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Casquería

Telecinco, la cadena del corazón y las vísceras, ha iniciado una campaña solidaria destinada a la donación de órganos. “Yo voy a donar todo a la Ciencia”, ha dicho un Jesús Vázquez muy seguro de sí mismo. Pedro Piqueras, el hombre de los informativos apocalípticos, se muestra orgulloso de sus bronquios: “dicen que mis pulmones son inigualables”. Pilar Rubio no hace falta que abra la boca. Con ella, estará usted de acuerdo conmigo, pasa como con el gorrino: se pueden aprovechar hasta los andares. ¿El resto de la cuadra de Vasile? Ahí tengo más dudas. Quizá estemos hablando de subproductos humanos, más adecuados para el mostrador de mármol de una chacinería-charcutería que para un quirófano en condiciones.

El hígadillo de Massiel, el bofe de Jorge Javier Vázquez, las asadurillas de Karmele, las entrañas de Koto Matamoros, la próstata del Conde Lequio, los menudos de Ana Rosa Quintana, el bacito de María Patiño, la piel (el mayor órgano de todos) de Jordi González… ¿Quién querría recibir uno de estos despojos? ¿Qué organismo humano no rechazaría una y otra vez esa hamburguesa que Mercedes Milá calza en el interior del cráneo? ¿Cómo encontrar los órganos en ese puzle ortopédico en que se ha convertido el cuerpo de  Belén Esteban?

Casquerías Telecinco. Me va usted a perdonar, pero, después de ser torturado durante años por esta cadena sin escrúpulos, me cuesta trabajo relacionar cualquiera de sus actividades con la solidaridad. “Hacerse donante es el acto más generoso que puede hacer una persona”, ha explicado Paolo Vasile. No estoy de acuerdo. El acto más generoso que podría  hacer el Consejero Delegado de Telecinco es devolver la licencia de su cadena.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Satori

Autor: Don Winslow.

Editorial: Roca Editorial.

Winslow, maestro de la nueva novela policiaca, tiene infinidad de seguidores en España gracias al éxito de “El poder del perro”, una obra maestra que ha llegado a ser considerada la versión “narco-mex” de “El Padrino”. Quizá sea cierto: James Ellroy piensa que se trata del libro más importante sobre el narcotráfico jamás escrito. Será difícil que Winslow  repita semejante maravilla. Los seguidores del escritor neoyorkino tenemos que conformarnos con devorar el resto de su obra, títulos como “Salvajes”, “El invierno de Frankie Machine” o “Muerte y vida de Bobby Z”, que provocan división de opiniones.

“Satori” es una novela de espías. No sé si a la vieja usanza, pero sí con los mismos esquemas, personajes y situaciones de los clásicos del género. Curiosamente, Winslow parte de una obra ya escrita: “Shibumi”, publicada en 1997 por Rodney William Whitaker, escritor también neoyorkino que utilizaba el seudónimo de Trevanian. Winslow recupera al actor principal de esa obra, Nicholas Hel, maestro de la hoda korosu (matanza sin armas), y lo convierte en protagonista de su nuevo trabajo, construido sobre una densa trama criminal.

1951. Pekín. Los Norteamericanos proponen a un prisionero la libertad a cambio de que cometa un asesinato. El prisionero, como se puede usted imaginar, no es un tipo pusilánime, es una máquina de matar. De matar de manera silenciosa, sofisticada y profesional. Y debe acabar con el delegado de la Unión Soviética en China. Una misión suicida que se ve aliviada por las circunstancias: mientras se prepara para la faena se enamora de una geisha.

Por cierto, ¿Qué significa satori? La respuesta, en las palabras de un monje (página 278): “La iluminación no se encuentra, lo único que puede hacer es estar abierto para que ella lo encuentre. Eso es el satori”.

Un nuevo y sorprendente Winslow.

Pinchar para leer el primer capítulo