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pajareará tu alma colmenera

“Soy como el árbol talado / aún tengo la vida”. Para la libertad.

La Sala de lo Militar del Tribunal Supremo se ha negado a revisar la sentencia del Consejo de Guerra que condenó a muerte, por delito de adhesión a la rebelión, a Miguel Hernández. El delito del poeta fue defender, con la palabra como único arma, la legalidad democrática. La fechoría de la Sala Militar es no mostrar la más mínima sensibilidad con la víctima de un crimen de Estado. Hijos del miedo y la sangre, los militares se niegan a hacer justicia a un hijo de la luz y el viento. Son incapaces de dar respuesta, casi setenta años después, al último párrafo de la última carta de Miguel Hernández, escrita desde la prisión de Ocaña a su amigo Carlos Rodríguez Spiteri: “Lo importante, que no hay nada importante, es dar una solución hermosa a la vida”.

Agazapado aún en la trinchera del patriotismo, la jerarquía, la disciplina, el honor, la fe o la lealtad ciega, virtudes de todo buen soldado, el militar tiene serias dificultades para entender el lenguaje de la poesía, que es el lenguaje de la vida. No hay reconocimiento para Miguel Hernández, no hay reparación para un hombre condenado por un tribunal ilegítimo, no existe esperanza para quienes quieren creer en la justicia. Lástima: “la pena tizna cuando estalla”.

De un tiempo a esta parte nos venden, de manera más o menos sutil, la modernización de las Fuerzas Armadas. Los militares ya no son los sicópatas asesinos que acabaron con la democracia, fusilaron poetas y dieron vivas a muerte. Si uno se descuida, podría llegar a creer que nuestro ejército es poco más que una ONG, formada por pacifistas dedicados a misiones humanitarias para engrandecimiento de la Alianza de Civilizaciones. Olvidan que los ejércitos, como las bombas y las ametralladoras, sirven para matar. Y punto.

Y si no me creen ahí tienen la guerra de Libia, ese plan renove para el material bélico vendido por Occidente a Gadafi. Una guerra que se está desarrollando con una limpieza mediática absoluta: pocas imágenes de combate, ningún cadáver televisado. Escucho al general Julio Rodríguez, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, hablar de estas “misiones” en “Los desayunos…” (TVE). Lo hace con la frialdad con que un aparejador describiría la reforma de un adosado. Ante los temas escabrosos, la respuesta es siempre la misma: “Como responsable militar no me compete ese debate”.

– ¿Tienen orden de disparar?

Estamos autorizados a utilizar la fuerza… Lo dice la resolución de Naciones Unidas.


Cuando te acostumbras a solucionar las cosas por la fuerza, la sutileza de la vida puede venirte grande. Por eso no estoy seguro de que un uniformado cubierto de chapas y galones, encantado de ponerse firme a toque de corneta, entienda que solo sin armas “pajarearán nuestras almas colmeneras”. Y es que aquella violencia de la esperanza… sin violencia, a la que cantaba Apollinaire, hoy es más que nunca una utopía.