El diario ABC dedicó su portada del jueves al atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo: “Ataque a la libertad”, titulaba a toda página. El editorial de ese día, que estaba encabezado por una frase contundente (“Salvaje amenaza a la democracia y a la libertad de expresión”), en su interior llamaba a las armas: “Europa no tiene tiempo para seguir especulando sobre la respuesta a la amenaza yihadista. Tanto el Estado Islámico como Al Qaida, Boko Haram o Al Sabah, han decidido convertir el planeta en un campo de batalla para su violencia terrorista y la reacción de los gobiernos democráticos debe situarse a la altura de las circunstancias. Y esto puede exigir adoptar medidas…”.
Hace exactamente un año este mismo diario arremetía contra la revista satírica española Mongolia por “utilizar una imagen de la virgen para publicitarse”: “Nuevamente la Semana Santa y sus imágenes son motivo de utilización indebida”, aseguraba el diario que hoy defiende la libertad de expresión. ABC destacaba en esa noticia las declaraciones de Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla, que consideraba “una falta de respeto muy grave” utilizar la imagen de la Macarena. “La libertad de unos termina donde empieza la de otros”, aseguraba, y hablaba de “ofender los sentimientos de los sevillanos” y de “una falta de respeto muy grave y, sobre todo, innecesaria y gratuita”.
¿Qué tiene la Macarena que no tenga Mahoma?
La libertad de expresión es sagrada, incluso para aquellos que no creen en la libertad de expresión. O tienen un concepto muy relativo de la libertad de expresión. O solo ven amenazada la libertad de expresión cuando hay muertos. No olvidemos que hay gente que defiende, al mismo tiempo, la libertad de expresión y la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana.
Ahí tienen a La Razón, sin ir más lejos. El jueves colgaban en los quioscos una emotiva portada en negro, “Todos somos Charlie Hebdo”, y subtitulaban su cabecera con un emocionante “En defensa de la libertad de expresión”. Pues unos años antes los chicos de Marhuenda habían escrito y publicado un editorial en el que analizaban el secuestro del semanario satírico español El Jueves en cuya portada aparecían los entonces Príncipes de Asturias haciendo el trenecito. “La libertad de expresión tiene unos límites: la dignidad moral y las leyes”, aseguraba la Razón. “No es necesario denigrar al otro para hacer ironía o sátira, y menos aún cuando lo que se busca es cuestionar uno de los pilares de la democracia, esto es, la Jefatura del Estado encarnada en la Corona”.
¿Qué tiene la Corona que no tenga Mahoma?
En TVE han defendido hoy, como no podía ser de otra manera, la libertad de expresión. El actual director de informativos de la televisión pública, José Antonio Álvarez Gundín, escribía en La Razón cuando era jefe de Opinión de este diario, allá por 2012: “La libertad de expresión es sagrada, pero no ampara el insulto ni encubre la falta de talento. Tampoco es patente de corso ni refugio de rufianes. Si por algo resultan indigestas las caricaturas francesas de Mahoma es porque carecen de calidad artística y de peso intelectual… son el producto mediocre y vulgar de quien pretende tocar las pelotas o mear el territorio… Una caricatura burda o una película insultante no aportan más de lo que aportaría un bidón de gasolina en un incendio”.
Todos somos Charlie Hebdo. Pero algunos lo somos todos los días, y otros solo el jueves.
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Libertad de expresión. La Audiencia Nacional ha imputado al director y presentador del programa de televisión Tuerka News, Facu Díaz, por el gag “El PP se disuelve”, emitido el 29 de octubre de 2014.
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El ministro del Interior Jorge Fernández Díaz fue entrevistado el jueves en La Sexta. Y habló de la necesidad de controlar a los radicales religiosos. La imagen no pertenece al momento de la entrevista…
Un motivo para NO ver la televisión
La hoguera pública.
Autor: Robert Coover.
Editorial: Pálido Fuego.
No es este un libro para pusilánimes, acongojados o haraganes. “La hoguera pública” exige al lector ciertos sacrificios, en lo que se refiere a constancia, intensidad y esmero en la lectura. Estamos ante una obra mayor, ante una historia densa y compleja, enloquecida y tronchante, demoledora y mordaz, que no dejará indiferente a nadie: requiere toda nuestra atención, eso sí, para poder compensarnos con largos ratos de lectura inolvidable. Incluye, además, grandes consejos: “Nunca hay que confiar en ningún hombre que tenga los dientes tan limpios como los de un perro: está claro que nunca ha estado en el mundo real cuando se ha armado la gorda”.
¿La historia? Richard Nixon ejerce de narrador de lo que resulta una avalancha de personajes, datos y anécdotas de un período caliente de Estados Unidos: la Guerra Fría, el comunismo amenazante, los grandes medios de comunicación, los políticos de diferentes calañas… Caricaturas. “Nixonland es la tierra del machacar y agarrar y lo que sea para ganar”. Todo comienza con los días previos a la ejecución, el 19 de junio de 1953, de un matrimonio de origen judío acusado de robar secretos nucleares para pasárselos a los rusos. El patíbulo se levanta en Times Square. Norteamericanos de todas las calañas, sumergidos en pleno conflicto internacional, muestran su interés por este caso.
“La hoguera pública” me recordó, en algunos sentidos, a “El desmoronamiento” (Debate) de George Packer, una versión entre épica y fantástica de los Estados Unidos entre 1978 y 2012. El libro que nos ocupa resulta menos periodístico, pero mucho más hilarante, sobre todo cuando despelleja al poder y sus protagonistas: “La política coquetea con el asesinato y la mutilación, el pillaje y el canibalismo”. La prosa brillante y torrencial de un Coover en estado de gracia consigue que los momentos divertidos y los íntimos y profundos no desentonen, que la lectura sea un placer pese a lo complejo y en ocasiones enrevesado de la trama. Cualquiera que haya intentado escribir un párrafo debe rendirse al trabajo de este profesor universitario, y a los recovecos de esta obra densa y sorprendente que desmonta el American Way of Life. Nada ni nadie salen indemnes del bisturí de Coover, especialmente brillante en su versión descarada y montaraz del Tío Sam, y del miedo a un comunismo con tintes de fantasma.
Un libro insólito, efervescente, inolvidable.