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Recursos narrativos

Antonio García Ferreras suele decir en “Al rojo vivo”, programa de debate político que presenta en las mañanas de La Sexta, que el periodismo es su religión. Luego da paso a invitados como Francisco Marhuenda, Eduardo Inda o Pérez Henares, capaces de ofrecer reflexiones tan objetivas como razonables e informativas. Por ejemplo, que “Pablo Iglesias es un fantoche” que “tiene voz de curilla”, que “el caso Rato es una operación para hundir a Rajoy” o que si gana Podemos se volverán a quemar conventos. Una vez Ferreras incluso llamó en riguroso directo a Sánchez Dragó para que, desde su casa en Madrid, el eyaculador interior describiese la tragedia de Nepal.

Un recurso narrativo. Como cuando La Sexta emitió “El precio de los alimentos”, un programa de investigación, periodismo en estado puro, en el que el famoso cocinero Alberto Chicote denunciaba el trapicheo con la comida que tiene lugar el mundo. En las imágenes se pudo ver al orondo chef en el aeropuerto de Barajas, a punto de salir para Bangkok: “El precio del arroz está detrás de este conflicto. ¿Acabará tocándonos el bolsillo a nosotros? Vamos al país asiático para averiguarlo”, dijo a cámara. Y se le vió acomodándose dentro de un avión. Inmediatamente después, imágenes de una fábrica de arroz en Tailandia, una de las mayores comercializadoras de este producto en el mundo. Ahora sabemos que Chicote no llegó a volar a Tailandia, y que las imágenes que parecían tomadas por el cocinero, en realidad habían sido compradas por La Sexta a Luis Garrido-Julve, un periodista español que vive en esa zona de Ásia.

“Alberto Chicote recorre el mundo para descubrirnos todos los secretos sobre el precio de los alimentos”, aseguraba la publicidad de La Sexta antes de que se descubriese el pastel. “Un recurso narrativo”, dicen en la cadena pequeña de Atresmedia, “algo habitual en el género documental”. “El chef viaja por el mundo en busca del porqué de la cuantía de lo que se come cada día”, dice aún la web de la cadena. Un “recurso estilístico”, aseguran en La Sexta tras ser descubierto el falso viajero, algo normal en “la fase de edición y montaje”. ¿A esto se refiere Ferreras cuando dice que para ellos “el periodismo es arriesgar e incomodar”?

Recursos narrativos de una cadena, La Sexta, especialista en fabricar protagonistas. Cocineros, y también periodistas. Sí, esos informadores que, desde una cadena de Planeta, se sientan junto a Marhuenda y hablan de periodismo libre e independiente. Periodistas que presumen de incómodos y rebeldes. Periodistas sumergidos en un mundo endogámico de autopromociones y succiones, tu me das un lametón y yo te pego un chupetón. Periodistas magníficos, algunos, otros simples showmans camuflados de periodistas en una cadena que, a partir de ahora, debería advertir de sus intenciones. ¿Que Alfonso Rojo llama “gorda” a Ada Colau en “La Sexta Noche”? Pues entonces un rótulo parpadea en una esquina de la pantalla: “Recurso narrativo, recurso narrativo, recurso narrativo…”.

El “recurso narrativo” de Chicote es un advertencia al telespectador. No se crea “Pesadilla en la cocina”, puro teatro desde el primer día, entretenimiento de baja calidad copiado de la programación británica. Pero tampoco se crea el periodismo de bajo coste, investigación u opinión, que proponen las televisiones. Son solo recursos narrativos para conseguir audiencia. Es decir, pasta.

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Un motivo para NO ver la televisión

Un trozo invisible de este mundo.

Juan Diego Botto y Astrid Jones.

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Teatro de lujo en Talavera de la Reina, la gran ciudad castellano manchega olvidada que arrancó de esta manera su semana más intensa: el pasado sábado una obra magistral de Juan Diego Botto, el martes la visita del presidente del Gobierno Mariano Rajoy, y el viernes los descomunales Siniestro Total. ¿Se puede pedir más? Quizá que cancele Rajoy.

Botto está simplemente espectacular. Se presenta ante el público en solitario, en un escenario oscuro e industrial, con solo una cinta transportadora y una torre de maletas. Y habla de las miserias actuales: del egoísmo y la avaricia, de los bancos y los políticos, de los desplazados y los sin techo, de la crisis y la miseria, de la hipocresía y las dictaduras (reales y encubiertas), del exilio y la emigración, de las desigualdades que nos separan, nos humillan, nos envilecen y nos hacen personas mucho peores. Y todo con grandes dosis de ironía y humor.

Botto protagoniza la obra con la ayuda de una actriz, Astrid Jones, que en su tenso monólogo está al nivel que exige el texto. Tanto en intensidad como en emotividad. “Un trozo invisible de este mundo” es una obra dura, y en ocasiones muy emocionante, que nos pone contra las cuerdas. ¿Podemos soportar impasibles todo lo que sucede a nuestro alrededor, esa ley no escrita que asegura que “a quien tiene, le será dado; a quien no tiene, le será quitado”? Botto habla en un momento de Primo Levi, escritor italiano de origen judío que sobrevivió a Auschwitz y escribió estas líneas: “Un país se considera tanto más desarrollado cuanto más sabias y eficientes son las leyes que impiden al miserable ser demasiado miserable y al poderoso ser demasiado poderoso”.

¡No se lo pueden perder!

Humillación en las cocinas

No sé qué me da más asco, si los cocineros guarros con los que alterna Chicote en La Sexta, o los chefs altivos y soberbios que dan lecciones de Haute Cuisine en La 1. Es decir, si me repugnan más los mugrientos ensucia fogones de “Pesadilla en la cocina” o los restauradores arrogantes y maltratadores de “Masterchef”. Impresentables los dos. Los primeros por dejados, por guarros y por dejarse manipular por un programa de televisión que desnuda sus miserias en público para regodeo de la audiencia. Los segundos, por cómo humillaron a un pobre chaval, Alberto, que tuvo la insensatez de preparar delante de las cámaras un plato, “León come gamba”, considerado por los maestros hosteleros como “una guarrada” y “un insulto a la inteligencia, un insulto al jurado y un insulto a las 15.000 personas que se han quedado fuera del programa”.

Pepe Rodríguez, uno de los tres miembros del exquisito jurado de Masterchef, aseguró en la Cadena SER que volvería a expulsar a Alberto, el responsable de “León come gamba”, de la misma manera cruel y exagerada en que lo hizo: “Le tuve que echar, y no podía ser de otra manera”, asegura ignorando la violencia, tanto verbal como psicológica, del momento.

El problema no es echar al concursante, el problema es cómo le echan. Cómo le humillan ante sus compañeros, su familia y amigos, y ante millones de telespectadores. “Hay más verdad en la televisión que en el mundo de la cocina”, sentenció un Rodríguez que olvida que en estos concursos todo, desde el casting hasta la final, está dirigido a conseguir audiencia. Y que el hombre que cocinó el famoso león que come gamba fue elegido para dar espectáculo. Para dar este triste espectáculo.

Un espectáculo tan lamentable como el repetitivo y exitoso “Pesadilla en la cocina” (La Sexta). En su nueva edición, que comenzó el miércoles con una excelente audiencia (11,6% y 2.043.000 espectadores), insiste en la misma fórmula de siempre: restaurante hundido, dueño impresentable, personal desanimado, doctrina de Chicote, nueva carta, reforma del local… La salsa de tan redundante esquema son los empresarios, cocineros y camareros, tipos con problemas que se supone desnudan todas sus miserias ante las cámaras: inútiles, guarros, violentos, malhablados…

Televisión de éxito basada en mortificar y avergonzar a los más débiles. Un asco.

Un motivo para NO ver la televisión

Mediterráneo descapotable.

Autor: Iñigo Domínguez.

Editorial: Libros del K.O.

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El segundo título del periodista Íñigo Domínguez editado por Libros del K.O., tras el imprescindible “Crónicas de la mafia”, sigue apostando por el periodismo de recorrido extenso y amplio campo visual. Subtitulado muy acertadamente “Viaje ridículo por aquel país tan feliz”, este “Mediterráneo descapotable” se convierte en una lectura imprescindible para entender la España actual. Porque estamos ante un reportaje largo y jugoso que describe el país de la corrupción y el ladrillo, de los perros atados con chorizos y las ristras de rotondas, del sol y los chiringuitos, de Port Aventura y Marina D’or. El legado ideológico, económico y cultural de Jesús Gil, Manolo Escobar y Rita Barberá. Y Rato, claro.

En 2008 el periodista recorre la costa, desde Colliure hasta Tarifa, al volante de un Peugeot 207 azul descapotable. Las crónicas que forman este volumen, brillante radiografía de una España dorada por fuera y repugnante por dentro, fueron publicadas en su momento en el diario El Correo. Dos semanas después de que el último capítulo viese la luz quebró Lehman Brothers, y ya nada volvió a ser igual.

Dicen los editores que estamos ante una road movie, y tienen mucha razón. Una road movie costumbrista, con tintes de novela negra, protagonizada por muertos vivientes, un ejército de ciudadanos que han vivido tiempos mejores, han perdido el lustre y el moreno, y sobreviven como zombis paseando entre urbanizaciones de cartón y aeropuertos fantasma, comiendo paellas de chirlas y tomates de invernadero, mientras son estafados por un ejército de políticos sin escrúpulos.

“Mediterráneo descapotable” es un libro divertido, muy divertido. Y también pedagógico, puesto que nos ayuda a saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Imprescindible el apéndice: “Cómo acabó todo: un pequeño informe”, es un dossier no tan pequeño, cien páginas con nombres, fechas y datos, resumen de fuentes oficiales e informaciones publicadas en prensa, que se lee con la boca abierta y deja la bilis en ebullición. Una lectura intensa, soleada y amarga a un tiempo, que provoca en el lector sonrisas, muchas, y no pocas lágrimas.

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Un buen periodista trabaja las 24 horas del día. Cuando se ducha, cuando duerme, cuando lee a Heidegger y hasta cuando come, el periodista es periodista. Y el crítico de televisión es un periodista, no lo olvidemos. De una de las subespecies más olvidadas, arrinconadas y menospreciadas, pero periodista a fin de cuentas. Por eso el otro día no pude evitar, al pasar por un Mc Donalds, ejercer la profesión. Periodismo de investigación. Entré en el local de comida basura y, con dos cojones, pedí “la hamburguesa esa que ganó el concurso del programa de Chicote”. La señorita sonrió lateralmente: “Se refiere usted a la Grand McExtrem Top Chef, creada por el concursante de Top Chef Javier García Peña. La hamburguesa que le sirvió para ganar la inmunidad en el programa de Antena 3. ¿La quiere para llevar?”. Me subí aún más el cuello de la gabardina: “Por supuesto, tengo una reputación, alguien podría verme aquí…”.

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Ya en casa, sentado a la mesa, recordé la descripción televisiva del producto mientras abría la caja contenedora y un botellín de Mahou: “Una gran hamburguesa doble de carne 100% vacuno extremeño, acompañada de sofrito, salsa cremosa de soja, lechuga Batavia y su inconfundible pan. Además, contiene novedosos ingredientes, nada comunes en las hamburguesas que comercializa esta cadena, como espárragos y setas, crujiente de maíz tostado, todos ingredientes naturales”.

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¡Qué cabrones! La “gran hamburguesa doble de carne 100% vacuno extremeño” de la promoción ha quedado reducida en mi plato a dos obleas resecas de algo que podría ser carne, pero también serrín apelmazado. ¿Extremeño? Puede que se trate de una masa de bellotas trituradas. ¿Biomasa? Tranquilamente. O bien cualquier simulación en diferido de tejidos animales arracimados, amazacotados y endurecidos. Un asco de pelotas.

Afortunadamente nada es lo que anuncian, y la “salsa cremosa de inspiración oriental a base de mayonesa y salsa de soja” es en realidad un regurgitado de Shrek, capaz de adormecer la lengua, anestesiar el paladar e inhabilitar durante horas las papilas gustativas. A partir del momento en que ingieres esa repulsiva pócima ya nada importa, el resto sabe todo igual: a pisto fermentado o, si lo prefiere usted, a regüeldo revenido de trol con acidez.

¿El resto? Mucha lechuga mustia, y un pan de hornazo reseco como solo una multinacional especializada en masas horneadas de manera industrial es capaz de hacer. Es decir, un Big Mac sin queso, sin ketchup, sin pepinillos y más seco que el ojo de un tuerto. Sin rastro de setas, espárragos y demás florituras. ¿Kikos machacados? Y por supuesto sin el mínimo parecido con las fotografías promocionales del programa.

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Con recomendaciones como esta la credibilidad de Chicote se va, como diría el propio Chicote… ¡a la mierda!

P.D.

Para compensar semejante desatino, el periodista que se zampó tan infecta hamburguesa completó su dieta con una cerveza artesana de triple fermentación, un revuelto de boletus con yemas de huevo y unos lomitos de sardina escabechados a la veneciana. Ahora sí, Top Chef.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Gus y yo.

Autores: Keith Richards y Theodora Richards.

Editorial: Malpaso.

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La vida de Keith Richards va mucho más allá de unos riffs memorables, una carrera llena de excesos y el espíritu libre de un superviviente. Ahí donde le ven con sus anillos de calaveras, sus pañuelos piratas y su sonrisa de crápula, Keith Richards ama la lectura. Es una leyenda del rock and roll, de la vida salvaje, que adora los libros. Recuerdo una fotografía de la casa del guitarrista de los Rolling Stones, incluida en un libro sobre bibliotecas, en la que el músico aparece tumbado, con una Gibson acústica en las manos, rodeado de abarrotadas estanterías…

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El guitarrista de los Stones ama los libros, y ha escrito unas memorias memorables: “Vida”. Hoy hablamos de Richards por una obra bien distinta. Un libro para niños, escrito por Keith e ilustrado por su hija Theodora. Un homenaje a la música, a la familia y a la sencillez. A los sonidos directos y a los dibujos luminosos. A la vida simple y los acordes no inventados. A los cielos afinados y a las guitarras que reposan sobre pianos. A los guitarristas que, tras aprender a tocar “Malagueña”, son capaces de atreverse con cualquier otra cosa. La magia de los dinka-plinks, esos trucos del abuelo para crecer agarrado a un mástil, enredado en los trastes, aferrado al clavijero. Un placer atemporal, con CD de Richards incluido.