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El sonido del silencio

El día en que Paul Simon anunció su retirada de los escenarios, Amaia ganó la última edición de “Operación Triunfo”. Y todos los grandes (?) diarios le han dado su portada a esta última. Así es la vida. Así de injusta, de traicionera, de miserable, de hija de la gran puta. Se nos va uno de los cantantes y compositores más grandes de la historia de la música pop y se nos viene un nuevo clónico de Bisbal y compañía. Adiós, “Homeward Bound”, “Ms Robinson” y “The Boxer”, bienvenida la enésima versión de “Bulerías, bulerías”.

Comienzo a ver el programa, la final tras tres meses de academia, y tengo la misma sensación de vacío que cuando comenzó hace nueve temporadas. ¡Qué bazofia! De presentador, de profesores, de jurado, de concursantes, de versiones… ¡Qué pérdida de tiempo! Alargando el mismo invento de siempre, con los mismos giros, los mismos melodramas, los mismos simulacros de compañerismo, de amor por la música, de talento. No hay talento en “OT”. Hay horteradas, hay superficialidad, hay chin pum chin pum, hay televisión comercial y música de saldo.

La televisión pública española, TVE, tiene estas cosas. No encontrarás un programa de buena música en un horario digno, pero el ruido te destrozará los tímpanos en prime time. ¿Servicio público? Hace mucho tiempo que TVE dejó de ofrecer algo parecido. La televisión de todos los españoles se dedica a la propaganda, la desinformación y la telebasura. “OT” encaja en al menos uno de estos tres conceptos.

Se marcha Paul Simón y llega Amaia. Así las cosas, me temo que el mejor sonido al que podemos aspirar es el sonido del silencio.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La edad de los prodigios

Autor: Richard Holmes.

Editorial: Turner.

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Tenía que compensarle, querido lector, tras dedicar un post a esa fábrica de analfabetos musicales que es “OT”. Y no se me ocurre mejor manera de hacerlo que recomendándole uno de esos libros totales, un prodigio de diversión, una obra maestra que sin duda ocupará un lugar privilegiado en su librería. “La edad de los prodigios” habla de un tiempo no muy lejano en el que la gente tenía ansia de conocimiento, de lectura, de viajes y aventuras. Un tiempo en el que el poder invertía en ciencia y exploración. Un tiempo en el que el hombre soñaba con descubrir nuevas estrellas, volar en globo, alcanzar fuentes de ríos desconocidos. Un tiempo en el que la humanidad quería saber.

El biógrafo británico Richard Holmes cuenta de maravilla este periodo de la historia, siglos XVII y XVIII, saltando de personaje en personaje. Pequeños grandes perfiles de viajeros, naturalistas, aventureros, astrónomos, botánicos, inventores, exploradores… Héroes de un tiempo con hambre de sabiduría. ¡Qué lejos nos parece algo así!

Holmes analiza con precisión, de manera amena pero rigurosa, las vidas y las gestas de leyendas como Mungo Park, Joseph Banks, William Herschell, Humphry Davy y otros muchos más jóvenes talentos. Cada una más sorprendente, más fascinante que la anterior. Y a lo largo de 680 páginas, que se leen como si se tratase de una grandiosa novela de aventuras, nos traslada a un mundo que debió ser formidable. Y que tuvo lados oscuros. Por algo este libro se subtitula, de forma muy correcta, “Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo”.

No deje de leer “La edad de los prodigios”. Le atrapará, le divertirá, le instruirá y le recordará que el hombre, para ser así considerado, debe mostrar una insaciable curiosidad por entender el mundo que le rodea. Lea y alucine.

Adiós con el Calderón

Cuando mi tío Ángel me llevaba, cogido de la mano, al Calderón, quiero pensar que por el Paseo de los Melancólicos, mis ojos de niño de siete u ocho años quedaban a la altura de sus muñecas. Los puños blancos de la camisa asomaban por las mangas de la chaqueta. Sobre la tela inmaculada destacaban unas pequeñas insignias que me acompañaban todo el camino, desde Chamberí hasta la orilla del Manzanares: barras rojas y blancas, unas estrellas, un oso y un árbol. Antes de ver ese escudo es evidente que había visto a mis padres, a mi familia, a mis compañeros de colegio o guardería… Pero si hoy me preguntas cuál es mi primer recuerdo, qué fue lo primero que contemplé en la vida, no lo dudaré un momento: el escudo del Atleti en los gemelos de mi tío Ángel camino del Calderón.

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¿Cómo no voy a guardar como oro en paño la diminuta cajita de cartón, apenas tres centímetros de lado por uno de alto, donde están esos gemelos desgastados? Unos gemelos que nunca me pondré, jamás he tenido traje y mis camisas son de leñador. Unos gemelos que ya nadie llevará nunca camino del Calderón.

El adiós al estadio de tu equipo es mucho más que la despedida a un centro de ceremonias paganas. Se trata del Teatro de los Sueños, como bautizó Bobby Charlton al legendario Old Trafford del Manchester United. El adiós al estadio de tu equipo es la despedida definitiva a una época, a un momento de tu existencia, la niñez, en el que la vida rueda con la sencillez y la ligereza con que lo hace el balón. Luego las cosas se enredan, la suerte va y viene, el tiempo te sacude duro. Todo cambia, todo se va jodiendo, excepto un pequeño y misterioso milagro que te permite retroceder cada domingo en el tiempo, volver a ser un niño, vivir de nuevo la vida simple, rozar con la punta de los dedos la felicidad. Sueños. Sentimientos puros, pasiones inocentes, entusiasmos desenfrenados. ¿Cómo es posible sentir semejante alegría? Muy sencillo: la pelota ha vuelto a rodar.

Pero eso ya será en La Peineta. Como dijo Kipling, se trata de otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Cazadores de nazis.

Autor: Andrew Nagorski.

Editorial: Turner.

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Este libro habla de la justicia. De la búsqueda de justicia. De cómo es imprescindible que se conozca la verdad, que se juzgue a los culpables, y que se devuelva la dignidad a las víctimas. Y por supuesto de los hombres que lucharon por todo ello, un puñado de valientes que, movidos por sentimientos más o menos nobles, se dedicaron a seguir de manera incansable el rastro de los grandes asesinos del Tercer Reich. De alguna forma su trabajo fue un homenaje a las víctimas, y un legado valiosísimo para aquellos que no vivimos la tragedia pero tememos se repita.

“El propósito de estos juicios es que fuera imposible que con el paso del tiempo, alguien dijera: Oh, eso nunca sucedió, no es más que propaganda, un montón de mentiras”, dijo Harry Truman sobre los juicios de Núremberg. El que fuera presidente de los Estados Unidos entre 1945 y 1953 se refería a la necesidad de escribir un relato veraz que pudiera formar parte de la historia. También habló de “escarmentar a los culpables”.

Cuando los aliados entrarón en Alemania, algunos líderes nazis no pudieron asumir la derrota y se suicidaron. Pero la mayoría colgaron el uniforme y huyeron. Una parte de ellos trató de integrarse en la sociedad alemana, como si nada hubiera sucedido. Otra escapó al extranjero, a países lejanos, en algunas ocasiones con identidades nuevas. Eran asesinos despiadados, genocidas, responsables de la muerte de millones de personas, creadores de un macabro plan para exterminar culturas enteras. Y pretendían escapar de la justicia. No podía ser: si esos crímenes atroces quedaban impunes, la ley no tendría sentido y la humanidad viviría con miedo.

“Cazadores de nazis” cuenta cómo acaba la guerra, huyen los asesinos y se celebran juicios que serán leyenda. Y también, la esencia del libro, cómo un puñado de hombres decide que no habrá lugar en la tierra donde los grandes criminales nazis encuentren refugio. Uno de los más conocidos fue Simon Wiesenthal, quien siguió la pista de Adolf Eichmann, el teniente coronel de las SS que diseñó la llamada “solución final”, incluyendo los trenes de deportados a los campos de concentración. Otro fue el francés Serge Klarsfeld, quien persiguió al capitán de las SS Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon que no tenía la mala fama de Mengele, Eichmann o Höss, pero que fue responsable de torturar y matar a miles de personas. Le llamaban “El carnicero de Lyon”.

Andrew Nagorski es un prestigioso periodista británico con una amplia trayectoria internacional en la revista Newsweek. Normal: no solo escribe de maravilla, sino que sabe contar historias. Este “Cazadores de nazis” podría considerarse un gran reportaje, más de 400 páginas de reporterismo de primera calidad. Un libro que se lee como una novela policiaca, repleta de acción y misterio, pero también de valiosísima información histórica. Nagorski funde de manera absolutamente natural ambos conceptos, regalándonos una narración memorable sobre el bien y el mal.

Termino el libro, lo devoro, y pienso en lo sano que debe resultar para un país enfrentarse a sus fantasmas. Y hacerlo sin fanatismo, con una única intención: conocer la verdad, escribir la historia y dar un paso al frente. Lea y aprenda.

La edad de oro de las élites

Vivimos la edad de oro de la televisión. Lo dice Ricardo de Querol en la página que El País dedica a sus editoriales: “Hace pocas décadas se podía presumir de no tener televisión. La falta de ese aparato en el hogar era una prueba de intelectualidad y progresía, de espíritu rebelde e ilustrado. Hoy las personas cultivadas (y poderosas) no paran de citar Juego de Tronos, Mad Men, House of Cards, Orange is the New Black o Homeland”. “La televisión se ha vuelto nuestra cultura”, sentencia el antropólogo y estudioso del consumo cultural Grant McCracken.

En el pueblo donde vivo no hay ni personas cultivadas ni poderosas. Nadie comenta “Mad Men”. Las conversaciones giran alrededor de “Gran Hermano”, del fútbol y de lo gorda que está Belén Esteban. “También hay telebasura, no hace falta recordarlo”, escribe Ricardo de Querol para cerrar su columna de opinión. “Pero nunca hubo una oferta tal para un espectador crítico. Que no se traga lo que le echen… Gourmet. Digámoslo así: la tele es mejor porque el espectador también lo es”.

Está claro que no somos un pueblo gourmet. Somos un populacho glotón de cochifrito, revolconas y vino de pitarra. El texto de Ricardo de Querol es interesante, pero tramposo. Cierto que nunca hubo una oferta tal para un espectador crítico, y que las personas cultivadas y poderosas, y algo snobs, no paran de citar Juego de Tronos, Mad Men, House of Cards y demás series de calidad. Gran noticia, si no fuera por un pequeño detalle: todos los programas que cita se emiten en televisión de pago. Una televisión para minorías, para esas élites que pueden pagar por ver cadenas como, por poner un ejemplo, Canal +, la tele de Prisa y Telefónica.

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El telespectador “gourmet”, ese que disfruta de esta edad de oro de la televisión que tenemos la suerte de vivir, ese que “no se traga lo que le echen”, tiene que pasar obligatoriamente por taquilla. O piratear. La televisión de pago, para los gourmets. Y la generalista para los gañanes que no tienen paladar.

El pasado domingo el 24,8 % de telespectadores, casi 3,5 millones de personas, vieron “Gran Hermano” (Telecinco). A la misma hora el share del Canal + era de un 0.16%, lo que supone apenas 30.000 espectadores. ¿La edad de oro de la televisión, de los espectadores que “no se tragan lo que les echen”?

Las cifras, la realidad, no acompañan a esta “edad de oro de la televisión” para gourmets. Ni las audiencias ni los abonos. Según datos de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT) la televisión de pago en nuestro país pierde abonados: unos 455.000 menos (10,1%) en el tercer trimestre del año, en comparación con el mismo periodo del 2012. Canal Plus ha perdido 80.000 seguidores, ONO perdió 85.000, Movistar TV se ha dejado 144.000

 

Un motivo para NO ver la televisión

Pisando ceniza.

Autor: Manuel Arroyo-Stephens.

Editorial: Turner.

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“Pisando ceniza” son las memorias de un hombre que tiene el libro como centro de su vida. Pero no solo eso. Manuel Arroyo-Stephens es mucho más que un gran editor y un bibliófilo apasionado. Fundador de Turner, nuestro hombre ha viajado, ha conocido a gente interesante, ha conversado, ha apostado por la cultura y ha leído mucho. Las historias que cuenta en este libro, dividido en seis capítulos independientes, ayudan al lector a entender su vida, a envidiar al intelectual, a admirar al narrador.

“Lo mejor que tienes es tu ignorancia, soltó por fin. Me señaló con el dedo índice, como amonestándome, mientras sonreía otra vez. Consérvala. Consérvala, repitió… La ignorancia es lo único que no se aprende, me advirtió con gesto serio. Tienes que tener mucho cuidado. No se trata de saber mucho o poco, se trata de saber bien o mal. Es más importante el sabor que el saber. En la literatura como en todo”.

Manuel Arroyo-Stephens habla de su niñez, de sus viajes tras los toreros, de sus conversaciones sobre toros y libros, de la tumba de su hermano, de los libreros de viejo, de los hombres que se hacen viejos, de la familia y los amigos que van y vienen. “Pisando ceniza” es un libro de memorias, pero se lee como una colección de maravillosos relatos.

Pinchar para comenzar a leer.

 

 

La limusina de Lara

En La Sexta, la cadena progresista de Lara, partieron la pantalla para poder dar voz a dos cracks. En la izquierda colocaron a Javier Gómez de Liaño, que ejerce de abogado de Luis Bárcenas pese a haber renunciado al puesto. En la derecha situaron a Pedro J Ramírez, ex director de El Mundo enfrascado en la promoción del nuevo diario digital que está creando con la liquidación. La bisagra era el ex tesorero del Partido Popular. Pedro J está eufórico por la exclusiva que acaba de contar, la libertad bajo fianza de 200.000 euros de Bárcenas, noticia que sin duda le ha filtrado Liaño. Un Liaño que está orgulloso de haber conseguido la excarcelación de Bárcenas siendo su abogado en funciones.

Pedro J promociona su figura y su proyecto, Liaño promociona su trabajo y justifica a su cliente. Nadie les acorrala, les pone contra las cuerdas, les interroga de manera periodística. Porque no es periodismo, es promoción.

La televisión es promoción. Ayer fue el Pequeño Nicolás quien utilizaba la televisión como trampolín, hoy es El Bigotes quien se ofrece a Mediaset y Atresmedia, el duopolio audivisual de este país, para ser entrevistado. Definitivamente, la televisión se ha convertido en guarida de pícaros, mangantes, vividores, acaparadores, manipuladores, vagos, chulos, emprendedores y gentes de mal vivir.

Dicho lo cual, debemos ser conscientes de que “El Intermedio” es un milagro. Ver a Gonzo recorriendo en una limusina los lugares más emblemáticos de la vida de Bárcenas, desde la sede del PP a la embajada de Suiza pasando por la Audiencia Nacional, no tiene precio. Observar ese Hammer inmaculado, infinito, dieciséis ventanillas y luces interiores de discoteca, aparcado en Soto del Real es arte. “¡Bienvenido Mr. Bárcenas!”, rezaba el cartel colocado en los laterales del interminable vehículo. Un lujo. Un milagro, insisto.

Pero Lara no va a pagar siempre la limusina de Bárcenas. No sé cuánto durará “El Intermedio”, sí días o años, porque ignoro el momento en que el empresario catalán y el Gobierno tendrán que sentarse a negociar quién sabe si una nueva reforma audiovisual, una campaña de publicidad estatal o cualquier otro negocio que favorezca la pluralidad informativa y empresarial. Lo único de lo que estoy seguro es de que hasta que llegue ese triste momento no deberíamos perdernos un solo programa: Wyoming y sus chicos son el último refugio.

P.D. 

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Un motivo para NO ver la televisión

La tejonera

Autor: Cynan Jones.

Editorial: Turner.

9788416142033

Esta es una historia de violencia, en la que nacen y mueren animales mientras las personas sufren. Durante ese tiempo vienen al mundo corderos, los perros ladran atados a cadenas, y los tejones son perseguidos de forma inmisericorde por humanos marginales. Por encima de todo ello, el dolor de la pérdida y la ausencia. Esta es una narración perfecta que habla de cicatrices no cerradas, de hombres de campo, de ampollas en las manos y demonios en las entrañas.

Cyran Jones escribe sobre la vida rural en la costa oeste de Gales. “Se acercaba la Semana Santa y aquellos hombres querían que los llevara a una tejonera para ejercitar a sus perros. Eran de los Midlands. En su mayoría eran de los Midlands o de los Valles del Sur, los hombres que acudían a él para eso, y empezaban a aparecer sobre todo en esa época del año. Ésa era una de las razones por las que se veía aumentar el número de tejones muertos en la carretera”.

Cyran Jones escribe con un cuchillo en los dientes: puede ser retorcido e inmisericorde como Cormac McCarthy, pero también sencillo y estremecedor como Delibes. Por eso “La tejonera” es un libro tremendo, breve y contundente, que te golpea en el estómago como la coz de una mula. Conmovedor en su rudeza, arrebatado y feroz en su ternura. Sorprendente.