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Filantropía

Escuchar a Bill Gates, de visita estos días por Madrid, ha sido realmente emolumento. Perdón, a veces falla el corrector automático de Windows… Quiero decir que Escuchar a Bill Gates, de visita estos días por Madrid, ha sido realmente emocionante. Desde su suite en el hotel Palace el creador de Microsoft ha dado doctrina solidaria, “las ayudas deben destinarse a los más pobres, no a países como Perú”, e incluso le ha proporcionado a Rajoy la receta para salir de la crisis: “con un paro tan alto ¿por qué no bajan los salarios en España?”.

Estamos ante uno de los hombres más inteligentes e influyentes del mundo, qué duda cabe, y por eso cdkks jjerlel zjiod.mxc Ghns muUUnn. Perdone, pero se me acaba de bloquear el Windows Vista. A ver, esc, nada, reinicio, nada, apago a lo bestia y… ¡aaaaaaahora! Seguimos… Le decía que estamos ante uno de los hombres más inteligentes e influyentes del mundo. Por eso me extraña que siga buscando fondos para su altruista organización cuando, en su charla con nuestro presidente del Gobierno, ofreció la solución a todos los males planetarios. “Con un paro tan alto ¿por qué no bajan los salarios en España”, sugirió Gates. Bien, pues con aplicar este ingenioso método al resto de problemas, todo arreglado. Con unas hambrunas tan descomunales, ¿por qué no comemos menos? Con tantas enfermedades mortales ¿por qué no dejamos de ir al médico?

Bill Gates es uno de esos empresarios filántropos mágicos, especiales, iluminados, que nacen de Pascuas a Ramos. Otro es Ruiz Mateos. Todo el tinglado de Microsoft está muy bien, de acuerdo, vamos a reconocer las cosas de fuera… Pero no me negará usted que, después de la que lió con la primera Rumasa, hay que tenerlos muy bien puestos para “utilizar el dinero de Nueva Rumasa para aportar capital a sus sociedades patrimoniales y mantener así su alto nivel de vida” (según el auto de dictado). El de Ruiz Mateos sí es un sistema operativo de vanguardia, y no el Windows 7. Ayer el empresario gaditano, Marqués de Olivara, ofreció una entrevista en el programa “Espejo Público” (Antena 3) que hizo palidecer de envidia a los mismísimos Faemino y Cansado.

“Soy muy malo… hago cosas sucias, puercas, feeeeeeeas…”, decía el empresario arrastrando la voz y abriendo mucho los ojos, como si fuese Halloween. Evidentemente el hombre no está en sus cabales. Con 80 años, la salud debilitada y mirada de lunático, tiene aspecto de inofensivo abuelo cebolleta. Otra cosa es cuando se trata de diseñar un fraude con pagarés. Ahí el abuelete se viene arriba y se convierte en una fiera.

“Estoy muy bien de salud y de indignación”, aseguró con voz de boxeador sonado, interrumpiendo una y otra vez a una Susanna Griso que intentaba cortar el enloquecido monólogo. “No pierdo mi tiempo en contestar chorradas. ¿Es usted sorda? No me haga preguntas de quinta, pongan ahí a una profesional buena. Si un hijo mío pisa un escalón de la cárcel entonces daré nombres y detalles”. Y así durante un buen rato, ante la fingida indignación de Griso y de su equipo, este último tremendamente ofendido por la falta de coherencia del anciano. No entiendo la sorpresa: Ruiz Mateos lleva así de deteriorado muchos años, y ese punto de locura es lo que atrae a la audiencia, lo que le convierte en carne de televisión. Si buscaban serenidad, análisis o cordura deberían haber invitado a Bill Gates, que sí hubiese estado a la altura intelectual y moral de Albert Castillón y Roberto Leal, periodistas de élite dentro del equipo de primer nivel de “Espejo Público”.

Un motivo para NO ver la televisión

Doctor Glas

Autor: H. Söderberg.

Editorial: Alfabia.

El protagonista de nuestra historia es un médico sueco de 30 años que no ha conocido mujer. Mal empezamos. Añádanle un estado anímico irregular, con momentos de terrible tristeza y otros de simple tristeza. Y dificultades para relacionarse con los demás. Y tendencia a la filosofía introspectiva. Y… Este es el doctor Glas, todo un personaje.

“Queremos tenerlo todo, queremos serlo todo. Queremos gozar de toda felicidad y ahondar en todo sufrimiento. Queremos el patetismo de la acción y la paz del contemplativo. Queremos a la vez la tranquilidad del desierto y el tumulto de la plaza. Queremos ser al mismo tiempo la idea del solitario y el grito de la masa, ser a la vez melodía y acorde. ¡A la vez! ¡Si fuera posible!”, escribe Söderberg.

La eterna insatisfacción, y otros detalles grises de la condición humana, hacen que Glas reflexione desde su consulta, o su casa, e intente hacer el bien. A su manera, no siempre correcta.

Un libro generoso, de pequeño tamaño y descomunal contenido, que debió resultar muy aventurado y valiente en el momento en que se publicó (comienzos siglo XX). Sus comentarios sobre la religión, el sexo o la moral seguirán ofendiendo hoy día a algunos meapilas: “Hacía muchos años que no entraba en una iglesia. Recordaba que a los catorce o quince años me había sentado en aquellos mismos bancos y los dientes me rechinaban de furor contra el gordo sinvergüenza que hacía de espantapájaros en el altar, y yo pensaba que a semejante farsa le quedaban veinte años de supervivencia, treinta a lo sumo”.