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El buen terrorista

Mientras el PP se niega en redondo a que el Gobierno negocie con ETA, Aznar almuerza en la jaima de Gadafi. Horas después, el dictador libio se reúne con el Rey y con Zapatero, y más tarde es agasajado por los empresarios españoles. Curioso país éste en el que políticos y hombres de negocios eligen quiénes son buenos y malos terroristas. Extraño lugar en el que la hipocresía no sólo gobierna, sino que también reina, está en la oposición y mueve los hilos de la economía. Gadafi, no lo olviden, llegó a indemnizar a las familias de las víctimas del atentado de 1988 contra un avión de la Pam Am en Lockerbie (Escocia).

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En un país en el que la hipocresía es ley, Gustavo de Arístegui (portavoz del PP en la Conmisión de Asuntos Exteriores) podría ser excelente embajador, ejemplo de esa miserable actitud: “No se puede comparar a Gadafi con Sadam Hussein. Uno es responsable de miles de muertos, el otro de cientos de miles”. Son declaraciones realizadas por un político popular que, si realmente dice lo que piensa, no dudaría en dejar a sus hijos con Txapote de canguro: “sólo” ha sido condenado por tres asesinatos.

Arístegui pide para los dictadores “diálogo crítico y exigente”. Lo hace en “Los desayunos de TVE” (9.00, TVE1), un programa absolutamente imprescindible para afrontar la jornada bien informado. Viendo este espacio, y zapeando a “La mirada crítica” (9.00 Telecinco), el telespectador arranca el día con televisión de calidad. Una fantasía. Tan grande, cínica y piojosa como las de aquellos que ahora ven en Gadafi a un hombre de bien. El buen terrorista.

El Rey de bastos

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Tuvo suerte Hugo Chávez, camorrista bolivariano con ínfulas revolucionarias, de que entre él y su majestad el rey de España estuvieran presidentes de Gobierno y ministros. Si llegan a estar juntos, Juan Carlos le mete un puño. Seguro. Y la XVII Cumbre Iberoamericana hubiera terminado como el rosario de la aurora. En comisaría, con los policías chilenos cogiendo los datos de la ficha de los implicados en la pelea: “A ver, usted, el que dice que es Rey… ¿Cómo es que vive en una zarzuela? Si es rey vivirá en un castillo, ¿no?”

La bronca resultó impresentable, tanto por el discurso demagógico de cara a la galería de Chávez y Ortega como por la macarrónica intervención del rey Juan Carlos. La cabeza del monarca aparece en las imágenes de televisión separada del tronco, como hubiera sucedido durante la revolución francesa, para soltar una de esas frases que se escuchan en los puti clubs unos segundos antes de que empiecen a volar botellas: “¿Por qué no te callaaaas?”. A Juan Carlos sólo le faltó un “tronco” final para redondear la frase. Una frase que en burdeles y bares de motorista sirve de introducción a la bronca, preámbulo inevitable de empujones, amenazas, escupitajos y mamporros. Lo que es una Cumbre Internacional de jefes de estado.

Y es que el rey Juan Carlos, símbolo de unidad y permanencia, consciente de su papel fundamental como representante de la nación española, acostumbrado como está a arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones… hizo alarde de diplomacia y lanzó un bravucón “¿Por qué no te callaaaas?”. Eso es aprovechar las oportunidades que se presentan para abandonar la monotonía del protocolo, ese guión escrito por algún negro de guante blanco.

Un rey campechano, dirán los monárquicos. Y tienen razón. Campechano como Poli Díaz, Nacho Vidal o los hermanos Matamoros. Un rey bravucón, rey de bastos, que puso al pobre Zapatero, más Bamby que nunca, contra las cuerdas de la diplomacia. Juan Carlos hizo el papel del amigo chiquitín y jode-jode que mete cizaña, que empuja y que, cuando empiezan los mamporros, se da el piro.

Juan Carlos se escaqueó en el momento en que olió bronca. Cuando realmente se ofendió su majestad es cuando Zapatero, en una de las intervenciones más dubitativas y perezosas que le recuerdo, acierta a exigir respeto para Aznar y para todos aquellos que han sido elegidos democráticamente por el pueblo. Ahí Juan Carlos ya no aguanta más: “Y para los que no necesitamos ser elegidos democráticamente por el pueblo, porque nos eligió Franco… ¿qué?”, debió pensar.

Y se levantó y se piró al bar.