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Edición

Dice Jordi Évole tras el éxito del debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, 25,2% de audiencia y 5,2 millones de espectadores, que podrían “haber destrozado a cualquiera de los dos con la edición del programa”. No lo han hecho: tanto uno como otro no se sintieron ni manipulados ni que se había sacado nada de contexto… No les he visto especialmente incisivos conmigo en los últimos días. Han sido muy respetuosos”, resume el presentador.

Un lector del blog se quejaba ayer, con mucha razón, de que un programa como éste no se emitiera íntegro. Yo voy más lejos: y en directo. Quizá el resultado fuese menos televisivo, pero sin duda sería mucho más informativo, más periodístico, más auténtico.

En un debate como el que ofreció “Salvados” (La Sexta) la edición se utiliza fundamentalmente para ajustar los tiempos, eliminar pausas, y dar al espacio un ritmo atractivo para el telespectador. Dos horas de tertulia irregular, con errores y altibajos, quedan reducidas a 45 minutos de tertulia vibrante, perfecta. Graban la conversación en el bar y posteriormente suprimen la paja, teniendo cuidado con que los mensajes permanezcan y la participación de ambos contendientes resulte equilibrada. Un asunto delicado: lo que para tí no es importante para mí puede ser vital. Es muy sencillo utilizar esa misma técnica de edición para falsear el mensaje, o distorsionarlo, algo que puede suceder incluso de forma involuntaria e inconsciente. Una edición mala o tendenciosa puede “destrozar”, como dice muy bien Évole.

Le confesaré una cosa: si yo fuese jefe de prensa de Iglesias o de Rivera no las hubiese tenido todas conmigo sabiendo que se iba a realizar una edición posterior al debate. Es posible que incluso hubiese pedido ver el programa editado antes de su emisión. ¿Lo vió algún responsable de Podemos o Ciudadanos? ¿Dieron el visto bueno?

La edición ha sido un éxito: la cadena está feliz con su audiencia récord, y los dos participantes satisfechos con el resultado, con la imagen que han ofrecido. Todos contentos. No se puede pedir más, salvo que la fiesta continúe: “Estamos peleando para que se sienten en otros cara a cara o en debates con más gente”, confiesa un Évole que ya está pensando en repetir con PP y PSOE. Algo imposible si el primer debate no hubiera resultado, además de un éxito, un ejemplo de equilibrio, de gentileza, de buen rollo. “Si nos tratan así, igual podemos hacerlo”, estarán pensando Rajoy y Sánchez.

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Un motivo para NO ver la televisión

Israel Vibration

Cd: Play It Real.

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El trío vocal formado por Cecil “Skeleton” Spence, Albert “Apple Gabriel” Craig y Lascelle “Wiss” Bulgin hacía reggae desde los años 70. Jamaicanos de Kingstone, grabaron su primer disco en 1978: “The Same Song” se puede considerar un clásico. Su nuevo trabajo, 25 discos después, ofrece más de lo mismo, reggae de toda la vida, auténticas roots de Jamaica, pero ya convertidos en dúo, sin “Apple Gabriel”. Grandes canciones, excelentes músicos y los ritmos de siempre. Toda una delicia.

Naranjito versus Coleta Morada

Miraba con recelo la sopa de verduras de la cena. ¿Y si de pronto surgía del fondo, entre trozos de zanahoria y rodajas de puerro, la figura sonriente y dicharachera de Jordi Évole? Fue el jueves de la semana pasada, cuando había escuchado al presentador de La Sexta entrevistado en Onda Cero y la Cadena SER, y le había visto en El Hormiguero. Poco después, el que fuera Follonero se me apareció en la pantalla del ordenador, entrevistado en Cxtx, un nuevo medio digital. Y por supuesto en el diario El País: “La opinión, sobre todo la mía, está sobrevalorada”, reconoce Évole en una reflexión que le engrandece, pero que no le impide seguir dando su opinión por radio, prensa y televisión.

La razón de semejante sobreexposición mediática, solo comparable a la que lleva a cabo Santiago Segura cuando estrena película, se debe al comienzo de una nueva temporada de “Salvados” (La Sexta). La cadena de Planeta no se ha quedado atrás en el aspecto promocional, y ha vendido el retorno de Évole como la reserva espiritual del periodismo en España. La nueva temporada arrancaba la noche del domingo, tras un insólito preestreno con el papanatas de Julio Iglesias, con un modesto cara a cara, mesa de bar y cafés con leche, entre Pablo Iglesias y Albert Rivera. “Naranjito versus Coleta Morada”, decían en la web de la cadena.

Pablo Iglesias y Albert Rivera. Otra vez. Acaba de comenzar la precampaña electoral y ya estoy cansado de la incansable verborrea de los candidatos, de las crisis internas de Rajoy y sus secuaces, de la torpeza de Sánchez y su tránsfuga, de la desintegración de IU, de… ¿No será que vivimos en una constante campaña electoral? No importa, Pablo Iglesias y Albert Rivera se sentaron en un bar, se pidieron unos cafelitos y trataron de ofrecer una imagen de normalidad absoluta, de nueva política, de somos frescos, somos sanos, somos diferentes. No habían pactado nada. Évole fue sacando temas, y ellos hablaron.

¿Son la nueva política? No estoy seguro de que su tibieza, su búsqueda del centro y su devoción por los medios de comunicación sea lo que necesitamos. Y no me gusta que se parezcan tanto, o que parezca que se parecen tanto: “Como esto siga así, nos presentaremos juntos”, bromeó Iglesias.

Lo que sí es cierto es que fue un debate diferente. Menos formal, más abierto, menos profundo, más libre. Un debate en el que Rajoy y Sánchez hubiesen rechinado: el primero solo pisa un bar con Ana Rosa Quintana, el segundo con Irene Lozano. En el bareto de barrio Rivera se mostró arrollador, creído, teatral, apabullante… Iglesias pareció tranquilo, natural, algo inconcreto en algunos temas pero brillante en otros. Esa nacionalización de las eléctricas. Y todo con Évole como observador casi invisible, como moderador perfecto, como alternativa a un periodismo que está fuera de juego, que es casta con la casta.

“Si tú eres el mejor periodista de España… ¡Cómo está el periodismo en España!”, contó en la radio Jordi Évole que le había dicho en una ocasión su padre. Tenía mucha razón. El deterioro del periodismo en España es descomunal. Lo que no quita que Évole haga bien su trabajo, que no es exactamente periodismo sino entretenimiento político, o social, o como quiera usted llamarlo. Una labor interesante y amena que no hacen los grandes medios, más preocupados en sobrevivir que en informar, y que borda un tipo que en su día fue follonero y que ha reconducido su talento con enorme criterio. Tenerle hasta en la sopa es el precio que pagamos por ser el único de su especie.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La última galopada.

Autor: Thomas Eidson.

Editorial: Valdemar / Frontera.

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La colección Frontera editada por Valdemar como homenaje al gran western llega a los diez títulos con el menos clásico de todos ellos. Los nueve anteriores son imprescindibles: auténticas obras maestras del género. “La última galopada”, obra de un escritor que vive y no está considerado un clásico indiscutible, se puede considerar una apuesta arriesgada. Una apuesta que obtiene premio: la historia en principio no sorprende, una joven secuestrada por los indios, y la partida de rescate correspondiente, pero que mezcla elementos novedosos. El líder de los perseguidores es el abuelo de la niña, un blanco medio indio que regresaba a casa de su hija para morir.

“La última galopada” cuenta la persecución, puro western, pero también la batalla interior entre dos seres humanos, el viejo y la hija abandonada, que viven en dos mundos antagónicos. Costumbres cristianas y ritos indios se cruzan en una lucha paralela a la que mantienen con los secuestradores, dando forma a un libro que habla del perdón, de la fe, de la redención y de la esperanza. Un western violento y místico, crepuscular y sorprendente.

 

Tres cojones

Eso es lo que a Julio Iglesias le importa lo que dice el ministro de Hacienda Cristobal Montoro. Tres cojones. Ni uno más ni uno menos. “Nunca he dejado de pagar ni un puñetero impuesto en ningún lugar del mundo, donde canto, pago mis impuestos. Si no tributara en España sería injusto. Todo lo que gano en España, lo tributo. Señor Montoro, mire usted, baje el IVA cultural porque lo necesitamos, usted lo sabe”, dice el veterano y comprometido cantante protesta en “Salvados”, el programa de Jordi Évole.

Julio Iglesias desprecia al ministro de economía del PP de Mariano Rajoy, cuando hace cuatro días aplaudía la gestión del PP de José María Aznar. ¿Qué ha pasado en estos años para que nuestro cantante más internacional cambie de manera tan radical su ideología? ¿Se ha hecho de Podemos tras escuchar a su tocayo Pablo cantar por Pimpinela, rivales directos del de Miami?

Julio Iglesias confiesa sin que se le desplace un pellejo que “cree en la sanidad pública”. ¡Weah! Y asegura querer un país que tenga la idea fundamental de que la Medicina y la Educación son bases fundamentales en el progreso del país”. Lo que no se sabe muy bien es cuál es concretamente el país que quiere, puesto que habla desde el otro lado del Atlántico: Después tengo mi residencia y una sociedad en la República Dominicana que pagan un 31% de los ingresos. ¿Si creo en la redistribución de la riqueza? Creo en la justicia de la riqueza”.

La justicia de la riqueza. Iglesias, Julio, pone el dedo en la llaga con unas palabras que firmarían otros Iglesias, Pablos. Lástima que la realidad sea bien distinta. “Los diez millones de españoles con menos ingresos, los más pobres, se ahorran de media cinco euros al año”, asegura Ignacio Escolar en su video blog de eldiario.es, “mientras que para los 200.000 españoles más ricos la rebaja es de 1.706 euros anuales de media. El 1% más rico se lleva una sexta parte de toda la rebaja fiscal de Mariano Rajoy”.

“La izquierda radical es un lastre para España”, dice el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Con tres cojones.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Mis años grizzly.

Autor: Doug Peacok.

Editorial: Errata Naturae.

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Doug Peacok fue Boina Verde en Vietnam, lugar donde vivió momentos terribles que le marcaron para siempre. “Los dos americanos estaban en la entrada de una aldea arrasada por las bombas cuando alguién detonó una mina por control remoto, lo que hizo estallar las granadas que colgaban de sus chalecos y les amputó los miembros. Ambos murieron antes de que llegase ayuda en condiciones. Yo era el sustituto”. En la primera parte de este libro se cruzan las dos grandes historias de Peacock: aquella que le destroza por dentro durante la guerra en Asia, y la que posteriormente le redime cuando recorre los territorios plagados de grandes osos en Estados Unidos.

El autor del libro regresa del campo de batalla destrozado, incapaz de incorporarse a la sociedad. Se compra un jeep, mete un saco de dormir y cuatro bártulos en una mochila, y pone rumbo al oeste: primero Arizona, más tarde las Montañas Rocosas septentrionales. “Hacía incursiones semanales a las ciudades para abastecerme de gasolina y provisiones, pero nunca me entretenía en la “sifilización”. Durante los siguientes cinco meses, mi contacto con la raza humana se limitó a “lléname el depósito” y “ponme una cerveza””. Necesitaba terapia de campo.

La forma en que Doug Peacok se relaciona con la naturaleza es un tanto radical: busca lugares extremos, aislados, aquellos alejados de carreteras, pistas y refugios por los que jamás pasan humanos. Recorre estos territorios salvajes en busca de osos grizzly, enormes bestias de carácter imprevisible, con un equipo de montaña cutre, bolsas de cereales para comer y una vieja cámara de cine. “El grizzly irradiaba potencia. Poseía la fuerza física y el carácter peliagudo que le permitía atacar o matar prácticamente siempre que le viniese en gana. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones escogía no hacerlo. Eso era poder, y no la fanfarronería de los matones. Era el tipo de templanza que inspiraba un temor reverencial: un acto de gracia muscular”.

En la segunda mitad del libro Peacock, definido por los editores como “un híbrido perfecto entre Henry David Thoreau y John Rambo”, parece que supera sus traumas bélicos y se centra en los osos. Observar y filmar. “Vivir entre grizzlies garantiza un frescor eterno:nunca puedes estar seguro de con qué estás tratando, y tu curiosidad trasciende a la perplejidad porque te la estás jugando con un animal que puede matarte y devorarte en cualquier momento”. Así las cosas, sus encuentros con grandes machos y hembras con cachorros resultan memorables. Tanto como los osos a los que identifica, pone nombre, analiza el carácter y busca una y otra vez en el campo nada más abandonar su periodo de hibernación. El de los osos y el suyo.

“Mis años grizzly”, correctamente subtitulado “En busca de la naturaleza salvaje”, es un gran libro de aventuras, pero también una defensa apasionada y visceral de la naturaleza salvaje, de los espacios vírgenes, de una forma en entender el contacto con el medio ambiente absolutamente libre y pura. Peacock ha vuelto a nacer: “Nadie podrá volver a enseñarme la foto de un cuerpo mutilado o de un niño muerto y decirme que el mundo es así. Yo no puedo vivir en este mundo, pero yo quiero vivir. Si eso es una herida, no necesito que la curen”.

La edición de este maravilloso título, primero de una nueva colección de Errata Naturae llamada “Libros Salvajes” dedicada a “la naturaleza y lo indómito, la ecología, la conciencia social, el activismo y los cambios en nuestra manera de vivir”, coincide con una inquietante noticia publicada en El País: “El ecoturismo amenaza a los animales”. “Mis años grizzly” avanza este problema, que podríamos resumir diciendo que el contacto con los humanos hace a los animales salvajes más vulnerables a la caza furtiva y los depredadores.Sabemos que el aumento de visitas de los humanos lleva a algunas especies a tolerarlos y comportarse de maneras que sugieren que se han habituado a nuestra presencia. También sabemos que en algunos casos, se habitúa deliberadamente a los animales salvajes para elevar las oportunidades para el turista, como hemos visto con los grandes simios, chimpancés y gorilas en varios lugares de África. Y sabemos que estos simios acaban siendo más vulnerables a los cazadores furtivos”, dice el ecólogo de la Universidad de California y coautor del estudio, Daniel Blumstein.

“Mis años grizzly” habla de hombres y animales en libertad. De convivir con respeto. De un amor profundo por la naturaleza, y por mantenerla indomable.

 

 

Junqueras por bulerías

Arrasó Jordi Évole en su retorno a la noche de los domingos: “Salvados” lideró su franja con 4.104.000 telespectadores, un 20,3% de audiencia. El programa ocupó la portada de la web de El País durante buena parte del lunes. Yo me aburrí como una mona. Pasados los primeros quince minutos, en los que observé y analicé a Oriol Junqueras y su familia de adopción andaluza con interés antropológico, tal y como podría hacer con los concursantes de Gran Hermano, comencé a bostezar. Era la misma historia de siempre, con las ideas y tópicos escuchados una y mil veces, en un decorado diferente. Évole llevó al líder de ERC a Sevilla, donde le esperaba la familia Parejo para una comida casera con un único tema de conversación: la independencia de Cataluña. Una jubilada, una médica, un doctor en economía, un ingeniero agrónomo… y un Junqueras que se defendía como gato panza arriba de las acusaciones de los miembros más radicales del clan sureño. “Procuraré comprar cosas que sean del resto de España antes que de Cataluña (independiente)”, advirtió el ingeniero Antonio. “Si Rajoy, en su día, se hubiera sentado a hablar con Artur Mas, antes de que se plantease el 9-N, habría menos independentistas”, aseguró el político republicano. Nada que no se haya escuchado ya en una barra de bar.

Con excelente criterio, Jordi Évole renunció al excesivo protagonismo, habitual en periodistas televisivos, y se mantuvo en segundo plano. Algo muy de agradecer tras una semana de promoción excesiva, en la asfixiante línea marcada por Santiago Segura para sus “Torrentes”. Quizá llegué a la noche del domingo saturado de Évole. Quizá hastiado del problema catalán. A los quince minutos el programa había perdido la capacidad de sorpresa, el catalán en las antípodas, y el contenido de la sobremesa sevillana perdía relevancia: todo estaba visto, todo escuchado. La culpa no era tanto de Évole y “Sálvados”, en lucha constante por resultar ingeniosos y originales, sino del tema elegido, de absoluta actualidad pero me temo que cada vez más agotado para el consumidor habitual de información.

Cataluña cansa. Cansa y despista, en su circular complejidad, un bucle nacionalista sin fin. Como cansa y despista el españolismo. Y nada ni nadie debería distraer nuestra atención en estos momentos tan delicados. Me preocupa más el deterioro de la sanidad pública que la rapacidad de Jordi Pujol. Me intranquiliza más el abandono de la cultura y la educación pública que la posible frustración causada por el no referéndum del próximo día nueve. Me incomoda más el deterioro general de la ética y los principios de este país que las exigencias independentistas de una región concreta.

 

Un motivo para NO ver la televisión

El carro de Tespis.

Autores: Bonifay & Rossi.

Editorial: Yermo Ediciones.

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Tras ser desterrado, Tespis, el padre de la tragedia griega, recorrió caminos y pueblos en un carro, con su teatro ambulante. En una aventura con algunas similitudes, Drustan, heredero de un sudista, abandona el hogar para no tener que defender la bandera confederada. En esa huida conoce a lo peor del Oeste norteamericano, una cuadrilla de desarrapados que se suben y bajan del carromato del protagonista viviendo un sin fin de aventuras.

Heredero de Giraud y su grandioso Blueberry, este cómic tiene algo de crepuscular y de realista, con unos dibujos dignos y un guión aceptable. El tomo que nos ocupa reúne los cuatro primeros capítulos de la serie, con guiones de Christian Rossi y Phillipe Bonifay, y dibujos de Rossi. Una edición digna, pero algo cara (40 euros) que destaca entre las infinitas reediciones de cómic-western que se están sucediendo últimamente.

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