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Europa

Salgo a la calle temprano, y mientras desayuno veo las calles del centro de Madrid tomadas por los seguidores del PSV Eindoven, equipo holandés que sólo unas horas después jurge con el Atlético de Madrid en el Calderón. “Parecen buena gente”, le digo a mi hermana a la hora de comer, “tipos tranquilos que vienen a pasar un buen rato, no como los radicales de otros equipos”. No acabó la frase cuando el informativo de televisión cierra con unas imágenes que nos revuelven las tripas…

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En la madrileña Plaza Mayor, un grupo de seguidores del PSV permanece sentado en una de las terrazas junto a los soportales, tomando cervezas. Todo normal, hasta que aparecen unas gitanas pidiendo limosna. Alguien les tira una moneda desde lejos, y las gitanas se lanzan al suelo buscando el dinero. Otros se animan, y siguen tirando monedas. Las gitanas, como animales, se humillan y se pelean, y husmean entre los adoquines tratando de localizar la limosna. Los seguidores holandeses queman billetes delante de las mendigas y corean “no crucéis la frontera”. La escena es terrible. Pienso en los refugiados que malviven entre Grecia y Macedonia: ¿A estos hooligans les estamos pidiendo solidaridad? ¿Estos miserables son quienes deben acoger en sus países a gentes diferentes, de otras culturas y en apuros económicos? ¿En esto se ha convertido Europa? La desmoralización es absoluta.

De repente aparece en escena un señor mayor, que pasa por la Plaza Mayor, contempla la escena, se detiene y se encara con los divertidos turistas futboleros. Visiblemente enfadado, les dedica una frase que define a la perfección a los seguidores de PSV y me devuelve la fe en la humanidad: “¡Hijos de puta!”, dice señalándoles.

No es la frase en sí lo que me gusta, sino la actitud del paseante. Un ciudadano que, ofendido por la repugnante actitud del grupo, tiene el coraje de plantarles cara. Un tipo solo frente a una banda de energúmenos. “El compromiso es un acto, no una palabra”, dijo Jean Paul Sartre. Y ahí está el hombre con conciencia, para recordarnos que no podemos permanecer callados, que no podemos quedarnos impasibles, que nuestro compromiso es colectivo, pero antes que nada individual.