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Humillación en las cocinas

No sé qué me da más asco, si los cocineros guarros con los que alterna Chicote en La Sexta, o los chefs altivos y soberbios que dan lecciones de Haute Cuisine en La 1. Es decir, si me repugnan más los mugrientos ensucia fogones de “Pesadilla en la cocina” o los restauradores arrogantes y maltratadores de “Masterchef”. Impresentables los dos. Los primeros por dejados, por guarros y por dejarse manipular por un programa de televisión que desnuda sus miserias en público para regodeo de la audiencia. Los segundos, por cómo humillaron a un pobre chaval, Alberto, que tuvo la insensatez de preparar delante de las cámaras un plato, “León come gamba”, considerado por los maestros hosteleros como “una guarrada” y “un insulto a la inteligencia, un insulto al jurado y un insulto a las 15.000 personas que se han quedado fuera del programa”.

Pepe Rodríguez, uno de los tres miembros del exquisito jurado de Masterchef, aseguró en la Cadena SER que volvería a expulsar a Alberto, el responsable de “León come gamba”, de la misma manera cruel y exagerada en que lo hizo: “Le tuve que echar, y no podía ser de otra manera”, asegura ignorando la violencia, tanto verbal como psicológica, del momento.

El problema no es echar al concursante, el problema es cómo le echan. Cómo le humillan ante sus compañeros, su familia y amigos, y ante millones de telespectadores. “Hay más verdad en la televisión que en el mundo de la cocina”, sentenció un Rodríguez que olvida que en estos concursos todo, desde el casting hasta la final, está dirigido a conseguir audiencia. Y que el hombre que cocinó el famoso león que come gamba fue elegido para dar espectáculo. Para dar este triste espectáculo.

Un espectáculo tan lamentable como el repetitivo y exitoso “Pesadilla en la cocina” (La Sexta). En su nueva edición, que comenzó el miércoles con una excelente audiencia (11,6% y 2.043.000 espectadores), insiste en la misma fórmula de siempre: restaurante hundido, dueño impresentable, personal desanimado, doctrina de Chicote, nueva carta, reforma del local… La salsa de tan redundante esquema son los empresarios, cocineros y camareros, tipos con problemas que se supone desnudan todas sus miserias ante las cámaras: inútiles, guarros, violentos, malhablados…

Televisión de éxito basada en mortificar y avergonzar a los más débiles. Un asco.

Un motivo para NO ver la televisión

Mediterráneo descapotable.

Autor: Iñigo Domínguez.

Editorial: Libros del K.O.

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El segundo título del periodista Íñigo Domínguez editado por Libros del K.O., tras el imprescindible “Crónicas de la mafia”, sigue apostando por el periodismo de recorrido extenso y amplio campo visual. Subtitulado muy acertadamente “Viaje ridículo por aquel país tan feliz”, este “Mediterráneo descapotable” se convierte en una lectura imprescindible para entender la España actual. Porque estamos ante un reportaje largo y jugoso que describe el país de la corrupción y el ladrillo, de los perros atados con chorizos y las ristras de rotondas, del sol y los chiringuitos, de Port Aventura y Marina D’or. El legado ideológico, económico y cultural de Jesús Gil, Manolo Escobar y Rita Barberá. Y Rato, claro.

En 2008 el periodista recorre la costa, desde Colliure hasta Tarifa, al volante de un Peugeot 207 azul descapotable. Las crónicas que forman este volumen, brillante radiografía de una España dorada por fuera y repugnante por dentro, fueron publicadas en su momento en el diario El Correo. Dos semanas después de que el último capítulo viese la luz quebró Lehman Brothers, y ya nada volvió a ser igual.

Dicen los editores que estamos ante una road movie, y tienen mucha razón. Una road movie costumbrista, con tintes de novela negra, protagonizada por muertos vivientes, un ejército de ciudadanos que han vivido tiempos mejores, han perdido el lustre y el moreno, y sobreviven como zombis paseando entre urbanizaciones de cartón y aeropuertos fantasma, comiendo paellas de chirlas y tomates de invernadero, mientras son estafados por un ejército de políticos sin escrúpulos.

“Mediterráneo descapotable” es un libro divertido, muy divertido. Y también pedagógico, puesto que nos ayuda a saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Imprescindible el apéndice: “Cómo acabó todo: un pequeño informe”, es un dossier no tan pequeño, cien páginas con nombres, fechas y datos, resumen de fuentes oficiales e informaciones publicadas en prensa, que se lee con la boca abierta y deja la bilis en ebullición. Una lectura intensa, soleada y amarga a un tiempo, que provoca en el lector sonrisas, muchas, y no pocas lágrimas.