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¡La concha de su madre!

El jugador del FC Barcelona Javier Mascherano ha reconocido ante la juez haber defraudado a Hacienda más de 1,5 millones de euros al haber ocultado a la Agencia Tributaria ingresos de sus derechos de imagen en 2011 y 2012. Dentro de unos días, tras cumplir la sanción de dos partidos por menospreciar al árbitro de un partido diciéndole “la concha de tu madre”, el defensa argentino volverá a la cancha, donde sentirá de nuevo el apoyo y el cariño de los seguidores barcelonistas. Si Mascherano sigue siendo, como hasta ahora, un central intenso que jamás pierde la concentración, rápido en el corte y contundente en el choque, los seguidores del Barsa seguirán aplaudiéndole en todos los campos de España. ¿Y los 1,5 millones defraudados? El futbolista ha admitido ante el Juzgado de Instrucción 9 de Gavà los dos delitos contra la Hacienda Pública. Bueno, eso ya tal…

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Recuerdo una reciente campaña de sensibilización del Gobierno contra el fraude fiscal. Una mujer preguntaba a su mecánico si la factura de la reparación del coche se la podía hacer sin IVA. El mecánico levantaba la vista de los bajos del coche en que se encontraba trabajando, la miraba con cierto desprecio, y le decía: “Sí, claro, sin IVA. Y sin hospitales. Sin pensiones. Sin carreteras. Sin…”. La voz en off sentenciaba: “Cuando alguien defrauda está defraudando a todos”.

Efectivamente, cuando alguien defrauda está defraudando a todos. Excepto si es futbolista. De nuestro equipo, evidentemente. Entonces miramos para otro lado, hacemos como que no pasa nada, que no es importante, que se trata solo de trucos para pagar menos, algo que cualquiera de nosotros haría si estuviese podrido de millones. Mascherano, y el resto de deportistas de élite que estafan a Hacienda, no son la mujer del anuncio que paga al mecánico cien euros en negro. Ni el jubilado que suelta un billete de cincuenta euros al fontanero. Son millonarios que, me temo, no merecen volver a ser aplaudidos cuando saltan al campo de juego: Lo que defraudas él, lo pagamos todos.

Cuando roba un tesorero, un partido paga en B la reforma de su sede o la familia de un molt honorable esconde 30 millones de euros en Andorra, nos parece indecente. Lógico. ¿Imaginan a uno de estos miserables en un estadio, ante 75.000 personas? Abucheos, peticiones de prisión y puede que intentos de agresión. Sin embargo cuando el delincuente de guante blanco viste nuestros colores, domina el tiquitaca o es capaz de secar al delantero contrario, nos rompemos las manos apludiéndole. No deberíamos: Sin hospitales. Sin pensiones. Sin carreteras. Sin… ¡La concha de su madre!

 

Un motivo para NO ver la televisión

K2. Enterrados en el cielo.

Autores: Peter Zuckerman y Amanda Padoan.

Editorial: Capitán Swing.

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“K2. Enterrados en el cielo” recrea la tragedia que ocurrió en agosto de 2008 en la segunda montaña más alta de la tierra, y quizá la más peligrosa junto al Annapurna. El K2 tiene 8.611 metros de roca y hielo, y una terrible leyenda negra: “En el año 2008, la tasa de mortalidad de quienes abandonaron el Campamento Base para intentar alcanzar la cumbre fue del 30,5 por ciento, superior a la tasa de bajas de la playa de Omaha el Día D”.

Zuckerman y Padoan, periodista y alpinista, han escrito un clásico comparable a los grandes títulos sobre tragedias en la montaña. “Mal de altura” (Jon Krakauer), “Tocando el vacío” (Joe Simpson), “La gran tragedia del Mont Blanc” (Marco A Ferrari), “El séptimo sentido” (Kurt Diemberger)… y desde ahora “K2. Enterrados en el cielo”, un libro perfecto por dos razones: consigue unir la emoción de una narración dramática y unos personajes heróicos con un trabajo periodístico formidable. No hay descripción, declaración, detalle o anécdota que no tenga su explicación. Tras cada capítulo, unas páginas dedicadas a “Notas sobre la investigación”, en las que se explica de dónde viene todo lo que acabamos de leer: “información básica acerca de su elaboración y de la investigación que hemos realizado”.

Gran periodismo, y excelente literatura. La magia de este libro reside en lo bien que está contada una historia real, un drama de proporciones tan grandes como la mismísima cordillera del Karakórum. La trágica sucesión de errores que provoca la muerte de 11 escaladores: intentar hacer cumbre después de las dos de la tarde, no llevar la suficiente cuerda, formas grupos que hablaban idiomas diferentes, intentar recuperar el cuerpo de un fallecido… El K2 no es una montaña capaz de perdonar.

En medio de todo el desbarajuste, las ambiciones de algunos escaladores por hacer cumbre, las miserias de los porteadores y los sherpas, las exigencias de los patrocinadores y las empresas que organizan la expediciones, los problemas personales de cada alpinista y, por supuesto, la solidaridad, o el egoísmo, en la zona de la muerte, más allá de los 8.000 metros.

Un libro estremecedor, sobre el instinto de supervivencia y los detalles que rodean el mundo de la escalada, ejemplo perfecto de cómo el periodismo de investigación puede dar vida a un reportaje de 300 páginas absolutamente inolvidable. “K2. Enterrados en el cielo” nos explica la tragedia que costó once vidas, pero también cómo se formaron esas montañas, de dónde vienen los sherpas y porteadores, cuáles son las leyendas que marcan su existencia, cómo es la vida en Katmandú y alrededores… Una maravilla.