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Phil Spector

Harvey Philip Spector nació en el Bronx neoyorkino hace 73 años. Guitarrista y compositor, a mediados de la década de los sesenta grabó como productor un puñado de singles de éxito para bandas de chicas negras, como The Crystals o The Ronnetes, además del “River Deep Mountain High” de Ike and Tina Turner. Grandes canciones recogidas en producciones exuberantes, con infinitas pistas, orquestas y coros. Decenas de tomas, cientos de instrumentos, miles de horas de grabación, infinitas mezclas… Un trabajo duro, largo y exasperante que terminaba agotando a todos, excepto a un Spector que disfrutaba contemplando “cómo todas las piezas del puzzle terminan por encajar”. Al resultado le llamaron “El muro de sonido”, y estuvo tan de moda en esa época que los Beatles pusieron en sus manos la grabación de “Let it Be” (1970). Presumía de haber inventado el negocio de la música…

Cuentan que Spector, un tipo bronco que pensaba que el estudio de grabación podía llegar a tener más importancia que las canciones o los músicos, acudía a trabajar con un revolver en la cintura. “Era un tipo enano, con alzas, peluca y cuatro pistolas, que trataba horriblemente a todo el mundo… Acabamos hartos de su alcoholismo, sus payasadas, de su drama y su locura”, aseguraba Johnny Ramone en un documental sobre su banda, los Ramones. El 2 de febrero de 2003 Spector, de 62 años, disparó en su mansión de Los Angeles a la actriz Lana Clarkson. El 13 de abril de 2009 fue declarado culpable de homicidio en segundo grado, y condenado a 19 años de cárcel.

Anoche Canal + estrenó “Phil Spector”, una película de  HBO rodada por David Mamet basada en la relación entre el legendario productor musical (interpretado por Al Pacino), y su abogada defensora, Linda Kenney Baden (Helen Mirren), durante la preparación del primer juicio por asesinato. Gran televisión.

Le llegaron a llamar el Van Gogh de la cultura pop. Algunos, sin embargo, pensaban que se encontraba más cerca de Mark David Chapman. Tras ver esta magnífica película, más próxima a la ficción que al documental, la imagen de Spector no es tan negativa. Le presentan como un excéntrico adorable, un genio desmadrado. Un perfeccionista irascible, una víctima de la fama. El monstruo se convierte en un inocente atrapado por su propia leyenda. La peli cuenta cómo pretenden juzgar no a un hombre, sino a un estereotipo: el del triunfador, el tipo hecho a sí mismo, el genio millonario que vive aislado del mundo, encerrado en su castillo. La gente le odia por todo ello, no por ser un posible asesino. Sin duda por estas razones muchos críticos y telespectadores han entendido la película como “una alegoría política conservadora”.

La sensación es, en cualquier caso, placentera. Sentarse frente al televisor y levantarse, hora y media después, con la grata impresión de no haber perdido el tiempo. Es más, con la satisfacción de haber disfrutado de un entretenimiento de auténtica calidad. Un lujo inaudito en la tele actual.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Thoreau. La vida sublime.

Autores: A. Dan y Le Roy.

Editorial: Impedimenta.

Estoy obsesionado con Thoreau, lo reconozco. El pasado verano visité su casa en Concord, paseé por sus bosques de Massachusetts, y me detuve ante su tumba en el cementerio de Sleepy Hollow. Dentro de algunos días reseñaré las nuevas ediciones de “Walden” (Errata Naturae) y “El Diario (1837-1861) (Capitán Swing). Y es que en estos días miserables, con el materialismo y el capitalismo desbocados, cansado de líderes mediocres y doctrinas huecas, recuperar a Thoreau se me antoja imprescindible.

Porque Thoreau no es, como dice el libro que hoy nos ocupa, un teórico metódico, “inventor de una filosofía coherente”. Thoreau es “un antimoderno”. Es decir, alguien que no quiere convertirse en esclavo de las nuevas necesidades (económicas, tecnológicas, sociales…) y apuesta por una apacible vida rural.

“Thoreau. La vida sublime” es un cómic que cuenta la vida del escritor y pensador norteamericano de una manera muy sencilla. Maximilien Le Roy escribe el guión, basado en citas del propio Thoreau. A. Dan, biólogo de campo, dibuja la historia recreándose, como no podía ser de otra forma, en la naturaleza. El resultado es perfecto para no iniciados, por directo y colorista. Una sencilla y excitante invitación a penetrar, ya de manera más profunda, en el universo del hombre que buscó en la sencillez el verdadero sentido de la existencia.