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La sangre de las cerezas

Un motivo para NO ver la televisión

La sangre de las cerezas

Autor: Francois Bourgeon.

Editorial: Astiberri.

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Finaliza la legendaria serie histórica “Los pasajeros del viento”, todo un clásico del cómic francés. Y lo hace a lo grande. Tras publicar impecables ediciones integrales de “Los pasajeros del viento” y “La niña de Bois-Caiman”, Astiberri cierra con “La sangre de las cerezas” una saga que ha marcado una época con sus personajes complejos, sus comprometidos enfoques sociales y políticos de una época y, por supuesto, unas ilustraciones absolutamente inconfundibles.

“¡La semana sangrienta! ¡Coincidió el lindo mes de mayo, el cálido tiempo de las cerezas, con las últimas barricadas y la exterminación! ¡Iban calle a calle, piso a piso, registrando y matando! ¡ Te llevaban al paredón por un quítame allá estas pajas: una denuncia, un cinturón de la guardia, un hiván con hilo rojo en la costura de un pantalón, un casquillo recogido por un chaval!… ¡Y los burgueses aplaudiendo!”.

Bourgeon es un dibujante concienciado con su tiempo, con la historia y, sobre todo, con la inteligencia. Detrás de cada frase, de cada sombra, de esas ilustraciones a toda página que dan vida a un momento del desarrollo humano, encontramos una vocación pedagógica. El artista parisino apuesta por la reflexión y exige concentración: sus sagas no son para pusilánimes o superficiales. “La sangre de las cerezas”, como sus anteriores trabajos, respeta la fidelidad histórica (París, 1885), no escatima en diálogos y textos (densos y ricos) y, finalmente, crea personajes potentes, generalmente femeninos, capaces de vivir situaciones límite.

“¡Los adoquines ennegrecidos por la pólvora rezumaban sangre escarlata! ¡Hombres, mujeres y niños se amontonaban en cunetas, canteras, desagües!… ¡Santo Dios! ¡Aquellos hermosos bandidos! ¡Aquella canalla heroica!”.

El resultado es grandioso: Bourgeon firma libros de historia ilustrados que se leen con la voracidad con que se devoran cómics de acción. El conocimiento y el entretenimiento son compatibles. Divertirse aprendiendo es un placer. Las sagas de este artesano de la historieta son un buen ejemplo, así como  “La sangre de las cerezas” se convierte en la guinda perfecta a medio siglo de trabajo duro. Un clásico en plena forma.

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Cowboys de medianoche

¿Recuerda usted “Midnight Cowboy”, la película clásica de John Schlesinger? Dustin Hoffman y Jon Voight son dos perdedores que tratan de sobrevivir en Nueva York. Uno de ellos es un gigoló alto, engreído e ignorante, el otro un estafador bajito y enfermizo. Dos tipos marginados que sueñan con escapar de la miseria y la derrota. Suena “Everybody´s Talking“, de Harry Nilsson

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Una cosa hay que reconocerle a Bertín Osborne: tiene una endemoniada capacidad de superación. Cuando crees que nada puede ser más sórdido y cutre que sus entrevistas con Ana Obregón, Carmen Martínez-Bordiú, los Morancos o Jesulín de Ubrique, el muy puñetero se viene arriba, sube de nuevo el listón otro medio metro, y dedica una hora del prime time de la televisión pública a Arévalo, el humorista de las casetes con chistes de gangosos, tartamudos y mariquitas. El de Jerez de la Frontera se marca un programa que en realidad es una cuña promocional, financiada por todos los españoles, del espectáculo teatral que ambos, Osborne y Arévalo, realizan por nuestros escenarios bajo el nombre de “Mellizos”. Un espectáculo que han denominado, muy acertadamente, “2 caraduras en crisis”.

¿Le parecen poco ofensivos los chistes de Arévalo? ¿Y no le resulta suficientemente decadente un cara a cara con Bertín? Pues no se preocupe, porque para garantizar la avalancha de caspa también pudimos ver en TVE a Fernando Esteso, invitado de lujo a la paella que prepararon los dos primeros. Todo aliñado con toques melodramáticos, puesto que la vida de estos humoristas está repleta de momentos trágicos que invitan a la melancolía. La vida triste del payaso. Intimidades familiares que dichas en televisión suenan obscenas: que si no ve a su padre “de noventa y tantos años” porque no se habla con su hermana, que ha superado la muerte “de un hijo… no, de dos”, que ha estado desahuciado, que le ayudaban “las chiquitas de alterne” de los clubes donde actuaba… “Pero… ¿a qué te ayudaban?”, pregunta el siempre socarrón Bertín.

“En los último 25 años se ha perdido el sentido del humor en este país, y ya está”, dice el gemelo alto cuando el bajito intenta justificar sus chistes de gangosos. Y continúan con los chascarrillos más o menos cutres, el colorante en el arroz, la Ramona, la interminable anécdota del esquí “con una gorda” y las habituales referencias “a tías que estaban muy buenas”“¡Hay que ver la pareja que hacemos! Yo entiendo que la gente venga a vernos…”, sentencia Osborne cerca de la medianoche.

Le llaman televisión pública, pero es promoción personal camuflada como entretenimiento de baja calidad. No nos quedemos con tan mal sabor de boca…

P.D.

“En general, la cultura está huérfana”, dice Mónica Naranjo en El Mundo solo unas horas después de dejar que Pablo Motos le besara el culo en prime time de Antena 3.

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Un motivo para NO ver la televisión

La niña Bois-Caïman.

Autor: Francois Bourgeon.

Editorial: Astiberri.

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El libro que hoy nos ocupa, “La niña Bois-Caïman”, cuenta una historia que arranca en el lugar en el que terminó “Los pasajeros del viento”. Ni más ni menos. “Los pasajeros del viento” es un cómic legendario que comenzó a publicarse en España en forma de serie a finales de los años 80, en la inolvidable colección Vértigo de Tótem. Narraba las aventuras de Isa, una mujer de armas tomar, en la época napoleónica, concretamente durante el conflicto naval que enfrentó a Francia e Inglaterra. Fue la consagración de Francois Bourgeon, dibujante parisino que considera de enorme importancia en su obra tanto la fidelidad de los detalles históricos de sus narraciones como la reivindicación del papel de la mujer.

“Los pasajeros del viento” es un clásico absoluto, reeditado hace poco en un solo volumen por Astiberri, que sitúa el cómic en un plano superior. En ese lugar, entre la literatura, la ilustración y la historia, arranca “La niña de Bois-Caïman”, conclusión de aquella saga de culto. La acción comienza en los Estados Unidos de la guerra de Secesión, 1862. Zabo, hija mayor de un médico sudista asesinado por el ejército rival, emprende un peligroso viaje para reunirse con su hermano pequeño en casa de su bisabuela… Isa. “Aunque despiadada con los débiles, Luisiana es capaz de producir un puñado de centenarios ásperos e irreductibles”. Isa, la anciana que  le muestra su legado: “Son los borradores de mis memorias ahogadas, que abarcan desde mi nacimiento hasta 1782…”.

Los seguidores de “Los pasajeros del tiempo” disfrutarán esta cuidada edición integral de “La niña de Bois-Caïman” desde la portada a la abolición final. Son 146 páginas de una intensidad inusual: se suceden los paisajes salvajes, y no dejan de pasar cosas, de aparecer personajes fascinantes, de vivirse aventuras de enorme intensidad. Es Bourgeon en estado puro: una mezcla perfecta de acción intensa y crónica realista, de equilibrio en la estructura, el guión y los diálogos, de semblanza cronológica y desbordante imaginación, de color apabullante y narración crepuscular.

“Allí uno muere de mil fiebres, rodeado de mosquitos, de serpientes y de caimanes. ¡Acuclillarse para orinar puede ser letal! Por no hablar de los indios emplumados, los acadianos retrasados y los negros fugados”. El sur tumultuoso y violento, sumido en conflictos raciales y sociales, contado en unas viñetas de ecos faulknerianos, que huelen a pantano y a sudor, a un país de sombras. Simplemente brillante.

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