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Dalva

Un motivo para NO ver la televisión

Dalva

Autor: Jim Harrison.

Editorial: Errata Naturae.

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Ningún título mejor que “Dalva” para inaugurar la rama de narrativa de la colección “Libros salvajes”. Se trata de la obra maestra del gran Jim Harrison, uno de esos escritores nunca suficientemente valorados en nuestro país. Harrison en toda su inmensidad, construye una obra compleja y arrolladora, llena de matices y personajes inolvidables, sobre la vida de una mujer de armas tomar que parece saber lo que quiere: “Pensé: antes muerta que dejar que esto me detenga. No voy a consentir que esto me pare, porque este tío me gusta. Me merezco a este hombre durante el tiempo que sea. No me importa una mierda si se parece a Duane, si vive en una puñetera caravana y huele a caballo”. Y es que a Dalva le gustan los hombres, los caballos, las noches amables, los grandes ranchos, los indios, los perros (“Hacerle un favor a un perro da lugar a una suerte de serenidad”) y los caminos de regreso a casa.

“Dalva” cuenta las peripecias de una mujer de 45 años que vuelve al hogar. Es decir, al campo. A esa vida rural en que se crió, se enamoró de un sioux y tuvo un hijo mestizo que perdió para siempre. Dalva regresa a la familia, al recuerdo de un bisabuelo que dejó un diario mágico con la historia del exterminio del pueblo indio en las Grandes Llanuras, y a los espacios abiertos y los cielos estrellados: “Teddy Roosevelt decía que no conoces a un hombre hasta que no has acampado con él, y que eso incluye a uno mismo”. Vuelve al amor entendido como acto de libertad absoluta, de redención. Necesita sanar viejas heridas, cerrar cicatrices, y el aire libre parece el mejor remedio.

“La noche no fue amable conmigo. La brisa había vuelto y soplaba hacia el sur, y la oscuridad era más cálida de lo que lo había sido el día. Los caballos estaban inquietos y salí dos veces en la noche a comprobar si se encontraban bien. Los gansos se mostraban molestos y supuse que el coyote se había dejado ver por el redil. Fue una de esas noches en las que tus percepciones son mucho mayores de lo que quieres consentir; en vez de tener una sucesión de pensamientos ociosos que terminan en el sueño te ves desequilibrada, casi castigada, por imágenes con toda la lógica de una nevisca en la mente”.

Harrison alcanza con “Dalva” su mejor momento. Por lo potente de la historia, la sorprendente estructura, y la red de hombres y mujeres que tratan de recomponer sus maltratadas existencias. El escritor de Michigan sabe de qué habla, y de qué escribe, cuando abre en canal a sus personajes. Imprescindible.

“Me quedé allí plantada como una estatua, con la mano apoyada en el cuello del bayo, palpándole el pulso. Notaba una claridad onírica y quizá una fuerza inmerecida cuando recordé algo que el abuelo me había dicho al encontrarme después de mi paseo por los montes en el ramal más alejado del Niobrara: que todos debemos vivir con una medida completa de soledad ineludible, y no hemos de hacernos daño con la pasión por escapar de ese aislamiento”.