostés. En ese mismo instante Darwin se revolvió en su tumba, murieron tres crías de ornitorrinco y Esperanza Aguirre depositó su sobre en una urna de Malasaña: “Espero que el espíritu Santo inspire a los madrileños para que voten lo mejor”, dijo mientras Pecas tiraba de la correa tratando de huir.

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Y entonces se produjo el milagro. La razón se impuso a la fe. El Partido Popular sufrió una derrota histórica. Los ciudadanos reaccionaron, castigaron a los corruptos, a los ineptos, a los malos políticos, a Mariano Rajoy y sus cómplices. Al PSOE. Y apostaron por la renovación.

¿A Aguirre no la ha votado ni Dios? Bueno, a lo mejor Dios sí, pero lo que es el Espíritu Santo, ese que preña a distancia e inspira a los madrileños, debe de haber votado en blanco. En Madrid la gente ha confiado en Manuela. Y en Barcelona, en Ada. Y en Extremadura, y en Castilla La Mancha, y en… Han votado por el cambio, han desbancado al PP, han puesto patas arriba un mapa político español que necesitaba este alboroto, esta derrota de lo podrido, un renovarse o morir.

Disfrutemos de los nuevos vientos, respiremos aire fresco, creamos de nuevo en la política… pero no nos confiemos. En un día festivo citaré a un ave de mal agüero: “Más allá de quien gane hoy, la regeneración democrática de España es desoladoramente improbable”, dijo nada más y nada menos que un Hermann Tertsch que visitó Telemadrid seguramente a modo de despedida. No hagamos caso a este triste ejemplo de mamandurria humana: ¡El bipartidismo ha muerto! Es tiempo de unidad popular, de ilusión y caras nuevas, de ideas progresistas, de una segunda transición.

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Sal gordita

En primer lugar, gracias a todos. Por mantener vivo el blog durante estos días de pasión y gloria. Y por hacerlo no con banalidades, sino con comentarios inteligentes, enlaces interesantes y toneladas de ironía y buen humor. Hacer un blog con lectores como los que tiene El Descodificador es muy sencillo. Y es un placer. Dicho esto, volvemos a la normalidad…

Durante estas jornadas de convalecencia apenas he visto televisión. Salvo partidos de fútbol, en todos sus formatos: directo, diferido, resúmenes, “Fiebre Maldini”… El fútbol puede convertirse, para los que no creemos en dios, en el sustituto natural tanto del analgésico como de la religión. La iglesia de la pelota redonda, que diría John Carlin. Entretiene, adormece, aletarga, aleja de la realidad y sus problemas. Los que confiamos nuestra fe en deidades terrenales, como Arda Turán, Maradona o Sócrates, encontramos en el fútbol un paraíso en la tierra. En tres semanas de baja apenas he visto un par de películas y media docena de informativos, el último de ellos tan surrealista como para tratar de justificar la huida motorizada de Esperanza Aguirre. Hace ya mucho de eso…

Husmeo en webs de televisión y diarios digitales para encontrar la noticia televisiva de las últimas semanas, aquella con la que retomar el blog. Y me doy de bruces con una que resulta fantástica en su patetismo: el periodista Alfonso Rojo llamó “gordita” a Ada Colau, portavoz de la PAH de Barcelona, en el debate La Sexta Noche, de la cadena progresista de Lara. “Está usted muy gordita para el hambre que se pasa en este país”, dijo. Indignado, el presentador del espacio de reflexión y análisis expulsó del plató al afamado reportero. “Lo siento, tío, con todo el dolor de mi corazón”. ¿Expulsado para siempre, entre abucheos y lanzamiento de hortalizas, de La Sexta? No, tampoco es para tanto. Gordita. Cinco minutos después el mismo presentador, recuperado de tamaña insolencia, admitió a Rojo con los brazos abiertos. Acabada la pantomima, el espectáculo debe continuar…

Liderados por Ferreras, los presentadores de La Sexta se han propuesto convertirse en el no va más de la progresía, el compromiso y la coherencia. Lástima de estos pequeños detalles chuscos. ¿La Secta? De ninguna manera: esto no es cuestión de ideas o creencias. Esto tiene que ver con la pasta y el poder, con  las influencias y las audiencias, con la rentabilidad y los beneficios. ¿Sesgados políticamente? Alguien tiene que hacerse con los beneficios que generan los abandonados telespectadores de izquierdas.

Beneficios que, por cierto, se reparten sin problemas entre periodistas progresistas y tertulianos facciosos. “Yo NUNCA cobro por ir a televisión. Los mercenarios q insultan y difaman, sí lo hacen”, dijo Colau en su cuenta de Twitter. “La siguen 126.000 piojos”, afirmó Rojo sobre los seguidores de Colau en la red social. No olvidemos que el “gordita” de Rojo, su forma de hacer periodismo, están financiados por La Sexta, cadena que lejos de evitar ese tipo de tertulianos impresentables los ha convertido en la sal y pimienta de sus espacios de debate.

Las tertulias de La Sexta ganan audiencia sin parar, con lo que eso supone económicamente. La razón de su éxito es muy sencilla: cada día se parecen más a “El gato al agua” e incluso, si me apura, a “Sálvame”. Sal gorda, gordita. Es lo fácil. Es lo rentable. Es periodismo amarillo. Tu haces el trabajo sucio y la insultas, yo me pongo digno y te expulso cinco minutos, lo petamos y repartimos. Tío.

P.D.

Telecinco…

Telecinco

 

Un motivo para NO ver la televisión.

De París a Monastir.
Autor: Gaziel.
Editorial: Libros del Asteroide.

De parís...

Del periodismo de chichi nabo, ese que convierte el insulto y la descalificación en su razón de ser, al viejo periodismo ilustrado, ese en el que los reporteros, fíjese lo que le voy a decir, viajaban realmente al lugar de la noticia. Porque Gaziel, seudónimo de Agustí Calvet, estuvo realmente en los lugares que tan brillantemente describe en este libro, un clásico del reporterismo español.

“¿Qué nos está reservado para el día de hoy? En estos viajes de aventuras cada despertar es un sobresalto. Todos los días, al abrir los ojos, hay que preguntarse dónde estamos, qué sucesos nos aguardan, qué gentes nos rodean y qué lengua es preciso improvisar o balbucir para seguir adelante…”, escribe Gaziel en un libro que es, al tiempo, de viajes, de periodismo y de aventura. Gaziel fue uno de los grandes periodistas españoles del primer tercio del siglo XX, y recuperar sus textos siempre es motivo de alegría. Escribió artículos brillantes sobre la Gran Guerra, describió con maestría tanto las ciudades como el ambiente de las mismas y a sus habitantes, y analizó con precisión cada momento político, cada circunstancia social. Fue un reportero reposado y sereno que describió con precisión, filosofía y elegancia el mundo que le rodeaba.

En “De París a Monastir” Gaziel narra el viaje que le lleva de la capital de Francia a la ciudad serbia, en lo que es una larga e intensa crónica del caliente momento que atraviesa el sur de Europa en 1915. Cada capítulo es una pequeña novela, tanto por la brillante técnica literaria utilizada como por los episodios narrados, reales pero fantásticos. Un clásico del periodismo español felizmente recuperado.