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Bienvenidos titiriteros

La compañía Títeres desde Abajo, cuyos integrantes fueron absueltos de un presunto delito de enaltecimiento del terrorismo, tras su representación en carnaval de la obra ‘La Bruja y Don Cristóbal’, actuaron en Madrid el pasado domingo en el Teatro del Barrio. Se cumplía un año desde su encarcelación, uno de los momentos en que la libertad y la democracia española tocaron fondo.

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Los titiriteros estuvieron en prisión, en España, en 2016, por representar una obra de ficción en la que el malo tenía un cártel minúsculo en el que ponía “GORA ALKA-ETA”. Cinco días en la cárcel. Sí. Se criminalizó la ficción en el país de la realidad más apestosa, del terrorismo político y económico más presente. Es decir, en el país de Trillo y del Señor X, de Antonio Burgos y Eduardo Inda, de la Gürtel y Mario Conde, de las eléctricas y de Bárcenas, de los ERE´s y los Puyol, de los desahucios y los trabajadores pobres. Cinco días de cárcel a dos titiriteros.

Un año después, los titiriteros han vuelto. Y han representado de nuevo su obra, su ficción. Y no ha pasado absolutamente nada. Y algunos medios, con los que ni siquiera enlazaré la frase, lo resumen de esta manera: “Los titiriteros proetarras de Carmena vuelven a Madrid con la misma obra que les llevó a la cárcel”. El delito no está en los muñecos, sino en quienes pretenden mover los hilos de un país con una calidad democrática bajo mínimos.

Un motivo para NO ver la televisión

Natica Jackson

Autor: John O´Hara.

Editorial: Contra.

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Nuevo libro de John O´Hara publicado por editorial Contra. Nueva maravilla al alcance del lector más exigente. En este caso, y tras la imprescindible colección de relatos reunida en “La chica de California y otros relatos”, dos novelas cortas de brutal intensidad. Dos historias que ofrecen lo mejor del escritor de Pensilvania: unos diálogos brillantes, eléctricos, junto a unas descripciones de personajes y lugares simplemente perfectos. Es imposible leer a O´Hara y no sentir una profunda envidia: derrocha talento en cada línea.

“- Trataré de sofisticarme.

- Un tipo como él podría sofisticarte hasta el punto de hacerte dejar el cine. Y lo lograría si no tuvieras tanto sentido común”.

“Natica Jackson” es una historia de Hollywood. Una historia que parece la habitual, la chica humilde que quiere convertirse en una estrella de cine y tiene que vérselas con las miserias de la profesión. Pero que no lo es. Es un historión, con un final absolutamente demoledor del que no les adelantaré una sola palabra. No puedo arriesgarme a que no disfruten esas últimas páginas inolvidables, de una intensidad estremecedora. Pero de nada serviría, insisto, una historia tan buena sin un escritor que ha sabido utilizar las palabras perfectas. Los capos del cine, los amantes, los amores, las desdichas y las envidias, todo está descrito a la perfección en un relato simplemente perfecto.

“Para Harvey Hunt , “indiferencia” es una palabra que solo podía aplicarse a quienes fumaban en boquilla larga y a la revista Vanity Fair, y durante ese primer año de euforia en la gran ciudad sintió la necesidad de vivir para siempre”.

Lo mismo puede decirse de “A noventa minutos de aquí”, una de esas novelas que no quieres que terminen jamás. Mezcla de drama y humor, con momentos para el sarcasmo y el cinismo, O´Hara se sumerje en el lado lumpen de la ciudad: periodistas, policías, prostitutas, chulos, gerentes de pensiones… ¿Quién dijo que nada bueno podía salir de un plantel como éste? El hombre que firmó “Cita en Samarra” no solo consigue acaparar toda la atención del lector en cada párrafo, sino que es capaz de arrancarle numerosas sonrisas y algunas carcajadas. Absolutamente imprescindible.

“-Hágame una oferta. Necesito el dinero con urgencia. O si no, ¿Cuánto me prestaría por él?

- No le prestaría un centavo por un Lincoln faetón –dijo el encargado-. Le doy setenta y cinco dólares por el coche.

- Redondeemos a cien.

- ¿Tiene los papeles?

- Tengo el recibo de compra, los papeles de matriculación y el permiso de conducir. Soy reportero de prensa y acabo de perder mi empleo. ¿Me daría cien?

- De acuerdo, le doy cien dólares –dijo el encargado.

Firmaron los papeles y le entregó el dinero.

- Siento curiosidad por saber qué precio va a pedir por él –dijo Harvey.

- Ahora mismo lo verá –dijo el encargado. Agarró un pedazo de jabón y escribió en el parabrisas. `Venta rápida:495 dólares´.

- Bien jugado –dijo Harvey.

- Y un cuerno, habría aceptado setenta y cinco –dijo el encargado-. No tenía alternativa.

- Solo una cosa más. ¿Me daría un beso? Me gusta que me besen cuando me la meten doblada –dijo Harvey.

- Hasta la vista, amigo. Soy un hombre muy ocupado –dijo el encargado”.

Janis Joplin.

I Master de Rock and Roll Matutino Sobre Ruedas.

Me and Bobby McGee

Janis Joplin

Para muchos, la cantante blanca más grande de todos los tiempos. No técnicamente, pero sí en cuanto en cuanto a feeling. A veces cantaba, pero en ocasiones chillaba, aullaba. Un quejido tan intenso como el flamenco, pero en clave de blues. Y todo en apenas 27 atormentados años, los que le llevaron del Texas ultraconservador de finales de los 50 al ataúd, pasando por una vida de soledad y desilusiones. Y también de música, drogas, botellas de Southern Comfort y algunos muy buenos conciertos.

Estos días las televisiones de pago emiten “Janis”, un excelente documental sobre Joplin. Una biografía dirigida por Amy J Berg que respeta la vida de la cantante. Nadie debería perdérselo.

Y como canción imprescindible en un Curso de Rock and Roll Matutino… He dudado. “Piece of my Heart”, de su primer disco (cuando murió dejó grabado su tercer álbum), me parece un tema redondo. Pero donde mejor se siente la energía de Janis, esa fuerza que podía parecer descontrolada pero que no lo estaba, es una composición de Kris Kristoferson que se convirtió en el mayor éxito de la cantante tejana. Este brutal “Me and Bobby McGee” del que se han hecho mil versiones. Ninguna supera ésta…

De pescaderas y académicos

“Y pedantones al paño / que miran, callan y piensan / que saben, porque no beben / el vino de las tabernas”. He andado muchos caminos. Antonio Machado.

Un hombre ha dicho que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, “no tiene ni idea de cómo se lleva una ciudad ni le importa”, y que por tanto “debería estar sirviendo en un puesto de pescado”. El individuo en cuestión no es el proxeneta de un local de mala muerte, ni un sicario con dolor de muelas, ni un ex presidiario sifilítico, ni siquiera un tertuliano de 13TV. Es un todo señor escritor, filósofo, traductor y académico de la Lengua española que, además, fundó Ciudadanos. Se llama Félix de Azúa, y no ha hecho esas declaraciones ni en la barra de un burdel, ni en un local de copas con piano y taburetes, ni siquiera en el plató de Telemadrid, sino en una prestigiosa revista llamada Tiempo.

Poco se puede decir de semejante comentario, y del escritor, filósofo, traductor y académico de la Lengua española tan torpe como para decir en público lo que piensa. Porque lo que piensa es de un machismo y un clasismo repugnantes. Lo diga el más humilde pastor o el intelectual más prestigioso. Nada de extrañar, entonces, sentándose Azúa donde se sienta: La Academia tardó 266 años en admitir a una mujer. Y actualmente, de sus 46 sillones solo hay siete ocupados por mujeres. Se lo diré de otra manera a ver si lo entiende: son académicos Juan Luis Cebrián, Luis María Ansón o Arturo Pérez-Reverte, pero no lo fueron María Moliner, Rosa Chacel, María Zambrano, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite.

¿La sinceridad del genio irreverente frente a la superioridad moral de la izquierda? No le quepa duda. Por eso a rebufo del agudo y socarrón Azúa, que al desprecio por Colau añadió comentarios sobre Podemos tan originales como que están financiados por Venezuela o que quienes les votan “tienen que estar borrachos”, ya circula la flor y nata de la intelectualidad conservadora española. Aquí tienen a uno de los más brillantes colegas de Azúa apoyándole a muerte…

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Colau ha sido elegante. Como buena pescadera. Y les ha respondido con una sencilla fotografía…

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Un motivo para NO ver la televisión

La chica de California.

Autor: John O´Hara.

Editorial: Contra.

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John O´Hara publicó a lo largo de su vida 274 relatos en el New Yorker. Y no fue por casualidad: el escritor de Pensilvania es un narrador increíble, capaz de arrastrar al lector hasta universos de lujo y vulgaridad, de alcohol y elegancia, para finalmente dejarle caer al barro con una frase desconcertante, un giro inesperado o un final áspero y deslumbrante.

“Toda esa gente, tanto la gente bien como la chusma que le hace corro las noches de estreno, cuando nos vea juntos pensará: ´Madre mía, vaya par de viciosos. La ricachona y ese gordo seboso y medicre`. Ahora no lo dicen porque siempre va con maricas. Pero yo tengo una de las peores reputaciones de este negocio. Ninguna mujer decente, si es queda alguna, saldría conmigo. Tengo esa reputación desde los dieciséis años, y no me sorprendería si la tuviera para el resto de mi vida”.

Es inconcebible que no se hubieran traducido antes al castellano estos relatos geniales, y que O´Hara solo estuviera presente en nuestras librerías con su clásico “Cita en Samarra”, una novela que cuenta la decadencia de una pareja modélica en la Norteamérica a punto de sumergirse en la Gran Depresión. Los 25 relatos que forman la imprescindible antología que hoy nos ocupa, traducidos con precisión y editados con mimo por editorial Contra, forman un ejemplo perfecto del trabajo de O´Hara. En ellos está toda la impertinencia, la ironía y el desparpajo de este narrador urbano, siempre ácido y corrosivo, capaz de reflejar como pocos el escenario social de las clases altas estadounidenses. Y de describir con precisión quirúrgica a los protagonistas de sus fiestas y desparrames.

“Era una mujer menuda, agradable y amistosa, de menos de treinta años. Sus ojos eran demasiado hermosos comparados con el resto de la cara; cuando dormía no debía ser gran cosa, y tenía la piel sensible al sol. Era de buena constitución -manos y pies maravillosos-, y cuando se ponía suéter y falda su figura siempre hacía que los golfistas y jinetes se volvieran a mirarla”.

O´Hara puede ser tan deslumbrantemente cotidiano como Carver, tan insidioso y contradictorio como Cheever, tan directo y seguro de si mismo como Hemingway, y por supuesto tan decadente como Fitzgerald. Genial como todos ellos, parece escribir lo que ve con ojos precisos y lúcidos, haciendo gala de un descaro luminoso que solo rompe en la recta final, cuando cierra sus relatos con detalles de una personalidad literaria inconfundible. Uno de los grandes, por fin entre nosotros.

“Desde que había conseguido que le dieran un camerino privado -y de eso hacía un buen puñado de años-, Theresa siempre había insistido en quedarse sola los últimos cinco minutos antes de salir a actuar. Eso le daba tiempo para serenarse, reunir fuerzas, vomitar si era necesario, enjuagarse la boca con un sorbo de champán que no se tragaba, prepararse para el aviso del director de escena, salir y matar a todos esos hijos de puta a base de encanto, belleza y talento”.

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