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sin tetas no hay monarquía

Han propuesto a una actriz que interprete el papel de una periodista que interpreta el papel de una princesa. No es un trabalenguas. Es el próximo trabajo de Amaia Salamanca, la artista que ejercerá de Letizia Ortiz en la nueva tv movie de Telecinco sobre la pareja de españoles aspirantes al trono. Salamanca, la famosa Catalina del narcoculebrón “Sin tetas no hay paraíso”, será la Leti de una producción que promete reventar las audiencias pero aún no tiene nombre. ¿Qué tal “Sin tetas no hay monarquía?”.

A fin de cuentas, ¿qué es la monarquía sino la cumbre de la interpretación? La farsa elevada a categoría política, la simulación convertida en espectáculo social. Justificar en pleno 2010 la pureza de la sangre, la importancia de la sucesión, la superioridad de una familia, es mucho más que la antítesis de la democracia. Es un alarde circense sin precedentes. Un triple mortal con  tirabuzón digno de la carpa de Ángel Cristo. Es un arte que merece todos los elogios y respetos.

Nada más conocer la noticia, Amaia “sin tetas” ha dicho que quiere ponerse en contacto con Letizia para que le cuente algún detalle de su relación con el Príncipe. Fundamental para bordar su papel. Porque los reyes son importantes, cazan osos, pero solos no van a ningún sitio: necesitan a las mujeres para dar continuidad a sus dinastías. Ya lo dijo la reputada tertuliana Bárbara Rey: “A alguien podía haberle hecho la putada de tener un hijo”.

En la propia cadena, ignorantes, se toman el tema a chufla. “La nariz la tienen igualita. Ah… ¿qué la tiene operada? Bueno, la sonrisa, eso sí, es la misma. Ah… ¿qué Leticia lleva aparato? Vaya, vaya…”, ironizan en “Sálvame diario” (Telecinco). ¡Qué feo es morder la mano que te da de comer! Como si Juan Carlos condenase a estas alturas la dictadura franquista…

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TVE dedicará en los próximos días numerosos homenajes a Juan Antonio Samaranch. En la imagen, el que fuera Presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) junto a Martín Villa, actual Presidente de Sogecable.

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En mitad del Telediario, Pepa Bueno presenta unas imágenes con unas personas mayores que presumiblemente están actuando. Dice que parecen actores profesionales, pero que no lo son. “Después veremos de qué se trata”, afirma justo antes de dar paso a un suceso que ha tenido lugar en Valencia.

La misma miserable técnica del “reclamo” que inventó “Aquí hay tomate”, y que hoy es habitual en los programas del corazón. Diez minutos después Bueno desvela el misterio: un concurso de cortometrajes para ancianos. Televisión pública de calidad.

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Un motivo para NO ver la televisión

Del panteón a Buenos Aires.

Autor: René Goscinny.

Editorial: Libros del zorzal.

Goscinny fue mucho más que el guionista de Asterix. El escritor y dibujante parisino publicó algunas crónicas humorísticas magníficas que no se han editado jamás en España (que yo sepa). Por eso esta minúscula pero intensa colección de textos breves es todo un descubrimiento.

Escritos entre 1964 y 1976, publicados en lugares tan dispares como Pilote o Paris Match, las diecisiete reflexiones humorísticas que forman este librito son francamente tronchantes. Piezas de apenas cuatro o cinto paginas que tratan de los temas más variopintos: los rumores, las dietas, la incomprensión, la muerte de la polémica, la glotonería…Una mezcla sencilla de humor, ironía, desencanto y ganas de vivir. Y es que el Goscinny escritor debería ser considerado un maestro por todos aquellos que pretenden hacer reír a los demás. Este texto da título al libro…

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Del panteón a Buenos Aires.

El 14 de agosto de 1926, mi hermano mayor dejó de ser hijo único. Nunca me lo perdonó. Nací en el distrito V de París, no muy lejos del Panteón, ¡súper práctico! “A los Grandes Hombres, la Patria agradecida”, es poco frecuente que se lo digan a uno ya desde el nacimiento.

Me fui de Francia en 1928, llevando a mis padres conmigo, y me quedé en Argentina hasta 1945. Nuestra llegada fue maravillosa: nos esperaban con guirnaldas, un desfile militar y fuegos de artificio. Sí que sabían recibir bien a los que arribaban. Mucho después me enteré de que habíamos llegado el día de una celebración patria.

Hice la escuela en español y también en francés: la primaria era obligatorio hacerla en español, y al mismo tiempo la cursé en francés. Luego entré en el Liceo Francés de Buenos Aires. Es gracias a eso que hoy puedo decir así, con facilidad y sin dudar, que “dos más dos son quatre”.

Ya en ese tiempo hubiera hecho cualquier cosa para hacer reír a mis compañeros. Y para hacerlos reír a ésos había que hacer cualquier cosa. Era un niño tímido y, ahora, soy un adulto tímido. Era muy buen alumno, porque me habían dicho que se estilaba. Creía que un mejor alumno se aburría menos. Es un error común: el primero de la clase se aburre tanto como el último. Yo era un niño absolutamente no deportista y nunca me peleaba. Más bien me pegaban. No muy seguido, por otra parte, porque nunca me quedaba demasiado tiempo cuando la cosa se ponía fea.

Sí, por supuesto, yo hacía dibujitos en los márgenes de mis cuadernos. Tenía un amigo que, en cambio, llenaba sus márgenes con números. Ahora es editor. ¡Ah, sí!, en clase hice un periódico del que era el único compaginador e ilustrador. También era su único lector.

Aún hoy me pregunto qué fui a hacer a Estados Unidos. Uno de mis tíos, que vivía allí, me había escrito: “Tienes que venir a los States”. Y yo, cuando me dicen las cosas con cierta energía, me pongo en marcha. En síntesis, fui con mi madre y, al poner los pies sobre el suelo de Estados Unidos, comencé a preguntarme qué hacía allí. Como los estadounidenses se hacían la misma pregunta…

Muy pronto me dieron una razón de ser: me convocaron a su ejército. A mí no me parecía gran cosa y además tenía ganas de volver a Francia. Fui al consulado francés para preguntar si no existía un modo de zafar. Me dijeron que fuera a ver al agregado militar. Este último, naftalínico en extremo, me dijo: “¿Alistarse en el ejército francés? ¡Pero usted está loco! En el ejército estadounidense, estará mucho mejor: ¡Comerá huevos todas las mañanas!”.

Yo, que nunca como por la mañana, quedé asqueado, y dije no, no, quiero alistarme en el ejército francés. Me dieron un uniforme, una misión a cumplir (díganme si no es serio), y me embarqué en el “Ile de France”. Todos los días langostas. Se soportaba. En Francia, cuando llegué, me preguntaron qué sabía hacer. Dije que hablaba tres lenguas, que escribía a máquina, que dibujaba un poco, que tenía algunas nociones comerciales y que había hecho algo de periodismo. Entonces, me mandaron a la infantería alpina, del lado de Marsella.

Al llegar allí, lo primero que me pidieron mis camaradas fue “¡pan!”. No comíamos nada. Perdí veinte kilos en tres meses. Con decirles que me cambiaron el uniforme basta. Y cuando en el ejército francés hacen eso es porque verdaderamente se trata de un caso extremo. Hay que aclarar que yo daba media vuelta y el uniforme no se movía. Estaban hartos de ver a un muchacho con la corbata en la espalda. Todos me decían: “¿Pero para qué viniste acá? Parece que en el ejército estadounidense ¡comen huevos todas las mañanas!”.

Al cabo de un año, me enviaron de regreso a casa. Como recuerdo me quedaron el grado de sargento, una red forrajera, la insignia de mi batallón y un par de medias de lana que no estaban nada mal.

Una vez de regreso a Estados Unidos, me ocupé en ser un desocupado. Quería animarme a probar esos oficios que me trabajaban la cabeza. Los oficios sí que trabajan, en cambio yo, desafortunadamente…

Y entré en un estudio donde encontré al equipo que fundó la revista Mad: Harvey Kurtzman, Willy Elder y hasta Jack Dais. En ese momento conocí a Jijé y a Morris. Trabajé para un editor de libros infantiles que pronto se declaró en quiebra. Y fue entonces cuando decidí dejar de hacerme el payaso, abandonar Estados Unidos e ir a trabajar a Francia…