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Algo cultos

Lo ha vuelto a hacer. ¿Messi? No, el crack del Barcelona ya no sorprende a nadie con sus increíbles goles, con su fútbol grandioso. ¿Ana Botella? No, la alcaldesa más dicharachera lleva unos días callada, quién sabe si tendrá anginas. ¿Justin Bieber? No, el niñato cantarín a la deriva parece que no se mete nada entre pecho y espalda desde hace 24 horas. Es la gran Mariló Montero quien lo ha vuelto a hacer. El ridículo, digo. La última metedura de pata de esta presentadora de televisión es confundir, en directo y sin paracaídas, el Nilo con el Miño. Minucias, dirán sus seguidores: con la ciclogénesis explosiva que afecta a la península cada vez hay menos diferencia entre el caudal de ambos ríos.

Tranquilo, querido lector, que no vamos a perder demasiado tiempo con Mariló. Pero eso sí, me gustaría recordarle que esta presentadora de TVE, la televisión pública española, preguntó hace solo unos días si los cefalópodos del Museo del Calamar de Luarca arrasado por el temporal seguían vivitos y coleando. Es la misma Mariló Montero que enalteció la fiesta del Toro de la Vega, que aseguró que los órganos tenían alma, que se burló del arresto del cura de Borja

Le cuento todas estas miserias de una presentadora de nuestra televisión pública porque en el excelente blog Paper Papers (El periodismo no es de papel, es de sangre y fuego) acabo de leer la siguiente frase: “si los periodistas no somos cultos, algo cultos, se hace muy difícil ser periodista propiamente. En general, se hace difícil ser humano”.

Algo cultos. No hace falta tener el coeficiente intelectual de Albert Einstein, ni el recorrido como lector de Jorge Luis Borges, ni la perspectiva histórica de Gabriel Jackson. No. Simplemente algo cultos. Lo suficiente como para no confundir el Miño con el Nilo, para no creer que los órganos tienen alma o para, efectivamente, diferenciar la tortura del arte.

Los periodistas son cada día más incultos porque son un reflejo de la sociedad, de las necesidades y exigencias de ésta. Y parece evidente que la sociedad actual no está siendo educada  para ser culta. Está siendo educada para consumir, para ganar, para depredar, para corromper, para recelar, para tragar. Una pena, porque la cultura no sirve para saber más, sino para tener la oportunidad de transformar el mundo.

Esta última reflexión, que cito de memoria, pertenece a Stuart Hall, teórico cultural y sociólogo de origen jamaicano que acaba de fallecer. Hall amaba a Miles Davis, comenzó a escribir una tesis sobre Henry James, trabajó como profesor de instituto, acuñó el término thatcherismo y alertó sobre el peligro del excesivo formalismo en los estudios de comunicación de masas. Pero una cosa es el formalismo y otra bien distinta la ignorancia: el Nilo, el río más largo de África, nace en el lago Victoria y desemboca en el Mediterráneo. El Miño, el río más grande de Galicia, nace en Pedregal de Irimia y desemboca en el Atlántico. Y si no tenemos claros estos últimos conceptos geográficos, quizá no deberíamos ponernos delante de una cámara.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La muerte del pequeño Shug.

Autor: Daniel Woodrell.

Editorial: Alba.

La muerte de...

Daniel Woodrell es uno de los escritores norteamericanos más interesantes de los últimos tiempos. Lo digo yo, lo cual no tiene la menor importancia, pero también Dennis Lehane, y eso ya son palabras mayores. “No cabe concebir la literatura norteamericana de los últimos veinte años sin él”, dice el autor de Boston. Y tiene razón. Lehane, como Woodrell, ama la escritura directa, dura, arrastrada al límite. De eso va nuestro libro de hoy, escrito en 2001 y publicado ahora en España gracias a la serie negra de Alba.

Shug es un chaval de trece años que sobrevive en la marginación más absoluta. Su casa está en el cementerio, que limpia y vigila con Glenda, una madre alcohólica, y Red, un padre que… no es su padre. Este último les aterroriza, les amenaza, les abandona durante semanas. Despiadado, violento y muy colgado, Red obliga al gordinflas de Shug a asaltar casas de enfermos para robarles medicamentos. ¿Merece la pena vivir en estas condiciones?

Nuestro pequeño héroe adora a su madre, una mujer guapa que lo ha sido aún más. En otros tiempos, en otro lugar, Glenda vivió días de gloria. Ahora se limita a beber sorbos de té trucado, soportar sexo cutre, y acariciar a un hijo que le recuerda tiempos mejores. El miserable equilibrio de esta familia basura se rompe con la llegada de un flamante T-Bird conducido por Jimmy Vinn. Arranca la novela negra, y lo hace con un ritmo endiablado.

Son doscientas páginas de una intensidad agotadora. Un muestrario de la dura vida en las montañas Ozark, la región “de animales salvajes y escasa tierra fértil” donde nació y vive Daniel Woodrell, su principal fuente de inspiración. Un territorio despiadado que marca la obra de este hombre como lo hizo el “Mississippi con Faulkner o Albany con William Kennedy”. Enorme mezcla de poesía rural y prosa urbana, de realismo negro y desesperanza, de sueños que se desvanecen a lo largo de la Hillbilly Highway