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Caldo de lombarda

“Permíteme que insista”, dice Matías Prats en un anuncio televisivo. Y permíteme que insista, digo yo en el arranque del post de hoy, puesto que voy a darle una vuelta de tuerca, otra más, al desacreditado tópico que advierte que la justicia es igual para todos. Y es que acabo de leer en el periódico que ha salido de prisión, tras pasar 16 meses en el régimen carcelario más duro, Juan Manuel Bustamante Vergara. Este hombre de 26 años fue acusado de terrorismo. Concretamente de quemar los cajeros automáticos de dos entidades bancarias, de lanzar mensajes en las redes sociales y de poseer sustancias sospechosas.

Las sustancias sopechosas resultaron ser productos de limpieza y caldo de lombarda. Y en el sumario no había una sola prueba de su participación directa en la quema de los cajeros. En contra de Bustamante Vergara, anarquista vegano según los medios de comunicación, pesaba su relación con el movimiento okupa y su presencia en la manifestación Rodea el Congreso. Había sido detenido en tres ocasiones por altercados producidos en este tipo de movilizaciones.

Dieciseis meses entre rejas, acusado de terrorismo mediante pruebas dudosas. En el peor de los casos, quemar dos cajeros. Mientras tanto la Audiencia Nacional dictaba un auto por el que libraba de cualquier medida cautelar a Miguel Blesa y Rodrigo Rato, pirómanos de guante blanco (cientos de miles de españoles estafados por las preferentes y por la salida a Bolsa de Bankia), y calificaba de “intachable” y “cabal” su comportamiento durante el proceso. “Les ampara la presunción de inocencia”, dice el auto pese a que ambos ya están condenados a seis meses y cuatro años y medio de cárcel por el caso las tarjetas black.

Quizá la justicia sea igual para todos. El modo en que se aplica parece evidente que no lo es. “Permíteme que insista”, decimos Matías Prats y yo.

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Un motivo para NO ver la televisión

Buenos días, guapa

Autora: Maxie Wander.

Editorial: Errata Naturae.

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Nada más recomendable, solo unas horas después del día de la mujer, que la lectura de este “Buenos días, guapa”, un libro en el que ellas tienen la voz. Escrito en la República Democática Alemana de mediados de los años setenta, reune las historias de diecinueve mujeres. Maxie Wander, la autora, es una fotoperiodista especializada en reportajes, relatos, y guiones que, tras una vida intensa y dura, ofrece lo mejor de sí en esta obra, considerada de culto en las dos alemanias. Normal: se trata de un emotivo y en ocasiones desgarrador boceto de unas mujeres que se enfrentan a una vida difícil, que no siempre tienen futuro y que carecen de formas de expresión. No es fácil ser mujer, no lo era en la RDA de 1977, fecha en que se publicó esta deliciosa descripción de unas fascinantes vidas anónimas.

“Por lo demás, he leído poco, soy de lo más inculta. No conozco a Thomas Mann, la Muerte en Venecia, sólo por la película, y así con todo. A veces me da rabia. Pero me gusta cuando alguien me dice: Oye, Bárbara, tú tienes por delante un montón de cosas bonitas que los demás han dejado ya atrás, alégrate. Y es lo que hago. Uno me llamó narcisista una vez. Pero eso no me afecta. ¿Cómo tendría que vivir? Negarse a sí mismo puede valer para los mayores”. Bárbara.

Bárbara, grafista, soltera, veintitrés años. Su amiga se llama Karin, su amigo Georg. No ha tenido tiempo de preguntarse lo que quiere, va sola a las fiestas, no se imagina una vida en pareja, los celos no son lo suyo. Cómo es la vida de otras personas, eso es la política para ella.

Rosi, secretaria, casada, treinta y dos años y una hija. No es de esas mujeres que se creen que sólo pueden ser felices con un hombre. Piensa que todo puede aprenderse, incluidos amor y sexo, y cree que se debe educar a la gente en una sexualidad sana.

Erika, asistente de escena, separada con dos hijos, cuarenta y un años. Fue facturada a Berlín con toda su infancia estrujada en una maleta. Es feliz, o al menos lo ha sido, pero teme la indiferencia, la fálta de vínculos. No necesita a los hombres, vive la sexualidad en un pánico continuo, su marido era comunista. Estudió, luchó y ha vuelto a vivir.

Berta, casada con un hijo, sesenta y cuatro años. La abuela nació en 1901, se espresa con dificultad, con ocho años cosechaba centeno, con catorce dejó de estudiar, trabajó en una fábrica, vivió en casa de unos tíos en Berlín, vió la guerra y vivió la miseria, dio a luz con 25 años. Ve la tele y pide que le lean.

“¿Sabes?, tuve una vida tan rica… y por eso fui yo también polifacética. Ahora lo echo mucho de menos. Aquí no hay más que política, y basta. Dios mío, a mí nadie me dio la lata con la política. No tenía que hacer nada, sólo tenía que tocar el piano, bailar, estar contenta, nada más. Mira estas revistas, ahí puedes repasar nuestra vida en la Asociación de Artistas. Aquí está Isadora Duncan, era la mejor bailarina descalza del mundo, con velos, al ritmo de una romanza de Mozart o algún otro”. Julia, noventa y dos años.

“Buenos días, guapa” debería estar titulado en plural. Son varias las mujeres que nos deslumbran con sus vidas sencillas, con su derroche de humanidad, con esa visión personal y humilde de toda una existencia. El resto es simplemente perfecto. Un libro grande en su demoledora sencillez.