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Servicio público

Aún no ha comenzado a descomponerse el cadáver de la gaviota y ya resulta hediondo el ambiente que se vive en las televisiones públicas. Un detalle: el magnífico especial elecciones de La Sexta, presentado por el dúo periodístico Pimpinela (Ferreras-Ana Pastor), dobló en audiencia a la otrora todopoderosa TVE. Un merecido e importante 16% frente a un miserable 8%. La segunda cadena de Atresmedia destrozaba a la primera cadena del PP. “¿Qué nos queda si no nos queda ni la tele?” Preguntó Mariano, entre sollozos, a una Soraya que pinchaba alfileres de vudú en una pantalla de plasma tejida en ganchillo.

Los ciudadanos no eligen las televisiones públicas para estar informados. Saben que no lo conseguirían. Dicho esto, en este blog podríamos resumir los resultados de las elecciones municipales y autonómicas estudiando sus extremos. Husmeando en el éxito y la derrota. Analizando los factores de la victoria y las razones del fracaso, que sin duda se personifican en políticos de categoría.

Pierde Esperanza Aguirre, la mujer que presumía de dominar los tiempos y los medios, que abrazaba inmigrantes y descubría tramas corruptas, que acosaba a sus rivales y despreciaba el código de circulación, que disponía de una televisión propia en la que organizaba los informativos, y hasta los debates, a su antojo.

Gana Carlos Navarro, conocido como El Yoyas. Estrella de la televisión gracias a su estelar participación en la segunda edición de “Gran Hermano” (Telecinco), donde pronunció una frase para la historia de la filosofía pacifista post Confucio (“Le voy a dar dos yoyas que le van a temblar las orejas”). El macarrónico colaborador de “Crónicas marcianas” y del programa de Jordi Évole ha conseguido el acta de concejal en el Ayuntamiento de Vilanova del Camí, Barcelona.

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El cambio debe comenzar por las televisiones, esas bestias destinadas a embrutecer a la población. Para bien o para mal, no es el momento de analizar este hecho indiscutible, las televisiones sirven de enlace entre los ciudadanos y la realidad. Sobre todo lejos de esas ciudades 2.0, las locomotoras del cambio, que diría Iglesias, en las que se disfruta de alternativas informativas. El cambio debe comenzar en unas televisiones que tienen que recuperar su condición de servicio público.

Así de sencillo: servicio público. Justo lo contrario de lo que hacen programas como “Así de claro”, estrenado anoche en La 1 de TVE con Sáenz de Buruaga como presentador. Le acompañaba “un grupo de especialistas y profesionales, expertos de distintos ámbitos y líderes de opinión, que aportarán los datos de una forma contrastada para ilustrar cada contexto”. Ya se puede usted imaginar el personal: El director de ABC, un eyaculador interior, Ángel Expósito, Joaquín Leguina, Luis del Val… Y si los nombres le resultan estremecedoramente casposos, espere a conocer la cifras: “La cadena ha contratado con Pulso un total de 13 capítulos de Así de claro de 150 minutos de duración cada uno, ampliables a 27. La factura del paquete completo asciende a 2.188.000 euros (IVA incluido), según fuentes de la corporación, que cifran en 3.000 euros por entrega el salario del presentador”. Servicio privado.

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Un motivo para NO ver la televisión

Crónica de mí mismo.

Autor: Walt Whitman.

Editorial: Errata Naturae.

9788415217909

Una maravillosa portada, como es habitual en las cuidadas ediciones de Errata Naturae, para un libro imprescindible: ¡Textos inéditos en castellano de Walt Whitman, el hombre iluminado, aquel al que el psiquiatra canadiense Richard Buck definió como “Cosmic Consciousness”. La luz que desprende el interior más profundo del individuo, y su reflejo en el resto de seres de la tierra, en los confines del universo, define la obra del humanista estadounidense.

Pues bien, olvide el Whitman de la conciencia cósmica y piense en el Whitman que se preocupa por su salud, que pide información sobre un estreno de ópera, que posa para un cuadro y atraviesa problemas económicos: “Soy pobre (sin embargo, cuento con unos pequeños ingresos y medios suficientes para pagarme mis cosas, sin hacer grandes gastos, y no pasar necesidad)”, escribía el 20 de mayo de 1874 en una carta al soldado William Stransberry.

En este “Crónica de mí mismo” el lector encontrará al hombre que fue escritor y poeta, al Whitman íntimo que reflexiona sobre su vida, que se relaciona con sus amigos, que come, ríe, baila, bebe y piensa en todo aquello que le rodea. El hombre que sufre la enfermedad y ve cómo se acerca el final. Todo aquello que tiene que ver con la vida y la muerte interesa a Whitman, los grandes temas que preocupan a sus vecinos, los asuntos que le atañen como miembro de una familia, de una comunidad. El pensador brillante debe resolver asuntos mundanos, y lo hace como no podía ser de otra manera: de forma apasionada y visceral, errabunda y lírica, como solo un gran trovador es capaz de hacer.

Un documento maravilloso, que recoge cincuenta años de correspondencia, desde su juventud hasta el lecho de muerte. Cartas personales, cargadas de normalidad y humanidad, que ayudan a entender la grandeza del poeta de Nueva York. Francamente delicioso.