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La reina maga

Dice un tuitero que las reinas magas de Manuela Carmena parecen “tres putillas de la época de Jack el Destripador”. Veo la foto y solo puedo descojonarme…

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Las reinas magas de Carmena, que en realidad son las reinas magas republicanas de Valencia (Libertad,igualdad y fraternidad), pueden verse como lumis victorianas, o entenderse como una reivindicación del papel de la mujer en todos los aspectos de la vida social, cultural y religiosa. También como una anécdota municipal sin mayor importancia. Lo mismo que supone el baile de Rajoy, con el ritmillo vasilón de los hits de Raphael, a la política nacional. Error. Recuerde que el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, ha aprovechado una misa para afirmar que la mayor parte de los casos de mujeres asesinadas ocurre porque sus parejas o exparejas “no las aceptan” o las “rechazan por no aceptar tal vez sus imposiciones”. Un tipo que no es ningún monaguillo, todo un líder católico, capaz de pensar que debemos dejarnos de “las zarandajas que la ideología de género enturbia”. En medio de esta miseria, y de las críticas más feroces de la caverna a la alcaldesa madrileña, sabemos que el mismísimo Papa de Roma ha incluido a una niña vestida como reina maga en la misa de Año Nuevo del Vaticano. ¡Chúpate esa, Marhuenda!

Las reinas magas son efímeras trivialidades. El problema es que paseen sus túnicas, sus pelucas y sus camellos por unas calles llenas de mierda, de desigualdad, de baches, de abandono. Madrid necesita un repaso, un lavado de cara con lejía y cepillo de cerdas, algo más que un retoque superficial de chapa y pintura. ¿Puede un ayuntamiento que debe 6.000 millones de euros, una deuda seis veces superior a la de sus colegas de Barcelona, afrontar un profundo proceso de limpieza y modernización? Debería. Como debe confundirse arriesgando, apostando por la imaginación, enterrando viejas costumbres y diseñando nuevas ilusiones.

Muchos queremos ver a Carmena como una reina maga. Una mujer tranquila y sensata dotada de superpoderes, capaz de hacernos olvidar en dos días el legado de Gallardón y Botella. Queremos una política que parezca un ciudadano. Pedimos mucho, ya lo se. Algunas de las cosas que pone en marcha pueden parecer, solo parecer, anécdotas, como cambiar la zona VIP en Cibeles de la cabalgata de reyes, creada por Gallardón con 1.800 sillas para famosos y familiares de altos cargos, por una zona para discapacitados. Otras son simplemente maravillosas, como presupuestar una subida del 16,4% del gasto social para 2016, con lo que el Consistorio pasará de gastarse en este fin de 516 millones de euros a 600 millones.

Puede confundirse, puede fallar, puede incluso tener algún delirio. Pero está claro que es uno de los nuestros. Necesitábamos una esperanza, algo de magia plebeya.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Gospelbech

CD: Pacific Surf Line.

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Disco del mes de diciembre en Ruta 66, este álbum recupera el espíritu de los mejores días del country-rock. Ya sabe usted de qué estoy hablando. De los Byrds y los Flying Burrito Brothers, de Gram Parsons, Brian Wilson y Gene Clark, de Buffalo Springfield y Poco, de las guitarras acústicas, los violines y las pedal steel. Olor a vaca y camisas de paramecios.

Pues esto es lo que ofrecen, ni más ni menos, los cinco miembros de Gospelbeach, una superbanda formada por el batería Tom Sanford, los guitarristas Brent Rademaker y Jason Soda, el bajista Kip Boardman y, atención, el gran Neal Casal. Tipos con amplias carreras que han tocado en bandas como la Chris Robinson Brotherhood, los Beachwood Sparks, o los Cardinals de Ryan Adams.

“Pacific Surf Line” es un primer disco que no inventa nada, que solo ofrece música campestre y playera, melodías fabulosas interpretadas de manera soleada, instrumentaciones chispeantes y voces ajustadas a la perfección. ¿Solo esto? La eterna juventud de la música tradicional norteamericana, en un constante ejercicio de reinvención. El mismo aire limpio y fresco de siempre.