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los jetas de Bélmez

Iker Jiménez arranca la nueva temporada de Cuarto Milenio (Cuatro) con un clásico: las caras de Bélmez. Es la misma historia de siempre, unos caretos pintarrajeteados en el suelo de una casa, entre el esperpento y el terror, a medio camino entre la superchería y la burla, entre la ignorancia y la estafa. La España profunda de 1971 revisitada en 2014. Pícaros viejunos en manos de modernos pícaros: la TDT recuperando el espíritu de El Caso, de las contraportadas del diario Pueblo, con Terele Pávez recreando aquellos días disfrazada de vieja del visillo.
“Miedo dan los informativos, no Cuarto Milenio”, dice el Iker más espeluznante de este país. Con permiso de Casillas. Y tiene razón. Cuarto Milenio no da miedo, da pena, y con este programa sobre las caras de Bélmez más. Porque nos recuerda que este país ha avanzado mucho, pero quizá no tanto. El programa de la noche del domingo, los rostros borrosos de hace cuatro décadas junto a las caras más duras de la tele actual, ha obtenido una brillante audiencia del 13.1%.

En Cuarto Milenio califican a las caras de Bélmez como “el gran misterio español”. Por encima incluso de la caja B del Partido Popular o de los ERE andaluces. Un misterio de esos profundamente español, puesto que está basado en la ignorancia del ciudadano. Me imagino a María Dolores de Cospedal sentada frente a la tele, en zapatillas y bata guateada, hablando con su marido mientras ven a Iker y parienta poner cara de misterio frente a los dibujos de Bélmez de la Moraleda: “si la peña se cree esto, Ignacio, ¿cómo no se van a creer que voy a bajar los impuestos en Castilla La Mancha?”.

Y así, entre risas y chascarrillos, los jetas de Bélmez (y de Génova, y de Ferraz, y de Cuatro), se burlan de los españoles crédulos. Esos que aún creen en el hombre del espacio, en los fenómenos paranormales, en la televisión, en los políticos, y en tantas y tantas patochadas.

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Dos colosos de la manipulación

Una de las máximas periodísticas más repetidas asegura que la credibilidad es muy difícil de conseguir y muy fácil de perder. Yo añadiría más: cuando se pierde, es para siempre. Alguien que ya te ha engañado, ¿Por qué no puede volver a hacerlo? Las cunetas, y los platós de las tertulias televisivas, están llenas de periodistas rotos, sentenciados por su credibilidad perdida.

Quizá por eso resultó enternecedor ver anoche en La Sexta al Pedro J de siempre frente al Évole posterior a “Operación Palace”.

Antes de comenzar, deberíamos hacernos una pregunta obvia: ¿Fue auténtica la entrevista de Jordi Évole a Pedro J Ramírez o se trató de otra… digamos que falsificación de la realidad, por parte del presentador de “Salvados”? Al final del programa no advirtieron del pufo, así que debemos entender que fue verdadera, real, una entrevista de las de toda la vida.

Una hora con Pedro J. ¿Desvelaría sus fechorías? ¿Descubriría sus falsas fuentes, sus entrevistas pagadas? ¿Contaría sus trapicheos empresariales? Antes morir que perder la vida. Así las cosas, lo realmente interesante de la propuesta de Évole fue que pocas veces los telespectadores tendríamos ocasión de disfrutar de un cara a cara entre dos manipuladores de semejante nivel. La élite de la adulteración. Si un hombre ha sabido mezclar periodismo y ficción, ese es Pedro J Ramírez, el ex director de El Mundo. Y si alguien nos ha sorprendido recientemente con su capacidad para mangonear la realidad ese es el bueno del ex Follonero. Los telespectadores que se divirtieron con la versión evoleniana del 23-F deberían husmear en las hemerotecas: alucinarán con la adaptación pedrojotesca del 11-M.

Y es que la sombra de la manipulación está presente en todo momento. “Los jóvenes compran El Mundo”, dice Pedro J al comienzo del programa, orgulloso, cuando una chica le pide al quiosquero su periódico. “Es para mi abuela”, dice la joven desmontando la teoría del periodista.

Pedro J hace una visita guiada a Évole por la vieja redacción de El Mundo en la calle Pradillo. Pedro J presume de periódico, de exclusivas, de Orbyt… Considera la vanidad como un mal menor para los periodistas. Asegura que Rajoy es un mal lector, que es aburrido, que le ha decepcionado, pero ya no le considera autor material directo de su cese al frente de El Mundo.

“¡La hostia!”, dice asombrado Évole cuando descubre la “salida secreta” de Pedro J a las pistas de padel. Una salida de emergencia. Hablan en ese descansillo de Aznar, de que jugaron un partido solo unos días después del atentado y el ex presidente le dijo: “¿QuÉ, ahora tengo carisma?”. Interesante anécdota. Ya en su antiguo despacho, Pedro J recuerda que el suelo azul es de Ágata. “Tiene mucha luz… cristales blindados”, dice, justo antes de hacer la primera declaración sorprendente: “Nunca he participado en una trama delictiva”.

Dos grandes profesionales de la comunicación  audiovisual se habían citado en ese cruce de caminos donde coinciden el rigor y la fábula. Y hablaron y hablaron. “¿A mí me estas utilizando tú?”, preguntó Évole a Pedro J. “O a la viceversa”, respondió el ex director. Y se rieron de lo que sabían y callaban, de lo que sospechaban y silenciaban, de lo que pensaban y se guardaban. De la fortaleza del poder y la debilidad de la prensa. De que Pedro J no dudaría en publicar una noticia que perjudicase a su propio padre.  De sus editoriales contra ETA (hay que matarlos) en Diario 16. De los tirantes y de la teoría de la conspiración: “No descarto la participación de ETA en los atentados, pero la veo improbable”, insistió Pedro J. Y los telespectadores, en un show televisivo tremendamente interactivo, tenían que decidir cuánto había de verdad en sus palabras y cuánto de fraude. ¿Estábamos escuchando al Pedro J del 11-M o al periodista serio y creíble que asegura ser? ¿Quien metía el dedo en el ojo al ex director de El Mundo era el Évole cuentacuentos del 23-F o el que se propone como alternativa al periodismo aburrido y dócil?

Terminamos este post tal y como lo empezamos, hablando de credibilidad. Para recuperar la suya, Pedro J tendría que devolver a sus lectores el dinero de cada ejemplar del periódico vendido con patrañas. Évole lo tiene mucho más fácil.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Élisa

Autor: Jacques Chauviré.

Editorial: Errata Naturae.

Élisa

Deje lo que esté haciendo en este momento. Relájese, prepárese un té (o un buen whisky) y dispóngase a pasar un par de horas en la gloria. Antes debe haber bajado a la librería y comprado “Élisa”. Ya con el libro en las manos, siéntese en su sillón favorito, junto al fuego de la chimenea, si la tiene, y deje que su gato, si lo tiene, se acomode a su vera.

“Élisa” es una historia que le proporcionará paz. En una de sus páginas el autor describe el momento que viven los protagonistas, Jacques y Élisa, como “unos instantes de sencilla felicidad”. Y es que este pequeño gran libro, primorosamente editado por Errata Naturae, es una sublime apología de la sencillez, de la felicidad y de la melancólica belleza. La vida simple, las relaciones apasionadas y una sed inagotable, la de Jacques, por una Élisa que endulza cada uno de sus días.

Cuando acaba “Élisa” el lector siente que tiene entre las manos un libro trampa que va mucho más allá de sus 61 páginas. Las ganas de regresar al comienzo, y empezar a leer de nuevo, son enormes: quizá hayamos perdido tonos de colores arrebatados, tal vez algunos matices hayan quedado en las esquinas, es posible disfrutar de nuevos detalles del proceso de iniciación, de esa piel tan cercana a los pechos, de esa manera de descubrir “los vínculos secretos que unen el amor y la muerte”.

“Élisa” representa el descomunal placer de la literatura breve. Y el descubrimiento del francés Jaques Chauviré (1915-2005). Un escritor humilde, de reconocimiento tardío y obra desconocida en España,  que a partir de ahora ocupa un lugar entre los inolvidables.

Televisión en lugar de periodismo

Olvide términos tan pasados de moda como credibilidad, periodismo o innovación. Hablamos de televisión. Y el último programa de Jordi Évole, una engañifa sobre el golpe de Estado del 23-F, ha sido un éxito de audiencia: 24% de cuota, con más de cinco millones de espectadores. Esto es lo que importa. Éxito en términos televisivos, por supuesto. El periodismo o la credibilidad son, insisto, algo muy distinto. La falsa realidad del programa “Operación Palace” ha sido un bombazo, ha dado el golpe, y ha conseguido desactivar el estreno de la competencia: Risto Mejide y su “Viajando con Chester” apenas consiguieron un 9,5% de audiencia. Objetivo conseguido, por tanto.

¿El periodismo? ¿La credibilidad? Qué pesado es usted, madre mía. El periodismo y la credibilidad son importantes, pero ni mucho menos fundamentales. En televisión lo fundamental es la audiencia, y ahí queda ese 24% y esos cinco millones de telespectadores. Récord histórico de la cadena. La prensa especializada en la pequeña pantalla lo tiene claro a la hora de titular: “Évole rompe audímetros con su falsa Operación Palace”. La Sexta, filial de Antena 3, se impone una vez más a Cuatro, filial de Telecinco. “Operación Palace” (La Sexta) blinda “Salvados” de cara al futuro, y consigue neutralizar el estreno de “Viajando con Chester” (Cuatro). Punto.

“Operación Palace” no es periodismo, evidentemente. Pero tampoco un prodigio de imaginación, como se apresuran a aventurar en otros espacios de la cadena. Seguro que usted ha oído hablar de Orson Wells, e incluso de “Operación Luna”, un documental que sugería que el famoso viaje espacial norteamericano fue un montaje. Aquí tiene una lista de falsedades similares. Nada nuevo, por tanto, en esta trola sobre Tejero y sus secuaces. Una simple broma. Lo interesante es que el autor de semejante esperpento sea no un imaginativo cineasta, sino el gurú del nuevo periodismo audiovisual, la reserva espiritual informativa de la televisión, el gran Jordi Évole. “Si ya no puedes confiar ni en Évole, ¿hacia dónde va el periodismo?”, se preguntaba la gente en Twitter.

“Por lo menos nosotros hemos reconocido que es mentira”, ha sentenciado Évole en una frase que de alguna manera recuerda el “y tú más” tan habitual en política. Balones fuera, cortinas de humo. El supuesto informador Évole se quita la máscara y descubre su vertiente como manipulador. Y dice que en televisión hay que correr riesgos, y que el programa es “un experimento”, y que no ofende a los que “sufrieron” ese día. 

Pero lo peor de todo es la justificación de Évole ante la división de opiniones que ha provocado el programa: “Nos hubiese gustado contar la verdadera historia del 23-F. Pero no ha sido posible”. Es decir, que como no han podido hacer un trabajo periodístico sobre el golpe de Estado, han montado un espectáculo circense en la línea de “La guerra de los mundos”. No sé si este salto del periodismo imposible a la ficción periodística dice mucho del equipo de “Salvados”.

Personalmente hubiese preferido esperar un año, o lo que fuese necesario, y que Évole y su equipo me hubieran ofrecido esa “verdadera historia del 23-F” que al parecer les “hubiese gustado contar”. El programa que a mí me hubiese gustado ver. Pero han apostado por la audiencia, han elegido desactivar el nuevo espacio de Mejide en Cuatro para la noche de los domingos con una bomba. Falsa, pero bomba. Cuestión de gustos. Y de intereses. Televisión antes que periodismo.

¿Podremos volver a creer en Évole? Como informador, digo.

Viajando con Chesterton

Escucho a Risto Mejide, ese malencarado engendro televisivo, hablar de “Chester” y, por esas cosas insondables del cerebro humano, imagino qué pensaría Chesterton de semejante mamarracho. El escritor y periodista británico creía que “la humildad es una virtud tan práctica, que los hombres se figuran que debe ser un vicio”. Pero no, cuando el tal Mejide habla de Chester no habla de Chesterton…

Chester 1

Chester es, lector ignorante, la abreviatura de  Chesterfield. Un sofá que, según la London Gallery, se ha convertido en “símbolo indiscutible y emblemático del Estilo Clásico Inglés. Tradicionalmente en piel, pero también en sus versiones en tela, este icono inconfundible de la tapicería de calidad siempre está de moda”. Es decir, que Chester es calidad, exclusividad, elegancia, estilo, clase…

“Viajando con Chester” es el nuevo programa de Cuatro para la noche de los domingos. Un espacio diferente diseñado para robar audiencia a un Jordi Évole que reina con su periodismo alternativo. Un programa de entrevistas conducido por un tipo soberbio, quién sabe si por necesidades televisivas, que tiene un gran concepto de sí mismo: “verán y escucharán grandes conversaciones”, dice Mejide. Chesterton le hubiese recordado que “el fin de tener una mente abierta, como el de una boca abierta, es llenarla con algo valioso”.

No encuentro una sola pregunta realmente inteligente, una sola respuesta francamente valiosa, en la entrevista con el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero con que se inaugura el programa. Destacaría, como no puede ser de otra manera, a un Mejide que busca sobre todas las cosas convertirse en protagonista. Tiene que ser más brillante que su invitado, más rápido, más listo, y para ello no duda en mostrarse agresivo con el socialista: “¿Cómo prefieres que te llame: Presi, José Luis, Bambi…“, “Cuando llegaste al poder nos traicionaste”. Puro marketing periodístico. Y es que el tal Mejide es un publicista que se viste de entrevistador. El programa ha sido producido por La Fábrica de la Tele, la misma empresa que puso en marcha “Sálvame” o “La Noria”. Chesterton nos dijo que “a algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro”.

Route de Monument Valley

La fotografía promocional define a la perfección el gran problema de “Viajando con Chester”: Mejide quiere ser el protagonista. Siempre. Por partida doble, triple, cuádruple… Los invitados son una excusa para que el telespectador disfrute de su acidez, de su ironía, de sus comentarios despiadados. Los invitados son comparsas necesarias en un programa que en realidad se debería llamar “Viajando con Risto”. La escena final de la segunda entrevista, con Jorge Lorenzo, es un buen ejemplo: pretende convertir un error del presentador, que se confunde con el número de títulos mundiales del piloto, en un cierre brillante. Tan fascinante como el protagonista de la entrevista de la próxima semana, el ex presidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla.

Jordi Évole tiene un rival, dicen. Un rival que no le llega ni a la suela de los zapatos. Porque, recuperando por última vez a Chesterton, “divertido no es lo contrario de serio. Divertido es lo contrario de aburrido, y de nada más”. Fin de las citas.

Un motivo para NO ver la televisión

Leo Welch

Cd: Sabougla Voices.

Leo

Leo Welch es uno de esos músicos brutales, pero totalmente desconocidos, que se esconden en los recodos del más profundo, oscuro y pantanoso Mississippi. Nació en Sablouga, junto a las montañas, y trabajó durante 30 años en los campamentos madereros, al aire libre, tocando la guitarra en garitos con un estilo urgente, violento, en ocasiones salvaje.

Como RL Burnside o Junior Kimbrough, Leo Welch jamás sonará en los 40 Principales, nunca podremos verle en la MTV. Y eso que poco a poco fue suavizando su sonido, seguramente por actuar en iglesias. Se acercó al góspel, pero lo cierto es que su disco suena como si estuviese tocando al frente de una banda de garaje. Blues montaraz, salvaje, inclasificable.