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Caraplasma frente a Pdro Snchz

El cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez de esta noche coincide, maldita sea, con la habitual cena navideña con mis ex compañeros de El Mundo. Como periodista televisivo de enorme prestigio, consciente de mantener una descomunal responsabilidad con los lectores, no tengo ninguna duda: me debería sentar delante de la pantalla, tragarme la pantomima entre los dos líderes acabados de la vieja política, y contárselo todo a ustedes en un post memorable. Pero como colega de una peña con la que pasé algunos de los mejores años de mi vida, surgen incertidumbres: ¿Dónde voy a estar mejor que tomándome una lasaña de morcilla y un vino de Toro con mis amiguetes? No hay duda. La madurez, la sensatez y el compromiso profesional se imponen: cuando usted esté viendo a Caraplasma y a Pdro Snchz, pedazo de pardillo, yo le estaré dando a los callos y el tintorro.

Lo que no impide en absoluto que haya realizado un trabajo de investigación previo brutal, formidable, titánico, que justifica plenamente que usted se encuentre ahora mismo leyendo este post aparentemente hueco. ¿Acaso me voy a marcar un Hermann Tertsch, escribiendo la crónica del debate horas antes de que se produzca? De ninguna manera. Ese desafío se me queda corto. Voy a dar un paso más y le voy a ofrecer una imagen exclusiva de los ensayos del cara a cara, que como usted sabe será moderado por Manuel Campo Vidal

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¿Se ha fijado usted en el pecho lobo del moderador? No se me ocurre peor manera de pasar el tiempo que viendo a Rajoy y Sánchez tratando de imponer sus desgastadas ideas. Y entonces aparece Campo Vidal, sangre fresca, y dice que “El cara a cara exige más a los candidatos que los debates”. Mundo viejuno. No saben, o si lo saben, pero se hacen los tontos, que este país vive un momento político diferente, que corre aire fresco, que se barajan nuevas ideas, que existen alternativas menos rancias. Que son historia. Ellos dos, tres si contamos a Campo Vidal, representan lo agotado, la decepción, lo obsoleto, el fracaso. Un cara a cara entre dos cadáveres políticos que se resisten a entrar en la caja, que luchan por no ser enterrados, que desprecian a quienes están pidiendo espacio. Ya me contarán que tal, y eso…

P.D.

Por si al cara a cara le faltase algo de caspa, cuenta El Confidencial que Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de Televisión y presentador del debate en cuestión, fue socio de José Luis Ulibarri Cormenzana, uno de los principales empresarios imputados en el caso Gürtel. Según el diario digital, “Ulibarri y Campo Vidal fueron los últimos administradores de la empresa Otecable SA, constituida en noviembre de 1995 y cerrada a mediados del año 2011. Campo Vidal llegó a tener el 24% de las acciones de Otecable, que se dedicaba a la “realización de estudios, dictámenes, informes, así como la prestación de servicios a través de, o relacionados con sistemas de cable; ya sean portadores, de operador o finales, y de satélite, para televisión o telefonía”. La empresa se liquidó en 2011, pero la última vez que presentó sus cuentas fue en el ejercicio 2001.

Ya estoy viendo a Campo Vidal acorralando a Rajoy con el tema de la corrupción…

Un motivo para NO ver la televisión

El hijo.

Autor: Philipp Meyer.

Editorial: Random House.

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Con apenas cuarenta años, y un solo libro anterior (American Rust), el neoyorquino Philipp Meyer ha escrito una de esas obras trascendentes que permanecen en la memoria, y en las librerías, durante décadas. “El hijo” es el ejemplo perfecto de lo que se denomina, en ocasiones con ligereza, la gran novela americana. No es el caso. Estamos ante un tocho de casi 600 páginas con una historia épica sobre los miembros de una familia tejana, los McCullough, que es en realidad un análisis sobre la vida, la muerte y el paso del tiempo. Los elementos de todas las grandes obras literarias.

“Nuestro nombre tiene más influencia que nunca. Donde esperaba amargura, recibo respeto; donde esperaba envidia, recibo aliento. No robes a los McCullough: te matarán. No difames a los McCullough: te matarán. Mi padre considera que así debe ser. Le digo que estamos en el décimo siglo del segundo milenio. A fin de cuentas, es como él dice: creen que estamos hechos de una pasta diferente. Si alguna vez se les ocurriera que comemos y sangramos igual que ellos, nos perseguirían con antorchas y horcas. O, mejor dicho, con agua bendita y estacas de madera”.

“El hijo” comienza en el lejano Oeste, 1849, cuando un grupo de comanches asalta la casa de los McCullough. Una carnicería a la que sobrevive Eli, un chico de 13 años que termina viviendo con los indios. Años después, tras una epidemia, regresa a la civilización y se incorpora a una vida nueva pero no menos salvaje. “La historia entera de la humanidad se caracteriza por un único movimiento inexorable: del instinto animal al pensamiento racional, del comportamiento innato al conocimiento adquirido. Una cría de pantera a medio crecer abandonada a la intemperie se convertirá en una pantera perfectamente normal. Pero un niño a medio crecer abandonado de un modo similar se convertirá en un salvaje irreconocible, incapaz de vivir en una sociedad normal”.

Meyer narra sin concesiones, con una aspereza que recuerda al mejor Cormac McCarthy, el de la “Trilogía de la pradera” (“Crees en la pradera, el código, la nobleza del sufrido vaquero y el vacío del corazón de los banqueros: todo ese rollo que leíste en las novelas de Zane Grey…”, escribe Meyer), la aventura de un joven que se sobrepone a la muerte de su madre y sus hermanos, y su lucha por sobrevivir en una tribu de salvajes, por olvidar su pasado, por adaptarse a la vida entre bisontes y cabelleras cortadas.

La historia salta en el tiempo y cambian los narradores, dependiendo de los capítulos, pero sin perder nunca de vista el eje central de una obra que habla de un clan y todo aquello que le rodea: la tierra y los pastos, los hombres que trabajan de sol a sol, las diferencias entre razas y clases, la violencia y la rapiña, los límites muchas veces invisibles entre la belleza y la muerte, y por supuesto el paso económico y social del ganado al petróleo. “Papá quiere creer que estamos sentados encima de un mar de petróleo, pero no es así; estamos sentados encima de un montón de contratos de arrendamiento caros que no valen un carajo en tierras que ni siquiera son de nuestra propiedad”.

“El hijo” me recordó, desde sus primeras páginas, a “País de sombras”, esa otra obra maestra del gran Peter Matthiessen. En esta como en aquella encontramos la esencia de los pioneros, de un país salvaje por domesticar, de tipos despiadados capaces de hacer cualquier cosa por conservar sus propiedades, de los complejos paisajes físicos y morales que atormentan a quienes viven en la naturaleza, del aprendizaje y los sentimientos primigenios.

Con este libro, de gran intensidad emocional y enorme calidad narrativa, Philipp Meyer nos transporta al mundo violento y legendario de los primeros Estados Unidos. Una epopeya grandiosa que le convierte en uno de los escritores norteamericanos más sólidos, brillantes y ambiciosos del momento. Absolutamente imprescindible.