You are currently browsing the El Descodificador posts tagged: Sajalín


Lejos del bosque

Lejos del bosque

Autor: Chris Offutt.

Editorial: Sajalín.

Captura de pantalla 2021-03-07 a las 23.11.43

La perfección. En los ocho relatos que forman este “Lejos del bosque” no encontrará un adjetivo de más o una palabra de menos, no se enredará en tramas inverosímiles, no dejará de sorprenderse con los entornos, con las escenas, con los personajes. El autor cuida a estos últimos, perdedores de manual que, pese a su enorme desubicación, jamas pierden su dignidad, su humanidad. Hombres y mujeres cargados de cicatrices por los que el lector no puede dejar de sentir empatía. Protagonistas gloriosos de relatos que no muestran una sola fisura: se devoran de una sentada, duelen como bofetadas en una noche helada, y se quedan con el lector para siempre devorándole lentamente las entrañas.

“Era una cabaña de una sola estancia, con un lavabo, una cocina de leña, un retrete y un colchón. En el centro había una estufa, también de leña, manchada de escupitajos de tabaco. El único mueble era un sofá andrajoso. Las paredes estaban cubiertas de estantes llenos de cosas que había ido encontrando en el bosque.

Una docena de egagrópilas de cárabo junto a un revoltijo de cornamentas. Una colección de alas de aves clavadas a la pared. En uno de los estantes habituales huesos blanqueados por el sol y en otro, treinta o cuarenta mandíbulas. Una pila de cráneos: mapache, zorro, ciervo, doce marmotas. Cientos de plumas incrustadas en las hendiduras de las paredes y en los nudos de la madera. Había tantas plumas que me dio la sensación de estar dentro del pellejo revertido del cárabo”.

Leer a Offutt es sencillo. Es un escritor que le tiene tomada la medida al drama rural, a la Norteamérica abandonada a su suerte, a cómo entablar una relación profunda con el lector gracias a los sentidos. Las descripciones del cuento del cárabo hacen que podamos sentir en la punta de los dedos sus silenciosas plumas, que podamos oler su carne cuando comienza a pudrirse, que lloremos imaginando sus desvencijados huesos. Y así con todas y cada una de las ocho narraciones de este libro, poco importa que hablen de un tipo que sale en busca de su cuñado y regresa con un cadáver robado, de un enterrador que echa de menos la cárcel o de una pareja que trata de ganarse la vida boxeando pese a que nunca antes ha boxeado. “Gente recia”, se titula el último relato. Gente recia creada por Chris Offutt, orgullo literario de Kentucky, para deleite de los degustadores de dramas protagonizados por personajes que jamás te dejan indiferente (les odiarás, les llorarás, les sufrirás, les amarás) en entornos desolados. Simplemente brillante.

Pincha para leer el primer relato.

Caballos salvajes

Un motivo para NO ver la televisión.

Caballos salvajes

Autor: Jordi Cussà Balaguer.

Editorial: Sajalín.

Captura de pantalla 2020-09-06 a las 12.30.41

Posiblemente estemos ante la gran novela del lumpen ibérico. Y una de las mejores obras de una generación, la de los 80-90 , que dejó un escalofriante rastro de jeringuillas usadas, enfermedades infecciosas y fiambres en los portales. Nada del glamour aquel que garantizaba un cadáver hermoso si palmabas jóven. Nada de la influencia creativa del alcohol o la heroína. Nada de las drogas y la priva como fuente de inspiración para chavales ansiosos por conocer, por viajar, por crear. Solo marginalidad, dolor y muerte. La trilogía del yonqui.

“- Mira, yo, si algún día me noto demasiado subido de ácido, me meto un empujón de algo más fuerte.

- ¿A qué te refieres?

- O aún mejor caballo.

- ¿Te has vuelto loco? –soltó Andrés desesperado- . ¡Igual se muere!

- Tú mismo. Yo, para espantar a los demonios del susto, me voy a meter una raya ahora mismo”.

Jordi Cussà Balaguer publicó este libro en el año 2.000. Y es evidente que no lo escribió de oídas. Los “caballos salvajes” de que habla este escritor directo y recio, dueño de una enorme tensión narrativa y unos diálogos contundentes, han corrido en los hipódromos de su ciudad, de su barrio, de su casa. Y se han despeñado delante de sus narices. Por eso lo cuenta todo con la emoción del superviviente, del que se ha dejado pelos en cada gatera, del que se estremece cuando piensa en lo cerca que ha estado del agujero.

“Ah, sí, se me olvidaba anotar que , mientras meábamos y bebíamos café, ella fue al lavabo a sacarse y lavar una de las dos bolsitas de un gramo que llevaba, dentro de un condón, en la vagina. El aquel momento Silvia y yo no tomábamos mucha, pero Mín hacía ya meses que se la inyectaba, y como le habíamos prohibido taxativamente exportar jeringuillas, además de los cigarrillos se esnifaba un cuarto pesado cada cinco o seis horas. Quizá alguien piense que éramos un poco peliculeros, y que la prudencia nunca sobra. Lo cierto es que, en aquella época, entre los tres, aún hacíamos las cosas con bastante tino”.

Los personajes que protagonizan “Caballos salvajes” están siempre al borde del barranco, pero el autor les obliga a resistir un poco más. El tiempo necesario para contar sus miserias, para hablar de sus drogas favoritas, para trapichear ante un lector en shock que, boquiabierto, asiste a la espeluznante crónica de una época que pasó, pero no del todo. Dura como una piedra de heroína seca, estremecedora como un chute pillado a un camello desconocido, auténtica e imprescindible como las canciones de Lou Reed y Jim Carroll, como las novelas de Hubert Selby Jr y William Burroughs, como las fotografías de Antoine DÁgata y Nan Goldin.

Noche cerrada

Un motivo para NO ver la televisión

Noche cerrada.

Autor: Chris Offutt.

Editorial: Sajalin.

FullSizeRender

Tucker es un gran tipo, honrado y familiar, marcado por la mala fortuna y la violencia. Y por una partida de nacimiento en la que se puede leer la palabra Kentucky. Soldado en Corea, de donde volvió siendo un hombre de 18 años cargado de entereza y de medallas, con un cuchillo militar y un puñado de dólares. Conoce a una chica y la convierte en su mujer. Una familia feliz pese a unos hijos con problemas, en algunos casos muy graves, en la que Tucker cree sobre todas las cosas, a la que defenderá sobre todas las cosas. Incluso matando.

“- Yo no puedo arreglar lo que ha pasado. Mi trabajo consiste en tratar de facilitar las cosas a esa familia.

- Una madre con melancolía severa –dijo él-. Un padre ausente. Una casa llena de monstruos de feria. Por un momento temí abrir la puerta y toparme con una señora barbuda y un niño cocodrilo”.

Tucker se dedica al contrabando de alcohol. Es el mejor en lo suyo, transportar botellas por los polvorientos caminos de Kentucky. Lo que no impide que acabe en chirona, donde sobrevive a duras penas. Ésta es la historia que Offutt cuenta de maravilla, su primera obra de ficción en dos décadas, su segundo libro traducido al castellano tras la excelente colección de relatos “Kentucky seco” (Sajalín). Personajes llevados al límite que jamás pierden su humanidad, situaciones broncas que solo admiten soluciones sangrientas, paisajes desangelados poblados por almas en pena, ausencia de futuro… Es la Norteamérica interior, descrita a través de supervivientes inolvidables: Tucker y familia se quedarán contigo para siempre. Una gozada.

“- Has cometido un error.

- Puede que haya cometido mil.

- Has renunciado a tu pistola demasiado rápido. Eso significa que tienes otra arma a mano. Yo diría que hay una escopeta detrás de esa puerta.

- Podría llevar escondido un revolver de cañón corto.

- Sé de un hombre que llevaba uno de esos Derringer de dos disparos sujeto con un cordel dentro de la camisa. No tiene seguro. Se le disparó en la polla.

- ¿Se la reventó o se hizo un rasguño?

- Nunca se los pregunté”.

Pinchar para leer el primer capítulo.

Entrevista con Chris Offutt en La Vanguardia.

 

Un día más en el paraíso

Un motivo para NO ver la televisión

Un día más en el paraíso.

Autor: Eddie Little.

Editorial: Sajalín.

portada-un-dia-mas-en-el-paraiso_q9jnp2d

Eddie Little, escritor californiano que murió en 2003 con cuarenta y siete años, esnifó por primera vez pegamento cuando tenía ocho. Se nota. En cada palabra, en cada párrafo, en cada página. Little sabe de qué escribe cuando cuenta la historia de Bobbie Prine, un chaval de catorce años que en solo unos meses pasa de reventar tragaperras a triunfar en las grandes ligas del crimen. Bobbie es Eddie, y “Un día más en el paraíso” su estremecedora autobiografía, un libro repleto de acción que se lee al ritmo de las anfetas y te deja tan doblado como un zurriagazo de jaco. Un clásico del robo y la drogadicción.

Bobbie se cree “un Robin Hood honrado y drogadicto de catorce años”. Casi acierta. En realidad es un delincuente de medio pelo que esnifa speed, se pone “hasta el culo” de pastillas y de vez en cuando se pincha caballo. Para financiarse estos insignificantes vicios comete “pequeños delitos”, como robar radiocasetes de coche. Trapichea, 200 ó 300 dólares a la semana, poca cosa. “Lo único que excede a mi arrogancia es mi ignorancia”, asegura, consciente de sus limitaciones.

Pero conoce gente. Gente que parece la adecuada para hacer realidad sus ambiciones. Primero Rosie, una portorriqueña-irlandesa de diecisiete años con los ojos “tristes y extraviados”, se convierte en su novia. Después Mel y Syd, una pareja de ladrones adultos y profesionales, le cuidan tras una salvaje paliza. Mel se convierte en su Pigmalión. Un hermano mayor que le guía por los caminos del hampa, le hace crecer a golpe de atraco y le siembra el camino de trampas: “Tu amigo Mel es el judío más descerebrado que he conocido en mi vida, pero según tengo entendido hay por ahí un país entero lleno de ellos: Israel. Esos sí que son unos hijos de puta”, le dice el doctor Ben.

Y es que en este “Un día más en el paraíso” encontramos mucho más que atracos a almacenes de droga, cócteles de estupefacientes y personajes con tendencia a la autodestrucción. Problemas emocionales y sociales, incapacidad de amar y expresar sentimientos, el fracaso de la justicia y el sistema penitenciario, la hipocresía de la droga… y por supuesto el racismo: “Vamos chaval, espabila. Si Rosie no pone a parir a los negratas, me como ahora mismo el volante. Todo el mundo se caga en todo el mundo, los negros en los hispanos, los hispanos en los negros, y todos, los negros y los hispanos, en los paletos blancos, en los irlandeses de mierda, en los blancuchos y en los blanquitos, llámalos como quieras. Mel es un puto judío, un usurero, un pichacortada; con esa cuadrilla en la que andas metido tendrías que pasarte todo el tiempo asegurándote de no herir los sentimientos de nadie…La regla es la misma en todas partes: en cuanto un grupo étnico sale de la habitación, se abre la veda”.

“Un día más en el paraíso” tiene todo aquello que buscan los fieles lectores de la colección “Al Margen”, el reducto para manguis, drogatas y convictos de editorial Sajalín. Y lo tiene a lo grande, en intensidad y calidad. Una escapada épica de las dos parejas en busca de no saben muy bien qué, complicada por las adicciones desbocadas, la violencia irracional y unos sueños condenados a fracasar. La historia de una derrota anunciada. Sin duda, uno de los mejores títulos de este catálogo.