Si no llega a ser por Messi, y su serpenteante slalon en el segundo gol, no hubiésemos visto fútbol. Ni un ápice de fútbol. Sólo tensión. Y violencia, en ocasiones contenida, en otras desbocada. “El nivel de crispación es terrible”, dijo el comentarista de Castilla La Mancha Televisión. “Esto parece pressing catch”, le respondió Míchel, entrenador del Getafe. El planteamiento rácano del entrenador del Real Madrid, añadido a su forma de calentar el partido durante los últimos días, convirtieron lo que podía haber sido una noche inolvidable en una auténtica pesadilla. El peor espectáculo del mundo.
Afortunados aquellos cántabros que, por carecer de televisión autonómica, no pudieron ver un partido lamentable, con un equipo cobarde dirigido por un entrenador resultadista y manipulador. ¿El puto amo? El puto bocazas: “Me daría vergüenza haber ganado la Champion que ganó Guardiola”, dijo Mourinho en la rueda de prensa posterior al partido.
En estas condiciones la victoria del Barcelona, o si prefieren la derrota del Real Madrid, fue mucho más que una victoria del fútbol. Limitar ese éxito al deporte sería simplificar, y olvidar que el asunto de la pelota es mucho más que un juego. La victoria del Barça es la derrota de Mourinho, el entrenador que quiere ganar los partidos desde las salas de prensa, sin pisar la hierba, maltratando el balón, enseñando a los chavales la peor cara del deporte. El entrenador de las excusas, que incita a la violencia, que menosprecia a los rivales. La derrota del Real Madrid es la victoria de la humildad, del fútbol divertido concebido para entretener y meter goles, no exclusivamente para ganar.
El gol de Messi es una exquisita patada en la ingle al fútbol roñoso, y a la petulante filosofía vital, que propone Morinho. Y un homenaje a todos los niños argentinos que, cuando regresaban del campo de fútbol, demostraban entender a la perfección la grandeza de este deporte cantando aquello de “Ganamos, perdimos / Igual nos divertimos”.