En el día después, el de los debates sobre el debate, todos buscaban al ganador. El Rajoy atrincherado, el Iglesias conservador, el Sánchez descolocado, el Rivera acelerado. ¿Quién se llevó el gato al agua? Nunca lo sabremos, porque igual que en cada español hay un entrenador de fútbol, también hay un politólogo. Aunque bien es cierto que todas las encuestas, excepto la de ABC, dieron vencedor a Iglesias. Bueno, la de ABC y la de 13TV, la tele de la Conferencia Episcopal.
13TV sirve una vez más de ejemplo de medio de comunicación cabal: para su encuesta “¿Quién ha ganado el debate?”, con números de teléfono de pago a disposición de los telespectadores, solo dieron dos opciones. ¿Adivina cuáles? Mariano Rajoy y Albert Rivera. ¡No se podía votar a Sánchez e Iglesias! Los resultados de este alarde de encuesta, democracia tras criba, podríamos decir, los podemos imaginar sin demasiado esfuerzo: ganó Rajoy y Rivera quedó en una digna segunda posición.
Pues esta pantomima, esta burla a la televisión, la información y el periodismo, está financiada por los obispos. De hecho, la iglesia gasta más en 13TV que en Cáritas: diez millones para la ruinosa tele privada, seis millones para la asociación humanitaria. Sí, sí, así se funden la pasta unos obispos cuyos medios de comunicación han sido los más beneficiados en el reparto de publicidad de María Dolores de Cospedal. Unos religiosos de alto rango acosados por la doble moral, por incitar al odio: la Fiscalía investigará al cardenal Cañizares por atacar a gays y feministas.
Ahora vaya usted y marque la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta.
Un motivo para NO ver la televisión
El solitario del desierto.
Autor: Edward Abbey.
Editorial: Capitán Swing.
En la portada de este libro una nota advierte al lector: el autor es el Thoreau del Oeste americano. Bueno, siempre que pensemos en un Thoreau especial, diferente, contracultural, asilvestrado y salvaje, bebedor de cerveza y en ocasiones algo violento: “Prefiero no matar animales. Soy un humanista; preferiría antes matar a un hombre que a una serpiente”, asegura Edward Abbey, naturalista y ecologista con raíces ácratas. La unión entre ambos, Thoreau y Abbey, hay que buscarla en la filosofía, en su forma de observar la naturaleza, en el lirismo de sus descripciones de fauna y flora. Son dos poetas conectados por las aves, los árboles y las nubes, que mantienen algunas diferencias en lo que a la naturaleza humana se refiere.
Henry David Thoreau es uno de los excéntricos de Concord, cerca de Bostón. Miembro del grupo responsable del llamado Renacimiento Americano, el pensador amaba los bosques de Maine, pero también a los seres humanos. Mantuvo un diario durante veinte años. En “El solitario del desierto” Abbey cuenta sus aventuras durante su trabajo como ranger en el Parque Nacional de Los Arcos, al sur de Utah. Y lo hace no en forma de diario, pero casi: orden cronológico, minuciosas descripciones, situaciones tronchantes, reflexiones lúcidas… y poéticos análisis del desierto y sus habitantes. Abbey ama ese hábitat reseco y despoblado, lo que significa amar la soledad, la libertad, la autenticidad, el individualismo, las incomodidades, la melancolía, el peligro, el tiempo libre… la naturaleza pura y salvaje.
Abbey no resulta tan profundo, magnético y social como Thoreau, pero puede resultar infinitamente más divertido en su primitiva rudeza. Por eso “El solitario del desierto” es mucho más que un canto ecológista, una apología del desierto o una invitación a la reflexión interior. “Esto no es una guía de viaje, sino una elegía. Un memorial. Tenéis en las manos una lápida sepulcral. Una maldita piedra. No la dejéis caer sobre los pies, tiradla a algo grande y cristalino. ¿Qué tenéis que perder?”. Nada. Y mucho, muchísimo que ganar.