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Más Lorca y menos Cervantes

Es el día del libro, y apetece escribir sobre un poeta luminoso, comprometido, genial. Federico García Lorca fue asesinado por “socialista” y por “masón”, según un informe redactado en 1965 por la Jefatura Superior de Policía de Granada. El documento también habla de que el de Fuente Vaqueros “estaba tildado de prácticas de homosexualismo, aberración que llegó a ser voxpopuli”. Se trata de dos folios, nueve párrafos, fechados el 9 de julio de 1965 en Granada, que han sido publicados por la Cadena SER.

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Se habla mucho de Cervantes, de la búsqueda de sus restos. Es más, el Museo de Historia de Madrid ha inaugurado en su sede en el número 78 de la calle Fuencarral una exposición sobre una empresa científica que, financiada por el Consistorio, asegura haber dado con una mandíbula y dos decenas de huesos atribuibles al autor de El Quijote. Bien hecho. Fotos, cronología, vídeos, textos e infografías conforman “Cervantes a la luz. Imágenes del hallazgo”, una muestra que debería poner fin a este trabajo: “Sobre los restos de Cervantes no se puede investigar más, hay que dejarlo reposar tranquilo”, asegura el filólogo Víctor García de la Concha, actual director del Instituto Cervantes.

Cerrado el tema Cervantes, vamos a por García Lorca. Otro genio de la literatura, otro ilustre desaparecido, otro muerto que vive refugiado en las estanterías de bibliotecas y librerías. Los huesos de Cervantes reposán, aseguran, en una iglesia madrileña. Los de Lorca, quién sabe si en una huerta, bajo un olivo o en una cuneta.

Los despojos de Lorca interesan menos que los de Cervantes. Seguramente porque Lorca era “socialista”, “masón”, y sospechoso de “prácticas de homosexualismo”, qué aberración. Y sobre todo, porque el mundo entero sabe que a Lorca, un hombre del pueblo, le hubiese gustado que sus huesos fuesen los últimos en ver la luz. Ese Lorca antifascista comprometido, “yo te oculto llorando, perseguido”, que hubiese pedido que primero se recuperasen los restos de las más de 100.000 víctimas del franquismo. Por todas las familias que esperan justicia y reparación. Por todos los hombres y mujeres que a día de hoy no quieren morir sin saber dónde está su padre, su hermana, su vecino.

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Un motivo para NO ver la televisión

Capitán Twain.

Autor: Mark Siegel.

Editorial: Principal de los libros.

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Sumergirse en “Capitán Twain” resulta tan excitante como saborear un plato de Ferrán Adriá. Es una explosión de sabores y de olores, una celebración de los sentidos. La fiesta comienza antes de empezar a leer, cuando abres el precinto de plástico y el olor a papel de calidad y a tinta fresca, una bendición, te sube por la nariz y te acaricia el cerebro. Cierra los ojos, lector, porque no podrás volver a hacerlo hasta la última página.

“Capitán Twain” es una novela gráfica con porte de libro clásico: Grueso volumen, preciosa edición, historia inolvidable. Todo comienza con el capitán Twain, un Ahab de agua dulce, a bordo del Lorelei, un barco de vapor que recorre el río Hudson. El armador del buque, Lafayette, es un hombre misterioso y mujeriego que busca a su hermano desaparecido. Esconde grandes secretos. Quizá tan sorprendentes como los del atormentado Twain, capaz de acoger en su camarote una sirena herida. ¿Su ballena blanca? Estamos en 1987, y Lafayette se cartea con el escritor fantástico de moda, CG Beaverton, en busca de la clave para solucionar sus problemas. Pero nada es lo que parece…

“Los libros los escriben hombre falibles… Dios escribe en rayos de sol y ríos y planetas. ¿No es el universo un libro estupendo? Yo lo prefiero a los libros impresos”, dice Beaverton.

“Capitán Twain” es una historia de amor extraña y sensual, y al tiempo eterna, que deja volar la imaginación del lector. Publicado por entregas durante dos años en el New York Times por el ilustrador Mark Siegel, tuvo 800 mil lectores y acabó siendo editado como la novela gráfica que hoy nos ocupa. Brillantes dibujos a carboncillo, un gran ritmo narrativo, unos personajes inolvidables y una historia fascinante dan como resultado una obra maestra. Imprescindible.

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