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El principiante

Un motivo para NO ver la televisión

El principiante

Autor: Peter Heller.

Editorial: Varasek Ediciones.

Captura

En tiempos grises, nada mejor que un libro repleto de luz. Es decir, de olas gigantes y sol radiante, de kilómetros de carretera y planes locos de futuro, de paisajes a todo color y personajes luminosos. Un libro, en resumen, repleto de vida. Es decir, de pequeños refugios, de aguas abiertas y de sueños por cumplir, de personajes que se mueren por vivir. “El principiante” es la historia de una obsesión, de acuerdo, pero también de un entusiasmo, de una forma de vida, de una pasión desenfrenada, de una declaración de amor por el mar. Del surf como necesidad.

“Al volver sentía la tabla firme bajo el brazo, como un caballo que acabara de galopar. De algún modo me sentía autosuficiente y abierto al universo entero a la vez, como si todo lo que cabe dentro del círculo de los sentidos y yo fuésemos una sola pieza. Era euforia, pura, dulce, cruda, inmediata”.

Peter Heller, escritor especializado en viajes y aventura, se marca un reto: aprender a surfear en un año. Pero no solo lo suficiente como para ponerse de pie en una tabla, no. Heller quiere coger una ola grande, una de esas olas solo al alcance de los grandes del surf, de esos jinetes rubios que cabalgan en las costas del sur de California. En el viaje le acompaña Kim, una chica guapa de carácter templado que ha de aguantar a un hombre que solo piensa en tablas, viejos surferos y lugares donde lanzarse a remar.

Heller está obsesionado, es evidente. “Quería aprender a leer la olas. La olas eran una nueva lengua. Tenían un léxico y una sintaxis”, asegura en un libro que transmite entusiasmo y amor por el surf y todos sus ingredientes. El autor habla de las tablas y sus secretos, sus tamaños, sus formas, las maderas de que están construidas, con la pasión con que lo haría un guía del Museo del Prado de las pinturas de Goya. Y se entrega a los sabios del surf, esos eremitas que siempre pisan arena, que viven en las playas, que conocen cada corriente marina, cada rincón de la costa, cada viento y cada ola. Las olas, la razón de ser de este libro…

“Las olas tienen personalidad. Puedes medir una ola, desde cuán alta es, calcular el intervalo entre una y la siguiente en segundos, decir si es hueca y rápida o floja y lenta. Y estas medidas pueden variar en un día diferente, en la misma rompiente, bajo un viento diferente, un oleaje diferente venido con una inclinación diferente con más o menos fuerza. Cada rompiente tiene un espíritu más allá de la métrica y las descripciones habituales. Cada punto donde se forma es una ola”.

“El principiante” es el libro autobiográfico de un hombre que decide subirse a las grandes olas. Un tipo que escribe de maravilla, que tiene una novia encantadora y una camioneta molona, que decide hacer del surf el centro de su vida. Los seguidores de este deporte, de esta forma de entender la vida, no deben perdérselo. El resto, tampoco. Rezuma burbujas y espuma, huele a salitre, curte la piel y se lee con la mueca satisfecha del que penetra en un gran tubo. Una inyección de energía y ganas de vivir.

Cocinillas

El niño televisivo habla en la Cadena SER. Dice que lo peor de participar en el concurso de cocina de la tele ha sido haber faltado al colegio: cuando volvió a clase le costó mucho trabajo recuperar el ritmo y las horas perdidas. Y los padres, imagino, tras el cristal de la pecera, tan orgullosos de su retoño, convertido en estrella mediática. El chaval ha faltado al colegio para participar en un show de TVE, se ha vuelto competitivo y redicho, se expresa como un adulto algo senil y sobrado, pero ha merecido la pena: sale en la tele, tienen un hijo famosete.

¿Dónde están los servicios sociales, que no se hacen cargo de estos pequeños monstruos? Parece evidente que sus familias no les atienden como debieran: los chavales arrinconan los estudios para convertirse en feroces concursantes. “En MasterChef Junior, niños de entre 8 y 12 años demostrarán su talento entre fogones y dejarán con la boca abierta a los espectadores”, asegura la web de TVE. “El jurado eligió a 16 prodigios de la cocina pero sólo 13 continúan en la competición”.

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La competición. Los niños aprenden que lo importante es ganar, imponerse a sus compañeros, y lloran desconsoladamente cuando pierden, cuando son eliminados. Me viene a la cabeza un poema de José Agustín Goytisolo: “La vida es lucha despiadada / nadie te ayuda, así, no más / y si tu solo no adelantas / te irán dejando atrás, atrás, atrás / ¡Anda muchacho y dale duro! / La tierra toda, el sol y el mar / son para aquellos que han sabido /sentarse sobre los demás”.

Los niños cocinillas hablan como restauradores expertos. Maridajes, reducciones, productos gourmet y demás mierdas. Nada adulto les resulta ajeno, incluido el espíritu competitivo. En un país donde, según el INE, un 27% de los hogares no puede permitirse una comida de pollo, pescado o carne cada dos días, un selecto grupo de mocosos repipis deja el colegio para salir en la tele y tirarse el pisto, deconstruir un bocata Nocilla y presumir de michelines. Son el producto de esta sociedad nuestra, en la que se valora más la victoria que la educación, la integridad, la cultura e incluso la felicidad. Una sociedad formada por individuos de todas las tallas que sueñan con interpretar a rajatabla, pobres, a Goytisolo: “Te alzarás / sobre los pobres y mezquinos / que no han sabido descollar”.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La constelación del perro.

Autor: Peter Heller.

Editorial: Blackie Books.

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¿Un nuevo libro apocalíptico? Efectivamente. Pero no tan apocalíptico como otros en los que está usted pensando. “La constelación del perro” resulta a veces angustioso y claustrofóbico, en ocasiones violento y desazonador, pero siempre ofrece motivos para la esperanza. Incluso las frases más tristes, los momentos más dramáticos, acaban dejando un regusto a aire fresco, a nieve virgen, a futuro abierto.

El protagonista de esta gran aventura es un hombre que lo ha perdido todo. Excepto la capacidad para volar: “Soy el que lo sobrevuela todo y mira hacia abajo. Estoy por encima de todo”, dice a los mandos de su avioneta. Superviviente de una epidemia que casi ha extinguido al ser humano, Big Hig, nuestro héroe, sobrevive en el más feroz de los entornos con la única compañía de Bangley, un experto en armas y estrategias de combate, un perro y una Cessna 182 de 1956. Ama la caza y la pesca, los grandes espacios abiertos y los cielos despejados.

“Durante un rato, mientras vuelo y lo veo todo como lo vería un halcón, me siento liberado de los detalles escabrosos: no estoy enfermo de tristeza ni tengo las articulaciones rígidas, ni siquiera me siento solo ni vivo con la náusea de haber matado ni parezco destinado a matar otra vez”. En el aire, con su perro de copiloto o en la más absoluta soledad, Big Hig disfruta de otro mundo, donde no hay espacio para la violencia, el hambre, la enfermedad o la muerte. Pero el combustible no dura eternamente…

Big Hig se complica la vida por ayudar a los demás. Por huir de la soledad. Por recuperar los valores del viejo mundo. Por elevarse sobre el dolor y la pena: “Visto desde arriba no había pobreza ni sufrimiento ni conflicto: solo dibujo y perfección”. Big Hig es un tipo capaz de inventarse toda una constelación por amor, en memoria de su esposa muerta. Y es que el protagonista de esta épica e inolvidable aventura moderna no se conforma con sobrevivir: quiere hacerlo en el mejor de los mundos posibles. Imprescindible.