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Apología de la censura

A un leopardo no se le pueden quitar las manchas. De la misma manera, al ABC quizá no se le pueda pedir que sea un diario realmente libre, independiente y democrático. No va en su ADN. Solo desde una grave atrofia genética se puede entender que un periódico de tirada nacional, con años de historia, presencia en los kioscos y hasta una escuela de periodismo, pida que se censure una gala cinematográfica. Esto es lo que ha sucedido. Que en un editorial, ABC ha dicho lo siguiente: “Dadas las circunstancias, la televisión pública debe plantearse seriamente la posibilidad de suprimir la transmisión en directo de la gala de los Goya, porque la postura de una minoría que actúa con resabios autoritarios choca con el debido respeto a la democracia”.

Como acaba usted de leerlo: desde ABC se quejaron de “resabios autoritarios” y pidieron que la gala se emitiese en diferido, para así poder suprimir aquello que resultase incómodo o inconveniente a… ¿los ciudadanos que pagan la televisión pública? No, a los políticos que pagan, vaya usted a saber cómo, a los periodistas que dirigen ABC.

¿Puede alguien que insta a la censura ser considerado plenamente demócrata? ¿Cuál es el límite de esta política autoritaria? ¿Por qué controlar los comentarios de una gala cinematográfica y no la edición de noticias de un Telediario?

Puedo creer que el presidente de la Academia, Enrique González Macho, considere “que la actitud reivindicativa de algunos es un perjuicio para el oficio”. Que la presentadora, Eva Hache, piense que “los Goya no deben ser un mitin”. Y entra dentro de lo normal que la vicepresidenta de un Gobierno que se tambalea, Soraya Sáenz de Santamaría, asegure que “para hablar de los problemas del cine ya hay una Comisión”. Pero resulta absolutamente inaudito que un diario anime a la censura. Las razones de ABC son lógicamente peregrinas: “Ahora se anuncian movilizaciones para la entrega de los Premios Goya, fiel reflejo de que la mansedumbre de la izquierda hacia los gobiernos de Rodríguez Zapatero no tiene nada que ver con la fiereza que muestra cuando gobierna el Partido Popular”; “la mala costumbre de politizar los actos culturales parece una práctica muy arraigada en determinados sectores de la izquierda”; “Entre otras cosas, porque el Partido Popular goza de una legítima mayoría absoluta conseguida limpiamente en las urnas”.

Esta última razón de ABC para justificar la manipulación de una gala televisiva es especialmente interesante: “El Partido Popular goza de una legítima mayoría absoluta conseguida limpiamente en las urnas”, dice el editorial del periódico no ya conservador, sino directamente gubernamental. ¿Una legítima mayoría absoluta conseguida limpiamente? Recuerde unas palabras de Mariano Rajoy, de esas que suelta con cuentagotas: “No he cumplido mis promesas electorales, pero al menos he cumplido con mi deber”.

¿Alguien que no cumple sus promesas electorales ha ganado limpiamente las elecciones? ¿Y está legitimado para gobernar? Mucho podríamos hablar sobre estos asuntos, pero será otro día: hoy dedicamos el post a una apología de la censura. Y es que si en este país, con la que está cayendo, la gente del cine no puede ironizar, satirizar o simplemente burlarse de la corrupción política, de la crisis galopante, o de un Gobierno mentiroso, la realidad y actualidad del país, apaga y vámonos.

¿La gala? Se está celebrando en estos momentos. Pero a mi me gusta el cine, no estos fiestorros…

P.D.

El ex tesorero del PP saluda a los españoles al regreso de sus vacaciones de fin de semana… ¿Quizá el gesto de una minoría que actúa con resabios autoritarios?

Un motivo para NO ver la televisión

Verano en English Creek.

Autor: Ivan Doig.

Editorial: Libros del Asteroide.

Nadie que haya leído “Una temporada para silbar”, maravilloso primer libro de Ivan Doig publicado por Asteroide, dejará escapar este “Verano en English Creek”. Y nadie que lea “Verano en English Creek” saldrá decepcionado: continuamos en la Norteamérica rural, la Montana de 1939, siguiendo ahora los pasos de Jick McCaskill, un chaval de 14 años que ve como el mundo se abre ante él. Una familia compleja pero interesante, caballos y praderas para galopar, amigos con los que compartir aventuras, vaqueros que no tienen más que unos zahones y un sombrero, trabajo duro y grandes fiestas… Todos los ingredientes para  un proceso iniciático en el medio rural. Doig lo cuenta de maravilla.

La historia tiene lugar en una región perdida, entre montañas, arroyos trucheros e interminables praderas. “Quizá para ofrecer una descripción adecuada de Gros Ventre en aquel entonces bastaría decir que aún tenía curtidor pero aún no tenía dentista”, escribe el autor nacido en White Sulphur Springs. El protagonista acompaña a su padre, forestal jefe de la zona, en la laboriosa tarea de contar ganado. Más tarde conoce a granjeros y ganadores asilvestrados, sufre los contratiempos amorosos y laborales de su hermano mayor, admira a su madre, colabora en la siega, se divierte en el rodeo y, finalmente, participa en la extinción de un gran incendio. Durante todo el libro investiga la relación de su padre con Stanley Meixell, otro forestal legendario que malvive alcoholizado y con el que ha compartido la primera de sus aventuras veraniegas.

En el cuarto y breve capítulo final se resuelve el misterio de Meixell. Un final magistral que, en unas pocas páginas, desvela la vida adulta de Jick, de la evolución de su familia, advierte de los cambios en las costumbres rurales, y nos recuerda que “el tiempo es la mercancía más puñetera que existe”. Otra obra maestra de Doig. Esperemos que Libros del Acantilado traduzca cuanto antes los dos titulos que completan su grandiosa Trilogía de Montana

Pinchar aquí para comenzar a leer el libro.