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Me gustaría ser catalán (mañana al menos)

“Mi patria es mi hijo y mi biblioteca”. Roberto Bolaño.

“No soy de Barcelona pero me siento de aquí cuando llega una alcaldía preocupada por la gente”, ha dicho Íñigo Errejón en Twitter. A mí esto me pasa muchas veces. Lo de querer ser catalán, digo. Cada vez que escucho a un miembro del Gobierno hablar sobre esos catalanes que, como muy bien dice Rajoy, “hacen cosas”. O cada vez que veo las portadas manipuladas de ABC o La Razón. O cuando leo a muchos de los columnistas de El País y El Mundo hablar del disparate independentista. O cuando sintonizo Telemadrid o la COPE. En ese preciso instante me entran unas ganas terribles de ser catalán, de reivindicar la capacidad de decidir, de alejarme de un país gobernado por un partido corrupto.

Entonces me acuerdo de Artur Mas, de Jordi Pujol y familia, del 3%… y me doy cuenta de que no quiero ser catalán. Quizá debería quedarme dónde y cómo estoy. Lo que sucede es que hoy tengo un motivo especialmente importante para querer ser catalán: mientras en la televisión pública española, TVE, triunfa un programa de entrevistas presentado por Bertín Osborne, que con Jesulín de Ubrique como invitado consiguió el récord de audiencia del miércoles con un 15,1% de cuota de pantalla y 2,7 millones de espectadores, en TV-3 cuentan las horas para el estreno, mañana sábado a la 15.40, de “Tocats de L´ala”.

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“Tocats de L´ala” es un programa de ornitología y birdwatching. Trece capítulos, para empezar, que la televisión catalana dedica al mundo de los pájaros. “Queremos transmitir lo fácil y divertido, y gratificante que es la observación de las aves”, resume su directora Fúlvia Nicolàs. Auténtico servicio público.

Así las cosas, mientras en Telemadrid, la tele pública madrileña, emiten cosas como ésta…

… en TV-3 se pueden ver programas como éste…

Como para no querer ser catalán (mañana al menos).

Un motivo para NO ver la televisión

Keith Richards

CD: Crosseyerd Heart.


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Tercer disco en solitario del alma de los Rolling Stones. Mientras pincho el álbum recuerdo una frase del guitarrista y compositor que acabo de leer: “Quiero que mis hijos esnifen mis cenizas”. Prefiero pensar que se trata de la típica gansada lanzada en plena campaña de promoción del disco, y que el cerebro de Richards aún es capaz de escribir buenas canciones. Comienza a sonar el primer tema, “Cross Eyed Heart”, un blues acústico, y surgen las dudas. Uno espera el sonido Stones, esos riffs eléctricos inconfundibles. La segunda canción, “Heartstopper”, parece la sintonía de una nueva serie de HBO. Aceptable. “Amnesia” es la prueba definitiva de que Keith no tiene una gran voz. “Trouble” quizá sí podría entrar en algún disco de los Rolling. El resto de temas, hasta los 15, hablan de un Richards al que le gustaría ser J.J. Cale. Lo cual no está nada mal. Solo que en ocasiones se parece más a Clapton.

Canciones dignas, buenos blues y medios tiempos, y ausencia del clásico cañonazo Stone. El viejo Keith sigue vivo y bien. Sus hijos tendrán que esperar.

P.D.

En paralelo a este disco se estrena en el portal Netflix un documental sobre la vida y las influencias musicales de Richards. Se titula “Under the influence”, está dirigido por Morgan Neville, y tiene muy buena pinta…

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Top Puag

Un buen periodista trabaja las 24 horas del día. Cuando se ducha, cuando duerme, cuando lee a Heidegger y hasta cuando come, el periodista es periodista. Y el crítico de televisión es un periodista, no lo olvidemos. De una de las subespecies más olvidadas, arrinconadas y menospreciadas, pero periodista a fin de cuentas. Por eso el otro día no pude evitar, al pasar por un Mc Donalds, ejercer la profesión. Periodismo de investigación. Entré en el local de comida basura y, con dos cojones, pedí “la hamburguesa esa que ganó el concurso del programa de Chicote”. La señorita sonrió lateralmente: “Se refiere usted a la Grand McExtrem Top Chef, creada por el concursante de Top Chef Javier García Peña. La hamburguesa que le sirvió para ganar la inmunidad en el programa de Antena 3. ¿La quiere para llevar?”. Me subí aún más el cuello de la gabardina: “Por supuesto, tengo una reputación, alguien podría verme aquí…”.

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Ya en casa, sentado a la mesa, recordé la descripción televisiva del producto mientras abría la caja contenedora y un botellín de Mahou: “Una gran hamburguesa doble de carne 100% vacuno extremeño, acompañada de sofrito, salsa cremosa de soja, lechuga Batavia y su inconfundible pan. Además, contiene novedosos ingredientes, nada comunes en las hamburguesas que comercializa esta cadena, como espárragos y setas, crujiente de maíz tostado, todos ingredientes naturales”.

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¡Qué cabrones! La “gran hamburguesa doble de carne 100% vacuno extremeño” de la promoción ha quedado reducida en mi plato a dos obleas resecas de algo que podría ser carne, pero también serrín apelmazado. ¿Extremeño? Puede que se trate de una masa de bellotas trituradas. ¿Biomasa? Tranquilamente. O bien cualquier simulación en diferido de tejidos animales arracimados, amazacotados y endurecidos. Un asco de pelotas.

Afortunadamente nada es lo que anuncian, y la “salsa cremosa de inspiración oriental a base de mayonesa y salsa de soja” es en realidad un regurgitado de Shrek, capaz de adormecer la lengua, anestesiar el paladar e inhabilitar durante horas las papilas gustativas. A partir del momento en que ingieres esa repulsiva pócima ya nada importa, el resto sabe todo igual: a pisto fermentado o, si lo prefiere usted, a regüeldo revenido de trol con acidez.

¿El resto? Mucha lechuga mustia, y un pan de hornazo reseco como solo una multinacional especializada en masas horneadas de manera industrial es capaz de hacer. Es decir, un Big Mac sin queso, sin ketchup, sin pepinillos y más seco que el ojo de un tuerto. Sin rastro de setas, espárragos y demás florituras. ¿Kikos machacados? Y por supuesto sin el mínimo parecido con las fotografías promocionales del programa.

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Con recomendaciones como esta la credibilidad de Chicote se va, como diría el propio Chicote… ¡a la mierda!

P.D.

Para compensar semejante desatino, el periodista que se zampó tan infecta hamburguesa completó su dieta con una cerveza artesana de triple fermentación, un revuelto de boletus con yemas de huevo y unos lomitos de sardina escabechados a la veneciana. Ahora sí, Top Chef.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Gus y yo.

Autores: Keith Richards y Theodora Richards.

Editorial: Malpaso.

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La vida de Keith Richards va mucho más allá de unos riffs memorables, una carrera llena de excesos y el espíritu libre de un superviviente. Ahí donde le ven con sus anillos de calaveras, sus pañuelos piratas y su sonrisa de crápula, Keith Richards ama la lectura. Es una leyenda del rock and roll, de la vida salvaje, que adora los libros. Recuerdo una fotografía de la casa del guitarrista de los Rolling Stones, incluida en un libro sobre bibliotecas, en la que el músico aparece tumbado, con una Gibson acústica en las manos, rodeado de abarrotadas estanterías…

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El guitarrista de los Stones ama los libros, y ha escrito unas memorias memorables: “Vida”. Hoy hablamos de Richards por una obra bien distinta. Un libro para niños, escrito por Keith e ilustrado por su hija Theodora. Un homenaje a la música, a la familia y a la sencillez. A los sonidos directos y a los dibujos luminosos. A la vida simple y los acordes no inventados. A los cielos afinados y a las guitarras que reposan sobre pianos. A los guitarristas que, tras aprender a tocar “Malagueña”, son capaces de atreverse con cualquier otra cosa. La magia de los dinka-plinks, esos trucos del abuelo para crecer agarrado a un mástil, enredado en los trastes, aferrado al clavijero. Un placer atemporal, con CD de Richards incluido.