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Enseñarle a hablar a una piedra

Un motivo para NO ver la televisión

Enseñarle a hablar a una piedra

Autora: Annie Dillard.

Editorial: Errata Naturae.

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Este libro no es una sorpresa: conocíamos a Annie Dillard gracias a “Una temporada en Tinker Creek”, un conmovedor canto a la vida campestre editado en su momento por Errata Naturae. No es una sorpresa por tanto, insisto, la excelente descripción que la escritora de Pensilvania hace de los diferentes lugares remotos que visita en una sucesión de expediciones naturalistas. Dillard viaja con información sobre el terreno que pisa, y los ojos muy abiertos. Y lo cuenta todo de maravilla, en ocasiones utilizando descripciones casi científicas, siempre con una sensibilidad descomunal que jamás resulta remilgada. Tiene perfectamente cogido el pulso a una nature writting vibrante, intensa, que engancha al lector y es capaz de sacudirlo con una reivindicación conservacionista para inmediatamente después derrotarse compartiendo su intimidad con la de una comadreja.

“Me gustaría aprender a vivir o recordar cómo vive. Para ser franca, vengo a la laguna de Hollins no tanto para aprender a vivir como para olvidar. Es decir, no creo que sea capaz de aprender a vivir de un animal salvaje en particular -¿debería chupar sangre caliente, mantener la cola erguida, caminar con  precisión sobre las huellas de mis manos?- , aunque sí podría aprender algo de su despreocupación, de la pureza de vivir con los sentidos físicos, de la dignidad de vivir sin prejuicios ni motivo. La comadreja vive en la necesidad y nosotros vivimos en la elección, odiamos la necesidad y al final morimos en sus garras de la forma mas innoble. Me gustaría vivir como debo vivir, que es lo que hace la comadreja. Y sospecho que, para mí, el modo de conseguirlo es el mismo: abrirme al tiempo y a la muerte sin sufrimiento, percibirlo todo, no recordar nada, elegir lo que viene dado con una voluntad feroz e incisiva”.

Annie Dillard es capaz de emocionarte hasta la lágrima con un párrafo dedicado a un árbol, un micro mamífero o una isla y, en la siguiente página, explicarte con la seriedad y contundencia de un científico los secretos de un ecosistema tan complejo como las islas Galápagos. Algo que solo está al alcance de los mejores. Aquellos capaces de disfrutar, e inspirarse, tanto con un pinzón que te picotea el pelo como con los estudios climatológicos que advierten del cambio climático. El campo es su hábitat.

“El silencio de la naturaleza es su único comentario, y cada escama del mundo es una astilla de ese palo mudo e inmutable. Los chinos dicen que vivimos en el mundo de las diez mil cosas. Lo que cada una de esas diez mil cosas nos grita es, precisamente, nada”.

“Enseñarle a hablar a una piedra” recoge catorce textos de diferente calado, que van desde ambiciosas expediciones a las regiones polares a modestas observaciones de un ciervo junto a la casa, pasando por misiones tan aparentemente imposibles como enseñar a hablar a una piedra. Dillard está cómoda en todos los terrenos, siempre que no tenga un techo sobre su cabeza. Naturaleza y gran literatura recorren de la mano los caminos del planeta. Un placer enorme.

“Me debato entre la idea del planeta como hogar –una morada de piedra con jardín, acogedora y familiar- y la idea del planeta como territorio de exilio austero donde todos estamos de paso. Hoy me declino por esta segunda opción… El planeta en sí es un peregrino en un espacio sin aire, una bola húmeda arrojada a través de la nada. Los pocos objetos que hay en el universo se dispersan. La coherencia de la materia se reduce y se desmorona hacia la quietud”.

ABC se radicaliza

 “Los diarios son los que hoy hacen buen periodismo en España. Internet es antidemocrático, populista, extremista y de izquierdas”. Bieito Rubido, director de ABC.

¿Ha visto usted la portada de ayer jueves de ABC? El prestigioso diario conservador, un medio centenario propiedad de un gran grupo mediático, con prestigiosos profesionales en su redacción, se está radicalizando de manera peligrosa. Si sigue así, no me extrañaría que dentro de poco veamos al director del fanzine en cuestión completamente engorilado, rompiendo las farolas de la calle donde se encuentra la sede de Podemos con una muleta. El Bieito manteca.

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Para hacer una portada como la de ayer hace falta ser un nefasto diseñador gráfico, un periodista tan mediocre como tendencioso, un manipulador torpe, un propagandista nefasto, un mamporrero de saldo y, si me apura, muy mala persona. No se qué pensarían los fundadores de tan venerable diario, en el que un día apareció en portada la fotografía de un dictador de la talla de Franco junto a la frase “El artífice de la patria renacida”, si pudiesen ver ese maquiavélico fotomontaje del líder de un partido democrático con cinco millones de votantes.

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¡Pobre ABC! Y pobres de sus lectores, venerables ancianos en manos de periodistas asustaviejas sin escrúpulo alguno: ¡Que vienen los comunistas! ¡Les van a sacar de las residencias, les van a quitar las pensiones, y luego les van a quemar vivos junto a monjas y curas! Vean la cara del coletas, un radical peligroso, un antisistema venezolano, un asesino en serie, el nuevo Stalin. Les da miedo, ¿verdad?

P.D.

Por primera vez en un siglo, el diario ABC salió a la calle el pasado miércoles sin las firmas de sus periodistas. ¿Una huelga por la baja calidad del periódico, por haber contratado a ultras como columnistas, por haberse convertido en un órgano de publicidad gubernamental? No, hicieron huelga de firmas como respuesta a los nuevos despidos y recortes salariales que planea la empresa. Ya es tarde. Es imposible que un periódico tan malo, tan tendencioso y ridículo, tan poco periodístico, sobreviva sin ayudas del poder. Les bajarán los sueldos, y les despedirán, porque hace tiempo que han dejado de dedicarse al periodismo. La propaganda es una profesión diferente, que requiere otro comité de empresa y trabajadores distintos.

Qué pena. Debieron rebelarse antes, cuando todavía eran un periódico dedicado a informar.

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Un motivo para NO ver la televisión

Una temporada en Tinker Creek

Autora: Annie Dillard.

Editorial: Errata Naturae.

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No hay suplemento literario o revista de libros que no le haya dedicado una portada. No hay librería que no le haya destinado una balda. No hay editorial que no haya publicado algún título sobre el tema. Hablo de la llamada Nature Writing, la literatura dedicada a la fauna y a la flora, a los grandes espacios abiertos, a la naturaleza salvaje y su relación con el hombre.

Siempre ha habido Nature Writing, es evidente, pero si ahora estamos hablando de ella, si es noticia en el mundo del libro, si se ha puesto de moda entre lectores inquietos que necesitan respirar aire puro, es por culpa de Errata Naturae. La exquisita editorial madrileña (vea sus portadas, acaricie el papel, lea sus libros) lanzó hace dos años una colección indispensable, Libros Salvajes, que señalaba el camino al resto de editoriales. Su primer título, “Mis años Grizzly”, se subtitulaba “en busca de la naturaleza salvaje”. De eso iba la cosa, de humanos que necesitan volver a sentir el frío en la piel, el aire en los pulmones, la tierra en las botas y la compañía de osos, lobos, águilas y búfalos.

“Ahí reside el auténtico poder. Es sorprendente que los árboles puedan convertir la grava y las sales minerales en esos lóbulos de bordes suaves ; es como si yo, al morder un trozo de granito, comenzara a crecer, a echar brotes y florecer. Los árboles parecen llevar a cabo sus prosas sin ningún esfuerzo. El noventa por ciento de las partes vivas de un árbol se renueva cada año. El agua que asciende por el tronco puede llevar una velocidad de cuarenta y cinco metros por hora; en pleno verano, un árbol llega a mover una tonelada de agua diaria. Un olmo grande podría, en una sola estación, fabricar alrededor de seis millones de hojas, con su compleja estructura, sin alterarse lo más mínimo. El árbol se queda ahí, acumulando madera seca, mudo y rígido como un obelisco, aunque por dentro está bullendo; se escinde, sobre y se extiende; levanta toneladas y las arroja al aire en un despliegue de flecos verdes. No hay nadie que explique ese poder gratuito; la dinamo del tulípero produce más tulípero y se alimenta de lluvia y aire”.

Hasta ahora han publicado seis títulos salvajes, todos absolutamente recomendables. El que hoy nos ocupa es de los mejores, de los más originales, conmovedores y literarios. La escritora norteamericana Annie Dillard supera una neumonía y, con solo veintiséis años, decide abandonar la ciudad y vivir en un valle de la cordillera de los Apalaches. Rodeada de vegetación y de animales, Dillard mira, siente, observa, piensa, se hace preguntas y, finalmente, escribe. Y lo hace de maravilla, con una sensibilidad enorme que jamás resulta empalagosa, con una fuerza arrolladora, con inflencia de los clásicos y referencias a la filosofía campestre.

“La evolución ama más a la muerte que a ti o a mí. Es fácil escribirlo, fácil decirlo, pero difícil de creer. Las palabras son simples, el concepto es claro, pero no te lo creer, ¿verdad? Yo tampoco. ¿Cómo me lo voy a creer con lo adorables que somos los dos? Entonces, ¿son mis valores diametralmente opuestos a los que mantiene la naturaleza? Ahí está la clave”.

Annie Dillard ganó el Premio Pulitzer de Ensayo por “Una temporada en Tinker Creek”. Normal. Es un canto épico a la naturaleza salvaje, una apología de la vida libre, una demostración de que lo simple, lo sencillo, es lo auténtico. Una obra gozosa, una explosión de luces y olores, una invitación a regresar al campo. Imprescindible.

I Master de Rock and Roll Matutino Sobre Ruedas.

Corazones de cartón

Enrique Urquijo y Los Problemas

Era un genio. Un genio tímido que presumía de haber dormido en los coches. Un artista inseguro que, decía, se volvía vulgar al bajarse de cada escenario. Con Los Secretos, su banda de toda la vida, grabó buenas canciones y ofreció conciertos excelentes. Pero para disfrutar del auténtico Enrique había que acercarse al bar del barrio, al café con escenario diminuto, y escucharle a tres metros de distancia, acompañado por Los Problemas. Enrique escribía canciones emocionantes: le cantaba al desamor, a la mala suerte, a la soledad. Sabía de que hablaba. Dos de mis canciones favoritas, que no son las más conocidas pero definen de maravilla el carácter, y el talento, de un hombre bueno y un gran músico. Corazones de cartón y, de propina, No lo sé.