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El kilo de tertuliano

Cuando el telespectador con un mínimo de criterio ve a Francisco Marhuenda, director de La Razón, ejercer de jefe de prensa de Mariano Rajoy en tertulias de diferentes cadenas, lo lógico es que se haga una pregunta: ¿Cuánto pagará este hombre para que le dejen decir semejante sarta de gilipolleces? Ayer sin ir más lejos soltó ésta: “Los periodistas lo que tienen que hacer es opinar”.

Querido lector, se va a quedar usted de piedra: Marhuenda no solo no paga, sino que cobra. Imagínese el momento que vive la televisión en España. Y el periodismo. Y la política. Y la moral.

Marhuenda cobra. Y también Pérez Henares, María Antonia Iglesias, Alfonso Rojo, Pilar García de la Granja, Isabel Durán, Miguel Ángel Rodríguez, Carlos Cuesta, Eduardo Inda… Incluso los tertulianos de Intereconomía y 13Tv cobran. Sé que cuesta trabajo creerlo, que es duro admitirlo, pero es así. ¡Los tertulianos cobran!

Cristobal Montoro, nuestro flamante ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, nos lo recordó de manera sutil hace unos días: “No se puede estar todo el día sentando cátedra y luego no pagar a Hacienda”, dijo siguiendo el estilo sutil del genial Gila. Ya sabe, “aquí alguien ha matado a alguien…”.

Los medios de comunicación han reaccionado de manera inmediata a la acusación del ministro y han recopilado información sobre el tema. Han puesto precio a la carne de tertuliano. Y yo hago lo propio y se lo pongo en bandeja: en los matinales de máxima audiencia, Ana Rosa en Telecinco y “Espejo Público” en Antena 3, estamos hablando de 500 euros por cabeza. En “Las mañanas de Cuatro” (Cuatro) la propina sería inferior a los 400 eurillos. En un clásico del talk show como “El gran debate” estaríamos hablando de tarifas personalizas, según la capacidad de crispación del invitado, pero siempre a partir del billete de 500. Pero cuidado, porque Miguel Ángel Rodríguez y María Antonia Iglesias no crispan por menos de 1.000 eurazos por barba.

Quien peor paga a sus tertulianos es, vaya por dios, TVE: 150 euros a los madrugadores de “Los desayunos” y 250 a los trasnochadores de “59 Segundos”. Y en la base de la pirámide, humildes entre los humildes, unos canales de TDT que sueltan  calderilla a sus invitados: entre 75 y 100 euros por cabeza. Ni para el taxi.

Pero no me gustaría terminar el post de hoy con el regusto amargo que supone pensar que alguien cobre por defender en una televisión que el 11-M fue obra de ETA. Hay esperanza: en los últimos tiempos el precio del opinador profesional ha caído entre un 50 y un 70%.

Si le parece bien, otro día hablamos de los 200.000 euros que cobra Jesulín por tirarse a la piscina en el programa “Splash!” (Antena 3)

 

Un motivo para NO ver la televisión

Cartas a un buscador de sí mismo

Autor: Henry David Thoreau.

Editorial: Errata Naturae.

La noticia es magnífica: ¡un texto inédito de Henry David Thoreau, el poeta trascendentalista, el agrimensor, el naturalista, el impulsor de la desobediencia civil, el fabricante de lapiceros! Y no unas insignificantes sobras, restos insípidos o vulgar relleno, sino la vibrante correspondencia mantenida con su amigo Harrison G.O. Blake, licenciado en Teología y compañero de Thoreau en Harvard.

Thoreau es el filósofo de la sencillez y el campo, un  hombre asilvestrado que creía no ser nada, un ser más insignificante que una semilla, un insecto o un chaparrón. El hombre que en la primera carta a Harrison G.O. Blake desvela las claves de su pensamiento: “Creo firmemente en la simplicidad. Es asombroso y triste ver cómo incluso los hombres más sabios pasan sus días ocupados en asuntos triviales que creen han de atender, en detrimento de otros asuntos más importantes que creen en su deber omitir”.

El libro incluye solo una primera misiva de Blake a Thoreau. El resto son las cartas del autor de Walden, repletas de emoción, equilibrio e inteligencia. Una auténtica delicia para los seguidores del pensador de Concord, qué duda cabe, pero también para todos aquellos que buscan fórmulas para hacer su vida más sencilla. Porque “no se trata tanto de conocer esto o aquello como de cambiarse a uno mismo, ser mejor, ser más feliz”.

Resulta especialmente conmovedor comprobar que el Thoreau de 1848-1861, fecha en que fueron escritas estas cartas, es un escritor de absoluta actualidad. El pensador que vivió durante dos años en una cabaña en el bosque fue un visionario, no cabe ninguna duda. Y en las páginas de este libro fundamental insiste en destacar la figura del hombre no como ser individual, sino como parte de un mundo en equilibrio: “No deje espacio para las dudas que no le sean satisfactorias. Recuerde que no tiene por qué comer si no está hambriento. No lea los periódicos. No deje pasar ninguna oportunidad de sentirse melancólico. Y en cuanto a la salud, considérese sano. No se empeñe en encontrar las cosas tal y como usted cree que son. Haga lo que nadie más puede hacer por usted. No haga otra cosa”.

Añada a la belleza sublime del texto una cuidada traducción, la ilustración de David Sánchez y la impecable edición de Errata Naturae. Tendrá un clásico.