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La solución final

Un tertuliano de La Sexta Noche (La Sexta) muestra a cámara una foto del Holocausto. Judíos masacrados por los nazis. El tema a debate no es la persecución y el asesinato sistemático, organizado y auspiciado por el régimen de Adolf Hitler, de seis millones de personas. No. El tema del debate no es la llamada “solución final”, sino la llegada de Manuela Carmena y su equipo al Ayuntamiento de Madrid. De la misma forma en que Esperanza Aguirre percibe “odio y violencia” en los ediles de Carmena, el tertuliano cree que el ex concejal de Cultura Guillermo Zapata es “racista y xenófobo” porque sus desafortunados chistes en Twitter “no son humor… al expresar su consciente y su subconsciente”. Para dar credibilidad a tan sesudo análisis freudiano, el tertuliano levanta la fotografía con una montaña de cadáveres judíos como un trofeo, por encima de su cabeza.

inda

“El resurgir del fanatismo es inherente a la historia”, ha reconocido el músico húngaro György Kurtág. Una sociedad dividida en bandos, con los ciudadanos poseídos por la radicalidad de ideas irreconciliables, o eres de los míos o me odias, no beneficia solo a Rajoy y a Sánchez, líderes de los partidos que apuestan por el miedo al cambio, por la estabilidad, por prolongar la vida del bipartidismo. Una población exaltada, que sustituye la lectura y la reflexión propia por la tertulia televisiva y la columna tendenciosa, es fácilmente manipulable. Es carne de prime time.

Los grandes diarios están agotados. Intelectual, moral y económicamente. Sus propietarios ganan más dinero con las televisiones, la principal fuente de información de quienes aún no se han convertido en seres digitales. Es decir, que tanto los beneficios como el poder están en la ya no tan pequeña pantalla. ¿Trasladamos a la televisión el periodismo de calidad y el análisis sensato de la buena prensa? No, mejor fichamos a un tertulianos dispuesto a exhibir fotos del Holocausto.

La solución final sería no invitar a los debates a los tertulianos de derechas más necios, descerebrados e irresponsables del país. Sustituirlos por liberales educados y con capacidad de reflexión, que sin duda existen. Fuera Inda, Marhuenda, Rojo y todos los mindundis del ABC, bienvenidos analistas conservadores tranquilos, educados y prudentes.

Ya, pero… ¿Y las audiencias? Que vuelva mañana el de las fotos de judíos.

Un motivo para NO ver la televisión

Ángel del infierno.

Autor: Ralph “Sonny” Barger.

Editorial: Pepitas de Calabaza.

tapa Ángel del infierno

Hace unos días comentábamos una biografía de moda, la del escritor noruego Karl Ove Knausgård. Repetimos género, pero con un protagonista bien diferente y un estilo diametralmente opuesto. Ralph Hubert Barger, también conocido como Jefe y Sonny, es un motero de leyenda, un salvaje de las dos ruedas, un organizador de pandillas, un broncas despiadado que solo parece tener un verdadero amor: su Harley Davidson.

Pero cuidado, porque Sonny no es ningún descerebrado. Hábil, manipulador, encantador cuando quiere, brutal casi siempre, tiene una capacidad innata para manejar a los tipos más peligrosos con los que se cruza en el camino. “Posiblemente Barger es el motorista rebelde más poderoso y conocido del país. Tiene mucha influencia en todos los clubes de motoristas del país”, aseguran los federales en la ficha policial que ilustra la página 204. Sonny ha nacido para la carretera, pero también para mandar, para organizar, para imponer la ley del terror: “La gente opina que no es justo que ataquemos en grupo. Defendemos a los nuestros, tengan razón o no. Piénsalo bien. Si alguien le está currando a tu hermano, ¿te importa si tiene razón o no? A la mierda si está equivocado, uno lo defiende. Y si está repartiendo candela, bien, pero en cuanto le meten una, que le den a la pelea limpia. Es la mejor forma de confraternizar con un Ángel del Infierno. Si trincan a tu hermano por robar un coche, ¿no utilizarías tu casa como fianza para sacarlo de la cárcel aunque no esté bien lo que haya hecho? Nosotros lo hacemos”.

Leí “Los Ángeles del Infierno” de Hunter S. Thompson en 1980, en la edición de Anagrama. “Una extraña y terrible saga”, decía el subtítulo. Pues justo de esa extraña y terrible saga va este libro, repleto de personajes salvajes con costumbres enloquecidas.  ¿Recuerda los parches en la espalda de las cazadoras y chalecos, el símbolo de los ángeles? Ésta es su historia: “Las alas rojas y las alas negras provienen de un ritual de HAMC de los años cincuenta y sesenta. Las rojas se consiguen tras comérselo a una mujer que tenga la regla y las negras si se come el de una mujer negra. Algunos miembros las consiguieron a la vez”.

En cualquier caso, Hunter S. Thompson no dejó un buen recuerdo en Sonny y sus ángeles. Corría 1965, y el escritor les pasó dos cajas de cerveza a los clanes de Oakland y Frisco para que le permitieran acompañarle en sus correrías. En principio fue bien, les gustaba su estilo, pero… “Conforme fue pasando el tiempo, resultó ser un flojo y un cobarde perdido. Ahora escriben que se pasea por su casa con pistolas y dispara por la ventana para impresionar a los escritores que quieren entrevistarle. Puro pastel… Era un típico paleto de Kentucky alto y delgado. Era muy falso”. George el Yonqui acabó dándole una soberana paliza.

Divertidas anécdotas, y fantásticos perfiles de sus asilvestrados colegas (Cisco Valderrama, Zorro, Bob el Limpio, Animal, Magoo…), en un libro que apesta a tubo de escape, a sobaco sudado, a drogas y cerveza caliente, a tipos en constante bronca.

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